Esta piedra de forma extraña es la primera representación que existe de una pareja practicando el acto sexual. Presenta una altura de 10,8 cm, una anchura de 6,2 cm y una profundidad de 3,8 cm.  Conservada en el Museo Británico de Londres, fue encontrada en 1933 por un beduino en Cisjordania, no lejos de Belén, procede de la cueva de Ain Sakhri.

En su Historia del mundo en 100 objetos, de Neil MacGregor, nos dice sobre este extraordinario objeto:

Hace aproximadamente 11 000 años, una mano humana modeló y talló este canto rodado, ya maravillosamente «traqueteado» por la naturaleza, convirtiéndolo en uno de los objetos más conmovedores que hoy alberga el Museo Británico. Representa a dos personas desnudas, una de las cuales envuelve literalmente a la otra. Es la representación más antigua conocida de una pareja practicando el sexo.

En la Sala de Manuscritos del Museo Británico, la mayoría de la gente pasa directamente de largo ante la caja que contiene la escultura de los amantes. Quizá sea porque, desde cierta distancia, no parece gran cosa; es una piedra pequeña, discreta y grisácea del tamaño de un puño cerrado. Pero cuando uno se acerca más a ella, puede ver que se trata de una pareja, sentada, con los brazos y las piernas rodeándose mutuamente en el más estrecho de los abrazos.

No hay rasgos faciales claros, pero puede afirmarse que esas dos personas se están mirando a los ojos. Creo que se trata de una de las expresiones más tiernas de
amor que conozco, comparable a las grandes parejas besándose de Brancusi y Rodin.

Un mundo cambiante: inicia el proceso de la vida sedentaria 

En la época en que este guijarro fue modelado por la mano del hombre, la sociedad estaba cambiando. A medida que el clima se volvía más cálido en todo el mundo y la gente iba pasando gradualmente de dedicarse a la caza y la recolección a una forma de vida más sedentaria basada en la agricultura, nuestra relación con el mundo natural se transformaba.

De vivir como una parte menor de un ecosistema equilibrado, pasamos a tratar de alterar nuestro entorno, de controlar la naturaleza. En Oriente Próximo, el clima más cálido propició la extensión de ricas praderas. Hasta entonces la gente había ido de un lado a otro, cazando gacelas y recolectando semillas de lentejas, garbanzos y hierbas silvestres. Pero en la nueva y ahora exuberante sabana, las gacelas eran abundantes y tendían a permanecer en un mismo lugar durante todo el año, de modo que los humanos se asentaron cerca de ellas.

Más tarde, pasaron a sembrar las semillas sobrantes. Se había iniciado así la agricultura, y llevamos más de 10.000 años partiendo y compartiendo el pan. Aquellos primeros agricultores fueron creando poco a poco dos de los grandes cultivos básicos del mundo, el trigo y la cebada.

El creador de la escultura de los amantes, uno de los primero agricultores  

Le he preguntado al escultor británico Marc Quinn qué opinaba al respecto:

Siempre nos imaginamos que nosotros hemos descubierto el sexo y
que todas las demás épocas anteriores a la nuestra eran bastante
mojigatas e inocentes, mientras que de hecho, obviamente, los
seres humanos han sido emocionalmente sofisticados como mínimo
desde 10 000 a. C., cuando se realizó esta escultura, y estoy seguro de que tan sofisticados como nosotros. Lo increíble de esta escultura
es que, cuando la mueves y la observas desde ángulos distintos,
cambia por completo. Vista desde un lado, se tiene una panorámica
general del abrazo, se ven las dos figuras. Desde otro se observa un
pene, desde otro una vagina, desde otro unos pechos; parece estar
imitando formalmente el acto de hacer el amor además de
representarlo. Y esos lados distintos se revelan cuando lo coges,
cuando giras este objeto en la mano, de modo que se revelan en el
tiempo, lo que creo que es otro aspecto importante de la escultura;
no es algo instantáneo. Te mueves a su alrededor y el objeto se
revela en tiempo real. Es casi como en una película pornográfica:
tienes panorámicas generales, primeros planos; adquiere una
calidad cinematográfica cuando lo giras, obtienes todas estas cosas
distintas. Y, sin embargo, es un objeto conmovedor y hermoso
sobre la relación entre las personas.

Los amantes de Ain Sakhri, Museo Británico, Londres.

¿Qué sabemos de las personas reflejadas en el abrazo de estos amantes? El artífice
— ¿o deberíamos decir escultor?— de los amantes pertenecía a un pueblo que hoy
denominamos «natufiense», y que vivía en una región situada a caballo entre lo que
hoy es Israel, los Territorios Palestinos, el Líbano y Siria. Nuestra escultura procedía
del sudeste de Jerusalén.

El hallazgo de la escultura

En 1933, un gran arqueólogo, el abate Henri Breuil, y un diplomático francés, René Neuville, visitaron un pequeño museo en Belén. Neuville escribió:

Hacia el final de nuestra visita me mostraron una arqueta de
madera que contenía varios objetos de las zonas circundantes, de
los que ninguno, aparte de esta estatuilla, tenía valor alguno.
Comprendí de inmediato la especial importancia de su diseño, y
pregunté por la procedencia de aquellos objetos. Me dijeron que los
había traído un beduino que regresaba de Belén al mar Muerto.

Cautivado por la figura, Neuville quiso saber más sobre su descubrimiento y buscó al beduino del que le habían hablado. Finalmente logró encontrar al hombre responsable del hallazgo, que le llevó a la misma cueva —en el desierto de Judea, no lejos de Belén— donde había descubierto la escultura. Se llamaba Ain Sakhri; de ahí que esas figuras esculpidas que tanto cautivaron a Neuville se conozcan todavía hoy como «los amantes de Ain Sakhri».

La escultura había sido encontrada junto con otros objetos que evidenciaban que la cueva había sido una vivienda en lugar de una tumba; en consecuencia, nuestra escultura debió de desempeñar algún papel en la vida doméstica diaria.

Puede que nuestra pequeña escultura de los amantes entrelazados encarne una respuesta clave a esta nueva forma de vida (el establecimiento de la vida sedentaria): un modo distinto de pensar sobre nosotros mismos. En la representación del acto sexual de esta forma y en este tiempo, el arqueólogo Ian Hodder, de la Universidad de Stanford, ve evidencias de un proceso que él denomina «la domesticación de la mente»:

La cultura natufiense es en realidad anterior a la plena
domesticación de plantas y animales, pero aquí ya tenemos una
sociedad sedentaria. Este objeto concreto, dado que se centra de
una manera tan clara en los humanos y en la sexualidad humana,
forma parte de aquel cambio general hacia un mayor interés por
domesticar la mente, por domesticar a los humanos, por domesticar
a la sociedad humana, pasando a interesarse más en las relaciones
humanas antes que en las relaciones entre los humanos y los
animales salvajes, y las relaciones entre los propios animales
salvajes.

Cuando uno coge el guijarro de Ain Sakhri y le da la vuelta, sorprende no sólo que haya claramente dos figuras humanas en lugar de una sola, sino también el hecho de que resulte imposible, debido al modo en que la piedra ha sido tallada, decir cuál de ellas es la figura masculina y cuál la femenina. ¿Es posible que ese tratamiento generalizado, esa ambigüedad que obliga al espectador a involucrarse, fuera un propósito deliberado por parte de su artífice? Sencillamente no lo sabemos, pero tampoco sabemos qué uso debía de dársele a esta pequeña estatua.

A mi entender, la ternura de las figuras que se abrazan seguramente sugiere no vigor reproductivo, sino amor. La gente empezaba a asentarse y a formar familias más estables, a disponer de más alimento y, por lo tanto, a tener más hijos; y quizá este fue el primer momento de la historia humana en el que un macho o una hembra pudieron convertirse en un esposo o una esposa.

Todas estas ideas tal vez estén presentes en nuestra escultura de los amantes, pero aquí nos hallamos todavía, en gran medida, en el reino de la especulación histórica. En otro nivel, sin embargo, la figura nos habla de una forma absolutamente directa, no como un documento de una sociedad cambiante, sino como una elocuente obra de arte. Entre los amantes de Ain Sakhri y la escultura El beso de Rodin hay 11.000 años de historia humana, pero no —pienso— demasiados cambios en el deseo humano.

 

Fuente:

Texto basado en fragmentos extraídos de la obra Historia del mundo en 100 objetos, de Neil MacGregor. Capítulo 7. Estatuilla de los amantes de Ain Sakhri.

 

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