Titixe, filme documental con el que debuta en el largometraje Tania Hernández Velasco, trasciende el significado que la palabra tiene para las campesinas y los campesinos al término de la cosecha para convertirse en una profunda reflexión sobre el valor del legado cultural que heredamos de nuestros mayores y antepasados. Nos habla en esencia de la necesidad de evitar que esos conocimientos aprendidos a través de generaciones se desvanezcan con su inevitable partida. Dejarlos ir es condenarnos a perder con ellos una parte de nuestra identidad.

Tras su exhibición en más de 40 festivales internacionales de cine y casi una decena de galardones en México y el extranjero, Titixe llegará a las pantallas de la Cineteca Nacional para su estreno comercial el próximo 23 de julio. Gracias a la poesía visual de los parajes de Guadalupe Victoria, en Puebla, capturados por su lente, Tania buscará cumplir con su promesa de honrar la memoria y los conocimientos de un hombre que dejó en esos surcos amor y enseñanzas, en un país que le ha dado la espalda al campo. 


Ganador en el 2019 del Premio Selección TV UNAM y el Premio Estímulo Churubusco UNAM en la categoría Ahora México del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), Titixe nos habla de cómo las nuevas generaciones han sido orilladas a abandonar el campo y de la resiliencia de quienes siguen trabajando la tierra. Pero, lo más importante, apela a la emotividad de las espectadoras y los espectadores a partir de una historia personal para llevarnos a pensar en la importancia del legado, de conocer nuestras raíces, enorgullecernos de ellas y recuperarlas. De honrarlas.

En días pasados platicamos con Tania, aquí les compartimos la entrevista:

Titixe la diriges, la produces, la fotografías y la editas. Me gustaría que me contarás más sobre este gran proceso en el que te sumergiste y apostaste por realizarlo todo…

Tania: La película comienza a gestarse tal vez en mi corazón, antes que estudiara cine documental, en una conversación con mi abuelo, donde me confesara que se le hacía muy triste que ninguno de sus nietos ni de sus nietas se fuera a dedicar al campo. Él sentía que ahí se perdía algo, fue entonces que le prometí filmar ese trabajo que él hizo toda su vida en el campo y de esa manera quedaría ese testimonio, ese registro. Sin embargo, no nos dio tiempo de hacer esto cuando él vivía,  a su muerte me pesó mucho esa promesa y justo cuando él muere, yo termino de estudiar cine documental por lo que me aventuro a esbozar esta película. Al principio yo no sabía si esto iba a ser un cortometraje o un largometraje o algo que se quedara solamente para la intimidad de nuestra familia.

Entonces el proceso comienza de una forma muy emocional e intuitiva, con la complicidad de mi mamá quién se propone a hacer esta siembra de frijol negro. Yo igual me sumo a esta aventura, a filmar con los recursos que tenía a la mano en ese momento:  una cámara DSLR con una grabadora de sonido pequeñita y ya. También porque mi mamá y mi abuela estaban atravesando por un luto muy fuerte, derivado de la pérdida del abuelo, entonces para mi era muy difícil involucrar más gente en ésta película en esos momentos y decido hacerla en soledad y también porque tenía muchas dudas y muchas preguntas de cómo lo iba a hacer y pensar en colaborar con alguien más me representaba el reto de no saber como expresar de forma adecuada lo que quería y estaba haciendo en ese momento, por eso es que yo lo hago sola, al menos al comienzo.

Después me doy cuenta que hay toda una capa de texturas y que mis posibilidades técnicas especialmente en cuestión de sonido no estaban logrando capturar lo que yo pensaba… estar en el terreno de mi abuelo me hizo descubrir todas las riquezas y matices que lo habitan. Ahí es cuando entra Mariana Rodríguez quién es la sonidista y diseñadora sonora de la película.A partir de ese momento es que yo comienzo a agarrar confianza de que lo que estamos haciendo mi mamá, mi abuela y yo así como pensar en que se puede compartir con más personas y así comienza a madurar lo que es Titixe a ser nutrido por personas que ya no solo son de mi familia sino que son compartidas por un contexto social.

¿Cuánto tiempo te llevo realizarla y cómo es la experiencia al ser tu la realizadora, la hija, la nieta?

Tania: Comenzamos en 2014 y completamos post-producción casi en otoño 2018. Fueron 4 años. La primer etapa de rodaje fueron 5 meses de forma esporádica, los fines de semana me iba a grabar y durante el montaje después me daba cuenta que faltan cosas, detalles, gestos, entrevistas que había que repetir o prolongar y volví a provocar rodajes mientras estábamos todavía editando. Y en cuanto a lo que dices de la distancia, sí, es complicado esto de ser hija, entonces apagas la cámara y abrazas, pero luego en el papel de cineasta pues tienes que tomar decisiones, dejar que ciertas dinámicas se den, entonces al momento de que éstas dos aristas confluyen, son personalmente los momentos a los que les tengo más cariño de la película.

En cuanto al contexto , sobre el legado cultural y al tema en sí, el abandono del campo, tú misma dices, “que dejarlo ir es condenarnos a perder una parte importante de nuestra identidad», cuéntame más sobre ello.

Tania: Yo nací y crecí en la ciudad, fue la generación de mi mamá la que emigró del campo y crecí muy alejada de narrativas que complejizaran y dotaran de dignidad las raíces de mi familia. Hubo una suerte de borrado, de corte que también tiene que ver con un afán de supervivencia de ésta generación, al llegar a un espacio racista, clasista, donde no solo mi familia, sino otras, realizan ejercicios de adaptación que los desvinculan de sus lugares de origen. En ese sentido, cuando yo me reencuentro con este lugar, este quehacer y esta visión del mundo de la que viene mi familia, me llenó de preguntas, de si yo hubiera seguido mi camino sin tener el el privilegio de filmar esa cosecha, ¿cómo me definiría mi identidad, si tal vez le faltaría esa pieza, no?.

Entonces, en ese sentido es muy complejo porque el hecho de que yo haya conocido esa pieza no me vuelve una persona que haya experimentado en carne propia lo que es cultivar la tierra. No puedo enunciarme desde ahí, entonces parecería que hay una pérdida y que es imposible volver a eso, pero para mí lo importante es como re-conectamos, como nos re-apropiamos de eso y lo volvemos parte de quienes somos en los espacios que habitamos. Creo que ese ejercicio de re-imaginación propia es un ejercicio que a nivel identitario es muy importante hacer versus el quedarnos con las narrativas hegemónicas nacionales que son las preponderantes en los espacios que vivimos y que nos creemos sin cuestionar.

¿Qué crees que haga falta para no dejar de lado este tipo de legado cultural, qué tenemos que hacer como mexicanos?

Para mi, lo que me reveló esta posibilidad de reconectar con ese lugar, tal vez eso es el corazón de esta película, la escucha, la cercanía con mi madre y mi abuela. Definitivamente su palabra y su manera de ver y sentir el mundo es lo que a mi me permite tener una especie de ventana hacia el pasado y al futuro; para mi todo está en la escucha y en la mirada cercana, con un convencimiento que desde ahí podemos encontrarnos con esos vínculos muy ricos que nos ayudan a entender quienes somos de una mejor manera y desde dónde somos. Creo que hay muchas preguntas, historias, de gente mayor que está cerca de nosotros como jóvenes, historias que se pueden compartir y no solamente por experiencias de migración o de  desplazamientos culturales sino porque también el paso del tiempo y de formas de vida creo que hay una experiencia de la que podemos aprender y conectar que está ahí al alcance de la mano y es donde debemos voltear.

¿Qué proyectos tienes? ¿En qué estás y qué sigue?

Titixe se estrena en cineteca nacional el 23 de julio y algunas salas alternativas del país en colaboración con CEDECINE en una modalidad que se llama Puente, mientras tanto estoy preparando un nuevo proyecto, que se llama “Mi cuerpo es una estrella que se expande”, que continúa con algunas de las interrogantes que surgen en Titixe y que también es una exploración íntima en primera persona.

Tania Hernández Velasco