Fuente de imagen: sitio oficial del festival

Llegué a Huelva en medio del diluvio universal remasterizado. Lo que me impidió ir al primer día de proyecciones de su festival de cine. Tuve casi que llegar nadando al lugar donde me hospedaba, con toda la ropa mojada, no sólo la que llevaba puesta, sino también la que traía para los siguiente días en una mochila que hacía de maleta.

Ese primer día perdido se exhibió, para mi mala suerte (como si no hubiese sido suficiente la mojada que me metí), la gran ganadora del festival, la película brasileña traducida al español con el título: La mejor madre del mundo de Anna Muylaert, de la que, por obvias razones no podré decir mucho.

Fuera de ese día, traté de ver, en lo subsecuente, todas las películas programadas para el resto del festival. De hecho, la única que no vi y que tampoco pude ver en su estreno en San Sebastián, a pesar de haber asistido al festival, fue Los Tigres de Alberto Rodríguez, que terminaría resultando ser la ganadora de la sección Acento Español. Parece chiste, pero es anécdota, aunque en estos casos resulta mejor reírse para no amargarse.

Foto: Eduardo Aragón

A pesar de ello, de trágicamente no haber visto las dos ganadoras de las secciones más importantes de la 51 edición del Festival de Huelva de Cine Iberoamericano —y que prácticamente son las únicas dos películas que no vi de todo el festival—, ir a Huelva siempre es una experiencia muy gratificante y reconfortante porque es la mejor manera de estar actualizado respecto de lo que está sucediendo en el cine que se produce en la Abya Yala. 

El festival onubense, a pesar de ser un festival no tan grande como los de San Sebastián, Valladolid o Málaga; que no tiene la posibilidad (quizás por razones de financiamiento) de presentar grandes estrenos o explorar cine inédito que se esté haciendo en Hispanoamérica, si que se ha convertido en el mejor punto de referencia de la actualidad cinematográfica en Iberoamérica. 

No obstante, siempre hay ausencias importantes. Respecto de lo producido en España, aunque hubo películas interesantes como Los domingos de Alauda Ruiz de Azúa o Romería de Carla Simón que sin duda marcarán el año del cine español por su relevancia cualitativa, con altas posibilidades de ser reconocidas como la mejor película del año, sobre todo la primera por su formato un poco más comercial; siempre quedan otras que se extrañan como por ejemplo (y sólo por mencionar un par): Sorda de Eva Libertad o Los tortuga de Belén Funes que a lo mejor por ser películas del primer trimestre de este 2025 que se nos va, quedan fuera por falta de actualidad. No quiero dejar de mencionar otra que, aunque es más reciente quizás se trata de un gusto más personal y no tan consolidado por la opinión pública como las otras mencionadas, me refiero a Subsuelo de Fernando Franco, una película que vi en la Seminci, que cumple con los formatos comerciales (algo que tristemente siempre será importante) y que es de lo que más me ha gustado del cierre de año español.

Foto: Eduardo Aragón

Respecto de lo producido en la Abya Yala también se pueden detectar ausencias de algunas película que trascendieron este año como la brasileña O ultimo azul de Gabriel Mascaro, ganadora del segundo premio más importante en el pasado Berlinale; la mexicana El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) de Ernesto Martínez Bucio, ganadora de su categoría en el propio festival alemán; o, mi favorita, el fantástico largometraje colombiano Un poeta de Simón Mesa Soto, que ganó la sección Horizontes Latinos en San Sebastián.

Lo anterior, siendo muy exigentes porque en términos generales Huelva siempre será el termómetro más importante de la actualidad del cine iberoamericano. Yo, por ejemplo, para saber cual es la actualidad del cine mexicano, dada la cerrazón y clasismos que vienen manejando los festivales en esta “suave” patria, me es más fácil hacerlo siguiendo el festival de Huelva que los dos o tres festivales mexicanos más “importantes”.

Todo gran festival de cine tiene algunas peculiaridades que los engrandece y distinguen frente a otros. El caso de Huelva no es la excepción. El evento cinematográfico onubense invita siempre a los principales protagonistas de sus películas, ya sea sus directores o primeros actores, algo que suele suceder en casi todos los grandes festivales de cine europeo. Pero lo que distingue a Huelva, y que resulta fantástico, es que el festival procura que estos invitados especiales, además de presentar su obra antes de cada proyección en el Gran Teatro frente al público asistente, se quede al final de la función, a la salida del bellísimo inmueble mencionado, a ras de piso como cualquier cristiano, a recibir los comentarios (libremente, es decir, buenos, malos, no hay línea) y/o felicitaciones de los presentes que así lo deseen. Un acto de democracia cinematográfica magnífico que engrandece al festival y que he visto que suceda en ningún otro lado.

Foto: Eduardo Aragón

El público onubense, un público entusiasta, respetuoso y conocedor o por lo menos cinéfilo, —gracias a la labor del festival durante estos 51 años de vida que ya convierten a este encuentro cinematográfico en una tradición— no pierde esta valiosa oportunidad, única, y se acerca a platicar con los directores o los actores, contarles su experiencia, su sentir, plantear alguna pregunta y desde luego tomarse fotos. 

Así como los festivales tienen sus sellos distintivos, también los públicos tienen sus propias maneras de vivir la experiencia cinematográfica. En Huelva ocurre algo curioso, que no sé si es tan bueno, pero es su festival y es su forma de vivir el cine y hay que verlo de esa forma. Me refiero a que la gente suele hablar durante las funciones, hay quien lo hace en forma de susurro, piensan, supongo, que molestan menos. Pero hay quien lo hace sin la mínima inhibición, como quien está tomando un café. Al principio, el primer año que estuve en Huelva me quedaba bastante sorprendido de esta circunstancia, que definitivamente puede resultar molesta a los más puristas (léase a mí), y trataba de, con el famoso shshshshs, callar al señor que quería comentar todas las secuencias con su compañera de a lado. Este año me di cuenta que, independientemente de que es inútil, es algo normal, con lo que quiero decir que es algo que se hace regularmente y que la gente local, en su mayoría, lo acepta como viene, sin que esto quiera decir que estén de acuerdo, simplemente  aprenden a vivir con ello. Incluso yo, llegó un momento que ante la ausencia de murmullos, cosa rara, me quise poner a platicar con el de a lado. 

Así que ya no me molesto tratando de callar al personal, al final entiendo (de ninguna manera justifico) que hay distintas maneras de vivir la experiencia cinematográfica, y esta es una forma en la que las familias onubenses viven su festival. Además, para que ponerse tan exigente si luego regresas a México y te das cuenta que tampoco es tan raro, aunque tampoco tan común ni mucho menos, que te encuentres a gente que realice las mismas prácticas. Ni que fuera yo alemán, allí sí, en el Berlinale Palace el mínimo ruido, el crujir accidental de la bolsa de poliestireno tratando de acomodar el pie que ya se te durmió, puede ser motivo incluso de golpes o por lo menos cárcel.  

Foto: Eduardo Aragón

En este sentido, tengo una anécdota que me gustaría comentar: Estábamos viendo la película chilena La isla negra de Jorge Riquelme Serrano, un largometraje que, desde mi punto de vista, tiene serias deficiencias en el guion, que lo podría considerar por momentos hasta absurdo. Aunque visual e histriónica o actoralmente es bastante potente y tiene la intención, que siempre se agradece aunque este bastante mal ejecutada y sin rigor, de mandar un mensaje de reivindicación social. 

La película presenta a un personaje principal tan tibio, tan timorato, que resultó hasta irritante (señal de las buenas actuaciones); de tal forma, que el público, sin saber que le estaba sucediendo, empezó a desahogar esa extraña sensación (de irritación mezclada con frustración) de distintas maneras. 

Hubo quienes empezaron a reírse, a reírse, sí de algunas inserciones cómicas bien metidas del largometraje, pero también, a veces, de cosas que no llevaban una connotación cómica, ya era como una risa nerviosa. Hubo otros, que es al caso al que voy, que empezaron a callar con más frecuencia a las personas que suelen hablar indiscriminadamente durante la proyección y que en este caso no fueron pocas, hubo un momento que parecía verbena (entre los que comentaban, los que intentaban callarlos y los de la risita nervioso). Uno de estos frustrados (como yo) estaba enfrente mío, tal fue la desesperación del camarada porque tenía una mujer muy cerca que comentaba casi todas las secuencias con su compañera de a lado, que llegó un momento que a grito pelado y parándose de su butaca como quien va a dar el último estoque al toro bravo que no termina de morir y que le ha arruinado las dos orejas al torero, le dijo que se callara, que ya no la aguantaba más y estuvo a punto de sacarla a empujones en un claro acto de desesperación, afortunadamente se controlo. La mujer calló unos 15 minutos, luego continúo con la tertulia. Al camarada no le quedo otra que tragarse la espada, las orejas y el rabo. Yo, en silencio, lo acompañé en su dolor. 

En esta 51 edición hubo una gran presencia de cine mexicano, lo cual resulta esperanzador si lo comparamos con lo que sucedió el año anterior, en la edición 50, en la que sólo hubo una película mexicana que fue No nos moverán de Pierre Saint-Martin. Situación que reportamos oportunamente en el artículo publicado aquí en la Vagabunda: Reflexión sobre el papel del cine mexicano en el 2024 visto desde Europa, a la luz del Festival de Huelva.

Este año pasaron por la pantalla de Huelva de manera destacada, sin contar un par de títulos de producción (financiación) mexicana: Autos, mota y rocanrol de J. M. Cravioto; Un mundo para mí de Alejandro Zuno; Doce lunas de Victoria Franco, con una magnifica actuación de Ana de la Reguera;  y, Vainilla de Mayra Hermosillo, quien se presentaba con doble motivo ya que a su vez protagoniza de manera extraordinaria la mencionada Un mundo para mí. Así como, Alivios el cortometraje de Juan Manuel González que ganó el Colón de Plata al Mejor Cortometraje Internacional Iberoamericano

Foto: Eduardo Aragón

Los largometrajes también obtuvieron algunos premios: Mayra Hermosillo ganó el Colón de Plata a Mejor Dirección por Vainilla. Película cuyo elenco femenino también recibió el premio a Mejor Interpretación de Reparto. Un mundo para mí ganó el Premio del Público, película que también ganó el premio paralelo, es decir, no propio del festival, Manuel Barba al Mejor Guion.

En lo particular, tomando en consideración que no vi la ganadora La mejor madre del mundo, respecto a la Sección Oficial coincido con el conocedor público onubense y también destacaría Un mundo para mí de Alejandro Zuno; de la Sección Acento Español me gustó Los Domingos, película que ya había visto en San Sebastián, de la que ya he escrito ampliamente aquí en la Vagabunda, y de lo que no había visto Romería de Carla Simón, cine de autor de la mejor calidad, dando la cara por España frente el articidio encabezado por RTVE. Por lo que hace Talento Andaluz me gustó Pendaripen de Alfonso Sánchez, película que ya había visto en la Seminci de Valladolid, de lo que no había visto me gustó Velintonia 3 de Javier Vila. Por último, en lo que se refiere a la nueva sección Latidos, me gustó La casa del alma de Pablo Croce.  

Lo que menos me gustó fue Aún es de noche en Caracas de Mariana Rondón y Marité Ugás, que, por cierto, ganó el Premio Especial del Jurado. Una película sin una trama relevante que utilizó cualquier pretexto para hacer propaganda imperialista de la situación en Venezuela, justo en estos momentos en los que el presidente Donald Trump busca justificar una intervención violenta en aquel país iberoamericano, en el que ya ha hecho 21 ataques a lanchas presuntamente narcoterroristas que han tenido como resultado 83 asesinatos —hasta el peor de los delincuentes merece un juicio justo, eso hasta un pasante de derecho lo sabe— y, tristemente, contando. 

Espero desde ya, la edición 52 del gran Festival de Huelva de cine iberoamericano, un punto de encuentro de referencia entre cinéfilos y creadores cinematográficos hispanoamericanos.              

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