Benjamín Domínguez (Ciudad Jiménez, Chihuahua, el 31 de marzo de 1942-julio 2016), llamado también «artífice de sueños», inició sus estudios en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, a los 20 años de edad.

El día que nací, toda la noche estuvo lloviendo, y al otro día. Algo insólito en una ciudad desértica como Jiménez, Chihuahua. El día siguiente llegaron los vientos y con éstos los húngaros, temprano, como todos los años, plantaron su carpa al final de la calle donde vivían mis padres.

Continúa: crecí con los hijos de los gitanos y siempre tuve la cercanía con las artes adivinatorias que los caracterizaban. La quiromancia es uno de los temas recurrentes en mi obra. Mi encuentro con el cine y la pintura se dio a los 13 años; me contrataron para pintar los carteles que anunciaban las películas, en los cines de mi pueblo. En un formato grande pinté a los grandes actores de la época; ahí aprendí a pintar y a conocer el lenguaje cinematográfico. Cuenta Domínguez en el libro que lleva su mismo nombre (coedición de las universidades autónomas de Chiapas y Chihuahua, 2014).

Foto: El Universal

Más tarde ingresó a la antigua Academia de San Carlos, donde fue discípulo de Francisco Capdevilla, en grabado, y de Nicolás Moreno y Antonio Rodríguez Luna, en pintura.

Se inició como pintor abstracto, pero pronto lo sedujeron los estilos clásicos, sobre todo el barroco, en el que comenzó a especializarse para luego de conseguir el dominio técnico, aportar una visión posmoderna de obras emblemáticas.

Mi obra es estudio interiorista de ese hombre que somos, en conflicto continuo.

Benjamín Domínguez fue un pintor que combinó virtuosismo y conocimiento de las antiguas técnicas, por lo que se le consideró heredero de la tradición pictórica mexicana. Su formación estuvo marcada por dos movimientos antagónicos: el realismo y la abstracción.

En 1985 crea veinte cuadros sobre el matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck (1434), titulado: Homenaje a Jan van Eyck: variaciones sobre el matrimonio Arnolfini, donde agrega elementos contemporáneos que dejan pasmado al espectador. Domínguez interviene la obra de Van Eyck para traerla al presente, al mundo de la voluptuosidad, la cámaras de tortura, los tatuajes, trasgrede la vestimenta y la pulcritud.

Respecto a esta intervención, el propio Benjamín explica, todo sucede dentro de una habitación en la que una pareja se casa. Los 20 cuadros que pinté empiezan cuando el hombre y la mujer comienzan a amarse, a odiarse, a destruirse dentro de esa alcoba en una trama obsesiva formada por la infinidad de símbolos que los rodean.

Acota: me mantengo siempre bordeando los límites del barroco desde todos sus valores: la austeridad, la manifestación del dolor, el gozo y la fastuosidad.

Sobre la relación entre su «re-visitar» el barroco en su obra, menciona: nunca habíamos tenido un periodo barroco tan complicado, en el que somos rebasados por una serie de problemas, pero sobre todo por la tecnología que nos abruma, ya que no somos capaces de caminar a su paso. Esto nos crea un conflicto interior barroco, en el sentido de la lucha de los contrarios: bien/mal, moderno/antiguo.

 

Bibliografía

MacMasters, M. (2016). «Muere Benjamín Domínguez, el pintor del dolor y el gozo». En La Jornada.