Durante su participación en la FIL Guadalajara 2023, Sergio Ramírez señaló que aún existe una esperanza de que la democracia pueda germinar en Centroamérica. La movilización de los pueblos indígenas en Guatemala en defensa de la democracia busca que el presidente electo, Bernardo Arévalo, tome posesión de su gobierno, a pesar de los impedimentos de los partidos de derecha que argumentan irregularidades en la elección. “Si el presidente Arévalo logra tomar posesión, será gracias a los cantones indígenas que se han movilizado en las calles. Esto me parece una gran noticia; no todo está perdido, la democracia es posible siempre que se pueda defender”, afirmó Ramírez.
Ramírez cree que cada literatura tiene la realidad que se merece. Como escritor nacido en una realidad anómala, ha vivido situaciones extraordinarias. “Me cuesta imaginar lo que es ser un escritor sueco o danés; la realidad es tan diferente. Mientras uno tiene que vivir domando la realidad o tratando de rebajar el perfil fantástico que tiene para no parecer tan exagerado. Uno termina corrigiendo la realidad porque dice, ‘no, esto no lo va a creer nadie’”.
Las palabras de Sergio Ramírez nos invitan a reflexionar sobre la resiliencia y la capacidad de los pueblos para defender la democracia frente a adversidades. La movilización de los pueblos indígenas en Guatemala es un ejemplo poderoso de cómo la unidad y la acción colectiva pueden desafiar estructuras de poder opresivas y luchar por un futuro más justo. Esta lucha no solo es un acto de resistencia, sino también una afirmación de la dignidad y los derechos humanos.
La observación de Ramírez sobre la literatura y la realidad resalta la influencia del contexto en la creación artística. Los escritores, moldeados por sus experiencias y entornos, reflejan en sus obras las complejidades y peculiaridades de sus realidades. En el caso de Ramírez, su vida en una región marcada por conflictos y transformaciones le ha proporcionado una perspectiva única y rica en matices. Esta realidad “anómala” que menciona no solo ha sido una fuente de inspiración, sino también un desafío constante para representar la verdad sin caer en la exageración.
La comparación con escritores de países como Suecia o Dinamarca subraya las diferencias en las experiencias vividas y cómo estas se traducen en la literatura. Mientras que en algunas regiones la vida puede parecer más estable y predecible, en otras, la realidad supera a la ficción, obligando a los escritores a encontrar un equilibrio entre lo fantástico y lo creíble.
En última instancia, la reflexión de Ramírez nos recuerda que la literatura es un espejo de la sociedad y que, a través de ella, podemos explorar y comprender mejor las diversas realidades que coexisten en nuestro mundo. La lucha por la democracia y la representación fiel de la realidad son dos caras de la misma moneda: ambas buscan la verdad y la justicia en un mundo lleno de desafíos.
En su libro Tongolele no sabía bailar, Ramírez ficciona la realidad para dar un giro delirante y explicar lo que ocurre. En un pasaje, cuenta que el gobierno tiene una pitonisa encargada de decidir a quién eliminar y a quién no. David Maciel, editor de la edición en México del diario El País, le preguntó sin tapujos: “¿Cuál es esa relación de vivir en unos gobiernos tan jodidos y hacer literatura?”.
“No creo que los centroamericanos tengamos una preferencia por las dictaduras, lo que existe son grandes déficits institucionales”, dijo Ramírez. A falta de instituciones, el vacío lo llena un líder mesiánico que generalmente sigue la misma fórmula: suspender las garantías constitucionales para implementar su programa de reforma.
Maciel subrayó que Nicaragua y El Salvador, aunque tienen líneas parecidas, cuentan con gobernantes totalmente distintos. En Centroamérica parece haber una cierta querencia por las dictaduras y por lo mesiánico de sus dirigentes. Ramírez respondió que una de las realidades más contradictorias de Latinoamérica, y en especial de Centroamérica, es la de Nicaragua. Quienes vivieron en su generación recuerdan que la revolución nicaragüense era una puerta abierta a la esperanza, un verdadero cambio democrático que llenó de esperanza a la gente. Décadas después, ya no existen siquiera medios que den cuenta de los abusos del gobierno.
“Por eso hoy vivo con tantas personas esa decepción. Tengo la certeza de que la revolución que vivimos entonces no es lo que está ocurriendo ahora en Nicaragua, no es una segunda parte de aquella revolución, es un régimen dictatorial como cualquier otro en América Latina”, afirmó Ramírez.
Para él, es difícil concebir al gobierno de Nicaragua como uno de izquierda, como lo fue en los años setenta u ochenta. Ahora es una dictadura más cerrada, más metida dentro de sí misma, más ajena a la realidad del pueblo. “Se da como un fenómeno de derivas autoritarias en otros países centroamericanos. No es una isla dictatorial dentro de un mar de democracia; al contrario, Centroamérica es una región que cada vez es más antidemocrática, más sujeta al autoritarismo, a la arbitrariedad, a la violación de la Constitución y de la ley en realidades distintas y en escenarios distintos, pero en el fondo tenemos un escenario muy parecido”.
Podría pensarse que el prolífico escritor nicaragüense Sergio Ramírez, traducido a más de 20 lenguas y ganador del Premio Cervantes, es un ejemplo y orgullo para su tierra. Sin embargo, en Nicaragua le retiraron su título de derecho, lo despojaron de su casa, lo echaron del país dos veces y le quitaron la nacionalidad. Así lo señaló David Maciel, quien participó en una charla con el ahora apátrida escritor, en ausencia de Pepa Bueno, la periodista española que estaba programada originalmente. Maciel se centró en las dictaduras en Centroamérica y preguntó a Ramírez si veía un límite en el régimen nicaragüense, que vive bajo el yugo de Daniel Ortega.