Uno de los problemas -si bien ciertamente menor- que tenemos los espectadores españoles ante las películas que de habla hispana proceden de la otra orilla atlántica es la dificultad para entender diálogos con expresiones autóctonas, frases dichas, a medio decir o con excesiva rapidez, giros lingüísticos, las lógicas contracciones de cada idioma, etc. Una dificultad de comprensión que en ciertos momentos puede ser sustancial para el procesado de lo que nos está siendo contado. Un inconveniente en este sentido, que por lo demás no deja de ser una manifestación de riqueza lingüística y cultural de la que todos podemos aprender. Otro tanto ocurre en sentido inverso: cuando los filmes españoles circulan por las pantallas de Iberoamérica, América Latina o como cada cual quiera decir.
Viene esta observación a cuenta de algunos pequeños detalles observados Los renacidos, filme argentino, coproducido con España y Chile, escrito producido y dirigido por Santiago Esteves, particularidades que llevan a uno a hacerse preguntas. ¿Por qué, sin motivo aparente, el hermano mayor agrede violentamente al menor? ¿La madre de ambos muere de muerte natural o alguien la asesina? En el segundo de los casos, ¿Quién lo hace? Cuestiones latentes en el transcurso de la proyección. Fue después, en conversación con un colega y amigo mexicano, cuando estas incógnitas quedaron más o menos felizmente desveladas.

No impide esta circunstancia apreciar el interés de la propuesta de Los renacidos. De ella se dice en los materiales informativos escritos que cuenta una historia en la que dos hermanos se ven envueltos en el marco de una estructura mafiosa y obligados a colaborar en un peligroso negocio de falsas desapariciones. Y así es. El episodio arranca en un centro médico de una localidad al parecer no muy grande, en el que Manuel, el joven médico atiende con amabilidad y cualificación profesional a pacientes, principalmente infantiles, que en compañía de sus mayores abandonan la consulta confortados y encaminados a recuperarse de su dolencia. A partir de aquí, sin menoscabo de su segura profesionalidad pero, en contra de su voluntad, su práctica médica dará un giro de ciento ochenta grados.
Santiago Esteves aborda la construcción audiovisual de su historia escrita en el papel con la misma decisión, seguridad y eficacia que el aludido personaje que la habita. Por mejor decir, de todos los personajes que, de algún modo u otro, la protagonizan Todos son firmes y determinados. El elenco al completo, encabezado por Pedro Fontaine y Marco Antonio Caponi, está lleno de prototipos tan bien diseñados en el guión como encarnados en el filme. Desde los dos antitéticos hermanos hasta la episódica figura de sus padres, pasando por toda la galería de antagonistas de diversa jerarquía. Todo resulta convicente y verosimil. A ello contribuyen todos los recursos narrativos utilizados, los que por norma intervienen en los procesos de la construcción cinematográfica, desde la selección de intérpretes, escenarios, dirección fotográfica y de actores hasta la música y el montaje final. Todo se sustenta en una completa y excelente puesta en escena.
Cada proyecto demanda sus especificidades, y Esteves demuestra haber tenido claros sus objetivos. Quería contar una historia entre desaparecidos en extrañas circunstancias y necesitados de desaparecer ante un inminente peligro, y lo ha conseguido con creces, rotundamente. No da tregua, mantiene en vilo a quienes permanecemos, vigilantes, a este otro lado de la pantalla. Estamos ante una poderosa historia de misterio contada en clave de thriller que, lejos de toda intención autoral premeditada, tal vez no sería desacertado suponer que relacionada con posibles implicaciones políticas. Es probable que esté inspirada en sucesos reales. Nada de esto se dice de modo claro en el transcurso del relato, tampoco en los títulos de crédito. A uno no le parece desatinado ni delirante establecer tal relación. Sabido es que las historias cinematográficas se llenan de algunos sentidos que nunca estuvieron en la mente de sus autores.
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