Fuente: http://www.chilango.com/ciudad/cosas-g-r-a-t-i-s-que-puedes-hacer-en-el-df/

Muchas veces me ha sucedido que en las pláticas entre amigos y conocidos, no falta el comentario acerca de lo privilegiado que soy por vivir en la  capital del país. Tienen todo allá, exclaman, las oficinas de gobierno juntas para ustedes, el transporte es baratísimo, los eventos importantes siempre los acaparan. Sin duda no les falta razón; la capital –como todas– históricamente siempre ha sido un punto neurálgico.

Sin embargo, la situación cambia cuando les hago una pequeña acotación: sí, mis días los paso en el Distrito, ahí he estudiado, ahí he trabajado… pero yo no vivo ahí. La contrariedad se muestra en sus rostros, sobre todo cuando me hacen notar, ¿cómo? pero te oyes como los de allá. Su exclamación no carece de verdad. Nací en el Defectuoso, me escucho con el caló del capitalino, me alimento de quesadillas de chicharrón, de frijoles y de queso –por supuesto–, viajo en el metro… pero no vivo en la capital. Lo explico.

Muchas de las personas que pasamos buena parte de nuestros días en la CDMX, no vivimos en la ciudad, es decir, no estamos avecindados en ella. Nos alimentamos en ella, de ella y ella se alimenta de nosotros, pero procedemos de sus márgenes, sus orillas, de sus límites.  Y eso es una tremenda diferencia.

Cuando se vive, sobre todo, al norte del otrora Distrito Federal o DF, –Defectuoso, Chilangolandia, Capirucha, entre otros títulos que cariñosamente designan a la muy noble y leal Ciudad de México– la cotidianidad tiene un matiz diferente. La llamada Zona Metropolitana[i], aunque técnicamente suele considerarse un territorio incluido, adherido o adjunto a la megalópolis, no es la capital.

Quienes procedemos de ella, también padecemos ese centralismo que la capital tiene y del cual muchas personas de otras regiones se quejan amargamente. Para el “chilango” de la zona metropolitana, es más deprimente el asunto, dado que si bien puede asumirse como capitalino, por hacer sus días en ella, no deja de pertenecer al “Establo de México” –apelativo dado a la entidad mexiquense colindante con la urbe capitalina–, no goza plenamente de los mismos derechos civiles, políticos ni económicos que el avecindado en la ciudad tiene, aunque a diario conviva con él.

Generalmente debe pararse a horas de la madrugada para tomar el camión que llega a la estación de metro que lo lleva a su lugar de trabajo. Dicho traslado se debe a que muchas veces no hay fuentes de empleo en los lugares donde vive el chilango indefinido. Tiene que pagar lo doble el pasaje en el transporte público: el que paga para llegar al metro y que se incrementa de acuerdo a la distancia entre su casa y la estación, el boleto del metro y el taxi, por si se ofrece.

Lo mismo será de regreso. Todo ello a las denominadas horas pico, en medio de los cotidianos empujones, tallones y demás contactos-sin-querer, generados por el hacinamiento en los vagones. Después sigue la inmersión en un tráfico desmedido, en donde tramos que en momentos relajados del día se cruzan en media hora, terminará sufriéndolos por hora y media o más, pues todo mundo quiere llegar a descansar a su casa.

Son esos lapsos cuando aprovecha, si es que se puede, para tomar un descanso aventándose un coyotito, eso si es que le toca asiento, y si no, duerme parado. También hay oportunidad de leer capítulos completos de libros o novelas de moda, hacer la tarea que le dejan en la escuela, comer alguna fritura-golosina-ensalada-antojito para atarantar la tripa, en lo que llega a su destino a comer algo  decente. Otras opciones son escuchar algo de música en su celular, o tener buena disposición para oír las guarachas, cumbias y demás géneros del playlist del chofer de transporte en turno.

Ahora que si trae carro y dinero, puede subirse al segundo piso del periférico para librar el tráfico, aunque ahí también puede encontrar aglomeración y salirle peor: tener transito lento y cobrado a su bolsillo. Si el tráfico está a vuelta de rueda, deberá prevenirse con algún recipiente –generalmente botellas de plástico– “por si las aguas” reclaman salir de su cuerpo entumecido de tanto tiempo esperando avanzar en los carriles de alta. Par las mujeres este último aspecto se torna aún más crítico.

El chilango indefinido se tiene que dividir en dos o más partes cuando se trata de trámites burocráticos: pagar la tenencia del carro en el DF, que es donde seguramente lo adquirió, e ir a pagar el predial, el agua, la luz y la inscripción de sus hijos en la escuela que está en el Estado de México; gestionar su acta de nacimiento en el Distrito porque se la pidieron para poder matrimoniarse en el Estado; va a fiestas al Distrito porque sus amigos viven ahí, pero se regresa temprano porque la carretera del Estado “se pone fea” a cierta hora o porque ya no alcanza el último camión que llega por sus rumbos. A menos que quiera pagar “las perlas de la virgen” para que un taxi lo lleve hasta allá.

Si trae automóvil, en el Estado los programas de circulación vehicular en ocasiones no le restringirán el tránsito por su demarcación, pero si entra al Distrito tendrá que estar al pendiente de que no lo paren porque no le tocaba circular ese día.  Si viene enfiestado se tiene que cuidar de los polis de ambas jurisdicciones, aunque los estatales tienen fama de ser más cabrones a la hora del trato y la supuesta “mochada” que sus similares del Distrito.

En caso de que lo llegan a demandar, tendrá que ir a resolver su situación legal a juzgados del Distrito o a juzgados de su municipio, cuando los hay, porque si no tendrá que darse la vueltecita a los de la capital del Estado: ¡Allá en Toluca te resuelven! Es decir, la capital del chilango indefinido generalmente le queda más lejos que la capital del país.

En el caso de conciertos, eventos culturales o visitas a algún museo tiene que acudir al Distrito porque ahí están los “lugares importantes”, mientras que en el Estado esas actividades son pocas o nulas debido a la falta de espacios dedicados a ellas. A menos que quiera dar el tour en las cada vez más numerosas plazas comerciales que se construyen en la zona, sitios ideales para embarcarse en créditos innecesarios para cosas innecesarias, o simplemente para conseguir más caro lo que en el Distrito le sale más barato.

Así pues, el chilango de la Zona Metropolitana se divide entre dos lealtades, dos realidades, dos territorios… creo que a veces dos vidas. Se mueve entre dos pautas buscando cual le conviene más o cual lo perjudica menos. No es de aquí ni es de allá y esa indefinición es lo que parece definirlo. Es chilango porque vive sus días en el Distrito pero finalmente llega y sueña a su casa en el Estado. 

 

Notas al pie

[1] Se tiene considerada como la “Zona Metropolitana del Valle de México” a todos los municipios conurbados a la Ciudad de México en su parte norte, pero que pertenecen al Estado de México. La zona convencionalmente comprende  los municipios de Naucalpan de Juárez, Huixquilucan, Tlalnepantla de Baz, Atizapán de Zaragoza, Cuautitlán Izcalli,  Tultitlán, Coacalco, Cuautitlán de Romero Rubio y Ecatepec de Morelos, aunque aparentemente sigue en expansión dado el incesante avance de la mancha urbana, lo cual, haría incluir varios municipios más.