En próximos días está por estrenarse en México y Reino Unido, en salas de cine, porque en México fue parte del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, la película Hot Milk, que parece afortunadamente no trataron de traducir el título como en España que le pusieron Agua salada, sólo Dios sabe por qué, pero ya sabemos cómo son los españoles para eso de la traducción, opera prima de la exitosa escritora y actriz Rebecca Lenkiewicz.

Distribuida por la plataforma, ahora poderosa, millonaria y sionista, MUBI, Hot Milk tuvo su estreno mundial en la 75 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale 75), el 14 de febrero de pasado; en dónde estuvo seleccionada para la competencia principal, paso sin pena ni gloria.

Hot Milk cuenta la historia de dos mujeres: Sophia (Emma Mackey) y Rose (Fiona Shaw). Rose es una irlandesa que sufre una extraña enfermedad que no le permite caminar y nadie le ha podido ni diagnosticar, ni mucho menos curar, a pesar de haber intentado todo tipo de tratamientos.

Emma Mackey durante la BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

Sophia es su hija, veintiañera, en la película es estudiante de antropología todavía, en el libro ya se ha titulado, incluso tiene un master; y a pesar de tantos estudios trabaja en una cafetería como barista y mesera. El mal de las juventudes del capitalismo tardío, aunque más bien pareciera que los tardíos son los cientos de millones de jóvenes en el mundo que parece que llegaron tarde al capitalismo y su promesa del sueño americano. A pesar de desperdiciar la juventud y el dinero de sus padres en educación, tratando de especializarse lo más posible para ser aptos para el sistema, terminan de meseros, o los que tienen más suerte, siendo “emprendedores”, esa quimera neoliberal de la prosperidad a prueba de todo obstáculo, el sueño americano recargado, o reloaded como dicen los gringos.

Sofía, vamos a decirle Sofía si les parece bien, es además una mujer en busca de su identidad en todos los sentidos: inglesa, de padre griego y madre irlandesa, enamorada de hombres y mujeres por igual, antropóloga sin práctica haciendo de mesera, sin casa, sin padre, ya que éste las abandona muy pronto, y con una madre que es una tortura permanente. Sofía navega disléxica en un mundo bizarro que no entiende, a pesar de los esfuerzos que hace por tratar de encontrar su lugar en el mismo:

“—Me llamo Sofia. —Le estreché la mano.

—Yo soy George. —Retuvo mi mano en la suya.

—Estoy de visita unos pocos días. —No hice nada por retirar la mano.

—¿Tiene que volver por trabajo? —Me soltó la mano.

—Sofia es camarera por el momento —dijo mi padre en griego.

También soy otras cosas.

Tengo una licenciatura y un máster.

Soy un ser estremecido por una sexualidad ambigua.

Soy puro sexo sobre unas piernas morenas con sandalias de ante con

plataforma.

Soy una joven urbana, culta e irreverente.

No represento una feminidad aceptable desde el punto de vista de mi

padre. No estoy segura, pero creo que él cree que soy una deshonra para la

familia. No sé bien por qué. Como papá estuvo desaparecido bastante tiempo

no me explicó cuáles eran mis deberes ni mis obligaciones.

—Sofia lleva en el pelo unas flores flamencas que compró en España. —Mi padre parecía deprimido— Pero nació en Gran Bretaña y no habla griego.

—No veía a mi padre desde los catorce años —le expliqué a George.

—Su madre es hipocondríaca —le dijo mi padre a George con tono de hermano.

—Llevo cuidándola desde los cinco años —le dije a George con tono de hermana.”  

Fiona Shaw durante la BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

Rose decide ir a Almería, España, a intentar un tratamiento con medicina alternativa, con un doctor muy reconocido que tiene su clínica en aquel lugar. Obviamente, Sofía la tiene que acompañar, ha permanecido esclavizada a la madre durante toda su vida, en parte por un sentido de culpa que la madre no deja de alimentar.

La estancia en Almería para Sofía será catártica e intensa y de alguna forma la liberará y le ayudará a traducir todos esos símbolos que la han sumergido en un estado des-identitario —si me permiten la des-palabra— total.   

La película no es mala, la fotografía, el montaje y sobre todo las actuaciones son muy buenas. El largometraje logra envolverte en la atmósfera deseada por la directora que además es la correcta. El problema de la película es el guion y resulta curioso que así sea viniendo de una persona como Rebecca Lenkiewicz, que co-escribió la aclamada Ida (2013) y es autora del libreto de She said (2022).

Rebecca Lenkiewicz durante la BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

Lenkiewicz, como responsable de un conjunto, acierta en todo, en la escenografía, en el manejo de la cámara, en la dirección de actores, en el diseño de sonido, en la fotografía, el trabajo de edición, menos en su especialidad, en el guion, en la adaptación literaria y en la historia que quiere contar.

La directora no sabe que hacer con toda la fenomenal atmósfera que construye alrededor de su rodaje y montaje, de las actuaciones y de la abundante tela argumentativa que tiene de donde cortar y que es la novela de Deborah Levi, que sin ser una cosa extraordinaria, sí es literaria y narrativamente muy rica, sobre todo en situaciones y personajes. La novela es una compleja red de romances, donde los amantes no son dos, sino muchos más, aderezada con la tormentosa historia familiar de la joven. 

Además, del gran valor de la novela que es que se preocupa por tocar, al menos de refilón, muchas circunstancias socio-políticas que de alguna manera se conectan con ese estado de des-identificación de Sofía. El cine que no es político no vale la pena como arte, quizás como entretenimiento, pero está película, resulta peor que un audiovisual apolítico, porque es antipolítico y contrasocial: deliberadamente evita tocar situaciones políticas intrínsecas de la historia original, eso resulta terrible en los tiempos que vivimos y para la obra de arte en sí.

La novela habla de la crisis en España, de sus altos indices de desempleo, de la explotación de migrantes africanos en Almería en un modelo de esclavización moderno que el hombre blanco se ha ingeniado para que pase desapercibido o sea normalizado por todos nosotros, hasta nuestros días.

BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

La novela habla de la crisis en Grecia, de la gran rebelión, del sometimiento que tuvo que ejercer la Unión Europea (UE) a punta de amenazas de orfandad, del gobierno transfronterizo que representa esa UE, al servicio de EEUU y del sistema financiero y el mercado. El bendito mercado al que todos le debemos nuestra vida. La novela habla de Dios, de la culpa, de desempleo, de egoísmo, de la dislexia identitaria y de muchas otras cosas.

La película esta tan vacía argumentativamente, que ni siquiera hace falta ver la novela para darse cuenta de ello. De hecho, yo decido leer la novela a raíz de ese sin sabor que deja el largometraje, como el café descafeinado o la cerveza sin alcohol, como el futbol sin descenso o el boxeo con casco.

Lenkiewicz decide no abordar, ni de pasada, ninguno de los temas sociales que la novela expone, hay una clara evasión al tema político. Ni lo más sencillo como podría ser los jóvenes tardíos del capitalismo, ya no hablemos de la revolución griega contra el sistema financiero europeo o la esclavitud tolerada sin rubor en Almería. Es una terrible pena, que esto se haya dado así, porque todo el talento artístico desplegado en la realización cinematográfica, queda prácticamente desperdiciado.

La directora decide construir su historia alrededor de la relación romántica y tormentosa, como todo romance que se digne de serlo, entre Sofía e Ingrid (Vicky Krieps), una chica alemana que conoce en la playa y, secundariamente, la relación tormentosa entre madre e hija.

Vicky Krieps durante la BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

En la novela, tanto Sofía como Ingrid tienen otros romances o relaciones amorosas/sexuales o amistoso/sexuales, y aunque sí existe una relación intensa entre las dos, diversifica las relaciones románticas, le trata de quitar el protagonismo absoluto a una sola, por ejemplo, Sofía también convive, en ese sentido, con Juan (el salvavidas de la playa), casi al mismo nivel (intensidad) que con Ingrid. Juan apenas y aparece en la película. Ingrid tiene Mathew y a otro (un vaquero), que sí son un poco más tomados en cuenta en el largometraje, sobre todo Mathew. Mathew tiene un romance con la hija del doctor que trata a Rose. 

Y ya no hablemos de combinar el amor con otros temas importantes como los sociales y políticos. Esta claro que en una película de 93 minutos, no se van a poder incluir todos los aspectos que un libro puede abordar, pero creo que en este caso también es claro que la película se va al otro extremo y no toca ninguno.

Hot Milk se estrena en cines en México el 3 de julio, gracias a los buenos oficios de la difunta MUBI. Que por cierto, duro golpe directo al corazón nos ha dado a muchos, peores incluso que los que Ingrid le da a Sofía, al enterarnos que dicha plataforma ahora es financiada por el fondo sionista Sequoian Capital, uno de los más poderosos de Silicon Valley, con una fuerte presencia en el sector tecnológico-militar de Israel.

“A lo lejos se veía venir un camión blanco. Estaba cargado de tomates cultivados bajo plástico en los sofocantes invernaderos esclavistas del desierto.

Empujé la silla de ruedas con mi madre hasta la mitad de la autovía y la dejé allí.”

¡Palestina Libre!

Rueda de prensa durante la BERLINALE 2025. Foto: Eduardo Aragón

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