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En un diálogo franco con un amigo competente en estos asuntos, muy lector en distintas áreas, surgió el relato de que en mis artículos era frecuente la denuncia de atentados contra la dignidad del semejante, contra la injusticia social, contra la frivolidad, contra la violencia (doméstica o social, física o simbólica). Dado que mi campo de trabajo es la escritura creativa y la crítica literaria, durante mi etapa de investigador académico había puesto en diálogo en mis informes de beca (que habían sido varios), en mis ponencias para Congresos o Jornadas, en mis artículos críticos, en mis capítulos de libros, la importancia de la dignidad del semejante como parte del pacto social. Ya en el campo de la creación literaria o de la escritura de ensayos o artículos, si bien yo publicaba regularmente cuentos o poesías que nada o poco tenían que ver con estas temas o con estos contenidos, en algunos artículos sí ponía el acento en la relevancia de que un escritor estuviera pendiente no solo del exitismo de su carrera, de un camino hacia el estrellato o la celebridad, sino de un trabajo sistemático en torno de los DDHH, de la defensa del así considerado por la hegemonía el distinto (digamos), de los sujetos subalternos, para que gozaran de iguales derechos que quienes pertenecían a los grupos más poderosos o con mayores ingresos a la economía o la educación. De que existiera libertad de expresión. De que se respetara la justicia social. De que las minorías o bien los grupos más vulnerables fueran defendidos en su carácter de padecer la orfandad privada y la ausencia del Estado. Este punto me parecía clave en un escritor: su solidaridad con el semejante. Su responsabilidad frente a la comunidad en el seno de la cual debía ponerse al servicio de los más desprotegidos.

     Me atrevería a decir que una carrera puesta al servicio de la tacañería, de una carrera egoísta, con el pensamiento puesto en los premios o los reconocimientos profesionales ligados solamente a lo literario no me merecía un concepto que connotara virtudes en un escritor o un académico. Consideraba que correspondía a un sujeto volcado hacia el universo de la cultura literaria e intelectual que se manifestara inquieto por cuestiones ligadas al de la ética pública, que participara de un comportamiento cívico en el seno de una democracia. Era mi convicción que correspondía actuara de modo consecuente con sus atributos, dones y su formación que lo dotaban para desentrañar fenómenos socioculturales además de intervenir en la esfera pública. En tal sentido, que actuara en virtud de lo al revés que funcionaba el mundo por estos tiempos: de forma individualista. Por lo tanto, que bueno sería que se sirviera de sus competencias (de lectura compleja de la realidad social, de la posibilidad de ejercer el pensamiento crítico, de poner en diálogo saberes con realidad empírica, de producir textos de un alto grado de precisión, de utilización del pensamiento abstracto, de la detección de problemáticas urgentes para el bienestar del semejante sirviéndose de un metalenguaje de su disciplina, de conocimientos de una abundancia de capital simbólico necesarios para una comprensión de la realidad) que neutralizara ese agresivo atentado contra la dignidad del semejante. Un productor cultural activo, un sujeto de la enunciación que emitiera mensajes reflexivos y expositivos claros, que fueran también intervenciones en el seno de la esfera pública que dinamizaran sus particularidades sociales que eran las que impedían progresar en sus distintos campos vinculados DDHH. Esto era o debía ser para mí un escritor en su carácter más completo. No solamente un productor de textos literarios. No solo alguien que produjera libros u obras bien construidos, exploratorios, de experimentación, de un alto grado de perfección. Debía dar un paso más allá, estar a la vanguardia también en su mirada acerca de la sociedad poniéndose a su servicio.

     En lo personal estaba comprometido más con ciertas causas que con otras por la sencilla razón de que estaba más formado en ellas por distintos motivos de los cuales era y no era consciente. Eran de naturaleza evidentemente inconsciente o consciente, que hacían a mi identidad como sujeto y como parte de una comunidad. Yo también era un sujeto social que había sido atravesado o había él mismo atravesado una sociocultura perteneciente a una ciudad, a una Provincia, a un país, a un continente, a un mundo de todo lo cual no podía sustraerme. No obstante, tal circunstancia no impedía que, aunque no tuviera una formación sistemática en un campo de la cultura intelectual, no fuera capaz de algún tipo de intervención pública en esos otros campos de los cuales no tenía tanta preparación. En tal sentido, la capacidad de escribir, el entrenamiento en hacerlo en torno de distintas especialidades, pero sobre todo el de la escritura creativa y el de la crítica literaria y cultural, habían favorecido la capacidad interpretante en mi vida como productor cultural que me permitía “leer” la realidad, esto es: trazar una interpretación abstracta a partir de ciertos parámetros o premisas acerca de ella que tuviera que ver con lo descriptivo, según facultades ligadas a mi formación en el campo de las Humanidades, particularmente de la literatura, de la crítica literaria y cultural, de la comunicación, de la teoría crítica, de las ciencias sociales. Había hecho un tránsito por los estudios de género bastante en profundidad con énfasis en los estudios sobre la mujer (si bien luego no había proseguido esa línea de investigación), y la literatura infantil y juvenil es un campo de la producción literaria sobre la que vengo trabajando, especialmente la argentina, de modo sistemático, desde hace varios años. Finalmente diría, como para cerrar, que me había concentrado en el estudio de la literatura argentina contemporánea como especialización. Todo este panorama formativo, al que podría sumar el de la teoría de la escritura creativa desde una perspectiva abstracta, permitían un abordaje de lectura de la realidad muy condicionado por estas especializaciones formativas. Esto es: yo no leía desde cualquier lugar la realidad o a partir de cualquiera de la intelección. Sino desde cierta clase de contenidos, enfoques, un metalenguaje de la disciplina y un campo de investigación al que había tenido acceso merced a muchos años de aprendizaje (primero) y luego de ejercicio concreto de índole profesional, con un permanente perfeccionamiento. Se trataba de una serie de recursos interpretativos que no eran los de otros intérpretes de la sociocultura provenientes de otras disciplinas o incluso capacitaciones dentro de mi carrera.

     Simultáneamente, mi práctica como colaborador en medios de periodismo de cultural (en cuya Facultad había enseñado en la Universidad Nacional de La Plata, la de Periodismo y Comunicación Social durante diez años, si bien mi carrera es la de Letras), hacían de mí un “sujeto incierto”, como diría Roland Barthes. En efecto, había publicado en revistas especializadas artículos críticos, reseñas de libros, reseñas de films latinoamericanos, cuentos, poemas, entrevistas a escritores y escritoras sobre todo argentinos y unos pocos latinoamericanos, trabajos interdisciplinarios con artistas plásticos (que habían aportado sus pinturas) y fotógrafos profesionales de trayectoria internacional (también lo había hecho en forma individual), había publicado unas pocas crónicas de obras teatrales, diálogos imaginarios con escritores de la literatura universal, crónicas (algunas de viajes), varios artículos sobre la pandemia y varios sobre salud mental en directa relación con contextos mediáticos y en relación con el estigma social que provocaban, libros de entrevistas a escritoras argentinas, esto es, diálogos con 30 autoras, había editado un libro de narrativa argentina contemporánea argentina, había publicado un libro de investigación en carácter de investigador, artículos sobre DDHH. Este era el panorama por dentro del cual mi escritura se había ido desplegando sin buscarlo deliberadamente. Sino que simplemente se habían ido presentado oportunidades en el marco de las cuales había  habido encargos u ofrecimientos de mi parte, también obligaciones producto del trabajo en instituciones formativas en carácter profesional. Había habido condicionamientos, con mayor o menor formación o ejercicio en ellas que me habían conducido a realizar colaboraciones varias con otros artistas o trabajar, como ya lo mencioné, en forma individual. Pero decía, mi práctica como colaborador en medios de prensa, me había “corrido” del típico sujeto académico que había sabido ser durante diez años de mi vida, en los que solo escribía artículos y reseñas críticas de investigación. A lo sumo con la variante de los informes de beca o los informes para equipos de investigación. El trabajo creativo se había potenciado, multiplicado en torno de muchas direcciones en este presente histórico hasta terrenos insospechados. Y si bien se había restringido el acceso a medios académicos (por decisión personal), no menos cierto es que se habían ampliado las perspectivas, como puede apreciarse, hacia otras vertientes creativas.

     Yo era un gran consumidor de literatura no solo de ficción o de literatura en general. Por supuesto que leía mucha poesía (tengo la teoría de que es un género principal si uno aspira a ser un buen escritor, desde lo expresivo y lo poético, con ductilidad y plasticidad estilística), pero también era importante para mí una formación integral con la lectura de otra clase de material ligado a la salud mental, a los estudios sobre DDHH,  a lecturas sobre teoría social, teoría crítica, sobre estudios culturales, sobre sociología de la cultura, sobre estudios de género. Si bien esta heterogénea variedad corre el riesgo de mostrar a un sujeto con demasiadas inquietudes que podría incurrir en dispersión, porque no se concentra en profundidad en ninguna de ellas, sí diría que no lo hacía con la misma intensidad en todas las que acabo de enumerar. Y la práctica de géneros creativos como el cuento y la poesía no quería  y tampoco sencillamente podía o me salía abandonarla. Era un trabajo en el cual yo me había formado en seis exigentes talleres de escritura creativa (cuatro en la ciudad de La Plata, dos en Buenos Aires), tanto de cuento como de poesía. De modo que había como dos rostros de Jano. Una mirada hacia mi disciplina específica y el orden de lo creativo. Y una mirada hacia la sociocultura con perspectiva absolutamente crítica respecto de costumbres, prácticas sociales, dimensiones de la realidad empírica, las ideologías más conservadoras y retrógradas, que estaban a la retaguardia del universo social, que impedían el avance dinámico del orden de lo social, la progresión y el aumento de la calidad de vida, el trabajo social, una buena calidad de vida, la realización de los sujetos (varón o mujer, de todas las edades). En definitiva: lo resumiría diciendo que mi trabajo como productos cultural consistía en ejercer desde este otro punto de vista otra clase de crítica: la política y social. Aspiraba a una suerte de respuesta cultural desde el universo de la escritura a este conjunto de prácticas sociales e ideologías que podía apreciar hacían retraer el progreso en lugar de permitirnos avanzar. Si bien podía ponerse de manifiesto en la dimensión creativa mucho de ella también, sin incurrir en pedagogías ni demagogias, sin embargo no era lo mismo que tomar el toro por las astas, afrontar este conjunto de problemáticas en tal sentido y abordar la sociocultura desde sus aristas más complicadas, desde una perspectiva de un productor cultural crítico.

     Estos puntos en lo referido a la consciencia que yo tenía sobre ello. Esto es: lo que podía percibir del conflicto social, actuar desde la intervención pública en medios  (incluso académicos como lo había hecho a su debido tiempo, sin tanto alcance por supuesto, en virtud de que su circulación era más limitada pero también más en profundidad) o bien desde otros ámbitos como conferencias, entrevistas o, charlas o la publicación de libros de mi autoría.

     La gran preocupación que a mí me aquejaba era el conflicto social. ¿Cómo resolverlo, cómo prevenirlo, cómo neutralizarlo, cómo revertirlo, cómo evitar tanto sufrimiento destructivo en tantas personas inocentes que a su vez se iba ampliando hasta dimensiones incalculables en el seno de una realidad constatable que tanto distaba de ese universo imaginario en el seno del cual yo escribía? Me resultaba particularmente inquietante la infancia desprotegida, que a su vez engendraba más marginalidad, en algunos casos criminalidad por marginación de la educación y exclusión luego del sistema productivo. Y este conflicto social me resultaba, sobre todo, éticamente inadmisible. Este era un punto clave de mis cavilaciones, aunque no escribiera sobre ella, pero tácitamente se desprendía del resto de mi trabajo una preocupación por el semejante que más tarde o más temprano yo sabía desembocaría en ese punto como una sede natural del conflicto social como víctima de este conjunto de prácticas sociales tan ilegítimas desde la perspectiva de la dignidad. Las faltas a la ética.

     ¿Cuál, qué era el origen del conflicto social? ¿el hecho de pertenecer a un país subdesarrollado? ¿a una nación subalterna? ¿el sistema capitalista? ¿el patriarcado? ¿el no participar de un sistema productivo central a nivel productivo mundial sino más bien periférico y hasta marginal? Estas eran preguntas que a mí me desvelaban, eran preguntas que a la hora de sentarme frente al teclado me perturbaban en el sentido nítido de que me causaban solidaridad o hasta, si me enteraba ese día de ciertos casos o emergían a las noticias, percibía como casos alarmantes de un sistema inequitativa.

     Pero luego de este itinerario cuyas tramas reconstruyo para que se comprenda mi trayectoria en torno de cómo se había producido un desplazamiento del orden de lo académico específico (yo me había doctorado en Letras por la Universidad Nacional de La Plata), ese corrimiento resultaba evidente. Ahora mi compromiso era con la educación pública, con la salud mental, con los DDHH, con la sociedad en sus zonas más vulnerables, con la minoridad en peligro. No me atrevería a hablar de una militancia, pero en los hechos, desde la escritura sí lo era. No considero que haga falta acudir a marchas de protesta o repartir panfletos para definir a un sujeto militante o con compromiso respecto de ciertas causas que se propone determinados objetivos concretos para intervenir y cambiar un estado de cosas que consideraba inaceptable desde el punto de vista de la defensa de los DDHH. Me interesa preguntarme por los orígenes, por la génesis de estos procesos que devienen resultados tan preocupantes, porque uno además de un itinerario formativo y profesional va contorneando una ideología personal que se inscribe y dialoga en favor o en contra de otras ideologías sociales. Este punto es clave. Lo que vamos a defender contra a lo que vamos a repudiar. Contra lo que vamos a oponer una potente resistencia o abiertamente una denunciar o acaso poner en evidencia públicamente como un fenómeno o un conjunto de prácticas ilegítimas.

     Y en este diálogo con mi amigo me interrogué o lo interrogué acerca de por qué él pensaba que mi posición respecto del mundo era la del compromiso, el de la intervención activa sobre él. El de la participación, pero el hacerlo concretamente desde la escritura, de un rol que no dejara pasar este conjunto de injusticias sino detectarlas y tomar partido respecto de ellas. Posicionarme respecto de ella. Tal pregunta vino a cuento de que había un escritor que también se había manifestado crítico respecto sobre todo del statu quo cultural desde ciertas posiciones literarias hegemónicas así como desde el género, tanto en lo relativo a la doble dimensión del tema mujer como del tema homosexual. De modo que había sido alguien que desde su lugar de productor cultural efectivamente había actuado sin demasiada intervención en la esfera pública salvo, claro está, nada menos que hacerlo desde la del mercado del libro. En efecto, había dado a conocer ciertas clases de autores o autoras en cuyo caso la dimensión del género resultaba decisiva. Pero fundamentalmente se había concentrado en su producción novelística o cuentística. No quisiera olvidarme de algunos de sus artículos, en mucha menor medida en diarios y revistas. Yo lo había situado en una dimensión paradigmática por su naturaleza de carácter de influyente sin tener una gota de divismo, por un lado. Por el otro, por el hecho de estas posiciones según las cuales en el  del campo literario argentino había actuado bajo la dimensión de su actuación corrosiva de los significados sociales. Una dimensión que subvertía códigos sociales, estilos de vida, costumbres, prácticas sociales.

     Y le respondí yo mismo a mi amigo. “¿Sabés una cosa? Yo provengo del riñón formativo de los existencialistas franceses. Sartre, Simone de Beauvoir, Cemus”. Punto fundamental para la comprensión de por dentro de en qué inscripción en lo relativo a las  literarias me integraba. Lo hacía, naturalmente, a instancias de estos antecedentes formativos. Esta tradición, era la tradición crítica, la cual podría ser inclusiva también de figuras como (además de los existencialistas que cité), a Susan Sontag, Nadine Gordimer, Edward Said, Arthur Miller, Grace Paley, Jorge Semprún y como pensadora paradigmática, Hannah Arendt, entre muchos otros. Todos ellos eran escritoras y escritores críticos. Habían cuestionado el statu quo cultural de modo activo en sus escritos. Muchos de modo activista en defensa de los DDHH.

     Ahora bien: ¿a qué respondía esta inscripción? ¿a factores solamente inconscientes desde el plano de lo identirario, según una cultura familiar de la que era un producto, de la que era herederos, en el seno de la cual me había forjado como sujeto de cultura pero también ético? ¿de la frecuentación de ciertas amistades o bien de maestros que habían tenido esta orientación en el orden de la ideología y de las prácticas culturales? ¿a la presencia en nuestra vida de personas con quienes compartirla de fuerte compromiso social y político, no solo en el orden del estudio? ¿de nuestras opciones formativas en directa relación con factores identitarios ligados a nuestra subjetividad?

      Si me lo preguntaran, con sinceridad respondería que en primer lugar a la percepción del conflicto social muy vinculada a nuestra configuración identitaria ligada a una historia personal, formado en el seno de una cultura familiar, de una ciudad como la de La Plata, en la que había nacido y residido hasta la actualidad. Había una capacidad de “ver” de “percibir” el conflicto social a la hora  de sentarme a escribir. En segundo lugar recién, sí, debía mucho a maestros (selectivamente, porque los había habido que no tenían esta misma orientación o directamente no estaban atentos a problemáticas ligadas al conflicto social) y el alimento del que yo mismo me había provisto de lecturas o bien a actividades formativas en tal sentido, con inquietudes por acentuar mi conocimiento en torno de ellas. Luego reforzados, cuando a su debido tiempo nos convirtiéramos en productores culturales que tenían la posibilidad de ingresar en la esfera pública con mensajes claros, desafiantes de ese statu quo, ser personas activamente comprometidas con la comunidad y con la sociedad de nuestro tiempo histórico. Atentos incluso a reconstruir las tramas del pasado  (cultural o histórico a secas) en relación con injusticias sociales. Capítulos de una civilización que había sido cualquier cosa menos justa y equitativa con los seres humanos.

Pero, sobre todo, atento a captar las tramas del dolor social.

     El mundo estaba funcionado de un modo completamente al revés de lo que suponían contextos civilizados debían hacerlo. Había escaladas armamentistas, guerras, femicidios, abusos a menores o violaciones a mujeres, estigmatizaciones sociales, una exclusión de los sujetos y las minorías en torno de los espacios de los más poderosos o de quienes ostentaban la hegemonía, una asimetría flagrante entre la capacidad de decir y la capacidad de intervenir en la esfera pública por parte de minorías o bien de grupos postergados o sin posibilidad de abundancia simbólica de otros grupos que, mediante la dominación, prepotencia y el atropello sí tenían en cambio las primeras planas en los diarios, las revistas o incluso el acceso a ciertas editoriales, existía la frivolidad de buena parte de las revistas de mayor circulación, un retroceso de la cultura literaria de excelencia en aras de una cultura del bestsellerismo que resultaba preocupante porque impedía el fomento del pensamiento crítico, la imposibilidad de acceso a la educación de gran parte de la población, la farandulización de los medios masivos en para los cuales los programas de calidad quedaban reducidos a canales restringidos en lugar de ser socializados en los programas de TV o radios públicas (en términos generales), porque convengamos que el cine de o el cine de autor permanecía sumamente arrinconado en determinados núcleos de privilegio, también en la capacidad de ser cultivado el gusto por ellos, entre muchos otros temas de una agenda pendiente. Resultaban más cómodo el consumo de series de TV, programas del corazón, los programas de entretenimiento, los de chismes. O era moneda corriente la violencia. Yo no aspiraba a ser pesimista. No se trataba de una actitud o una emoción personal. Es que la realidad misma lo era si uno era una persona solidaria con el semejante y estaba informado. Abrir las páginas de un diario era sinónimo de ingresar en el más completo horror social.

     Día a día se acentuaba el stress laboral, había más despidos, crecían los trastornos psíquicos en la población, la violencia y la inseguridad en las calles como domiciliaria también estaba en aumento, la discriminación hacia el distinto también, en fin, las cifras eran cada vez más preocupantes. Y nada hacía pensar que se fueran a revertir.

     Ahora bien: mi posición, que puede o podría a ciertos ojos parecer a todas luces pesimista en virtud de este friso que acabo de plasmar, no era precisamente esa. Una actitud pesimista. Más bien todo lo contrario. Era la de oponer una resistencia persistente a esta cultura del silencio. A los discursos unívocos. A una cultura, agregaría, tal como se ha afirmado tantas veces de las mujeres, del silencio histórico respecto de muchos otros temas. A esta cultura del miedo. A esta cultura de la parálisis cultural. Mi conducta consistía en la de un agente que tomaba iniciativas claras y concretas para, en un doble rostro de Jano, estar atento a su trabajo creativo, pero por el otro procurar o en el seno de ese mismo trabajo o bien en un trabajo de intervención en la esfera pública a través de artículos o notas de opinión en medios masivos, procurar ser útil a la comunidad y neutralizar estas ideologías sociales o estas prácticas sociales que afectaban desde la cotidianidad a la sociedad y la atacaban en su integridad. Había que tomar partido. Era importante tomar partido. Era importante participar activamente como ciudadano, como compatriota y como habitante del mundo de políticas de escritura que sin mesianismos ni vedetismos pero que sí fueran de naturaleza dinámica de cambio y opositora a este paisaje tan incompatible con una ética del semejante. Promover instancias de inclusión, de protección de los más vulnerables, de mejora de las condiciones de vida de los desprotegidos, de los desamparados. La escritura debía actuar como vehículo de cambio social activo, efectivo, eficaz. Determinante en el orden político y social. No podía permanecer la distraída o no hacerse cargo de esos problemas tan acuciantes. Se imponía la responsabilidad cívica.

     Frente a una realidad destructiva del semejante, apostar a una realidad constructiva del semejante, atento a reconstruir lazos, a tender puentes, a recomponer tramas, a dibujar nuevas alianzas. La aliada era en mi caso particular la escritura. Era la herramienta en mi caso del trabajo, en la que me había entrenado, la que había ejercido toda la vida sobre todo profesionalmente, para construir un mundo en el que ciertos ideales de grandeza, de integridad, de valores de respeto, de buen trato hacia el semejante fuera virtuoso. Promover desde la escritura estos principios. Pero también el trabajo creativo lo era. No se trataba de un trabajo creativo por fuera de la sociedad o de mis preocupaciones. Se inscribía por dentro de esa ideología personal y social, motivo por el cual no podía permanecer ajeno a él. Pondría pues mi escritura al servicio de la comunidad y a los DDHH. En buena medida (yo acababa de cumplir hacía poco 51 años), todo a lo largo de mi vida lo había hecho. Era hora de jugarse entero por un mundo más equitativo, más igualitario, más solidario en el que el distinto fuera considerado un igual. Y en el que la exclusión quedara definitivamente desterrada del panorama social. ¿Podría hacerlo? ¿podría sostenerlo en los hechos? ¿la escritura sería capaz de introducir cambios sustantivos en campo social? ¿sería eficaz a la hora de dinamizar lo anquilosado? Sabía que era una empresa muy desgastante ir contra la corriente de ese sistema aplastante, pero también sabía que era mi compromiso con una asignatura pendiente que estaba causando mucho sufrimiento. Se trataba de ideologías y prácticas sociales que todo lo desmantelaban, todo lo devastaban, todo lo arrasaban. Según las cual destrozaba los vínculos. Para ser claros: se trata de un sistema que se ratificaba a sí mismo para destrozar al semejante. La posición era en definitiva una opción. O una opción por el semejante. O una opción por el egoísmo.  Y de paso: o una opción por el arte y la libertad subjetiva o una opción por la repetición de un orden que no hacía sino serializar. Yo apostaba a la reflexión en lugar del irracionalismo o lo instintivo, a la superstición o la credulidad en el seno de la sociedad a los efectos del cambio social. Mis posibilidades eran limitadas. Pero por limitadas que fueran, existían, tenían una inserción concreta. Una ética concreta era el fundamento de mi trabajo. Por otra parte, no estaba solo en esta empresa. Yo apostaba a la escritura en dos frentes y al semejante, dominios y prácticas que no estaban divorciadas ni reñidas la una con la otra. Apostaba a ideales de un intenso humanismo. La escritura seria mi aliada. Y sería mi herramienta.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.