“Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”, dice el inolvidable replicante Roy Batty (Rutger Hauer), en una de las escenas épicas de Blade Runner (1982). Blade Runner jamás podría perderse en la historia del cine de ciencia ficción como lágrimas en la lluvia, porque no es una lágrima más vertida en el género, es la lluvia misma.
La historia
Si en Blade Runner la trama se centraba en cómo los replicantes se hacían preguntas que los llevaban a rebelarse contra su sino, en Blade Runner 2049 el punto está en que un replicante asumido como tal descubre que no fue fabricado sino concebido, fue deseado y nació: el conflicto existencial tiene un movimiento inverso al de los replicantes modelo Nexus-6, al que pertenecían los ingobernables y que por ello había que destruir.
Mientras lo que motivaba a los Nexus-6 a rebelarse era una duda individual compartida grupalmente, que les daba una cohesión y un principio de identidad que los hizo buscar un fin común, con el oficial K, encontramos un motivo meramente individualista en donde la liberación es planteada a modo de mesianismo: ese hijo concebido por una replicante fungiría como el libertador que guiaría a los replicantes en su independencia, hacia un plano sobrehumano.
Ahora bien, decir que Blade Runner es una obra esencial y de culto dentro del género de ciencia ficción, es una frase de cajón. Se ha escrito sobre ella a modo de un caudal que podría inundar la propia biblioteca que en torno a esta se ha hecho y que contempla desde textos filosóficos, literarios y cinematográficos. Ofrece aún hoy tela para cortar. Lo que nos preguntamos aquí es si Blade Runner 2049 (2017) podría hacer algo similar a lo logrado por su predecesora. Lo más probable es que no; se diluiría en el tiempo como lágrimas en la lluvia, como unas lágrimas bien elaboradas, sumamente estéticas, costosas y extensas, pero sin la suficiente fuerza ni eco producidos más de tres décadas atrás por Blade Runner. Aunque siempre es posible equivocarse en una predicción.
El protagonista
¿En qué estriba esto? En varios aspectos. Comencemos con Joe, el oficial K (Ryan Gosling), quien actúo durante todo el largometraje como un excelente replicante: sin una transformación creíble, sin lograr despertar una aversión o empatía, neutro como el jabón. Su rostro recibiendo la nieve jamás logró transmitir un ápice de lo que Batty, siendo un replicante de pies a cabeza, logró al estar bajo la lluvia; más humano imposible. Joe, un personaje sin pena ni gloria, que busca una verdad sobre su pasado a la que le faltó riesgo para ser propositiva.
El regreso de Rick Deckard
El elegir a Ryan Gosling –quien era un bebé en 1982– como Joe porque físicamente guarda parecido al Deckard de 1982, tiene sentido. El que Joe actúe reproduciendo la neutralidad de aquel Deckard ochentero, también, sólo que mientras Harrison Ford logró cautivar desde su desgarbado personaje, Gosling es demasiado antiséptico, no tiene la mirada errática de Rick Deckard, quien mantuvo en el misterio su naturaleza en el film de 1982, y ahora en Blade Runner 2049, devuelve el aliento a un largometraje con un ritmo contemplativo demasiado preconcebido.
Sin embargo, pese a que fue emotivo el regreso de Deckard, que la escena tuvo potencia y el holograma de Elvis en medio de Joe y él hizo sonreír, planteó un personaje dependiente de la situación y atado de manos, a medias entre unos tristes puños lanzados en la vejez y la comodidad del exilio.
El homenaje a Harrison Ford lo rindió Denis Villeneuve, director de esta cinta, a través de Niander Wallace (Jared Leto), el ser de ojos nublados y creador de los nuevos replicantes, cuando en una escena toma las manos a Deckard y le dice lo mucho que significa para él. Dicho homenaje es para Ford, para Ridley Scott y para Blade Runner, para un pasado que se antoja insuperable.
El fabricante de replicantes
En Niander Wallace (Jared Leto) encontramos la versión de un junior al mando de la empresa fabricante de replicantes. Un ejemplo más del maquiavélico de élite pero desprovisto de enigmas, quizá, justamente porque nuestra mente conoce demasiado a Jared Leto. Niander encarna muy bien el papel del empresario del nuevo siglo, prototipo del sucesor de los antiguos magnates, que en Blade Runner fueron representados por el doctor Eldon Tyrell (Joe Turkel), con su presencia penetrante y oscura.
La imagen que prevalece de Wallace es una donde queda en segundo plano: cuando se ve el nacimiento de una replicante desprendiéndose de una bolsa gigantesca, cual carne de supermercado. Consideramos que esta escena tiene las implicaciones más profundas de toda la cinta y apenas dura unos minutos.
El creador de origamis
Gaff (Edward James Olmos), el intrigante personaje que habla en una lengua del futuro y da extrañas pistas sobre Deckard, aparece en Blade Runner 2049 con el único fin de crear un origami más, subrayando la nostalgia y mostrando a la vejez recluida en un asilo. La figura del unicornio, símbolo de la primera Blade Runner, da paso a la del caballo en esta secuela. Lo onírico cede su lugar a lo terrenal, donde el cuerno del unicornio desaparece en el nuevo origami de Gaff. El unicornio ahora se transmuta en un simple aunque singular caballito de manera, material extinto y preciado en la Tierra de 2049.
El “poder” femenino
Qué me dicen del papel femenino en esta entrega. La pareja del oficial K, le ofreció una guía en donde la mayor fascinación estribó en los ojos y figura de Joi (Ana de Armas), y el juego de sincronización con Mariette (Mackenzie Davis). Escena que recordó a la película Her (2013) y el juego entre el sistema operativo, Samantha, y una mujer real. Las mujeres del oficial K a modo de un vaivén entre holograma y prostituta: extraordinarios adornos.
La teniente Joshi (Robin Wright), fría, implacable pero finalmente con sentimientos, quien juega el rol de la jefa que se convierte en hada madrina. Trascendencia: el estilo, la elegancia, un diálogo donde da la “pista maestra” sobre cómo a veces se le olvida que el oficial K es sólo un replicante.
Claro, falta Luv (Sylvia Hoeks), la replicante predilecta de Niander Wallace. La mala del cuento. Un personaje sin claroscuros, porque sus lágrimas no conmueven a nadie, porque es un personaje plano al que lo interesante se lo dan sus trajes impecables y sofisticados; es la antítesis de la Rachael (Sean Young), de quien se enamoró Deckard, y que aparece brevemente suspendida en el tiempo.
Freysa (Hiam Abbass), quien sale a escena apenas un par de ocasiones de modo forzado, como la representante del poder femenino y liberador. Vaya representación de poder femenino: aquel que lo que desea es confundir a Joe para no atraer sobre sí las miradas y acabar con el poder masculino que le hace sombra.
La doctora Ana Stellin (Carla Juri), el personaje femenino más interesante de la trama. Aparece apenas unos minutos y está presa entre cristales sin asomo de rebeldía, creando recuerdos. Se conformó con la raquítica libertad artificial ofrecida por Wallace.
No pretendemos hacer una lectura con perspectiva de género, sólo describimos lo representado en la cinta. Las conclusiones sáquelas usted, estimada lectora o lector.
La estética
Soberbia y respetuosa de su predecesora. Con eso podemos definir lo que nuestros ojos vieron en cuanto a la ambientación, los claroscuros, las imágenes con las que nuestra vista se deleitó. Porque sí, este aspecto, junto al musical, fueron lo más disfrutable del film, una entrega auténtica y a la vez fiel a la propuesta original, donde el misterio y lo trágico permanecen. La mejor parte del film. Aquí es donde nuestra crítica coincide con las fanfarrias lanzadas por la crítica internacional.
La esencia Blade Runner: el imaginario de Philip K. Dick
El aspecto fundamental donde Blade Runner 2049 pierde lo que debió intentar preservar o al menos emular, es en esto último: el imaginario de Philip K. Dick (1928-1982), el creador de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, base de la película, no renació en Blade Runner 2049, donde los clichés narrativos hicieron su aparición y el mesianismo tomó el lugar de la rebelión grupal y orgánica.
La poesía genuina en los últimos diálogos de Batty o su irreverencia y crueldad, es suplida por el derrotero existencial de un individualista introvertido, sin gestos suficientes, al que los planteamientos profundos le llegan desde “fuera”, se los ofrece el mundo, no los construye él mismo.
Dick publicó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? en 1968, estaba impregnada del contexto convulso de su época. Dick se sentía identificado con los oprimidos y rechazaba cualquier tipo de dominación política o ideológica. De allí que sus reflexiones en torno a la consciencia humana, estuvieran en estrecha relación con la consciencia colectiva que un grupo determinado podía alcanzar.
Uno de los guionistas de la cinta de 1982, Hampton Fancher, fue quien creó el guion para esta entrega. Fancher representó, eso sí, el contexto de esta época, el aliento individualista de nuestras generaciones, en eso acertó y podríamos decir que logró empatar la esencia argumentativa con la de K. Dick. Su única discrepancia, pero elemental, fue retornar la ruta mesiánica, vinculada a los viejos moldes, como alternativa, tan distante de la propuesta de Dick.
Estética y musicalmente Blade Runner 2049 es una excelente secuela, pero no es lo que provee a una cinta de trascendencia, sólo logran traspasar el tiempo y la memoria las creaciones como un todo, y la obra de Ridley Scott lo hizo, se independizó de su original, la novela de Dick, quien murió en 1982 pero pudo ver un adelanto de la película y observar cómo su universo literario fue traducido magistralmente al lenguaje cinematográfico.
Blade Runner es el ángel perfecto perviviendo a través de la lluvia y la nieve. Blade Runner 2049 es un nuevo modelo de replicante: bien hecho, estéticamente excepcional, con todos los recursos en sus manos, entrelazada, con recuerdos implantados. Y tan pero tan obediente.