Manas quiere decir hermanas en español. El largometraje se estrenó en la 81 edición del Festival de Venecia, en la sección Giornate degli Autori, donde ganó el premio a Mejor Dirección. También fue parte de la Sección Oficial a competencia del Festival de Huelva de Cine Iberoamericano, en el que ganó el Colón de Plata Premio Especial del Jurado y el Premio del Público.
Manas es una ficción basada en cosas que suceden en la vida real, no sé si pudiéramos llamarla con el oxímoron de una ficción realista, una realidad dramatizada. La directora dijo, cuando la presentó en el Gran Teatro de Huelva, que primero pensó en hacer un documental, que es el tipo de formato cinematográfico que mejor conoce, pero luego se dio cuenta que recabar los testimonios de las víctimas de una situación tan terrible era contribuir a su revictimización, por lo que decidió que lo mejor era hacer una ficción.
La verdad es que Brennand hace un gran trabajo a la hora de plasmar esta terrible realidad en la pantalla, no sólo estéticamente, sino que, además, humanamente; se nota que la directora tiene el tacto, pero sobre todo la sensibilidad de manejar un tema tan repugnante de manera sensata, centrada, sin amarillismos ni exageraciones, sin dejar de evidenciar, sin mostrarla explícitamente, toda la perversidad y abyección de la situación que viven las mujeres en esa parte del país.
Ese arte para manejar las cosas, para construir ese puente de comunicación de masas en el que se puede convertir el cine —si los padrinos de la distribución lo permiten— siendo claros sin ser explícitos, es una de las grandes virtudes de la película. Considerar, no sólo en las víctimas, que son presentes, continuas y constantes, es decir, estamos ante una situación actual y cíclica que se repite generación tras generación, sino que también en las audiencias hipersensibles que huyen al primer esbozo de exhibición de la crudeza de las miserias humanas de las salas de cine; pensar en cómo mantener a esa audiencia a una “distancia segura” de una historia oscura para que no salgan corriendo, como dijo Magnus von Horn, cuando habló de porqué decidió hacer una película de género refiriéndose a The girl with the needle.
Todos estos elementos convierten a Manas, paradójica y paradigmáticamente a la vez, en una obra de arte, porque la directora demuestra que se puede ser lo suficientemente claro en la historia que se quiere contar, sin necesidad de mostrar escenas desgarradoras difíciles de soportar; como la propia vida de la que estamos en constante fuga ¡Tan terrible es que necesitamos separarnos de ella!
Personalmente, considero que, con mucho tacto, teniendo como guía la naturalidad, el costumbrismo, la ética y el buen gusto (de ser posible, aunque dicha posibilidad depende de las capacidades propias del autor y no de la existencia o viabilidad del buen gusto), rechazando todo tipo de censura, incluida, y principalmente, la propia, las escenas crudas, que nos desgarran el alma, son necesarias artísticamente (comunicacionalmente) hablando. Todos quisiéramos que la vida fuese tersa y suave, dulce frito con olor a gardenias, pero desgraciadamente no es así, y la única forma de empezar a cambiar las cosas es, lejos de abstraerse de la realidad, tomar consciencia de ella.
Limitar la expresión para evitar que las audiencias corran, sin duda, es una mengua en perjuicio al arte mismo; pero en Manas, y tengo que aceptarlo, se constituye un argumento sólido para defender, sin buscarlo, esta autocensura que, en la búsqueda de las audiencias hipersensibles, sin demeritar el arte, paradójicamente, resulta ser lo más artístico del conjunto, y aunque no soy de esa corriente, me parece bastante correcto el ejercicio.
Lo más loable es que la directora no lo hace pensando en la distribución de su película o la censura que los entes encargados de ella aplican cuando el artista no se autocensura previamente, ni en la taquilla (las audiencias hipersensibles), sino que sus razones son morales, humanitarias y solidarias, pensando en las víctimas; y ese sentido ético es lo que resulta extraordinariamente reconfortante.
Manas sigue la historia de Marcielle (Jamilli Correa), Tielle, una niña de 13 años que se enfrenta a una situación devastadora. Tielle vive en una aldea de una isla en el archipiélago de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, en una choza rústica que parece aislada del mundo porque no tiene vecinos cercanos, y menos uno sobre otro ni a los 4 costados como en las ciudades “modernas”. En ese lugar, comparte la vida con sus padres y hermanos. Su vida parece feliz, o al menos normal, hasta que poco a poco, empieza a ser víctima de lo que parece una práctica usual en la zona en la que vive.
“Según datos del estado de Pará, en 2019 se reportaron 861 abusos sexuales contra niños y adolescentes, pero la cifra real es sin duda mayor, pues los expertos estiman que solo un 10 por ciento son denunciados a las autoridades. Una investigación parlamentaria llevada a cabo por diputados de Pará indicó en 2010 que entre 2004 y 2008 pudo “haberse llegado a cerca de 100.000 casos de violencia y abuso sexual contra niños y adolescentes” en el estado.”[1]
El largometraje de Marianna Brennand aborda la terrible situación de abuso sexual que viven las “mujeres” (niñas) de esa parte de la Amazonía brasileña. Una doble forma de abuso sexual, no sólo paternofilial sino que además de prostitución infantil, de la que no diremos mucho para que el futuro espectador no pierda la capacidad de sorprenderse al momento de ver la película.
“La región de Marajó, donde se encuentra Breves, es desde hace años conocida por la problemática de la explotación sexual, con familias tan pobres que obligan a sus hijas de hasta cinco años a prostituirse con marineros que transportan mercancías (soja, madera, mineral, frutas) por los ríos de la zona. Frecuentemente lo hacen a cambio de comida o de cantidades miserables de dinero que no superan los tres dólares.”[2]
Esta situación tan grave no sólo afecta la zona de la Amazonia, sino todo el país, así lo demuestran diversos datos:
“En Sao Paulo, la ciudad brasileña más desarrollada, se registraron en tres meses de este año 84 partos de niñas de entre 10 y 14 años. En agosto, el embarazo en el estado de Espíritu Santo de una niña de 10 años violada por su tío durante cuatro años consecutivos y la odisea que tuvo que padecer para poder abortar, pues el hospital en la que fue ingresada rechazaba realizar la intervención a pesar de que la niña corría riesgo de muerte, conmocionó a Brasil. La víctima al final tuvo que ser transferida a otro estado para que se pudiera llevar a cabo el aborto.”[3]
Tielle nos muestra este proceso emocional suyo en el que la sonrisa infantil se le va borrando del rostro junto con su inocencia que se le escapa del alma, hasta que desaparecen por completo y su vida se convierte en un tormento del que no encuentra salida porque el padre, además de victimario, se instituye en dueño y señor de su pequeño feudo y parecería que no hay nada que alguien pueda ser, hasta la intervención de la policía se ve limitada por esta situación y las circunstancias particulares que la rodean.
“El estado de Pará, por ejemplo, tiene una superficie tres veces mayor a la del estado de California, pero cuenta con una población de apenas 8.6 millones de personas. La presencia del gobierno federal, o incluso del estatal, en muchas áreas remotas es limitado cuanto menos, pues la comisaría de policía o el juzgado más cercanos frecuentemente están a horas de distancia en viaje de canoa, barco o por arenosas carreteras donde no hay transporte público.”[4]
Incluso la madre, que comprende completamente la situación y la sufre al ver a su hija pasar por esas circunstancias, por las que muy probablemente la progenitora también pasó, se queda apática y considera que no hay nada que se pueda hacer o al menos así lo demuestra con sus actos. Será la propia Tielle la que busque darle una solución drástica al asunto, y no tanto por ella que ha pagado su cuota de sufrimiento, sino por su hermana pequeña, su mana, su manita, que está a punto de entrar al círculo de la desgracia patriarcal.
“Tres factores contribuyen de forma determinante a que cada año miles de abusos infantiles sean cometidos en la Amazonía brasileña: impunidad, pobreza y una enraizada cultura de dominación masculina.”[5]
Expertos señalan que además de los 3 factores señalados en la cita que antecede, la herencia de la esclavitud es también un elemento cultural que ha facilitado que se den estos abusos en Brasil, ya que esa abyecta práctica facilitó el hecho de que algunas personas, la más vulnerables, las infancias, puedan quedar sin derecho o protección alguno sin que sea visto como algo muy fuera de lo normal. Pero sin duda, el machismo y la impunidad son las principales causas de que esto siga sucediendo.
Las actuaciones de Manas son la mejor de sus virtudes artísticas, éstas son redondas en lo general. En lo individual, destaca, sin duda, la de Jamilli Correa, una niña de 13 años que se vuelve dueña de la cámara y la domina como una actriz con 50 años de experiencia. Correa sabe transmitir muy bien la angustia por la que pasa Tielle, su tristeza, su preocupación, pero sobre todo su desesperanza.
La fotografía es bastante buena, sobre todo porque se dejan ver los espectaculares paisajes que la Amazonia nos ofrece. Pero al mismo tiempo, en contraste, la imagen se vuelve oscura y sobria al interior de la choza donde la familia se amontona para dormir, la mayoría de los integrantes en hamacas alineadas por el costado una después de la otra. Aunque cuando el padre invita a Tielle a dormir en su “cama” con el pretexto de que su hamaca se ha roto, no hay nada que extrañe más la pequeña protagonista que aquella sencilla hamaca en la que un día durmió amontonada con sus hermanos, sino placenteramente, al menos en paz.
Sobra decir que, si los padrinos de la distribución lo permiten, no deben de perder la oportunidad de ver Manas de Marianna Brennand, incluso las audiencias hipersensibles saldrán complacidas por el planteamiento cinematográfico de la brasileña.
Anécdota
Al día siguiente de la proyección en el Gran Teatro de Huelva, la directora Marianna Brennand dio una rueda de prensa en la Casa Colón y aproveché para preguntarle lo siguiente:
“…respecto a la comunidad o la población en la que se lleva a cabo la película, pareciera que hay mucha ausencia de gobierno, ya sea el gobierno entendido como el Estado o el gobierno entendido como una comunidad que de alguna forma, éticamente, siempre trata de regularse; pareciera que la familia es como un reinado aparte y nadie más se puede meter, quería ver si pudieras profundizar un poco más al respecto:”
Brennand: “Sí, una de las provocaciones de esta película es exactamente la de esa falta del Estado en esa región. Brasil es un continente, su dimensión es gigantesca, y esa población y esas comunidades, en la isla de Marajó, están muy alejadas dado las distancias. Hay casas, por ejemplo, como la de este personaje que quedan a kilómetros de distancia de otras casas. Y es lo que acabas de decir, esta figura masculina, ella es el Estado dentro de esa casa, es el poder, ella domina. Vemos también un poco la presencia de la Iglesia, intentar hacer un poco el papel del Estado, pero en realidad refuerza más el sistema patriarcal. Por lo tanto, son temas muy complejos. Uno de mis deseos con esta película es generar ese debate, porque el Estado no logra llegar allí, la policía representa a ese Estado, ella intenta llegar, y también el lado humano de las personas que allí viven y que muchas veces, y yo he visto, asistentas sociales y delegados llevando esos niños a sus casas, para que no necesitarán volver a su casa para vivir con un abusador porque no había abrigo, porque el sistema judicial es patriarcal y no mete a la cárcel al abusador y quién queda perjudicada es la víctima y que siempre es víctima una sucesión de veces.”
[1] Araujo, Heriberto. Las infancias rotas de la Amazonía brasileña. /en/ NY Times. Opinión. Fechado 2 de octubre de 2020. Visible en: https://www.nytimes.com/es/2020/10/02/opinion/amazonia-abuso-infantil.html
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.