Cada día nos enfrentamos con más frecuencia al problema de las audiencias hipersensibles, que buscan en el cine una forma de escapar a una realidad que nos atormenta por goteo.
Los tópicos de las audiencias hipersensibles son los consentidos de la hegemonía, desde luego que no es casualidad, hay un mecanismo de alineación de masas operando. Historias simples y sin sentido o románticas (amor romántico), comedias superficiales (escuela hollywoodense de comedia), superhéroes de cómic, super héroes de guerra (gringos buenos y rusos malos, aunque ante la caída del comunismo marxista, los islamistas han empezado a tomar el lugar de los rusos), propagandistas del echaleganismo (historias reales o ficticias de gente que logra romper las barreras de desarrollo personal o colectivo impuestas por la desigualdad endémica del capitalismo) o animaciones para todas las edades con mensajes platónicos (filosofía compatible con la doctrina cristiana).
Son también las opciones que les encantan a las distribuidoras cinematográficas, no sólo por taquilleras, sino también por dúctiles e inofensivas. Y que imponen a los espectadores, a través de la monopolización impune de los espacios de exhibición. Cerrando un círculo vicioso perfecto, ya no sabemos que fue primero el huevo o la gallina ¿Fueron las audiencias hipersensibles las que determinaron los contenidos de las grandes distribuidoras de cine o fueron las grandes distribuidoras de cine las que moldearon el gusto de las catervas? Para mí es bastante obvio que la razón de la homogeneidad en los gustos cinematográficos de las masas está en la segunda parte de la pregunta, la alineación y uniformización, pero hay mucha gente que no lo tiene tan claro.
Gracias a este perenne control absoluto de lo que podemos y no podemos ver, los poderes hegemónicos han logrado moldear conforme a sus intereses los gustos de las masas atormentadas por nuestras realidades. Sobre todo a esas clases aspiracionales que están dispuestas a soportar todo con la esperanza de que algún día el capitalismo les cumpla lo que les ha prometido, les haga justicia y les convierta en realidad sus sueño de grandeza y riqueza, porque los sueños de las catervas se limitan a eso, al dinero, a ser los nuevos ricos del barrio. No es difícil hacer felices a las masas, de ahí que su corruptibilidad parezca endémica o esencial.
Ante este triste panorama, hacer películas de denuncia, que muestren la precariedad y las miserias humanas, que desenmascaren las grandes felonías y sus villanos de ayer, hoy y siempre; o que pongan en tela de juicio el falaz sueño americano o los enormes daños y perjuicios de conseguirlo, significa estar dispuesto a que tu película no la vea nadie, más que los 15 amigos que puedas juntar en un día sin lluvia en un rincón casi clandestino.
Pero por si ese candado no fuese suficiente, en la actualidad, los valientes que renuncian a la taquilla, a ser famosos y reconocidos, a llegar a los Oscares y codearse con Robert De Niro, se enfrentan a un segundo bloqueo de reciente configuración: ya ni siquiera los festivales de cine independiente —el último reducto del cine libre, de arte y de denuncia— programan cine tremendista, donde explícitamente se revelen las injusticias sociales (sin exageraciones) o se atrevan a ser demasiado gráficos en una violencia (sin ficción) que, en la realidad, algunos sectores de la humanidad viven todos los días en idénticas dimensiones.
Los hegemonistas (léase los lacayos de la hegemonía, que consciente e inconscientemente, pululan por el mundo al servicio de los fines más abyectos del capitalismo, el imperialismo y el patriarcado) justifican la censura de hecho de la que hablo con el argumento consistente en que el cine de denuncia es oportunista y únicamente trata de conseguir beneficios personales para sus autores sin ninguna convicción social de cambio o solución. Por lo que hay que evitar este cine, porque así evitamos la comercialización de la miseria, la exhibición de nuestras desgracias con fines de beneficio personal meramente lucrativos y de reconocimiento. Podemos llamar a esta tesis el argumento de la pornomiseria.
Argumento que no descarto de plano, es decir, de manera absoluta, ni mucho menos. —De hecho, próximamente escribiré un artículo sobre una película que cae en el argumento de la pornomiseria.— Lo que quiero decir es que el argumento de la pornomiseria en algunos casos puede ser válido, pero no en todos.
El problema que veo es que bajo este argumento de la pornomiseria, los más miserables y embusteros defensores de la hegemonía, los hegemonistas, los pornocapitalistas, vieron la mejor oportunidad para descalificar de forma maniquea y general todo tipo de cine de denuncia. No se detienen a pensar si existe una razón o causa válida, o una intención legitima en alguna de las obras de este tipo, sino que por default se catalogan todas como pornomiseria. No se hace un análisis para cada caso a efecto de determinar si una pieza cinematográfica en concreto tiene únicamente intensiones comerciales y de beneficio personal, de lucrar con nuestras miserias o, si por el contrario, existe una intención de denuncia, de resistencia, de lucha, de visibilización de la perversiones más profundas y de búsqueda de soluciones.
La directora hindú Payal Kapadia encontró una solución, no ideal definitivamente, pero efectiva, de acuerdo con los tiempos canallas que corren, para vencer la barrera de la censura tácita que sufre el cine de denuncia; y, además, para no herir las hipersensibilidades blancas o hegemónicas de las masas capitalistas alineadas y alienadas.
Está solución, corta pero eficaz, la podemos llamar poética de la denuncia, que consiste en edulcorar la queja, matizar el agravio e invisibilizar la violencia, convertirlo poéticamente para que las masas hipersensibles no se sientan agredidas y para que pase la censura de los hegemonistas dueños de los canales de distribución y exhibición del cine, así como los programadores de festivales de cine.
Payal Kapadia logra de maravilla esta poetización de la denuncia con: Todo lo que imaginamos como luz (All We image as ligth), su primer largometraje de ficción que triunfó en su premier mundial que se llevó a cabo en la pasada edición del Festival Internacional de Cannes obteniendo el Gran Premio (Grand Prix), segundo mejor galardón al que puede aspirar una película en ese ya casi comercial festival de cine francés. Además, fue parte de la Selección Oficial de la Competencia Internacional del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM 14) donde ganó el Premio del Jurado.
Todo lo que imaginamos como luz, nos habla de la vida de 3 mujeres hindús, enfermeras, de distintas edades, que a pesar de que ninguna es de Bombay, las tres han tenido que desplazarse forzadamente hacía esa gran ciudad de la India, quizás víctimas de la concentración urbana de la riqueza, de la centralización de las oportunidades o de la segregación del campo y la vida rural enemigas de la modernidad, los huérfanos del “progreso”.
Todas trabajan juntas en un hospital. Prabha y Anu, además, comparten departamento, Prabha (Kani Kusruti) es algo más grande de edad que Anu, se casó con un marido que su familia le escogió (impuso) desde muy joven, que, encima, tuvo que dejarla para ir buscar mejores oportunidades laborales en Alemania.
Anu (Divya Prabha) es una chica guapa, joven, que, aunque llena de ilusiones, vive con el miedo de que cualquier día su familia le imponga un marido como dicta la tradición. Ella está enamorada de Shiz (Hridhu Haroon), un simpático lozano que tiene el insuperable inconveniente de ser musulmán, con lo que, en el lejano caso de que la familia de Anu la dejará escoger a su pareja de vida, nunca, la dejarían casarse con Shiz.
La tercera mujer es Parvathy (Chhaya Kadam), quien sufre el acoso de “desarrolladores” (ni la burla perdonan) inmobiliarios que la sacan de su casa en nombre de la modernidad y el progreso, en uno de tantos casos en el mundo de aburguesamiento de los barrios de las grandes urbes, para ponerlas al servicio del capital.
Iñaki Gil, en su libro Arde París. La nueva revolución francesa, dice que en Francia ya no hay lucha de clases, ahora la lucha en Francia es por la vivienda, poco a poco una clase o sector de más recursos va desplazando a otra de menos recursos del centro hacía afuera, en un abyecto efecto centrifugo humano, donde en el centro se quedan los más poderosos y ricos, enviando a las masas alienadas e hipersensibles a la periferia. En donde tu lugar en el mundo y grado de derechos se puede determinar por la distancia a la que vivas de ese centro burgués, aristocrático y excluyente. París es un ejemplo, pero está pasando en todos lados, Bombay o Oaxaca, Paris o la ciudad de México, Marrakech o Berlín. Nadie se salvará del desahucio masivo del pomposo y excluyente desarrollo inmobiliario, d e s a r r o l l o.
Ante el desplazamiento forzado de Parvathy, no le queda de otra que regresar a su lugar de origen, era un pequeño pueblo con mar (una noche después de un concierto). Por alguna razón que no recuerdo, Prabha y Anu la alcanzan. Es en ese pueblo con mar sabinesco donde las 3 mujeres podrán imaginarse un futuro con luz o al menos imaginarse como luz, iluminadas. Imaginarse en su sentido más onírico, más estricto y cruel a la vez. La imaginación como guardiana de la esperanza quebrada, el anhelo de un futuro fulguroso, resplandeciente que nunca vendrá.
El guion de Payal Kapadia es extraordinario, poco a poco va dibujando a sus personajes con precisión. Personajes que son el alma de la historia. Historia que discurre en medio de injusticias y problemas que a pesar de que sólo se dejan entre ver, a efecto de no herir ninguna hipersensibilidad, son la esencia misma del largometraje. No deja pasar nada, ya es cuestión del espectador si quiere profundizar en las denuncias de Kapadia o quedarse con la pura poesía, que poesía sin denuncia, nunca será realmente poesía, pero hay gente que ha desarrollado la capacidad de separarlas.
Desde el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, pasando por las restricciones patriarcales y el fuerte régimen religioso-social que oprime a la mujer también en la India (en todos lados, pero hablamos del caso particular); los desplazamientos forzados, migraciones tanto internas como internacionales; el abandono de las periferias, del campo; la centrifuga nueva lucha de clases; los matrimonios arreglados; la ortodoxia religiosa, la tradición más perniciosa y la modernidad más inmoral; la directora y guionista toca infinidad de problemas sociales, que lejos de tener una respuesta crecen bajo la hipersensibilidad de las masas.
Aunque si algo que hay que criticar a la película, paradójicamente, virtud y defecto, es no profundizar en ninguno de todos los asuntos sociales que, como entresijos, descubriremos a la lo largo de la historia, los toca tan ligeramente que es posible que incluso las audiencias más atentas se queden sin percatarse de alguno.
Todo esto lo hace Kapadia bajo una poética cinematográfica interesante, nos muestra escenarios oscuros con pequeños destellos y estructuras luminosas que conforman un lenguaje aparte a interpretar por separado. Diálogos bien construidos y claros. Las actuaciones son maravillosas, no hay película que se sostenga sin una buena actuación, pero en este caso, gran parte del éxito de Todo lo que imaginamos como luz es gracias a las muy buenas interpretaciones de todas las actrices.
La película también nos muestra una Bombay enigmática que ejercerá un extraño atractivo sobre el espectador, más allá del morbo turístico. Kapadia nos muestra la Bombay de los comunes.
Es muy probable que tengan la oportunidad de ver Todo lo que imaginamos como luz en algún momento hacía finales de año, no pierdan la oportunidad, incluso si son hipersensibles al sufrimiento humano, a nuestras pornomiserias, les prometo que no saldrán sintiéndose agredidos, ni mucho menos. De momento, sabemos que se estrenará en cines en Francia el 2 de octubre, que no se olvida.
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