Las ahuianime eran mujeres cuyo oficio era seducir, usar su sexualidad desbordada para alegrar la vida del mundo nahua preshipánico. Imagen obtenida de +DEMX

Siento el calor trepando desde aquí abajo, mi hermoso Itzcóatl, cuando llegas a mí tras días de batalla, donde has hecho correr sangre para alimentar nuestra tierra y someter a la orgullosa Azcapotzalco. Tu cuerpo delgado y fino, del color de los troncos de ahuehuetes –esos viejos del agua– me invita a tocarlo y a escribir en él la historia de Tamoanchan, ese paraíso donde se vivía sin fin, ahí donde crecía el árbol de la armonía, el intocable. Me desnudo ante ti, pero permanezco lejana. Observas mi cuerpo moreno y espigado cubierto de los trazos del tigre, lunares de sol dibujados sobre mi piel por los pequeños orificios dispuestos en el techo. Se escucha el caer del agua sobre la fuente y el olor de las flores amarillas envuelve este palacio, cobijo de los amantes.

Te deshaces de tus insignias de guerrero. Comienzas la danza con tus pies que trituran los pétalos de cempaxúchitl regados por el piso. Ondeas tu espalda, inclinas la cabeza, tus piernas te guían hacia atrás y hacia adelante. De pronto ciernes tu aliento sobre mi espalda y siento que es el sol que recorre la tierra. Ahora vas frente a mí y dejas que tu soplo vaya desde mi cara hasta mi vientre. En mi ombligo te detienes, exhalas más fuerte, casi lo siento un grito. Es el sol al mediodía. Te detienes como se detiene el sol ante el Espejo Negro. Lo demás es el descenso, solo un reflejo, un sol lunar que se adentra en mi mundo más oscuro.

Con mis senos pegados a tu pecho y mis labios a los tuyos, lees lo que mi piel te cuenta sobre Tamoanchan. Renace en mí la tentadora Xochiquétzal, la nacida del cabello de su madre, con sus labios caracol.  En esta batalla, mi tacto te hace mío, aquí eres tú el guerrero capturado. Mi lengua te lame completo, mi saliva te cubre ante el ritual del que la vida nace, mi amoroso hombre-cenzontle. ¿Qué encuentras entre mis piernas? Sí, el aletear del colibrí, y entonces te digo palabras repletas de fantasía para que los tzitzimime no plaguen tus sueños con sus juegos de monstruos.

Ubicado en un impreciso horizonte (“sobre todos los aires”), Tamoanchán era la imagen del paraíso en varias culturas prehispánicas de Mesoamérica. Se le visualizaba como lugar de destino, pero también como punto de origen.

Te haces camino y germinas mi campo como la coa al cultivar el maíz. Me veneras abiertamente cuando me besas cual collar de jade. Cierro los ojos y veo los dos volcanes, vigías de esta ciudad con sus calzadas anchas y pulcras donde el agua abunda; descubro que la pasión de los amantes los nutre. Sonrío ante la idea y abro los ojos para encontrarte. Acaricias tiernamente mi cara. Entras en mí con la fuerza del jaguar y la suavidad de la espuma. Mi gemido seco rasga los cielos hasta ser escuchado por Ometéotl, quien nos hace partícipes de su esencia de pareja primigenia. ¡Oh, mi amado Itzcóatl, ojos de obsidiana, abrasa a tu mujer mexica, a tu mujer principal entre todas tus mujeres!

Ahora reposamos como el águila hizo tras devorar a la serpiente. Tú, mi bello tlatoani, recostado sobre mi pecho desnudo, te confías a mí y me cuentas tu creación de la Triple Alianza. El yugo de Azcapotzalco abolido por ti, por nuestros guerreros y los brazos extendidos de nuestros aliados. Beso despacio tus manos firmes, mientras me hablas de cómo los pedernales se hundían en su carne y caían por doquier nuestros enemigos. Tus ojos de obsidiana se encienden con el recuerdo de la batalla. Para nosotros los mexicas, luchar es un quehacer sagrado, nos hemos hecho fuertes a través de verter sangre sobre el suelo conquistado.

Me explicas cómo has unido tu poderío con las ciudades de Texcoco y Tlacopan. Tomo tu cara entre mis manos, traspaso tu mirada con mi mirada ancestral y te digo: has dado a tu pueblo la fuerza y el poder del que vence, has cumplido el destino trazado por el gran dios Huitzilopochtli, mi Itzcóatl de fuego. Por eso un sabor delicioso emana de tu piel guerrera. Escucha bien lo que te dicen mis labios caracol: la igualdad que ahora conforma la Triple Alianza acabará por ceder ante ti, pues recuerda que eres el águila portentosa.

Ahora debemos reescribir nuestros amoxtli, esos libros pintados que narran nuestro pasado. Pero sí, besa mis senos una vez más, pues en tu ser bulle la fuerza de la victoria que hace cumplir nuestro destino. Aliméntate de nuevo de mi miel de cuauhtzapotl, para que tu semilla gane en mi vientre otra guerra de flores. Ya después de que volvamos a terminar llenos del sudor de la vida, mandarás quemar todos los amoxtli. Reescribiremos la historia mexica, mi Itzcóatl amado, tlahcuilo mío, yo soy y seré la tinta de tu lienzo, una a una inspiraré la escritura del pueblo elegido y su peregrinar hasta Tenochtitlan, ciudad que nace como la estrella nueva.