Dentro, fuera. Lleno, vacío. Seguro, tóxico. Masculino, femenino.
Blanco, negro. Nacional, extranjero. Cultura, naturaleza. Humano, animal.
Público, privado. Orgánico, mecánico. Centro, periferia. Aquí, allí.
Analógico, digital. Vivo, muerto. El narrador se descentra. Pierde el norte.
No da pie con bola. No sabe ni quién habla ni de quién es su voz.
Pasamos en este último tramo de la lectura a lo que Paul Preciado mismo llama diario íntimo, esto es, el decurso de su vida en el lapso de pandemia, que se inserta entre los materiales ya vistos bajo la autorreferencia de narrator.
A menudo nos preguntan “¿dónde estabas cuando…?” y aquí un acontecimiento universal, fausto o no, que detuvo las vidas y nos puso a todos con un mismo tema. La caída de las torres en Nueva York, por ejemplo. El confinamiento, en este caso. Y cada cual tiene su vivencia.
Preciado estaba en Canadá, montando una muestra de Lorenza Böttner, artista germano chilena transgénero, fotógrafa, pintora, performer -sin brazos, ya que sufrió de niña un accidente. Todo un desafío. Una retrospectiva de la obra enfocada en la discapacidad y la sociedad.
Pero esta entrada de diario personal llega después de ubicarnos en el momento en que ingresa a su departamento parisino, y el tema es la mudanza. La mudanza de pareja -acaba de separarse de Alison, con quien fusionó bibliotecas. Todo un trance para quienes son lectores intensos. Parafraseando a Mac Luhan, los libros son extensiones del alma.
El clasicismo de Alison se entremezcla con la orientación de Paul y sus lecturas liminares (Monique Wittig). Claro que las simbiosis son difíciles y la separación está larvada en las cajas de libros que van y vienen. Se despega la piel para recuperar lo propio.
Preciado clasifica en cajas, lo de Atenas, lo de Princeton y Nueva York y así. Hay libros de Beatriz, pero algunas cajas son de Paul y a partir de ellas otra manera de estar en el mundo. Hay posters, discos, cuadernos y recuerdos. Una vida marcada en otra somateca que son esos órganos de papel que funcionan y laten siempre. Se puede hacer la biografía de alguien como él a través de esas cajas. Por ejemplo el legado de Gloria, que aportó libros y música punk.
Que casi no caben en el espacio vacío.
Y llegó el día en el que debí hacerme la pregunta: ¿puede alguien amar a un escritor, me refiero aquí a la persona, al cuerpo del escritor, al lector, sin leerle? ¿Puede alguien amar a alguien sin conocer y abrazar su biblioteca?
La puerta en París se abrió, claramente, pero después se cerró por largos meses.
“¿Y dónde estabas cuando…?”
Minuciosamente ocupa el espacio, lo recorre, repasa con la palma los muros, buscando un ambiente secreto. Pero la mudanza es un verdugo de bibliotecas, dice. Hay que expulsar, eliminar. Es también un acto forense, un certificado de defunción y los libros son los efectos personales propios, que se examinan.
De allí, inmediatamente a Toronto, donde se aloja en una torre futurista alucinante. Desde su piso veinte se entera por radio Canadá del nuevo virus que preocupa con cierta gravedad. Y recuerda la mesa familiar, ella con doce años escuchando una nueva palabra, virus, pero relacionada confusamente con erupción en la piel, algo en la sangre, homosexualidad. Palabra que se adosa a maricón y tortillera, escuchadas a su padre. Y la andanada de homofobia con léxico popular y grosero, que predomina, a sus doce aterrorizados. Y ahora el virus ¿por dónde entrará?
Mi viaje a Canadá y el cierre de Wuhan sucede con la extraña simultaneidad con la que una erupción comienza en la boca del volcán mientras un grupo de amigos hace un pícnic en la ladera de la montaña sin poder ver todavía ni el humo ni la lava
La puerta se había abierto.
Un nuevo capítulo del narrator sobre sus andanzas personales nos lleva a desayunar con su amiga psicoanalista, que le confiesa haber sido violada por su exmarido a los cincuenta y dos años. Le pide discreción, va a omitir el hecho en sus clases, escritos y análisis. Paul se embarca un una retahíla -no será la única- nombrando a todos o casi, los posibles violadores de todas las mujeres, hechos callados y asumidos o sobrellevados bien o mal. Son, simultáneamente, tiempos del Me too
por un ateo convencido, por un místico, por un gurú de una religión desconocida, por el fundador de una secta, por un hippie, por un amante de la música clásica, por un yuppie, por un punk, por un rockero, por un rapero, por un trapero, por un psicoanalista, por un filósofo, por un director de cine, por un ginecólogo, por un presidente de la República, por un profesor emérito del Collège de France, por un sociólogo, por un presidente de una comisión de
Concluye en que la mujer es un simple dispositivo masturbatorio. Abrumador.
Y juega con el prefijo ex -, se toma sus páginas para desplegar aquello que dejó, que fue alguna vez y que puede usarse para definirlo:
Exnietzscheano. Exderridiano. Exfoucaultiano. Exdeleuziano. Exguattariano. Exmoderno y exposmoderno. Exqueer. Exfan de los sixties, pero también de los seventies, los eighties, los nineties y los dos mil. Excombatiente de todas las luchas del siglo XX: exhumanista, excomunista, exfeminista, exelegebetista. En definitiva, exidentitarista. No desnudo de identidad, sino exfoliado. Exhumado. Exhumano. Irremediablemente extraño. Extraviado.
Pero sigamos en el día a día de Paul, confinado. Escribe a su ex Alison tratando de decir lo que no dijo, sale a caminar y nota que en las calles sólo hay asiáticos, afro, árabes y sobre todo mujeres. Los trabajadores racializados sí salen de sus casas. Internet lo ayuda a recuperar a Alison, la distancia obligada hace posible decir lo no dicho de frente.
Pero nada es fácil, se enferma, sufre un microinfarto en un ojo. Se desconecta, todo le llega a la puerta. No hay ningún contacto. Se siente anfibio entre lo físico y lo virtual.
Pero también ocurre la reconciliación, de algún modo, con sus padres, “verte es como volver a respirar” dice la madre a la pantalla, y el padre la besa contra el cristal. Frágilmente cariñosos, así los ve.
Y ya va terminando. La última parte del texto es una propuesta, una esperanza, un vaticinio. El año de confinamiento detuvo todos los ritmos, sacudió todo lo dado, puso en evidencia muchos mecanismos de injusticia.
Cree posible un proceso de emancipación colectiva, una mundialización de ciertas reacciones a lo anquilosado:
Utiliza tu disforia como plataforma revolucionaria.
Si es cierto que los cambios necesarios son estructurales (cambios en los modos de producción, en la agricultura, en el uso de las energías fósiles, en la construcción de tejidos urbanos, en las políticas de reproducción, de género, sexuales y raciales, en las políticas migratorias) y que, en último término, demandan un cambio de paradigma, ninguno de estos cambios podrá ser operado si no es a través de prácticas concretas de transformación micropolítica. No hay cambio abstracto. No hay futuro. La revolución siempre es un proceso. Ahora. Aquí. Está sucediendo. La revolución o la muerte. Ya ha empezado. Wuhan está en todas partes.
Para leer la primera entrega ir a: Preciado is out of joint… (fuera de quicio) ‘Dysphoria Mundi’ ¿Quién no?
Para leer la segunda entrega: Preciado is out of joint. Notas sobre ‘Dysphoria mundi’. Parte 2: Nuestra Señora de las Ruinas.
Para leer la tercera entrega: Puntualicemos: ¿Qué es lo que está fuera de quicio? Notas sobre ‘Dysphoria mundi’. Parte 3

























