生息之地, Sheng xi zhi di, traducida, promovida y distribuida (si se llega a distribuir) como Living the land (Viviendo la tierra), aunque al parecer literalmente (y hasta semánticamente) el título se debería traducir como A place of Life (Un lugar de vida) es el título del exitoso segundo largometraje del cineasta chino Huo Meng con el que ganó el Oso de Plata a mejor dirección. El filme se estrenó en el Festival Internacional de cine de Berlín (Berlinale) el pasado 14 de febrero.

Se trata de una película costumbrista que muestra de manera crítica y sin romanticismo la vida en una comunidad rural de la China de principios de la década de los 90, bajo la mirada, supuestamente — digo que supuestamente porque creo que es más bien la mirada nostálgica y, quizás, colonizada, o lo que es lo mismo modernizada, de su director a los 40 años—, de un niño de 10 años, Xu Chuang (Wang Shang) que ha tenido que ir a vivir con unos familiares en esta comunidad agreste, ya que los padres y hermanos mayores se han mudado, en busca de mejores oportunidades laborales, de su lugar de origen a una ciudad en vías de industrialización. Estamos a principios del acelerado proceso de modernización que vivió China durante esos años y varios más que les siguieron. 

Chuang queda bajo el cuidado de su abuela y tío en este pequeño pueblo tradicional chino, donde parece que el tiempo no pasa, que el pueblo permanece inalterable ante el transcurso del tiempo; sólo una radio que emite las noticias internacionales del momento nos recuerda que el tiempo si que sigue avanzando ahí afuera. 

A lo largo de un año —el director marca este transcurso del tiempo, del año, a partir de la filmación del paso de las 4 estaciones en este lugar— el niño verá, no sin sorpresa, el día a día de su familia campesina; su unión y solidaridad característica; sus problemas y fricciones, normales en cualquier comunidad, incluso las solidarias; la dura forma de trabajo rudimentaria del campo, encima mal pagado; y, sobretodo, algunas tradiciones chinas que hoy están en peligro de extinción y sólo se conservan en las comunidades más alejadas del trajín industrial y tecnológico de una China que si bien es cierto es hoy una potencia económica y militar, también lo es que se encuentra sumergida en una terrible crisis de identidad. 

La película construye desde la cámara un naturalismo que le da todo el impulso narrativo que necesita un guion, muy bien elaborado, para fortalecerlo y hacerlo  contundente. Una historia que, aunque es de la cotidianidad, resulta amena. En donde dentro de ese día a día siempre surgirá algo que hará que el espectador no pierda el interés por su desarrollo. Una gran característica de este guion que no es fácil de conseguir, sobre todo si estamos hablando de una película que dura más de 2 horas (132 minutos).

Así mismo, el guion entrelaza de manera magistral varias historias en las que quizás no profundizará demasiado pero tampoco las dejará en el aire o inconclusas. Desde un amor prohibido, hasta la sufrida y trágica vida de un primo que tiene un deficit cognitivo, pasando por las actividades diarias del campo y algunas tradiciones chinas como un sepelio y una boda, el guion es más que completo, bien estructurado y entrelazado, con diálogos oportunos y precisos. 

La fotografía, aunque discreta, tiene sus momentos maravillosos y en general cumple con la labor narrativa que la película requiere, con algunos planos largos y tomas aéreas que le dan la estética realista necesaria y complementaria a lo que la película quiere transmitir. 

Respecto al fondo, es decir, dejando de lado la forma y metiéndonos al contenido socio-político-filosófico que toda película que busque trascender en la historia del cine debe, o debería, de contener, el largometraje también resulta maravilloso, aunque no es un tema nuevo o que no se haya tocado desde diversas perspectivas en la cinematografía china, por ser un tema de preocupación y trascendencia, Meng lo hace de manera muy eficaz. El director hace un discreto (más no superfluo) análisis de la transición, pero también confrontación, entre la tradición y la modernidad que ha implicado el proceso de industrialización y posterior tecnologización de China.

Huo Meng muestra de manera crítica, para nada romántica, una China tradicional rural, actualmente en vías de extinción, pero que en 1991 se mantenía sin mayores alteraciones, bajo una mirada, quizás, semi-neocolonizada —es la impresión que me queda y a lo largo del texto trataré de explicarme—. Porque parece la mirada de un chino adulto joven, contemporáneo y moderno que conserva memorias difusas (no confusas) de aquellos tiempos de su infancia. No es la mirada de un chino antiguo, que sin que ello signifique algo mejor o peor, simplemente una cosmovisión distinta, sí es o fue participe de ese lugar y tiempo, pero sobre todo de esa cosmogonía. 

La visión es la de una persona que añora una parte de esa China, pero a la otra la rechaza bajo una perspectiva de pensamiento europeo-occidental y capitalista propia de la modernidad, y esto es precisamente lo que hace extremadamente interesante su película, al saber llevar este conflicto existencial o identitario a un lenguaje cinematográfico estéticamente muy bien logrado de manera honesta y con cierto equilibrio, no tendencioso, como quien pone sobre la mesa sus inquietudes sin pretender (todavía) defender una postura en particular, como quien más que resolver dudas, las expone. 

Sin querer abundar demasiado en un tema actual y global en extremo interesante, pero que nos llevaría un ensayo desarrollarlo adecuadamente y no es el propósito de este texto, quiero explicar a que me refiero al afirmar esto último de la mirada semi-neocolonizada de la China tradicional, que parece temerario o por lo menos aventurado, quizás hasta irreverente (que para nada es la intención y de ahí el motivo de la explicación). Lo quiero hacer a partir de un silogismo heterodoxo ampliado y desconfigurado que trataré de desarrollar a continuación: 

Quiero partir de la idea, a manera de aclaración, de que la inmensa mayoría de los no occidentales (inclúyase aquí a los que se autoadscriben en la categoría artificial de mestizo que son, si acaso, medio occidentales), estamos neocolonizados —me pongo al principio de la lista—. Algunos más que otros dependiendo del lugar (origen) y tiempo (edad) en el que vivimos. Con lo que quiero decir que, aunque se oye fuerte, la neocolonización es una enfermedad masiva de nuestros tiempos, una pandemia que no mata sólo aprisiona, cuyo contagio es involuntario e inconsciente y de la que, más que cualquier otra cosa, somos víctimas. Dicho esto, continúo con el meollo del asunto:

La modernidad se asimila o se identifica con los procesos de industrialización y luego, su hermana, tecnologización que afectan, “purgan”, a nuestras sociedades; al menos a todas aquellas que no se quieren quedar atrás en la búsqueda del progreso y la prosperidad. Una noción de “progreso” capitalista muy peculiar (por no decir otra cosa), con una jerarquía de valores absurda, un marco ético casi inexistente y que pone al ser humano por encima de todo (antropoceno). Que dada la hegemonía de la ideología capitalista, esta muy asimilado, diría dogmatizado, por las masas en nuestras sociedades “modernas”. 

De tal forma que el progreso se encuentra invariablemente en el territorio de la modernidad. Todo aquel que no es moderno no quiere o no puede progresar. Una sociedad moderna es la que está al día en los avances tecnológicos e industriales, aunque también urbanos y de estilo de vida. No hay sociedad rural moderna, lo rural y lo moderno son incompatibles si se es uno automáticamente se deja de ser lo otro. Una ciudad buena, prospera, sólo puede ser aquella ciudad que se abre a la modernidad, a las grandes vialidades a los grandes sistemas de transporte, a los edificios inteligentes. Desde la cosmovisión occidental predominante no se puede ser próspero si no se es moderno, lo mismo con las personas.

Still de la película: «Living the Land».

Esta industrialización-tecnologización es única y universal, es decir, si pensamos en tecnología o en industria sólo podemos pensarla desde el pensamiento occidental predominante, resultado de la Ilustración. No somos capaces de concebir la tecnología a través de otras formas de pensamiento, tecnología-modernidad-pensamiento occidental son una triada inseparable, cuando cualquier elemento queda fuera los otros dos pierden validez y sentido. Tecnología sin modernidad no es ni una ni otra, al igual que tecnología sin pensamiento occidental o cualquier otra combinación posible.

Esto debido a que la filosofía y la cosmovisión occidental, de la mano del cristianismo (incluso para los ateos), se han impuesto al mundo como únicas y universales, privilegiando a la razón, pero sólo a la razón occidental, como único medio para llegar a la verdad o desarrollar la tecnología. De tal forma, que hoy en día sólo hay una tecnología, que es la que se desarrolla por la única forma de pensamiento válida, la occidental.

La razón que debería de ser concebida como aquel o aquellos mecanismos de cognición autónomos y libres de los fenómenos externos, basados en ciertos procesos intelectuales-sensoriales y no como convenientemente se interpretó, más bien se tergiverso, como equivalente a un único pensamiento al que sólo podemos adherirnos de manera total, como si existiera una única razón absoluta, un pensamiento único. No hay otra forma de pensamiento moderna, próspera, adecuada, correcta que la surgida de las deliberaciones intelectuales de la Ilustración europea, todo lo demás es superchería.

Desde esta perspectiva pareciera que la tecnología sólo es una. En el sentido de que  sólo puede ser abordada y desarrollada desde una única visión o cosmovisión, la occidental. Una visión que tiene como base la máxima producción al menor costo para lograr el máximo beneficio económico. Por ejemplo, en el caso del campo, tecnología es toda aquella innovación técnica que permite la máxima producción en el menor tiempo: Verbigracia, aquel aparato que are la tierra en el menor tiempo es tecnológico, pero aquel aparato que proteja la salud de la tierra descuidando los volúmenes de producción es posible que no sea tecnología o por lo menos no merece la pena invertir en su desarrollo.

De lo que se puede deducir que la asimilación del proceso industrialización o tecnologización de una sociedad conlleva, necesariamente, la asimilación de la cosmovisión occidental, la aceptación de un pensamiento único. Con lo que indirectamente nos imponen una filosofía, una ideología y una sola manera de pensar, de ver el mundo. Esto es una neocolonización, no sé si territorial, pero mental estoy seguro que sí.

Entonces el choque de la modernidad y la tradición, equivale al choque del pensamiento occidental con las diversas cosmovisiones, filosofías y formas de pensar de otros pueblos no occidentales como los pueblos indigenas de la Abya Yala o los pueblos orientales como el mundo árabe o los chinos y los japoneses, sólo por mencionar algunas de las cosmovisiones que están en peligro de extinción conforme avancen los procesos de modernización.

Todo esto lo hemos normalizado de tal forma que no nos damos cuenta que estamos siendo neocolonizados, pero si tienen alguna duda piensen en un indígena moderno, un indígena moderno necesariamente es aquel indígena que ha asumido el estilo de vida occidental, y no hablo de que use un iPhone 16, hablo de su forma de vestir y de hablar, con una gorra de beisbol y una playera de Guns and Roses. Hablar zapoteca no es moderno. O imaginar a un chino en la misma circunstancia ¿Ustedes ven a un chino moderno vestido en traje tradicional chino y sin saber hablar inglés? No, imposible, la modernización y su supuesto progreso lleva implícita la dominación del pensamiento y de la forma de ser, de nuestras identidades.

Una persona que no usa un avión no es moderna, tampoco lo es quien no conoce a Platón o Nietzsche, a pesar de que tiene siglos muertos. Pensar en la medicina tradicional china o náhuatl, antes que en un doctor occidental, aunque no tenga aparatos modernos, implica un retraso inconcebible. Quien no conoce a Taylor Swift mejor que se pegue un tiro.

El avance tecnológico también ha sido apropiado por esta cosmovisión de la mayor producción al menor costo y con el máximo beneficio, porque a la cosmovisión occidental no le interesa por ejemplo una tecnología que busque la preservación de la naturaleza por encima de cualquier negocio. Queremos edificios tecnológicos no importa que se construyan encima de la selva,  no aparatos que ayuden a conservar los bosques, queremos medicinas que nos curen rápido no que lo hagan de la mejor manera, aunque ello implique más tiempo, tiempo que el capitalismo no nos permite, porque es tiempo de producción perdido. Queremos medios de transporte que nos lleven más rápido, no medios de transporte que nos lleven contaminando lo menos posible, el tiempo es dinero.  

Para abundar sobre este tema, que fue predicho, de alguna manera, por Martin Heidegger, recomiendo el magnifico libro del filosofo chino Yuk Hui: Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad, versión en español editada por Caja Negra. De hecho, cualquier libro de este filosofo los acercará a este tema.

En este sentido, Living the land, paralelamente que va mostrando la cotidianidad de la vida en el campo sin aspavientos, pero donde sí se aprecia una ligera nostalgia, no por lo que fue y ya no será, sino por los recuerdos que son parte de una experiencia personal, de una infancia difusa; analiza, porque creo que va más allá de simplemente mostrar, algunas de la tradiciones chinas más vistosas, un funeral y una boda. Pero al mostrarlas las crítica de obsoletas o al menos extemporáneas o desfasadas, desde una perspectiva moderna:

El funeral lo muestra como un ritual simulado, donde los deudos, en particular la que la tradición señala como principal doliente, a falta de llanto lo tienen que fingir a efecto de no faltar a la tradición. En donde el niño no entiende nada de lo que pasa, ni su significado ancestral, solo sabe que tiene que vestir y comportarse de determinada manera, como quien cumple un protocolo, pero nadie le transmite o le explica el significado filosófico-espiritual que conlleva este aparentemente obsoleto ritual. 

Un niño que parece que no es de aquí ni de allá, que ya no tiene un lugar en el mundo porque ese origen le está siendo arrebatado por el proceso de modernización que vive su país. Entonces, no le queda más que buscarse su propio lugar en el mundo y lo más seguro es que esto lo hará de la mano de otra mentalidad, de otra filosofía, una que se exporta desde Silicon Valley.

A pesar de ello, de la dura crítica a las tradiciones chinas, en el caso del funeral, el director le concederá un valor más profundo, relacionado con la tierra; sobre todo si la interpretamos de manera integral y a la luz de otro funeral o intento de funeral que se dará hacía el final del filme. El final del largometraje que tiene mucho que decir.

Still de la película: «Living the Land».

El otro ritual tradicional analizado en la película es una boda, una boda forzada en donde la novia es obligada a casarse conforme a la tradición, aparentemente misógina, predatoria y obsoleta, en la que los matrimonios son arreglados entre las familias y la opinión de los novios poco importa. De hecho, dicen que hay veces que los contrayentes se conocen en la ceremonia matrimonial, pero está tradición no sólo es obsoleta en cuanto al fondo, sino también en cuanto a la forma. 

El director muestra cómo la novia, en su inmensa tristeza, porque esta enamorada de otra persona, un amor imposible, tristeza propia de una condena a cadena perpetua, y no es para menos, por que la sentencia surte los mismos efectos, encima inmerecida, injusta, encima de todo ello, tiene que soportar rituales aparentemente absurdos en los que se ve a una novia triste vestida de rojo, un rojo que significa todo lo contrario (alegría, amor, fidelidad y prosperidad), es jaloneada, mallugada y empujada por los invitados por alguna razón que nadie nos explica y por lo tanto, desde los ojos occidentales de todos nosotros se vuelve más que absurda y tonta. ¿Pero que dirán los chinos de cuando por ejemplo la novia avienta su liguero en una boda occidental?

¿Cómo apartarnos de una cosmovisión hegemónica impuesta que nos ha despojado de toda criticidad más amplia, autónoma y libre? ¿Cómo dejar de pensar como blanco y empezar a pensar como zapoteco para modernizar el pensamiento zapoteco conforme a un proceso zapoteco, si ni siquiera estoy consciente de que pienso como blanco, que hay más formas de ver el mundo y que pienso desde una cosmovisión impuesta y no la propia, e incluso estando consciente de la imposición no poder salir de ella porque no conozco otra manera de pensar que no sea la impuesta por la modernidad?

A pesar de que las críticas a las tradiciones chinas de Huo Meng parecen razonables, queda la duda del significado y razón de ser que en algún momento tuvieron estos rituales de la tradición china que hoy nos parecen obsoletos y absurdos y que quizás se quedaron estancados en el tiempo y al no haber procesos de modernización no hegemónicos todo queda sujeto a la perspectiva occidental.

De esta forma, podemos ver como la película nos muestra dos caras de una misma moneda, dos caras que a lo mejor no son intercambiables, de tal forma que no se puede cambiar una sin alterar la otra, que tiene que ir juntas a todos lados. 

Por un lado (de la moneda), Huo Meng nos muestra la añoranza por la vida del campo, el recuerdo dignificante, gratificante e identitario del jornal agrario y esto se ve reflejado en el que quizás es el título original de la película: Un lugar de vida. Y no en el que quedo traducido: Viviendo la tierra. Un lugar de vida reflejaría la añoranza de una vida tranquila, en una comunidad unida y solidaria, conectada con la naturaleza y con seres queridos, una vida a la que se querría pertenecer, con las que nos gustaría identificarnos. Viviendo el campo no implica ninguna añoranza, viviendo el campo simplemente es una descripción fría o lejana de una experiencia rural.

Pero por el otro lado, el director también es crítico con la parte tradicional de la vida rural en China, tradiciones que muestra como obsoletas e incomprensibles, quizás sugiriendo la pertinencia de la modernización del ámbito rural, pero la modernización no sólo tecnológica, sino social también.

La pregunta es si esto es posible ¿Podemos modernizarnos, implementar tecnología universal, hegemónica y al mismo tiempo conservar una vida tranquila de campo, de unión y solidaridad? ¿O será que la tecnología universal, la tecnología única, la tecnología hegemónica, no es compatible con una vida conectada a la naturaleza y al ser humano en tanto miembro de una ecología y no como centro del universo?

¿Cómo modernizar las tradiciones sin tergiversarlas ni extinguirlas, si la modernización válida sólo es occidental? Bueno, sólo por poner un ejemplo, hoy en día los chinos prefieren las bodas occidentales de gran lujo, lo que significa que la modernización de las tradiciones es la asimilación de la modernidad occidental y no propiamente un proceso de adecuación de una tradición, se trata más bien de su extinción.

La tecnología concebida desde la cosmovisión occidental se basa en una filosofía y en una forma de pensamiento basada en la producción, el beneficio económico, la ganancia, el consumo, estos principios no son compatibles con la vida rural que añora el director.

Yuk Hui retoma la siguiente pregunta del sinólogo Joseph Needham: ¿Por qué la ciencia y la tecnología moderna no se desarrollaron en China y la India sino solo en Europa? Y la responde de la siguiente manera:

“Los historiadores que intentan responder a esta pregunta suelen hacer estudios comparativos del desarrollo tecnológico en Europa y China, como si la esencia de la tecnología pudiera reducirse a la eficiencia y la causalidad mecánica. Observan, por ejemplo, que en China la fabricación de papel ya se había desarrollado en el siglo II, mucho antes que en Europa. Pero esta línea de investigación, a mi entender, traiciona la propia postura de Needham. Porque el estaba sugiriendo que existían dos trayectorias diferentes del desarrollo tecnológico en China y en Europa, determinadas menos por causas materiales que por maneras de pensar y modos de vida diferentes. En otras palabras, no se responde a la pregunta de Needham mostrando quien estaba más avanzado que quien, sino indagando en los diferentes sistemas de pensamiento tecnológico.”

Hemos asimilado tanto las nociones de progreso, éxito, desarrollo, de la cosmovisión occidental que cualquier otra forma de ver el mundo nos parece rara o anticuada. Quizás los occidentales desarrollaron con mayor eficacia y rapidez lo que hoy conocemos como tecnología porque la naturaleza predatoria de su cosmovisión hizo que impusieran su dominio por la fuerza y con ello su propia antropocentrista forma de ver el mundo. Así, por ejemplo, desde su perspectiva, desarrollar armas cada vez más destructivas era lo que la humanidad necesitaba y adonde se tendría que dirigir el desarrollo tecnológico. Es posible que desde una cosmovisión china, influenciada por otras filosofías, esto no era importante y no pusieron atención en el desarrollo de armas destructivas.

La bomba atómica pudo desarrollarse en India, si la cosmovisión India tuviera la misma tendencia destructiva que la occidental. El problema es que hoy en día, los occidentales nos han enseñado que desarrollar armas de destrucción masiva es importante, no tanto porque desde las formas de pensamiento y de vida de otros pueblos lo sea, sino porque hemos aprendido que el occidental usara ese poder para saquearnos y dominarnos. De tal forma que cualquier otra forma de pensar ha quedado en desuso, ante la amenaza y ahora dominio del pensamiento occidental.

Living the land, como pueden observar, es una película interesantísima que se puede ver desde diferentes ángulos, ampliando incluso las intenciones de su director, como seguramente es el caso del presente texto, pero que quizás los ayude a disfrutarla más y sacarle un mayor provecho. 

Huo Meng, un laureado director que quizás es ese niño de 10 años que crece en el campo por accidente, desarraigado a todo, a la mitad de un proceso de industrialización que forzosamente deviene también desculturizante, colonizador, de tal forma que hay una o varias generaciones de chinos entre los 90 y 2000, que no son ni de aquí ni de allá, que alcanzaron a apreciar el apasionante, característico e identitario ruralismo chino, base de su pensamiento y filosofía, pero que ya no pudieron quedarse allí porque la modernidad los alcanzó y exigía otras cosas. 

Estas generaciones de chinos han asumido esa modernidad con todo lo que implica, con la añoranza de lo que fue, que apenas alcanzan a comprender, pero que parecía bueno, sin querer renunciar a la modernidad y al “progreso” que están convencidos que es el rumbo que tiene que tomar sus vidas. Cosa que las últimas generaciones ya no tienen, a los nuevos chinos ya no les queda ni la añoranza de lo que fue y no regresará, ellos ya crecen al ritmo de las leyes de la oferta y la demanda, de la máxima producción para la máxima ganancia, del iPhone 16 y Taylor Swift.

Yuk Hui dice que no se trata de renunciar o rechazar la modernidad, no es eso lo que el sugiere, ni mucho menos. Dice que la tecnologización es inevitable y es parte del camino humano hacía el fin de nuestra era, es decir, inevitable. Él dice que lo que se tiene que hacer es diversificar la tecnología, fragmentar el mundo, desuniversalizar la tecnología, haciendo valer lo local, las demás cosmovisiones no occidentales que sobreviven, en lo que el llama la tecnodiversidad y la cosmotécnica, los dos conceptos en los que basa su teoría. 

La tecnología reapropiada, pero sobretodo rescatada por diversas cosmovisiones no occidentales, para la construcción de diversas tecnologías, conforme diversas cosmovisiones ¿Será esto posible cuando uno de los fines fundamentales de los dueños de la tecnología como google, Amazon, Facebook, Twitter, es la alienación mental, la neocolonización para el sometimiento de cualquier resistencia al “progreso” capitalista? Sólo hay que recordar el lugar que Donald Trump le dio a los líderes de este sector en su toma de protesta. Donald Trump, máximo representante de una extrema derecha que quiere el dominio global y que tiene a la tecnología como una de sus armas principales, no sólo con la inteligencia artificial y el control de los datos (Big Data) sino también con las criptomonedas. ¿Hay espacio para la diversidad tecnológica en estas condiciones?

Y de la inteligencia artificial, de la inteligencia artificial mejor ni hablamos, aunque Yuk Hui si lo hace, hay que leerlo. Separándome de Hui, como conclusión, me gustaría decir que mantenerse al margen del uso de la Inteligencia Artificial no diversificada es un acto revolucionario y de resistencia.   

No pierdan la oportunidad de ver Living the land, una extraordinaria película.  

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