Fuente de imagen: Librotea

La escritora Ligia Urroz presentó su nueva novela, Por mi gran culpa, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2025. La novela se adentra en las raíces de la memoria y la ficción para explorar un tema tan humano como universal: la culpa. Ambientada en las últimas décadas del siglo XIX, la obra reconstruye la vida de Josefa y Dolores, dos hermanas que encarnan la tragedia, la sororidad y la fuerza femenina frente a un poder eclesiástico opresivo.

Lo que más atrae es cómo Ligia Urroz convierte la culpa —esa carga histórica que recae sobre las mujeres— en el eje narrativo de una historia que no solo habla del pasado, sino que dialoga con el presente. La novela se siente íntima y a la vez colectiva: las culpas heredadas, los exilios forzados, la resistencia femenina que se teje en comunidad. Es un relato que mezcla filosofía, memoria oral y ficción, y que deja al lector con la sensación de que la literatura puede ser un espacio para expiar, reflexionar y, sobre todo, visibilizar aquello que durante siglos se quiso silenciar.

La entrevista

Por mi gran culpa sigue una trama familiar situada a finales de 1800, ¿la construiste a través de memoria oral en tu familia o hubo trabajo de archivo?

—Memoria oral por completo. Parte de la semilla fue que un día mi abuela me dijo: “Oye, el apellido Urroz no es tu verdadero apellido. Tu verdadero apellido es del obispo de León, que embarazó a Josefa y por eso llegó a Nicaragua, a Managua”. A partir de eso reconstruí completamente… bueno, más bien hice una ficción. Es todo totalmente ficción. Tiene sus cositas: Josefa estaba en Nicaragua y era maestra de literatura y de música, eso sí, pero todo lo demás es ficción.

¿Cómo fue traducir a Josefa a una novela? ¿Cómo la fuiste creando, imaginando, dándole vida?

—Fíjate que yo tenía como emoción que rigiera esta novela la culpa. La traje a la mesa de la reflexión y dije: “No, pues la culpa tiene que ser lo que rija esto”. Porque ha sido una cuestión recurrente en mi vida: la culpa. Y creo que hay que expiarla, sacarla de nuestro organismo. Por ejemplo, desde la culpa primigenia: Eva corta la manzana del conocimiento (yo también la hubiera cortado mil veces) y se la da a Adán. Adán la muerde, pero ¿quién tuvo la culpa? La mujer, Eva. Ella lo tentó. Y a partir de ahí las mujeres cargamos con muchísimas culpas. En el presente, por ejemplo, si una chava va con minifalda y de pronto se le pasan las copas, algunos creen que tienen derecho a sobrepasarse porque “ella vestía así” o “salió de noche”. Pues no, señores. Todas estas culpas las carga la mujer, pero no debe ser así. Por eso lo traje a la reflexión, y el papel principal es la tragedia de Josefa.

Ligia Urroz en FIL 2025. Foto: Carlos Miguel Glz. Huerta

Es interesante también el rol de su hermana Dolores. Ese apoyo fraternal, ¿cómo lo fuiste elaborando?

—Me encantó. Yo tengo una hermana que adoro y somos muy cómplices. Creo que parte de ese apoyo fraternal lo vivo todos los días. Construí la figura de Josefa sobre la base de Paul Ricœur, filósofo que habla de la culpa, de la confesión, del pecado. El libro donde me basé se llama Culpa y finitud. Para Dolores me basé en Santa Teresa: esta mujer que se entrega al servicio del otro, que no le importa sufrir porque utiliza el sufrimiento para ganar puntos en el cielo, para alcanzar el paraíso. Así construí a las dos, con un gran amor filial.

Eso es lo que también percibí en esta dosis de sororidad entre los personajes femeninos, por ejemplo, doña María Luisa, ¿es un eco actual de esta sociedad que estamos redescubriendo o crees que se está visibilizando una seguridad ancestral?

—Creo que la mujer, siempre que se junta, tiene mucho poder. Por eso las llamaban brujas cuando se reunían en aquelarres: era muy poderoso. Para mí, la construcción de María Luisa fue así: “Esta mujer va a ser la columna que sostenga a las otras dos”. Le metí todos los ingredientes de las mujeres que admiro, que quiero, que me emocionan. Debía tener valentía y decisión, no dejarse mangonear por nadie. Ser fuerte, cobijar con gran amor y demostrarlo a través de acciones. Así salió María Luisa. Al final, estas mujeres, y todas las mujeres de Nicaragua, incluidas las del servicio en las casas, son extraordinarias. Tienen fortaleza, trabajan con una inocencia espectacular. Todas ellas son las que terminan salvando la iglesia.

Hablando de poder: aquí se retrata un rol tan fuerte como la violación de una menor por parte de un eclesiástico. ¿Crees que tales prácticas solo han mutado de contexto y protagonistas, o sí hay un cambio paulatino pero real gracias a la lucha feminista?

—Aquí hay dos figuras de poder: una oscura, el cura; y otra luminosa, María Luisa. Ambas compensan y hacen equilibrio. Pero si hablamos del cura, creo que se siguen replicando patrones. Eso fue en 1870, pero ahora seguimos igual. ¿Vieron la serie del padre Maciel? Es un hombre actual, con poder y una labia impresionante. Nunca fue juzgado ni castigado. Yo me enteré del caso después de haber escrito la novela, ya impresa. Y encontré muchos puntos en común: esa fuerza oscura, ese poder de seducción, esa labia propia de la condición humana. Personas que convencen porque saben convencer, pero por dentro son el mal personificado.

Ligia Urroz en FIL 2025. Foto: Carlos Miguel Glz. Huerta

Josefa y Dolores viajan a un exilio lejano, en este cruce con tu historia, ¿qué ha sido para ti el exilio?

—Creo que nunca voy a dejar de hablar del exilio. Mi novela La muralla fue justamente sobre migración, exilio, buscar el sueño americano. Luego Somoza: definitivamente puro exilio, puro dejar tu país. Y ahora, en Por mi gran culpa, es poner un océano en medio y cruzar. Cuando somos desprendidos de la tierra que nos vio nacer, y no por decisión propia sino política, es muy doloroso. En mi caso llevo dos exilios: salí de Nicaragua por la dictadura de Somoza, luego por el nuevo dictador que quitó al anterior y se puso él. No me permiten entrar a mi país, aunque tenga pasaporte vigente. Presenté La muralla en 2017, pero ahora ya no puedo entrar. Es un doble exilio en uno solo. Muy doloroso, y nunca voy a dejar de hablar de ello.

Sé que estamos hablando de Por mi gran culpa, pero me quedé con ganas de platicar de Somoza. A la distancia, ¿cómo percibes esa novela, cómo ha sido la recepción, cómo te sientes de ese paso distinto entre lo muy político y esta obra más familiar?

—Las dos tienen registros completamente diferentes. Somoza fue biográfica, autoficción. Todo lo que narra ocurrió: me ocurrió a mí, a mis padres, a mi hermana. Fue muy doloroso mostrar ese lado, el dolor de la guerra, de la familia exiliada, de ver la muerte todos los días. En cambio, Por mi gran culpa fue más lúdica: totalmente ficción, aunque con una raíz real. Fue jugar, soltar la imaginación, accionar y aficionar. Estoy muy contenta porque son dos registros distintos, no se repiten. Muchos escritores escriben el mismo libro con diferente cuento, pero aquí son dos registros totalmente diferentes.

No puedo dejar de preguntarte: ¿cuál es tu visión de la realidad que vive Nicaragua actualmente?

—Terrible. Imagínate: ya no me dejan entrar porque digo a los cuatro vientos que tenemos un dictador. Su esposa es la vicepresidenta y además presidenta de la Suprema Corte de Justicia. Esa familia tiene todo el poder. Toda la oposición fue encarcelada o exiliada. Han quitado nacionalidades: casi 200 nicaragüenses fueron despojados de la suya y quedaron apátridas. Algunos países les han dado nacionalidad, como a Sergio Ramírez (española) o Gioconda Belli. Es dolorosísimo. La dictadura está en su máxima expresión, peor que la anterior. Y por todo lo que digo, no me dejan entrar. Pero lo seguiré diciendo hasta que caiga esta dictadura venenosa, anti derechos humanos, anti todo.

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