Aunque, como ya lo escribí en otra ocasión, Sorda de Eva Libertad está perfilada para ser la mejor película española del 2025, muy merecidamente por todo lo que he comentado en ese texto referido, la película que más me gustó, de las que vi en el Festival de Málaga de cine español, fue Los tortuga de Belén Funes.
El largometraje se estrenó en el 49 Festival Internacional de Cine de Toronto y desde entonces ha hecho un largo recorrido por varios festivales internacionales importantes hasta llegar a su estreno en España en el Festival de Málaga, donde ganó nada más y nada menos que los otros tres premios de mayor importancia después de la Biznaga de Oro: la Biznaga de Plata Premio Especial del Jurado, la Biznaga de Plata a la mejor dirección y la Biznaga de Plata al mejor guion.

El título, Los tortuga, se refiere a la manera en que la gente en Andalucía llamaba a las personas de los pueblos de aquella región que emigraba a los extrarradios de las grandes ciudades de España, como Madrid o Barcelona, en busca de mejores oportunidades de trabajo y vida, principalmente en la década de los 70, pero es algo que sigue sucediendo hasta nuestros días. Les llamaban los tortuga porque se iban con todas sus cosas a cuestas y parecían tortugas con las maletas que, a veces, cargaban hasta en el lomo o sobre la cabeza.
La película se centra principalmente en la vida y sobretodo el duelo de una madre y una hija: Delia (Antonia Zegers) la madre, una inmigrante chilena, valiente e impulsiva, que maneja un taxi por la noches para ganarse el sustento y pagar las facturas; y, Anabel (Elvira Lara) la hija, una inteligente y centrada, conforme a las circunstancias, estudiante de cine.
Julian, pareja de Delia y padre Anabel, ha muerto recientemente y cada una de las dos protagonistas está viviendo su duelo de manera distinta. Julian era andaluz, de un pueblo de Jaén, migrante también (como la mayoría) conoce a Delia en Barcelona y tienen a Anabel en aquella ciudad. Toda la familia de Julian es de Jaén y Delia y Anabel encuentran allí un refugio ante el dolor que trae la muerte de los seres queridos. Una tradicional familia andaluza que las recibe siempre con los brazos abiertos a pesar de cualquier exabrupto de Delia, que no entiende o no quiere entender, o, quizás, simplemente encuentra un canal de desahogo, frente a las tradiciones jienenses más apegadas a la religión, que le causan escozor.
Por si fuera poco, durante todo este trance, que principalmente Delia no sabe como manejar y del que se encuentra en la etapa de la negación, ambas mujeres son desahuciadas del departamento (piso) donde viven y tienen que buscar otro lugar donde vivir.
Los tortuga es una película compleja que muestra y desarrolla varios conflictos de muy buena manera, algunos mejor que otros. Por un lado, tenemos la cuestión de las tradiciones andaluzas con la recogida del olivo; la elaboración de su aceite tan tradicional de toda España; la manera en la que lo comen en un desayuno típico mojando el pan, que sirve también para probar la calidad de la cosecha; las fiestas, las costumbres, y en general la vida, tan apegadas a la religión católica —en esa construcción filosófico-espiritual, mística, cultural, identitaria que todos los pueblos hacen en sus intentos de interpretar y tratar de entender la existencia, o al menos llevarla o sobre llevarla—, las reuniones familiares; etc.
Al mismo tiempo que se nos muestran estas tradiciones, algunas patrimonio cultural de Andalucía y España, la película, creo, nos muestra también el desarraigo. El desarraigo producido, principalmente, por otro de los grandes tópicos que aborda Funes, la migración, tanto interna como externa, aunque en este caso se centra más en la interna y de allí el nombre de la película. —A diferencia de la llegada de la modernidad capitalista que desculturizó (desarraigó) a China, comentada aquí en la Vagabunda no hace mucho con motivo de la crítica a la película Living the land de Huo Meng—.

La migración interna, que es lo que Sergio del Molino llamó la España vacía por la permanente salida (y concentración) de los españoles de los pueblos hacía las grandes ciudades. Que tiene muchas causas: como, en su momento, la guerra civil, después la dictadura, luego la centralización de la vida, de todo (servicios, oportunidades, trabajos, mejores ingresos, “democracia”, etc.), el aspiracionismo (la búsqueda del inexistente sueño americano), la instauración de una economía de servicios, no sólo en España sino en buena parte de Europa.
La España vacía es un tema muy actual, porque persiste en el tiempo, pero a la vez antiguo porque empezó desde hace varias décadas atrás. Sergio del Molino comenta, en una parte de su libro donde además analiza la película Surcos de José Antonio Nieves Conde, que, a su vez, aborda este fenómeno ya desde en un temprano 1951, lo siguiente:
“Amontonados en un Madrid sucio y oscuro, abandonando sus terrones sin labrar y sus casas sin luz ni agua corriente malvendiéndolas por el coste de los billetes de tren y un par de salarios para sobrevivir unas pocas semanas en la capital. Millones de españoles sufrían eso. Las periferias de las grandes ciudades, sobre todo Madrid, Barcelona y Bilbao, se llenaban de aldeanos que parecían fugitivos. Tras ellos tierra quemada.”
Así mismo, la película Surcos empieza con este texto de Eugenio Montes, que al parecer fue quien tuvo la idea original de la historia del largometraje. Cabe contextualizar y señalar, que Montes fue un notable falangista y franquista, con todo lo que ello implica. La Falange también tuvo su descontento con el dictador, desde uno de los extremos del espectro político español, quizás de ahí la película, quizás de ahí también que haya pasado la rígida censura de la época:
“Hasta las últimas aldeas, llegan las sugestiones de la ciudad convidando a los labradores a desertar del terruño, con promesas de fáciles riquezas.
Recibiendo de la urbe tentaciones, sin preparación para resistirlas y conducirlas, estos campesinos, que han perdido el campo y no han ganado la muy difícil civilización son arboles sin raíces, astillas de suburbio, que la vida destroza y corrompe. Esto constituye el más doloroso problema de nuestro tiempo.”

En las primeras escenas de Surcos, se puede ver como los personajes llegan como tortugas a una Madrid cosmopolita, la tierra prometida que no tenía nada que ofrecer. Pero para hablar de Surcos necesitamos otro texto.
La migración interna, el aluvión, un fenómeno terrible que no sólo está vaciando los pueblos españoles, sino a la propia España de sus raíces culturales e identitarias, ese desarraigo que de repente se asoma a la distancia en Los tortuga.
Otro asunto punzante de nuestros días que toca el largometraje es el problema inmobiliario, el problema de la falta de vivienda accesible y digna para los vecinos habituales de estas ciudades conglomeradas. Justo cuando el fin de semana pasado se convocó con éxito en varias ciudades de España (aproximadamente 40) a manifestaciones por el derecho a la vivienda.
Un problema añejo y común para varias ciudades del mundo, incluidas las mexicanas, caracterizado por la escasez de oferta de vivienda y el aumento irracional de las rentas, que está llegando a niveles insoportables, y en dónde los mexicanos también deberíamos de estar en las calles. La vivienda no debería de ser un negocio.
En medio de un luto insoportable, Delia recibe la noticia (notificación) de que debe de abandonar el departamento (piso) donde viven, lo cual se puede interpretar que responde a una tendencia de especulación inmobiliaria y mercantilización del derecho a la vivienda que se esta dando impunemente en España, México y el mundo. En donde los dueños de los inmuebles están sacando a sus viejos y usuales inquilinos naturales para maximizar los beneficios económicos de sus propiedades elevando los precios de las rentas (a niveles absurdos) y adaptándolas a las necesidades de la turistificación marcada en la agenda neoliberal como punto de oportunidad.
Con los ingresos de Delia, apenas y alcanza para comer y permitir que Anabel continué con sus estudios de cine. Esta situación, el desahucio, las enfrenta a nuevos problemas: primero encontrar otro lugar accesible para vivir en un momento en el que rentar un lugar medianamente digno sale de las posibilidades de la clase obrera y gran parte de la clase media aspiracional; luego pagarlo, porque evidentemente será más caro, no sólo será peor, costará más que el departamento del que las echan. Esta realidad enfrentará a madre e hija en otros escenarios que dificultan la, de por si, ya tensa relación y las llevará, como solución final, a desprenderse de los últimos rescoldos del pasado.
Respecto de este tema es importante aludir a otro libro que ayude a profundizar en la reflexión respecto la grave crisis inmobiliaria, bueno más que un libro se trata de su prólogo, el prólogo escrito por Javier Gil incluido en el libro La ciudad autónoma. Una historia de la okupación urbana de Alexander Vasudevan. Dice Gil:
“Tras la crisis de la década de 1970, nació una nueva forma de gobernar el mundo: la desindustrialización, el ataque al Estado de bienestar y a las políticas sociales, las desarticulación del movimiento obrero y el giro neoliberal impulsado por la contrarrevolución conservadora que lideraron Reagan y Tatcher. Todo ello produjo fuertes cambios políticos y económicos, que también repercutieron en las formas de vida y en la propia ciudad, que dejó de ser un lugar desde el que sostener la producción económica y la reproducción de la fuerza de trabajo que la hace posible para convertirse en un espacio clave para la acumulación en sí misma… La ciudad postindustrial, la ciudad global o la ciudad neoliberal han sido formas de nombrar ese nuevo rol de la ciudad. Una ciudad que se incrusta, se conecta y se vuelve dependiente de los circuitos globales del capital a la vez que es moldeada por éstos. El empresarialismo urbano convierte a la ciudad en maquina de crecimiento capitalista: la atracción de inversión se vuelve la nueva norma urbana… Durante este proceso se cierran las fábricas, los talleres y la industria.”
Desde esta perspectiva, me pareció interesante que el personaje de Delia fuese chileno y le pregunté a la directora si había una relación entre toda esta catástrofe del neoliberalismo y que Delia fuese emigrante de un país ocupado por EEUU después de un golpe de Estado orquestado por ellos mismos y en donde aprovecharon las circunstancias para que fuese el laboratorio del neoliberalismo a finales de década de los 70. Belén Funes me dijo que no, que realmente el personaje es chileno porque quería trabajar con esta gran actriz que es Antonia Zegers:
“Nosotros decidimos que fuera chilena porque en realidad lo que nosotros queríamos era trabajar con Antonia, o sea me puedo inventar aquí una teorización, seguramente no sería muy interesante… pero [la verdad es que] yo quería trabajar con Antonia, la seguía, había seguido su trayectoria, luego la había investigado a través de Internet, que es como la puerta ahora abierta al mundo, y también había sentido que ella, en su forma de trabajar, acababa siendo muy autora de las cosas que hacía, y a mí me gusta trabajar así, sintiendo como que todo el mundo es un poco autor y que todo el mundo puede colaborar con la peli y acabar teniendo ahí su pequeño sello o gran sello. Y, en este caso, la hicimos chilena también porque nosotros en España estamos muy acostumbrados a la inmigración latinoamericana de unos países muy concretos que acaban haciendo unos trabajos muy concretos, yo no querían entrar en ese universo, entonces esa fue la razón por la que decidimos hacer una chilena taxista. De hecho, el personaje de Delia lleva a cabo dos procesos de expatriación: ella por un lado abandona Chile, se va a vivir a España, se enamora de un andaluz y tiene una hija catalana, pero Cataluña no la sostiene, no puede pagar una vivienda en la ciudad de Barcelona, pero tampoco puede regresarse a Chile, entonces a mí me gustaba este abismo del personaje, también por eso decidimos que fuera una mujer latinoamericana, en este caso chilena.”

Luego, continuando con Javier Gil, me permito transcribir otra parte muy interesante de su texto, para terminar la reflexión:
“Los obreros, según acceden a una vivienda en propiedad, se empiezan a ver a sí mismos como clase media, y la subida del precio de su vivienda hace que su patrimonio aumente más por la revalorización de su propiedad que a través de mejoras salariales. El rumbo colectivo y la justicia social se dejan de lado, ya que la fantasía de la individualidad parece alcanzable… El futuro ya no depende de conquistas sociales ni nuevos derechos que les hagan vivir mejor, sino de una eficiente gestión de sus propiedades… que les permita aumentar su riqueza familiar y ampliar su consumo… la derrota histórica del proletariado a manos del capital…”
Dejando de lado el luto, a pesar de que es el eje fundamental de la historia o quizás por eso, el otro punto interesante que quiero comentar del complejo ramaje del filme, es la afortunada ausencia de personajes masculinos, no sólo a nivel protagónico, sino que también secundarios.
Los tortuga es una película fuera de lo tristemente usual, en donde no tenemos al protagonista masculino que viene a acaparar la atención, vamos ni siquiera aparecen, lo cual me parece muy acertado y fresco ante la saturación de personajes masculinos protagónicos a lo largo de la extensa historia de la cinematografía mundial y en la actualidad —Acabábamos de ver en Málaga, creo que un día antes, Tierra de nadie de Albert Pintó, con tres caricaturescos y estereotipados personajes masculinos que parecen sacados de un churro de acción hollywoodiense de los noventas o de un chiste de pepito—.
También me recordó, pero en el sentido opuesto, a la ganadora del Oso de Oro en Berlín Drommer de Dag Johan Haugerud, una historia que tiene a 3 protagonistas de generaciones de mujeres, en la que no se extraña la presencia masculina.

Cuando se dio la rueda de prensa de Drommer, alguna compañera preguntó sobre la ausencia de hombres en el largometraje y la actriz Anne Marit Jacobsen que hace de abuela de Johanne, respondió diciendo, entre otras cosas, algo así como que ya había muchas películas con hombres de protagonistas, que no estaba mal que hubiera una de puras mujeres:
Yo también quise preguntar a Belén Funes sobre esta circunstancia y esto fue lo que me dijo:
“Bueno es mitad intuición, mitad una decisión deliberada, pero también tiene mucho de intuición. No sé, a mí me sale mucho escribir personajes femeninos y el hecho de que los hombres a lo largo de la película, y a lo largo del metraje, vayan desapareciendo y se vayan cayendo de la historia, y sólo queden el núcleo femenino de la película en pie, me parecía que era una imagen bonita para acabar Los tortuga.”
Los tortuga es una muy buena película, mi favorita de Málaga, lo vuelvo a decir, con un excelente guion, que a pesar de su complejidad lo saben llevar muy bien, a costa, quizás, de profundizar un poco más en alguno o varios de los temas que toca. Las puestas en escena son extraordinarias y muy coherentes con la historia lo que fortalece a este guion bien escrito, congruente y ambicioso.
Las actuaciones son fantásticas, no sólo la de Antonio Zegers que es magistral, también la de la joven Elvira Lara que nos deja una inesperada y muy agradable sorpresa en cuanto a su desenvolvimiento frente a la cámara, tomando en consideración que es su primera experiencia actoral. Un papel que no era fácil, para nada, que, sin embargo, sabe desarrollar muy bien, de tal forma que puede transmitir magníficamente los sentimientos complejos y a veces encontrados de su personaje.
El elemento que vuelve extraordinarias las actuaciones es el trabajo conjunto y complementario de ambas actrices, dramatizaciones simbióticas, que logran involucrar a sus personajes, una con la otra primero y luego ambas con la cámara (el público), de una manera perfecta que vuelve a la película trascendente.
La fotografía tiene unas notas narrativas importantes que ayudan a la inmersión en la historia. Muestra una Barcelona nocturna y muchas veces periférica, alejándose lo más que puede de la Barcelona que llamaremos neoliberal, en sintonía con todo lo que venimos diciendo; y, ciertas escenas, muchas de ellas, en cuartos pequeños, demasiado cuadrados, a veces asfixiantes, con cierta oscuridad en Barcelona y con cierta luz en Jaén, que no acaban de ser ni oscuridad ni luz, pero que reflejan, quizás, como el luto se sufría más en Barcelona; y en Jaén, a pesar de los recuerdos, por momentos se veía aliviado ante el soporte familiar.
Los tortuga, de Belén Funes, se estrena el 23 de mayo en cines españoles, esperemos que se pueda ver en México.
Fotos de la rueda de prensa: Eduardo Aragón
TRAILER
CARTEL
