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El universo Almudena Grandes es tan amplio, tan diverso, una maravilla que, además, es cercano a cientos de lectores. De hecho, hay para quienes su popularidad despierta reticencia, o tan solo por ello, es razón para considerar su obra como “fácil” y, por tanto, menor.

Sus Episodios de una guerra interminable son una verdadera muestra de compromiso en todos los sentidos por parte de su autora, quien alguna vez se definió como una obrera de la escritura. Esta vez, hablaré de una de las novelas que comprenden dicha colección: La madre de Frankenstein.

Como suele hacer en sus novelas, Almudena gusta de practicar al por mayor la polifonía de voces. Nos narra las historias (y la Historia) a través de la mirada de varios de sus personajes. En esta ocasión, nos cuenta desde la vida de una aprendiz de asistente de enfermería María Castejón, joven, incluso que nos remite a su niñez.

Y luego corte a la voz del joven psiquiatra Germán Velázquez, quien en 1954 vuelve a España para trabajar en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos, al sur de Madrid. A su regreso, no parará de repetirse lo que tanto le dicen: España no es Suiza, y nos narra ese regreso tras el exilio forzado que causó en su familia la caída de la República y el ascenso de Franco al poder, que produjo una sociedad calada hasta en lo más profundo de su consciencia de miedo, de fronteras, de muros, de consignas olor a religión, superstición y poder, un poder controlando hasta los pensamientos.

Y claro, la voz llena de vueltas de quien inspiró la novela: Aurora Rodríguez Carballeira, la madre que mató a su hija, Hildegart Rodríguez Carballeira, caso trágicamente célebre, que cautivó desde que lo conoció a Almudena y que daría como resultado, muchos años después, esta novela.

Almudena cuenta de su reacción a ver la película Mi hija Hildegart (1977), donde se retoma lo que alimentó el propio hecho: eugenesia, feminismo, comunismo, anarquismo, república, franquismo, post-franquismo, radicalismo, crimen. Varios de esos tópicos los abordará en su novela desde la cotidianeidad del manicomio de mujeres de Ciempozuelos, desde la vida rota de las personas que allí habitan, ya sean las enfermas o los que trabajan allí. Y lo hará como sabe hacerlo en cada obra de sus Episodios: desde la sensibilidad, el compromiso con el pasado y la mirada crítica de quien es fruto del devenir de esa España que se permitió soñar solo para terminar viviendo en una larga realidad derrotada.

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