Y el que soltó el macho cabrío como macho cabrío expiatorio,
lavará sus ropas y lavará su cuerpo con agua, y después entrará en el campamento.
Levítico 16:26
A lo largo de la historia, el cine ha sido utilizado perversamente para crear chivos expiatorios y estigmatizar al “otro” por razones principalmente políticas. Desde John Ford y su infame cine antiindios, hasta el cine hollywoodiense antimusulmán, surgido de la mano de la política “antiterrorista” posterior a los lamentables atentados del 11 de septiembre, pasando por el cine propagandístico de la Segunda Guerra Mundial, anticomunista y antirruso, el cine ha sido una herramienta utilizada por los poderes hegemónicos para incitar al odio y la fobia hacía ciertos grupos étnicos, religiosos, políticos o sociales y justificar toda clase de medidas, incluso bélicas.
El conocido como mecanismo de los chivos expiatorios, estudiado teóricamente por René Girard, ha ayudado a las grandes potencias militares y comerciales a imponer determinada ideología, adecuada a sus intereses, a superar crisis políticas, económicas o sociales o simplemente a ganar elecciones.
René Girard dice, más o menos y a grandes rasgos, que el chivo expiatorio surge del deseo mimético, es decir, que las personas no saben desear por sí mismas, sino que siguen modelos de los que copian sus deseos, y al desear todos lo mismo llega un momento en que de la competencia por lograr nuestros deseos, que son los mismos, surge una confrontación de todos contra todos. Para evitar esta confrontación surge el mecanismo del chivo expiatorio, en donde se escoge a un grupo que tiene determinadas características de vulnerabilidad, al que se le va a acusar de todos lo males que genera una determinada crisis, para evitar la confrontación de todos contra todos.
El chivo expiatorio es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Está bien limpiar el pecado del mundo, el problema es que será crucificado por las catervas, bajo la complacencia del Imperio, y yo no sé ustedes, pero yo no quiero ser crucificado y menos por los pecados de los demás y mucho menos para complacer al imperio.
Para lograr la figura del chivo expiatorio, primero tiene que haber una crisis (que pueden ser una serie de crímenes indiferenciados a propósito), luego se elige segrega y estereotipa al grupo que será víctima de las masas, que será sacrificado, y al mismo tiempo se construyen representaciones sociales, imaginarios, en donde se combina la realidad con la mentira y la ficción, de tal forma que no se puede distinguir (y ni siquiera se hace el intento) lo que es verdadero de lo que es falso, es lo que ahora identificamos como posverdad, para hacer creíble, e incluso indubitable, una situación o circunstancia: Los apaches salvajes y sanguinarios, los rusos comunistas —como si ser comunista fuese un defecto—, malos y feos, los musulmanes terroristas y ahora los mexicanos narcotraficantes.
Por otro lado, desde junio de 2015, con la primera campaña presidencial del hoy primer mandatario de EEUU; Donald Trump ha venido construyendo un discurso de odio contra los inmigrantes en general y contra los mexicanos en particular —etiqueta de mexicano que incluye a personas del resto del centro y sur de América—, los mexicanos inmigrantes somos todos narcotraficantes o por lo menos violadores. El eje central de aquella campaña fue la expulsión de los inmigrantes de EEUU y la famosa construcción de un muro a lo largo de toda la frontera sur de aquel temible país.
“Cuando México envía a su gente, no nos mandan a los mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que traen drogas, crimen y son violadores»; «Los mexicanos nos están matando en la frontera”; son algunas de las frases más conocidas en la construcción, del que me permitiré llamar: nuevo estereotipo mexicano.
Con el discurso de odio antimexicano trumpista, el actual presidente de los Estados Unidos busca construir un chivo expiatorio a quién culpar de todos lo males que el neoliberalismo ha generado no sólo en ese país, sino en el mundo.
La construcción de un chivo expiatorio a partir de medias verdades y mentiras que permita percibir/concebir un imaginario creíble para el resto de la sociedad, que sin ningún discernimiento identifique como culpables del mal de una época a una etnia o grupo minoritario, quienes deban pagar por las culpas de una crisis. Los mexicanos somos los culpables de la caída económica de EEUU, de sus tazas de desempleo, de sus indices delictivos, de la caída de la perniciosa industria automotriz, de sus bajos sueldos, de su pobreza, de su corrupción, de los fraudes electorales, de la infelicidad generalizada en la población de aquel país.
Un grupo minoritario y vulnerable hacia el cual los poderes hegemónicos y sus masas puedan canalizar toda la furia y frustración social generada por problemas más profundos cuyas causas —de lo más variadas—, y mejores soluciones, no conviene sacar a la luz, porque implicaría la exhibición de las fallas de un sistema abyecto y deplorable, que por sí mismo no funcionó.
Allí se encuentra la ventaja de la construcción de un chivo expiatorio, crear un mito asumido como verdadero por el imaginario social en el que recaiga la culpa de todos los males de una época, para satisfacción de la muchedumbre, mismas masas que en otro tiempo llevaron al hijo de su Dios a la cruz. Las eternas catervas que siempre necesitarán a alguien a quien dilapidar o crucificar o linchar o quemar como a las brujas, para saciar sus instintos y frustraciones.
Bajo esta lógica, se puede percibir en la actualidad una tendencia, en el cine de entretenimiento mundial, que está agarrando a los mexicanos de su puerquito, de su chivito, como el nuevo chivo expiatorio de la hegemonía mundial y sus masas ignorantes pero sanguinarias; sólo por mencionar algunos ejemplos muy recientes tenemos a la controvertida Emilia Pérez de Jacques Audiard, Dreams de Michel Franco, que aunque no habla del mexicano inmigrante como narcotraficante si retoma el discurso trumpista de estereotipación criminal, como ya se ha analizado en otro artículo publicado aquí en la Vagabunda; y ahora Tierra de nadie, película en la que se centra el presente texto y que se puede consagrar como el más claro ejemplo de cómo el cine de entretenimiento, bajo la línea dictada desde Washington, está construyendo el chivo expiatorio del mexicano narcotraficante y delincuente para solventar la actual crisis del capitalismo.
No es casual o nueva esta tendencia de un sector de la industria cinematográfica española de seguir a pie juntillas las directrices sensacionalistas de la industria propagandística norteamericana. John Ford y el western más perverso son motivo de admiración por muchos de sus cineastas. La comedia hollywoodiense de poco sentido ético es modelo a seguir por jovenes y no tan jovenes cineastas españoles para lograr el ansiado éxito en taquilla que los llevará a Los Ángeles; sólo recordar el año pasado con el estreno de una cantidad impresionante de películas denigrantes de este género y del peor gusto, que inundaron las salas de cine de aquel país.
Aunque afortunadamente no es una tendencia predominante o mayoritaria, y en España se sigue produciendo cine de la mejor calidad, capaz de competir artísticamente en cualquier lugar del mundo sin necesidad de faltar a la más elemental ética, ni fijar como indicador de éxito la taquilla; con grandes cineastas consagrados y excelentes promesas jóvenes y en proceso de consolidación; si es un cariz que brilla intensamente debido, principalmente, a que poderosas productoras y distribuidoras como RTVE, Prime Video, Netflix, Sony Pictures y otras, con grandes alcances financieros, se han interesado por este tipo de cine sin escrúpulos que llena las salas de cine o “enriquece” las propuestas de las plataformas digitales de entretenimiento.

En este contexto, el pasado 15 de marzo se estrenó en el Festival de Málaga de cine español Tierra de nadie, un largometraje de 4 millones de euros, escrito por Fernando Navarro y dirigido por Albert Pintó, cuya producción fue respalda por Prime Video, la televisión pública española y el ICAA, Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, un organismo público español adscrito al Ministerio de Cultura.
Tierra de nadie se centra en la historia de 3 amigos cuyas vidas tomaron distintos caminos, ninguno de ellos envidiable: Mateo ‘el Gallego’ (Luis Zahera), un guardia civil veterano, policía honesto pero no ingenuo, duro al estilo de los personajes de Bruce Willis, inteligente y con un alto sentido del deber y de la ética; Juan ‘el Antxale’ (Karra Elejalde), un pescador vasco convertido en narco por la mala suerte, según dice la publicidad oficial de la película; y Benito ‘el Yeye’ (Jesús Carroza), un depositario judicial también víctima de las circunstancias.
El largometraje es lo que coloquialmente se conoce como un «churro», dirigido a gente que va al cine a distraerse de su propia vida que a veces se torna difícil de soportar, una situación que todos compartimos en el capitalismo, pero que cada uno trata de mitigar de distintas maneras. Las escenas de acción están bien llevadas, con buenos efectos. La cuestión artística es inexistente, así que no podemos hablar de fotografía, de musica, ni siquiera de las actuaciones a pesar de contar con extraordinarios profesionales de la materia. Del guion hay poco que decir, independientemente de la infamia que le corroe es un cuento incoherente, lleno de estereotipos, lugares comunes, trivialidades y con muchos vacíos argumentativos.
La película empieza cuando El Gallego encabeza un operativo para impedir el trasiego de un cargamento importante de droga en el mar, en donde es detenido un narcotraficante mexicano quien se convierte en el foco del mal.
Esta secuencia recuerda los lamentables hechos en los que dos guardias civiles perdieron la vida a manos de unos narcotraficantes, no mexicanos, que envistieron la patrulla de las víctimas, el año pasado ahí mismo en Cadiz.
Según avanza la trama irán apareciendo los demás personajes. El pescador vasco es un narcomenudista que ha operado en la zona desde hace tiempo, y que ahora está preocupado porque una banda de mexicanos están dominando la plaza y los empiezan a desplazar, al ser más malos y mejor armados, los locales tienen poco que hacer y en principio se subordinan al eje del mal.
Benito que es un andaluz, depositario judicial, un personaje sin mayor trascendencia narrativa natural, su trascedencia se construye forzadamente y se nota. El personaje pudo bien no existir y sólo es una cuestión de estereotipos o presencia andaluza por el que se incluye en la trama.
Todos los personajes españoles se debaten entre el bien y el mal, pero al final todos, salvo por el vasco, quizás, son buenos y moralmente aceptables y son sus circunstancias, que la película si se toma el tiempo de mostrar, las que los ubican en determinadas situaciones que ponen a prueba su moral. Los únicos verdadera y esencialmente malos son los mexicanos. Unos mexicanos que están decididos a apropiarse de la plaza, que no sé sabe donde es porque no se dice para que el espectador haga suyo el lugar, es decir, que puede ser cualquier lugar, nuestro propio pueblo; pero todos sabemos que es Cadiz.
Cuando alguien le reclama a los mexicanos sus intentos de apropiarse de un territorio que era “trabajado” por el vasco y su banda, el líder mexicano de la banda internacional de mexicanos, le dice que esa tierra no es de nadie y de ahí el nombre de la película. Los mexicanos han venido a invadir Cadiz, que puede ser cualquier lugar de España, por eso no se dice donde es, para que las catervas se sientan identificadas.
Como observaremos a lo largo de la película, los vascos, los gallegos y los andaluces, en el más pueril y reaccionario nacionalismo español, se unirán para expulsar de su tierras a los extranjeros que piensan apropiársela, como hace más de 500 años los españoles invadieron lo que ellos mismos llamaron Veracruz o la Isla La Española o Cuba (donde establecieron una base para el tráfico de esclavos) o Cartagena de Indias puerta de entrada de los esclavos negros.
Pero más que el nacionalismo burdo y recalcitrante que muestra la película, a costa de los mexicanos, lo que más llama la atención es el dibujo que se hace de éstos en la película. Los únicos verdaderamente malos son los mexicanos, los únicos profesionales del narcotráfico son ellos, los demás son pescadores tratando de sobrevivir al capitalismo.
No hay ni un español o de algún otro país en la banda de narcotraficantes que opera en la tierra de nadie, al principio, si ponen mucha atención podrán ver que se insinúa la presencia de franceses en la escena que es en el mar, no propiamente en la tierra de nadie. Tampoco hay ningún mexicano bueno o, massea, medio bueno como el vasco. Los malos españoles tienen una “razón” para ser malos, los mexicanos solo son malos porque así somos los mexicanos, Donald Trump, tenía razón.
Todos estos elementos ayudan a construir un estereotipo infame e injusto alrededor del mexicano en general, sin diferenciar a unos de otros, no en un sentido jerárquico, sino humano.
Aunque es verdad que México hoy en día es uno de los principales países productores y “formadores” de narcotraficantes y sicarios, donde residen los cárteles más peligrosos; que muy probablemente algunos estén operando en España, no lo sé y por lo mismo no me gustaría negarlo llanamente; y que es un hecho que son mexicanos algunos de los narcotraficantes responsables de la generación de violencia en el trasiego internacional de drogas, no sé si en España, pero en algunos otros lugares del mundo como Centroamérica su presencia está comprobada; la forma en que se desarrolla la trama refleja un único tipo de mexicano: el narcotraficante, conforme al discurso construido desde la Casa Blanca, estableciendo una falsa representación social del mexicano como delincuente.

Con esto no quiero decir, de ninguna manera, que no debemos de hablar del gran problema mundial que representan el consumo de drogas ilegales y su tráfico local e internacional, ni tampoco que no se deba señalar o exhibir a los responsables, sean mexicanos o de donde sean; por el contrario, se tiene que hablar del asunto y el cine es un mecanismo para estimular esta discusión, pero tiene que hacerse con honestidad y ética, sobre todo sin racismo y otros prejuicios.
Lo que resulta injusto y peligroso, porque alimenta un discurso de odio y confirma la construcción del chivo expiatorio de Trump, no es la exhibición del asunto, es la estereotipación de todo migrante, de todo migrante mexicano (cualquiera que sea lo que el hombre blanco entiende por migrante mexicano, mexicanos o “sudacas” o ambos) como narcotraficantes sine qua non.
Para sustentar todo lo anterior, y a la luz del visionado que en algún momento puedan hacer los lectores de la película, voy a retomar algunos pasajes del libro El chivo expiatorio de René Girard:
“Tomemos ahora como ejemplo a otro condenado. Este ha cometido realmente el acto que desencadena en contra de él las violencias de una multitud. El negro ha violado realmente a una mujer blanca. La violencia colectiva deja de ser arbitraria en el sentido más evidente de la palabra. Sanciona realmente el acto que pretende sancionar. Podríamos imaginar en tales condiciones que no hay distorsiones persecutorias y que la presencia de los estereotipos de la persecución ya no tiene la significación que le concedo. En realidad, las distorsiones persecutorias están ahíy no resultan incompatibles con la verdad literal de la acusación. La forma en que los perseguidores representan el delito sigue siendo irracional. Invierte la relación entre la situación global de la sociedad y la transgresión individual. Si existe entre ambos niveles un vínculo de causa o de motivación, sólo puede ir de lo colectivo a lo individual. La mentalidad persecutoria se mueve en sentido contrario. En lugar de ver en el microcosmos individual un reflejo o una imitación del nivel global, busca en el individuo el origen y la causa de todo lo que la hiere. Real o no, la responsabilidad de las víctimas sufre el mismo aumento fantástico.”
Girard nos pone el ejemplo de un negro que ha abusado sexualmente de una mujer blanca, dice que aparentemente no habría estereotipación persecutoria porque es verdad que el negro ha violado a la blanca. Pero que en el fondo no es así, que existe estereotipación persecutoria, a pesar de que los hechos imputados al negro sean verdaderos por la forma en la que se representa socialmente la situación, con la intención de que las masas identifiquen no a un negro, sino a todos los negros como violadores de blancas, como un mal general de la sociedad antes de analizar el hecho individualmente.
“Para atribuir a las víctimas la «indiferenciación» de la crisis se les acusa de crímenes «indiferenciadores». Pero, en realidad, son sus rasgos victimarios los que exponen a la persecución a estas víctimas. “
El hecho se representa de tal forma frente a las masas, que el negro será culpable por ser negro antes de por haber cometido la violación. En ese sentido, todos los negros son violadores y todas las violaciones son efectuadas por negros y si vamos más allá, como lo intenta Trump con los mexicanos, todos los delitos son causados por negros o por “moros” en España —un imaginario social que actualmente se fortalece en ese país, donde, aunque parezca increíble, muchos españoles creen fehacientemente que todos los delitos que se cometen en su país son ejecutados por moros o migrantes (africanos, rumanos, etc.)—. O lo que sería lo mismo, aplicado al análisis de la película: todos los mexicanos inmigrantes somos narcotraficantes y todo el tráfico de drogas es de mexicanos.
En lugar de buscar en las circunstancias globales de la sociedad las situaciones que podrían motivar comportamientos delictivos individuales, encuentran, los perseguidores, en un comportamiento individual la causa, no sólo de un mal general (todos los abusos sexuales), sino de todos los males generales (todos los delitos), de tal forma que el negro no sólo es culpable de una violación, sino que, todos los negros son culpables de todas las violaciones que ocurren en la circunscripción, y se va más allá: todos lo negros son culpables de todos los delitos que afectan a esa sociedad:
En lugar de ver en el microcosmos individual un reflejo o una imitación del nivel global, busca en el individuo el origen y la causa de todo lo que la hiere. El chivo expiatorio será sacrificado para limpiar el pecado del mundo, no sólo un pecado, sino todos los pecados del mundo.
Aunque la conclusión del negro que acabamos de desarrollar parezca inverosímil o exagerada, esto sucede en España en la realidad y de ahí mi preocupación al ver Tierra de nadie: Si un musulmán es encontrado robando (o dicha circunstancia se repite mínimamente en términos porcentuales), los medios manejan la información de tal forma que la percepción social hoy en España es que los musulmanes son responsables no solo de todos los robos que suceden en España, sino de todos los delitos que se cometen en el país.
Así, no es que Tierra de nadie muestre a un par de mexicanos traficando drogas, en un hecho aislado e individual, Tierra de nadie muestra a todos los mexicanos como culpables de todos los problemas de la sociedad española, no sólo del trasiego de sustancias ilegales, sino de la apropiación de la tierra de nadie; de la corrupción policial; de los problemas de falta de empleo y oportunidades, ya sea de un pescador, de un narcomenudista, de un depositario judicial o de cualquier otro; del desplazamiento de los locales a la periferia por el efecto gentrificador del turismo; del consumo de drogas (como quiere hacerlo ver Trump, ya que ahora resulta que los consumidores blancos son víctimas), etc.

Podemos afirmar lo anterior, sin temor a equivocarnos porque Tierra de nadie no atiende a las causas globales, o situaciones similares, que pueden influir en los hechos individuales que se denuncian en la película, ni siquiera involucra a personajes con otros rasgos o características como responsables, sino que un hecho delictivo individual, lo generalizan, lo indiferencian (lo despojan de cualquier distinción con hechos similares), lo engloban y lo asocian indisolublemente con personas de un grupo minoritario débil de características comunes, en este caso, ser mexicanos.
De tal forma que cualquiera que vea la película saldrá con la firme convicción de que, así como los negros son culpables de todas las violaciones de mujeres blancas, todos los mexicanos somos culpables de todo el tráfico de sustancias ilegales de Cadiz y del resto de España. Donde el documento no distingue, las masas no lo harán.
¿Por qué los mexicanos y no los franceses, cuya participación se insinúa en la película, por ejemplo? Al principio de la película una chica que va en la embarcación con la droga habla en francés, pareciera que en estas bandas internacionales hay franceses, pero nunca vuelve a aparecer un francés ni de ninguna otra nacionalidad, la historia se enfoca en los mexicanos.
Girard dice que esto se debe a que los perseguidores siempre buscarán a sus víctimas (los estigmatizados) en individuos o grupos étnicos socialmente débiles o vulnerables, por su falta de presencia (minorías), por sus diferencias socio-culturales-religiosas o incluso físicas, o por su falta de integración, por eso tanto Trump, como Tierra de nadie escogen a los mexicanos como chivo expiatorio y no a los franceses: “la pertenencia de las víctimas a determinadas categorías singularmente expuestas a la persecución…
Las minorías étnicas y religiosas tienden a polarizar en su contra a las mayorías. Hay muy pocas sociedades que no sometan a sus minorías, a todos sus grupos mal integrados o simplemente peculiares, a determinadas formas de discriminación cuando no de persecución. En la India, básicamente se persigue a los musulmanes y en el Pakistán a los hindúes. Hay pues unos rasgos universales de selección de víctimas que constituyen nuestro tercer estereotipo.
Junto a criterios culturales y religiosos, los hay puramente físicos. La enfermedad, la locura, las deformidades genéticas, las mutilaciones accidentales y hasta las invalideces en general tienden a polarizar a los perseguidores…”
En el caso de los mexicanos, y de los que llaman despectivamente “sudacas”, que compartimos con España, por imposición, muchos rasgos religiosos y culturales, nuestras diferencias, que nos vuelven vulnerables ante los perseguidores, y susceptibles de persecución, son fisonómicas: morenos, chaparros, lampiños, con acento diferente.
Así, los personajes mexicanos de Tierra de nadie son caricaturizados con estas características, e incluso, para reforzar la estereotipación van más allá y los dotan de otras características ridículas, por ejemplo, al mexicano más malo le dan como arma un cuchillito como con los que los indios desollaban a las personas que sacrificaban, es el mismo personaje al que le ponen un bigote delgado y llaman Cantinflas con intenciones peyorativas, en su supina ignorancia ya que ya quisieran tener la mitad de talento del actor mexicano. Hay que recordar que el principal rasgo de las personas racistas es su notoria falta de educación.
De tal forma que nuestras diferencias físicas y de origen (étnicas) nos convierten en inválidos, en anormales frente al segregacionista. Se convierte al inválido en deforme y al extranjero en apátrida:
“La invalidez se inscribe en un conjunto indisociable de signos vejatorios, y en ciertos grupos —un internado escolar, por ejemplo— cualquier individuo que experimente dificultades de adaptación, el extranjero, el provinciano, el huérfano, el hijo de familia, el pobre, o, simplemente, el último en llegar, es más o menos asimilable al inválido…
Paralelamente, cuando un grupo humano ha adquirido la costumbre de elegir a sus víctimas en una cierta categoría social, étnica o religiosa, tiende a atribuirle las invalideces y las deformidades que reforzarían la polarización vejatoria si fueran reales. Esta tendencia aparece netamente en las caricaturas racistas.”
Las causas que originan las conductas delictivas tampoco importan, lo que se precisa en el largometraje es formular una acusación, un señalamiento, convincente, que mezclando realidad con ficción construya una representación social creíble, la muchedumbre tampoco necesita mucho para dejarse convencer.
“No tenemos por qué preocuparnos de las causas últimas de esta creencia, por ejemplo, de los deseos inconscientes de que nos hablan los psicoanalistas, o de la voluntad secreta de oprimir de que nos hablan los marxistas. Nos situamos en un momento previo; nuestra preocupación es más elemental; sólo nos interesa la mecánica de la acusación, los entramados de las formas en que se presentan las persecuciones con las acciones en que se desarrollan. Integran un sistema y aunque para entenderlo resulte imprescindible pensar en sus causas, con la más inmediata y evidente nos bastará. Se trata del terror que inspira a los hombres el eclipse de lo cultural, la confusión universal que se traduce en la aparición de la multitud; ésta coincide, finalmente, con la comunidad literalmente «desdiferenciada», es decir, privada de todo lo que hace diferir a unos hombres de otros en el tiempo y en el espacio, que ahora, en efecto, se amalgaman de manera desordenada en un mismo lugar y momento.”
Las catervas no irán más allá de la acusación convincente, no investigarán, vamos ni siquiera harán una reflexión seria, hay un esquema transcultural de la violencia colectiva que es fácil esbozar:
“La multitud siempre tiende a la persecución pues las causas naturales de lo que la turba, de lo que la convierte en turba, no consiguen interesarle. La multitud, por definición, busca la acción pero no puede actuar sobre causas naturales. Busca, por tanto, una causa accesible y que satisfaga su apetito de violencia. Los miembros de la multitud siempre son perseguidores en potencia pues sueñan con purgar a la comunidad de los elementos impuros que la corrompen, de los traidores que la subvierten.”
Continúa diciendo Girard:
“Los perseguidores siempre acaban por convencerse de que un pequeño número de individuos, o incluso uno solo, puede llegar, pese a su debilidad relativa, a ser extremadamente nocivos para el conjunto de la sociedad. La acusación estereotipada permite y facilita esta creencia y desempeña un papel mediador. Sirve de puente entre la pequeñez del individuo y la enormidad del cuerpo social.”
El testimonio estereotipador, en este caso la película de Albert Pintó, constituye una acusación estereotipada —hay que decir que en reiteradas ocasiones se ha dicho, por parte del equipo de producción, que la película se basa en hechos reales—. Un instrumento que permite que las catervas, incapaces de hacer un análisis más profundo de la situación y las causas de sus problemas —porque claro, eso los llevaría a identificar responsabilidades propias—, se convenzan de que un pequeño grupo de individuos, en este caso los mexicanos inmigrantes, son los responsables de todos sus males y convertirse en nocivos para la sociedad en su conjunto.
Girard dice que cada vez que un testimonio oral o escrito muestra violencias colectivas, nos preguntemos si ello supone, además, la concurrencia de dos o más de los siguientes estereotipos, para saber si estamos frente a una persecución estereotipada:
- La descripción de una crisis social y cultural, o sea de una indiferenciación generalizada —primer estereotipo…Las crisis es el cúmulo, o la dimensión, de problemas y vicisitudes que concurren en espacio y tiempo y que afectan a una o varias comunidades, en este caso la crisis del terrible incremento (porque no es algo nuevo) de la violencia y el tráfico de drogas en el sur de España (Cadiz particularmente) y todos los males que ello conlleva. Pero no sólo eso, sino también la crisis política que vive España, en particular nos podríamos referir, y sólo por poner algunos ejemplos, a un poder ejecutivo débil; a su ineficiente, por decir lo menos, sistema de administración de Justicia; o a todas las consecuencias políticas que han traído los convenios suscritos por el PSOE con diferentes bloques políticos independentistas para reunir los votos necesarios para que Pedro Sánchez asumiera la presidencia, situación que enardecido —más de lo que suelen estar— a las grandes parcialidades de derecha del país. De ahí, quizás, que un gallego, un vasco y un andaluz sean los personajes, muy bien marcados, centrales del largometraje, quienes terminarán unidos, España por fin unida (pero sin concesiones descentralizadoras) —el sueño de la derecha nacionalista española— para expulsar al extranjero de la Tierra de nadie. También podemos hablar de la crisis que implica la falta de justificación de la subsistencia de la monarquía, una monarquía con un pasado oscuro y muchos problemas de transparencia, por decir lo menos. La crisis generada por el mal manejo de la emergencia de la Dana que trajo consecuencias lamentables e irreparables y que tiene a la derecha como su principal responsable. Etcétera.
- Crímenes «indiferenciadores» -segundo estereotipo… Corrupción, asesinatos, el propio tráfico de sustancias ilegales en donde todos los hechos de trasiego son uno o por lo menos los mismos, donde parece que una sola banda internacional cuyos miembros más ilustres son mexicanos, son los responsables del trasiego de sustancias ilegales. Donde toda la corrupción, todo el narcotráfico, todos los asesinatos son idénticos, en cuanto a sus causas y responsables.

- La designación de los autores de esos crímenes como poseedores de signos de selección victimaria, unas marcas paradójicas de indiferenciación… Los mexicanos inmigrantes en general —y eso que la mayoría de los mexicanos que van a España son turistas o estudiantes— sin distingos, malos, morenos, chaparros, feos, corruptos, extranjeros, indios, gandallas, hablan diferente. Todos los mexicanos que aparecen en la película son narcotraficantes y todos los narcotraficantes internacionales (extranjeros) que tienen relevancia narrativa en el largometraje son mexicanos.
René Girard dice que de la yuxtaposición de varios estereotipos en un solo e idéntico documento, en este caso Tierra de nadie, se deduce que hay persecución. Y recordar que la persecución va después de la segregación y del racismo.
“Su presencia nos lleva a afirmar que [la presencia de los estereotipos descritos arriba]: a) las violencias son reales, b) la crisis es real, c) no se elige a las víctimas en virtud de los crímenes que se les atribuyen sino de sus rasgos victimarios, de todo lo que sugiere su afinidad culpable con la crisis, d) el sentido de la operación consiste en achacar a las víctimas la responsabilidad de esta crisis y actuar sobre ella destruyéndolas o, por lo menos, expulsándolas de la comunidad que «contaminan».”
Resulta evidente que Tierra de nadie es una película xenófoba que busca construir, a costillas del mexicano, un chivo expiatorio para solventar los tiempos de crisis que vive España, y el mundo capitalista en general, confirmando el discurso de odio antimexicano que Donald Trump ha construido.
No les diría que no vean la película, porque pienso lo contrario, creo que tienen que verla y que cada quien saque sus propias conclusiones. Lo que sí, es que si alguien llegara a estar de acuerdo conmigo, después de ver la película, considero importante que se manifieste de manera pacifica, razonada y dialéctica en contra de esta infamia, no por reacción a esta o por venganza, sino para tratar de impedir que el chivo expiatorio mexicano se siga construyendo y se consolide. El estigma del delincuente se esta tatuando en la frente de todos los mexicanos y de todos los que parecen mexicanos (sudacas) y no sé ustedes pero yo no quiero ser crucificado para expiar los pecados de otros.
#YoSoyMexicanoyNoSoyNarco (por ejemplo)
No es un problema de nacionalidades o nacionalismos, eso debe de quedar muy claro, España es un país maravilloso y la mayoría de su pueblo, conjunción de varios pueblos, son nuestros hermanos, yo en particular así lo siento. Estamos, más bien, frente a un problema político, de una derecha abyecta que está tratando de rescatar y apropiarse del sistema al que estamos sometidos, el capitalismo, a base de envenenar a la gente. La lucha no es contra un pueblo sino contra una facción política históricamente deleznable.
El problema del narcotráfico es un problema grave que está inundando otros países; ¡Y es verdad! Hay una fuerte presencia de mexicanos en la violencia y el trasiego internacional de drogas, que además han causado mucho daño todo donde se paran, y no hablo de España ni EEUU, hablo de Guatemala, El Salvador, Honduras. Se tiene que hablar de lo que pasa y se tiene que señalar a los responsables una y otra vez, sean mexicanos o de donde sean, pero se tiene que hacer con ética y lealtad a la verdad y a la razón.
Antes estigmatizar a todos los mexicanos como culpables de narcotráfico y ser el nuevo chivo expiatorio del capitalismo global, yo quisiera poner tres puntos a consideración de las masas perseguidoras:
- Las primeras y más sufridas víctimas del narco mexicano hemos sido los propios mexicanos, en un país que se esta destruyendo por las ambiciones de estos grupos, resultaría todavía peor y absolutamente injusto que, además de está situación que vivimos, que en sí ya es dramática e insoportable, todavía se nos señale como culpables internacionalmente de nuestra propia desgracia.
- El problema del narcotráfico tiene varias aristas, hay una que nunca se analiza que es el consumo; y no sólo eso, sino que con el discurso de los gobiernos gringos, ahora resulta que los consumidores son víctimas, cuando son el otro lado del problema, no sólo sanitario, sino de seguridad. No cabe duda que vivimos en el mundo del revés, los mexicanos víctimas del narcotráfico somos responsables éste y los consumidores, generadores de demanda, son las víctimas.
- Somos alrededor de 129 millones de mexicanos y dudo que el 1%, 1,290,000 mexicanos estén involucradas de cualquier manera en el tráfico de drogas. Pero aun así, suponiendo que la mitad de los mexicanos fuesen o deseasen ser narcotraficantes, incluso en ese caso, resultaría injusto tacharnos a todos, sin diferenciar, sin distinciones, de narcotraficantes.
Yo soy mexicano, migrante, y no soy narco.
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