La Conquista fue la victoria y aniquilamiento de esa estructura sociocultural e histórica prehispánica. Los modelos religiosos, políticos, económicos, sociales y culturales de las sociedades nativas fueron derribados, en algunos casos abruptamente, en otros de manera paulatina. Se legitimaron dichos actos sobre un modelo legal donde Iglesia y Corona hicieron mancuerna, basado en la cultura escrita y se impusieron los modelos propios de los conquistadores. Como en todos los ámbitos, resistieron formas de la configuración prehispánica, poco a poco con menor incidencia y en todo caso desde un inicio supeditadas a una discriminación ideológica por parte de españoles, luego criollos e incluso mestizos o mismos indígenas –la cual perdura hasta nuestros días–. La escritura nos habla de ese proceso de asimilación cultural en los códices coloniales y la cartografía hispano-indígena.
Durante la época colonial se arremetió contra los modelos de enseñanza prehispánicos y se instauró un formato a modo de los seminarios así como de las universidades que estaban surgiendo en toda la Europa renacentista. Las nuevas generaciones de indios –que fue donde concentraron sus energías los frailes– fueron instruidos por españoles e influidos por su cosmovisión. Los tlacuiloltin del Colegio de Santa Cruz o de otros centros de enseñanza, ya no estaban formados bajo los principios del calmecac, se desproveyó a la escritura pictográfica de su carácter sagrado y de su función de divulgación –en compañía de la lengua oral– dentro de la sociedad. El carácter que adquirió fue instrumental, de función referencial hacia los mismos indígenas pero sobre todo hacia los españoles. Esto fue vital para la proliferación de glosas castellanas –o latinas, aunque en menor grado– que explicaran a ojos de los españoles lo que se narraba en las imágenes, que terminó por hacer de la imagen un acompañamiento semántico.
La traslación del náhuatl a través de gramáticas generó que una vez que el náhuatl se escribió alfabéticamente la producción pictográfica quedara relegada como modelo comunicativo. La cultura escrita occidental basada en grafías instauró su hegemonía en materia legal, administrativa y de difusión cultural, donde el formato del libro prevaleció con contundencia sobre el códice y el papel de la imprenta, que pronto fue puesta en marcha en la Nueva España, hicieron que los mismos intelectuales con descendencia indígena se inscribieran en la línea de producción alfabética, además que recordemos, la educación estaba centrada en la alfabetización.
El ejercicio de la escritura era propio de la élite indígena o en estrecha vinculación; en la Europa renacentista la escritura también estaba en esta posición. El derrocamiento de la sociedad mexica prehispánica afectó la producción de la escritura pictográfica. La primera vez que se introdujo una glosa alfabética en un códice colonial se asistió a la inauguración de lo que sería la preeminencia de un sistema de comunicación sobre otro. Los dos eran parte de un ejercicio de poder, por lo que, a diferencia de la lengua oral, el conquistado habría de someter sus modelos a los propios del conquistador, aun así esto ocurriera en medio de una motivación que no percibía su acto como violento sino como una manera de entablar comunicación, como es el caso de la labor lingüística de los frailes.
El contexto de conquista y colonización en que ocurre la creación de catecismos pictóricos, códices coloniales y cartografía hispanoindígena donde aparece el alfabeto, no ha de observarse como el simple surgimiento de un objeto bicultural, aunque también lo sea, sino como producto de la imposición de una cosmovisión sobre otra. Sabemos que toda imposición implica pérdidas aunque en efecto, también ganancias. Considero que como herederos de la occidentalización que ocurrió en América, se nos ha hablado mucho de las ganancias culturales que Europa, en este caso España, desplegaron sobre esta tierra que ahora habitamos, pero creo que la deuda está en hablar y hablarnos a nosotros mismos de las pérdidas. Si el mundo que habitamos, construido sobre constructos socioculturales occidentales, estuviera funcionando armónicamente, yo dejaría de dudar sobre toda su herencia, pero todos sabemos que no es así. La desaparición de la escritura pictográfica náhuatl es un ejemplo más de lo que puede ocurrir cuando el respeto a las representaciones independientes del “otro”, del “desconocido”, se disipa.
Esto no es exclusivo de la Conquista española, los propios mexicas sometían a sus enemigos y, por ejemplo, en materia de escritura eliminaron sus documentos. Compartimos como humanos la sed y el horror. Según mi perspectiva, el alfabeto, además de ser un extraordinario instrumento comunicativo, también representa una de las máximas huellas del poder histórico de occidente, y poco hemos explorado qué tanto nos ha anquilosado en prácticas sociales y configuraciones cognitivas repetidas, que hacen de la historia humana el máximo ejemplo de la incomprensión entre seres que comparten una misma confección y un único mundo para habitar. Mientras no cuestionemos los alientos que como civilización nos fundan y nos guían, no podremos re-construirnos; difícilmente haremos por des-aprender lo que nos hace propagar el dominio y la indolencia. Si algo me ha enseñado la historia es a acrecentar las dudas, a explorarlas, a arrojarse sobre el lado oscuro de cada acontecimiento, de cada imagen, de cada l-e-t-r-a.