Solicitada una breve reseña biobliográfica, la autora Gloria Pampillo, la escritora entrevistada elige presentarse este en los fenómenos y las experiencias del lenguaje, de la comunicación y de lo estético, desde perspectivas complementarias y recíprocamente enriquecedoras. Docente universitaria y secundaria, coordinadora de talleres, capacitadora docente, investigadora, escritora (de narrativa para adultos, jóvenes y niños), periodista, traductora., se podría afirmar de ella ante todo una productora una incitadora a transferir esa misma pasión a otros.
Invitada a presentarse del modo que así lo deseaba, afirma del siguiente modo: “Nací en Buenos Aires. Soy profesora consulta e investigadora de la Universidad de Buenos Aires, y narradora. Estudié Letras. Me lancé a escribir gracias a Grafein, un taller de escritura que surgió en Filosofía y Letras. Al mismo tiempo, empecé a aplicar su metodología y a desarrollarla en la escuela media. En 1978 fui a España y con Daniel Samoilovich llevamos los primeros talleres que se conocieron allí, donde también publiqué mis primeros textos. De regreso a la Argentina publiqué en 1982 El taller de Escritura con el método y los textos que habían escrito chicos y chicas. En 1999 edité Permítame que le cuente una historia y en 2004, Una araña en el zapato. Di muchísimos cursos en el país. En 1984, con la democracia, entré a la Facultad de Filosofía y Letras para coordinar talleres en Extensión Universitaria con Maite Alvarado. Unos años después me llamaron de la incipiente Carrera de Comunicación para contribuir a construir un taller universitario. Ahí también la llamé de inmediato a Maite Alvarado y creamos (con los años y muchas correcciones) el primer Taller de Escritura como materia anual y formando parte del curriculum de la carrera. Durante todo ese tiempo, obviamente, escribí. Publiqué Estimado Lerner (relatos, 1986); Las invenciones inglesas (novela, 1992); Costanera sur (novela, 1995); Cuatro viajes y un prostíbulo (relatos, 2003) y Pegamento (novela, 2004). Ahora estoy terminando otra novela que probablemente se llamará Bernardo. Un gallego para la familia argentina. Por fuera:También publiqué dos libros de Cátedra en colaboración, con otro docente sobre talleres, dos libros para chicos (Palabrelíos y Avestruces y piratas). Acaba de salir una novela juvenil, titulada La mula en el andén (2007)”.
Adrián Ferrero: ¿Recuerda cómo se produjo el primer contacto en su vida con los libros? ¿Recuerda alguna escena de lectura especialmente dichosa o intensa? ¿Podría referinos una escena de lectura, en términos de la autora argentina Sylvia Mollo?
Pampillo: Los libros en casa estuvieron siempre ahí, no recuerdo un comienzo. Sí una experiencia de lectura. Un tío nos llevaba con frecuencia a mi hermana y a mí a comprar libros en la librería de abajo de su casa. Yo esa vez quería comprar uno de Jack London con un perro porque yo de chica quería ser chico y los perros iban con los chicos. Mi tío, que era algo autoritario, no me dejó. Me hizo comprar La Pimpinela escarlata. Recuerdo cuando comencé a leerla y cuando terminé. Mientras, el mundo había desaparecido. Felicidad, inmensa tristeza de que el libro hubiera concluido.
A.F.:¿Cuáles fueron los primeros textos que escribió? ¿Están asociados a alguna institución, persona o ámbito?
Pampillo: Los primeros textos que escribí fueron en el colegio. Era la época que se daba un tema, no sonso por suerte o que yo volvía no sonso. Por ejemplo las vidas de santos, si eran mártires, daban material para la persecución y el suspenso. No me puse a escribir sola de manera orgánica hasta bastante después de terminar el profesorado. Antes, en el interludio, escribía “papeles sueltos” cruce de poemas e intentos de aclarar mi vida o la vida.
A.F.:Su primer texto publicado ¿cuál fue, dónde apareció y qué impacto le produjeron las devoluciones para la construcción de su autoimagen de escritora?
Pampillo: Mi primer texto publicado fue en una revista del grupo Grafein y respondía a la consigna escribir a partir del refrán “No es oro todo lo que reluce”. Yo tomé el momento en que Hernán Cortés entra en Tenochtitlán y Moctezuma le pone al cuello un collar del que penden camarones finamente labrados. Luego terminaba con un hombre que levanta la lona del desierto porque desprecia las pepitas de oro. Y el otro fue un cuento que se llamaba “El viejo bajo el timbó” y trata sobre las misiones jesuíticas y el momento en que llegan los que van a expulsarlos. Se publicó en España, en la revista Hiperión. Los dos me hicieron sentir muy bien por que hubo una selección previa y otros no fueron admitidos. Lo que sentí fue sencillamente que era buena escribiendo. Así de simple. A lo mejor sin esa certeza no hubiera continuado en un quehacer tan duro.
A.F.:¿Cómo fue su itinerario por la carrera de Letras? ¿La disfrutó, encontró en ella interlocutores o, por el contrario, limitaciones? ¿Qué defectos señalaría en la formación universitaria en Letras al menos en nuestro país?
Pampillo: Gracias a la oposición de mi padre no cursé la Facultad, sino un profesorado afortunadamente bueno. Ahora, entre los descubrimientos que hago con estas preguntas, descubro que mi gran entusiasmo nunca fueron profesores con los que yo comulgara, sino libros. Los libros de Dámaso Alonso, en aquella época de la estilística, el que escribió sobre Juan de la Cruz y por supuesto los libros de ficción. Una imagen rara y extraordinaria: me recuerdo leyendo a Borges absorta mientras cruzaba la calle Hipólito Irigoyen. “Y cómo no se mató, ¿no?” diría él con su tono peculiar (o algo más divertido).
A.F.:¿Cómo incidió su paso por Letras en el cultivo de la escritura creativa? ¿La estimuló, la inhibió, o le fue indiferente?
Pampillo: Cuando estaba en el Profesorado todavía no pensaba dedicarme a escribir. En cuanto al aprendizaje de la escritura supongo que la lectura de tantos autores me hizo interiorizar desde los movimientos y géneros literarios hasta el último sustrato de la lengua. Como toda lectura profunda, fue mi primera maestra de la escritura. Hasta aquí en cuanto aprendizaje. Por otra parte, estoy absolutamente convencida de que (en aquellas épocas al menos y bastantes décadas después también), la Carrera de Letras ya sea en la Facultad, como en los profesorados, aún tan buenos como el “Joaquín V. González”, inhiben la escritura. Desde el análisis más simple hasta las hermenéuticas más sofisticadas refuerzan en la mayoría el ingenuo prejuicio romántico de que solo un genio, un talento innato puede escribir una obra valiosa. Nunca me voy a olvidar lo que sucedió una vez en una sala de profesores. Había otra profesora de Letras, de muy buena formación. Incluso podía ser docente en la Facultad. Yo dije que quería escribir y había empezado a ir un taller. Ella me contestó ingenuamente, (no quería herirme, le salió de lo hondo) “¿Escribir uno? Pero mirá Cortázar”. En ese “mirá Cortázar” ella quería decir ¿cómo va a llegar a ser uno como Cortázar? Sin embargo últimamente esa creencia parece ir desapareciendo entre los jóvenes.
A.F.:¿Considera relevante para un escritor el transitar por la formación universitaria? ¿Por qué?
Pampillo: No lo considero relevante. Un argumento simple: hay muchos escritores que no transitaron la Universidad, y alguno de ellos, como Alberto Laiseca, son de los más originales de la literatura argentina. Equiparse para escribir se puede hacer solo, o con otros amigos, o en grupos, o con alguien que enseña. Es muy importante, ya sea uno autodidacta o alumno de alguna carrera, elegir bien a quién se da a leer lo que uno está escribiendo. No hay que olvidar que los docentes universitarios aprecian mucho el “capital simbólico” del que habla Pierre Bourdieu y no están dispuestos a perderlo. Hasta que la academia reconozca un nuevo escritor de los que a ella le gustan, puede pasar mucho tiempo y además, aquellos autores que no respondan de una u otra manera al caudal teórico y crítico que la academia ha aceptado, tardan mucho en ser reconocidos, mientras que a los que ya lo son, se los elogia de una manera que realmente es casi ridícula por lo exagerada. Parece un ditirambo.
A.F.:¿Cómo incidió en su carrera de escritora el tener acceso a becas para dedicarse a la escritura creativa, tales como las que ganó en el Fondo Nacional de las Artes?
Pampillo: Me puso contenta y también incidió algo en creerme mejor escritora .Lo que pasa (o lo que a mí me pasa) es probablemente al revés que a otros. Al comienzo necesitaba mucho sentirme buena para escribir. Después me fui volviendo más crítica. Siempre presto oídos a la crítica de los otros (a menos que sea muy idiota) porque, aunque sea, enseña acerca de la sorprendente recepción, y, en los casos mejores, dispara una operación de lectura que objetiva el propio texto y es realmente inapreciable. No viene nada mal si sirve de estímulo. Por otra parte, es graciosa la gente. Cuando uno ya publicó unos cuantos libros piensa que ya no le hace falta que la alienten. A mí, por lo menos, no me pasa eso.
A.F.: ¿Qué lecturas o autores y autoras fueron decisivos durante su período de formación de escritora?
Pampillo: Yo creo que uno se forma como escritora casi desde que es capaz de escribir una composición si luego va a seguir el oficio, por lo tanto lo que incide decisivamente son las lecturas que prefiere. Para mí las lecturas de la infancia y juventud como Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Luisa M. Alcott, me hicieron apreciar el realismo. Horacio Quiroga, las historias fuertes. Borges y Cortázar fueron como genes que uno hereda de los padres. Luego, en el período de formación más específico, con Grafein, conocí a Vladimir Nabokov que fue mi preferido mucho tiempo y del que aprendí el placer por la sensualidad de las palabras y los juegos con los nombres y el gusto por el engaño: los trompe l`oeil y también el encarnizamiento en la representación. La sintaxis, de Onetti. Después, como ideal, los que yo llamo “los raros”: Bruno Schulz, Silvina Ocampo, Felisberto Hernández, pero bueno, estos son los que me gustan, lo mismo que Henry James y Joseph Conrad y Virginia Woolf, o Rodolfo Walsh. Pero aparte de Cortázar que me dejó su marca, Nabokov es de quien tomé muchas cosas, si hay alguien a quien considero como un maestro por la precisión y el manejo de la lengua, a pesar de su terrible machismo, ese fue y es Juan José Saer.
A.F.: ¿Hay algún o algunos escritoras o escritores que usted tome como referentes para delimitar su horizonte de ideales profesionales e intelectuales? ¿Cuáles y por qué?
Pampillo: Como referente la tengo a Silvina Ocampo por esa ironía, esa originalidad, esa profundidad en la crítica social, la imaginación. Por la extraordinaria sensibilidad ante el paisaje a Juan L. Ortiz. Por su bonhomía, su humor, su ternura frente a la pobrecita gente, a Haroldo Conti.. Por su afán de justicia y el modo como se arriesgó y por la diversidad del conjunto de su obra, a Rodolfo Walsh. En cuanto a los intelectuales mi último gran admirado es Paul Ricoeur. La manera que él tiene de concebir la literatura es la que yo tengo, la que creo verdadera.
A.F.:¿Cómo se trabaja el principio de neutralidad en el marco de un taller de escritura? ¿Cómo hace un docente para respetar la diversidad de su alumnado pero al mismo tiempo ser fiel a sus propios principios? ¿Un coordinador promueve siempre una poética en el auditorio?
Pampillo: Hay coordinadores que la promueven y se dice que de sus talleres salen todos textos iguales: enseñan como una especie de fórmula para producir. Yo por suerte, entre mis pocas virtudes, creo que tengo la de ser tolerante frente a la escritura, las poéticas de los otros, salvo casos extremos. En el taller señalo algunos errores característicos de los principiantes, esos básicos que todos sabemos: no explicitar, no transmitir de manera directa la información, el cuidado extremo con el diálogo y otros, pero en otros aspectos dejo que cada uno siga su camino. Eso es lo que dicen ellos de mí, al menos. Y si alguna vez no lo hago, trato de explicitar muy a fondo mis razones, para que no sea una cuestión de “gusto” si no fundamentada en concepciones de época sobre la literatura, por ejemplo. Por otra parte la elección de lecturas que hago para el taller lleva a los que, por ejemplo, en poesía pueden ser tardo románticos o en la narrativa costumbristas, a abrir los ojos y darse cuenta de que son poéticas arcaicas, sin necesidad de herir. Porque sé de casos que han recibido heridas de las que no se vuelve más. He reflexionado, diría que he cavilado mucho sobre el tema de la crítica y creo que a veces encierra una buena cuota oculta de sadismo.
A.F.:¿Qué aprendió coordinando talleres de escritura creativa en marcos institucionales?
¿Frente a qué limitaciones se enfrentó?
Pampillo: Que no hay que prejuzgar. Los alumnos y alumnas dan sorpresas tremendas. Contra lo que se suele hacer en un taller de ya avanzados, sería ideal cuando un texto tiene problemas poder conversar con cada uno para ver cuál es la raíz del problema. Si uno pudiera llevar un taller a la manera digamos de Vygotsky, haciendo de andamiaje para que vayan subiendo se lograría avances espectaculares. La limitación tiene que ver con lo anterior: que son muchos. A veces también que traen carencias tan grandes que necesitarían una enseñanza particular e intensiva. Ya se sabe que la escuela media está muy mal. Y ellos tienen que alcanzar un nivel de escritura universitario. Ahí está el problema.
A.F.: Usted escribe trabajos académicos de investigación, textos de ficción para niños y adultos, libros sobre su experiencia docente como coordinadora de talleres, textos periodísticos. ¿Concibe a la escritura como un continuum o cada género o tipo de discurso la sitúa frente a complejidades y resoluciones diferentes?
Pampillo: Y, sí. Las complejidades tienen que ver con mis capacidades. No me siento nada cómoda frente a los textos académicos más duros, porque ese tipo de escritura, salvo la de algunos privilegiados, no me gusta y sé fehacientemente que se demanda. Para los chicos el problema es representar sin caer en el detallismo que los aburre, no usar términos que desconocen pero avanzar bastante para que disfruten del sentido de nuevas palabras y sobre todo poder decir lo que quiero sin que me lo censuren porque los cuestionamientos en los libros para chicas y chicos son terribles. Como coordinadora de talleres, la atención está puesta más que todo en el público que me lee. Ahí el problema es que quisiera explicarles cosas que son difíciles sin caer en la divulgación vulgar. Además, persuadirlos de que encarar la enseñanza de una u otra manera es posible. A los periodistas les admiro con toda mi alma su capacidad de síntesis y en la ficción estoy toda yo, por eso me cuesta tanto sentarme de una vez a escribir en vez de andar dando vueltas.
A.F.: ¿Qué tipo de textos le produce más placer escribir? ¿Por qué? ¿La relación se vuelve especialmente intensa con el lenguaje en ese caso?
Pampillo: Ficción. Porque construyo mi mundo. El lenguaje entonces es una parte de mí. Como una mano con inteligencia y sentimientos.
A.F.:¿La mujer escritora debe afrontar conflictos distintos que los de los escritores varones? ¿Cuáles podría mencionar?
Pampillo: Dentro de los géneros en la Argentina el problema más grande es el de las narradoras: no lo tienen tanto las poetas ni las críticas. Una muestra: las mujeres narradoras no son leídas por los hombres. Este fue el resultado de una encuesta pública. No me refiero al caso de una Laura Esquivel o Isabel Allende; ahí interviene fuertemente el mercado. Hay una discriminación callada, como toda discriminación, por parte del público, los críticos, las críticas, los profesores y las profesoras. Desde los libros de texto de la escuela media, que, como se sabe, son tomados como objeto de estudio cuando se emprende una investigación seria del tema, ya que es con ellos que los adolescentes se forman una representación de la literatura adulta, predominan, pero de una manera casi total, los varones. Los que operan esta discriminación no son preferentemente hombres sino, como en el caso de las profesoras y las críticas, mujeres. El escritor es varón. A medida que pasa el tiempo se van borrando los nombres de las escritoras de una época y solo quedan los hombres. Argentina es uno de los países que se considera más culto y de avanzada y sin embargo es el país en el cual está diferencia es más marcada. El tema del género es mirado de reojo.
Doy fe a partir de mi propia experiencia. Recién cuando publiqué Estimado Lerner me empezó a interesar lo que escriben las mujeres. Por otra parte, hubo una experiencia puntual: el borramiento que descubro en un artículo de la narrativa acerca del proceso. No hay ninguna mujer. Luego descubro que las hubo pero fueron ignoradas. Desde entonces me propongo en lo posible modificarlo. Pero como sé que, igual que yo, las mujeres profesoras de letras que vienen a los talleres consideran a las mujeres algo estúpidas (sobre todo a las argentinas, ¿y si no por qué no se las menciona nunca?) elijo para dar a leer americanas e inglesas con el argumento (del que por otra parte sigo dando fe) de que conocer otra literatura, ayuda a separarse de los maestros argentinos: Borges y Cortázar. Propongo entonces a Katherine Anne Porter, Carson Mac Cullers, Jane Bowles, Virginia Wolf, Flannery O’Connor. En la Facultad, mientras fui titular en la bibliografía debía haber 50 y 50. Entonces las mujeres narradoras argentinas empezaban a aparecer y gustaban. Y continúo en esa: cuanto veo la discriminación la señalo. Para no dar imagen de víctima, me burlo. Es mi estrategia.
Podría seguir largo rato, pero prefiero terminar diciendo que mi paseo por un arco grande de niveles del hacer literarios y por el de otros países me hace afirmar esta discriminación argentina con certeza.
A.F.: Algunos de sus libros se sitúan en escenarios urbanos donde el impacto de las nuevas formas de socialización colectiva ponen a esos sujetos frente a conflictos y peligros específicos ¿qué siente que sintetiza la ciudad como experiencia? ¿La ciudad es en sí misma un mapa simbólico por descifrar por la escritura, un lugar de peligro, de amenaza?
Pampillo: Sí. A veces, más que descifrar, sencillamente me deleito cuando descubro la imaginación de la gente en esta ciudad tan heterogénea, como el caso de los que hicieron sus bungalows de fin de semana en la Costanera sur, antes de que la remodelaran. Es claro que es difícil lograr que un lector (o un crítico) vea lo que uno ve, sin explicarle qué es lo que uno disfruta, por ejemplo que a mí no me preocupaba ni un ardite la ecología en ese caso, y que la pelea entre los dos bandos que se entabla en esa novela era en realidad entre los que querían privatizar y los que no, problema que yo sin darme cuenta descubrí sola mirando la ciudad cuando el comenzaba la década del noventa. A veces uno descubre una situación nueva que todavía no tiene nombre (me ponen loca o me dan ganas de reírme como loca esos techos para países de nevadas intensísimas en Buenos Aires). Otras veces no descifro, sino más bien me pregunto si la gente está ciega y no ve lo intolerable, como los chicos viviendo y drogándose en la calle y otras soy yo misma la que me descubro arcaica cuando percibo el cambio de época en los muchachos y chicas que estudian inglés con desesperación, porque si no los barren de los empleos o corren el riesgo de caer en la calle como lo hace real o metafóricamente Nancy. En Pegamento en esos grupos que estudian, hay varias generaciones pero solo una clase: la clase media. Esa clase está cayendo, desapareciendo, como Nancy. El estudio de una lengua extranjera (podría ser cualquier otro estudio) no es ya, como lo fue, una manera de terminar de pulir un ascenso de clase, sino para los más jóvenes una manera de desesperada de evitar el descenso. Los mayores de los cuales la bisagra es Luisa no parecen darse cuenta de esto.
Pero bueno, antes dije que en los talleres se enseña a no explicitar el sentido de lo que se narra. A mí me pasa que descubro de lo que estoy en realidad escribiendo cuando ya voy muy adelante en la novela. Para peor, mi poética no es lineal. O sea que debería escribir más claro, ¿no?.
A.F.: La metáfora del pegamento aparece en dos de sus novelas, Costanera Sur y Pegamento. ¿Qué condensa a su juicio ese semema?
Pampillo: La verdad es que nunca me puse a pensar qué. Ni siquiera la considero una metáfora. Los chicos inhalan pegamento. Me digo esto y los veo primero inhalando y luego volando. A lo mejor quisiera que vuelen todos como bandadas, lejos, hacia un lugar donde el dolor no sea posible. A lo mejor se debe a que mi infancia me dejó una profunda afinidad con la infancia que sufre que yo diga esto. Ahora pienso que no tiendo hacia lo metafórico o, a lo mejor no me doy cuenta de que se trata de metáforas. Para mí lo que observo o digo cuando escribo está ahí, es así. Es que creo en la verdad literaria y en la experiencia de la ficción, ya sea que se lea o que se escriba. Diría casi: “viví todo lo que escribí”. He aquí por qué admiro tanto a Ricoeur y él me es tan afín. Él cree que la literatura: poesía y ficción crean una referencia tan verdadera como el lenguaje ostensible. Me fui bastante lejos con esta pregunta pero para mi fue un descubrimiento.
A.F.:¿Experimenta libertad al escribir? ¿O se siente el agente de fuerzas históricas y discursivas que la exceden? ¿Esa conciencia es perniciosa o beneficiosa?
Pampillo: Quisiera sentirme todavía más libre cuando escribo. En todo caso el límite soy yo misma, cuando escribiendo descubro que he aceptado ideas, discursos de una manera frívola. Escribir ficción afortunadamente es siempre un ejercicio de libertad (creo que alguien antes dijo eso, no importa, está muy bien y lo repito. Un ejercicio de libertad casi obligado, se diría, ya que la poética de lo nuevo recorre todo el siglo XX y de esa sí que no escapó ninguno. En cuanto al contexto, la época, la ciudad ya hablé antes de esos rasgos que me empiezan a obsesionar y que luego escribiendo descubro a qué problema (o drama) de época me remitían. No me siento una escritora con una conciencia social que me obligue de alguna manera a dar cuenta, testimoniar, denunciar, como lo pueden haber sentido Walsh o Beatriz Guido.
A.F.:¿Cómo nacen sus textos? ¿A partir de imágenes, frases que se le imponen, títulos…?
Pampillo: Las novelas, a partir de experiencias personales que luego se abren a la ficción. Los relatos, por lo que recuerdo, también.
A.F.:¿A qué hora del día prefiere trabajar? ¿La escritura está ligada a algún tipo de ritual?
Pampillo: No consigo ser disciplinada en los horarios. Mi ideal sería levantarme temprano y escribir hasta el mediodía, pero me resulta imposible. O sea que escribo a cualquier hora. Salvo la noche, a menos que esté embalada. Ritual: no, ninguno. Antes fumaba, ahora lo dejé. Si tengo tiempo, aunque esté bloqueada sé que si me siento e intento una y otra vez va a comenzar a salir algo.
A.F.: ¿Usa computadora? ¿Hace planes o crea a partir de la espontaneidad? ¿En qué ocasiones elige escribir a mano?
Pampillo: Escribo casi siempre a mano y a veces tacho cinco, seis veces un párrafo. A veces vuelvo a escribir dos o tres páginas a mano y recién después paso a la computadora, donde también cambio, imprimo. Leo, cambio a veces de lugar párrafos enteros o los tacho. Es más fácil que suprima en vez de agregar. Empiezo a partir de alguna idea fuerte pero después apunto ideas que se me van ocurriendo para más adelante y las ordeno o reordeno. A veces anoto varios contenidos que van a ir en ese capítulo. En suma: “muevo” mucho el escrito.
A.F.: Muchas gracias, Gloria.
La entrevista fue realizada en 2007.