Escribir es siempre librar una batalla. En primer lugar arrebatarle al lenguaje su poder aparentemente invicto, de ser quien gobierna sobre lo que escribiremos. Se resiste a ser dominado, a su manipulación. ¿Cómo vencer al lenguaje? ¿a los límites que nos impone el lenguaje en su forma más normativa? Las únicas herramientas con las que contamos para sortear sus límites son la porfía, la experiencia en el oficio y, sobre todo, con el encendido deseo de escribir. Todo entonces nace de un enfrentamiento. No decimos lo que queremos, sino hasta donde él nos deja pronunciarnos. Pero hay personas excepcionales que logran arrebatarle al lenguaje su poder. A manipularlo como una argamasa. Consiguen hacerle decir al lenguaje, aunque esa batalla exista, aquello que se parece lo más posible a sus palabras, gracias a una vocación tan elocuente. Liliana Bodoc fue una de ellas. Logró arrebatarle el fuego al lenguaje. Hacerle decir lo más parecido a lo que se proponía.
Procuraré hilar en este escrito algunas experiencias que viví, de reflexiones que hice, de emociones que experimenté a partir de que comencé a leer a Liliana Bodoc. Algunas ideas que pensé gracias a la obstinada y asidua lectura de sus libros. Por último, procurar una recapitulación de qué escribí a propósito de su poética o su persona.
El primer libro suyo que llegó a mis mano fue Los días del venado. A continuación Los días de la sombra. Hasta cerrar la figura con Los días del fuego. Los tres conformaban la conocida Trilogía de los confines. Hace tiempo ya que no los releo. Sería irresponsable pronunciarme en forma pormenorizada acerca de aquello que uno casi no recuerda. Pero esas lecturas dejan un sedimento del que sin embargo jamás uno se ha visto despojado. Es tanta la vigencia de Bodoc. Fue el año en que descubrí otra clase de belleza, a la que me inclinaba pero Bodoc hacía que sucediera en un lenguaje renovador y también con historias que contadas por ella, quedaban guardadas en un lugar recóndito de la memoria, del cual no se disiparía jamás obra tan valiosa, tan versátil, tan contundente, tan llena de poesía. Después de todo, Liliana Bodoc siempre estuvo cerca. Me recuerdo con su libro en la mano. Aquel bochornoso verano en La Plata en 2002. El calor húmedo de la ciudad venía tan a cuento de los cuatro elementos que Liliana convirtió en historias, dedicándole a cada uno de ellos un libro: agua, fuego, tierra y aire. Al igual que lo había hecho con los colores de un pincel fino, delicado, urdido con palabras magníficas. Buscando la fronda del jardín para que la frescura y la vitalidad de su prosa me empapara durante esas temperaturas agobiantes. No caben dudas, ese fue un verano que me deparó descubrimientos.
Lo cierto es que esta Trilogía de los Confines, como Bodoc la tituló, fue un primer contacto de puro asombro. En efecto, Liliana Bodoc tenía un don: narrar tramas arborescentes con una facilidad fabulosa. Narrar dípticos, trilogías o tetralogías. Sabía concebir historias como parte de una totalidad mayor, que de modo inclusivo, conformaban constelaciones amplias. Cuando la entrevisté, me explicó que usaba cuadernos para no extraviarse con los hilos conductores de esas tramas tan intrincadas. Y convengamos que hacía falta estar en muchas dimensiones de la creación poética a la vez para poder, victoriosa, conquistar libros de tan alta complejidad.
A aquel primer libro al que acabo de hacer referencia por supuesto le siguieron otros. A muchos los fui reseñando para revistas de estudios latinoamericanos de EE.UU., donde era valorada hasta visibilizar una producción que en los estudios académicos no solía estar escucharse su nombre. Una inolvidable entrevista para la revista Hispamérica. Revista de literatura, de la Universidad de Maryland, vía correo electrónico. Y luego reseñas para la Revista Chasqui: revista de literatura latinoamericana, de Arizona State University. Los EE.UU. le dieron la bienvenida. Una paradoja ¿no es cierto? Tan luego una mujer que detestaba el imperialismo. En esta última revista recuerdo en especial la reseña sobre Memorias impuras entre otros trabajos. Los círculos de lectores más exigentes la recibieron con muy buenos auspicios y se hicieron eco de su presencia en la literatura Argentina.
Entre otros autores, leía a Angélica Gorodischer, leía a Tununa Mercado, leía a Italo Calvino, a Silvina Ocampo, leía literatura infantil argentina, leía en fin, para ser más económico, libros que me cautivaran por la imaginación creativa de sus argumentos y la poesía en su prosa. Pero la historia con Liliana Bodoc se fue acrecentando impetuosamente. En efecto, puedo jactarme de haber leído toda su obra, incluso la póstuma (me refiero a su teatro y uno de los vólúmenes de Tiempo de dragones, que sus hijos completaron porque había quedado inconclusa y naturalmente fue una obra póstuma).
Bodoc sí se había lanzado a escribir épica fantástica por fuera de toda otra comparación con Borges, Bioy, Silvina Ocampo, J. R.Wilcock, entre los doctos miembros del grupo Sur Si bien ese grupo produjo lo más valioso en el siglo XX.. Liliana Bodoc no escribía literatura fantástica sino que se había consagrado a una de sus primas hermanas, la épica fantástica. En un país en el que los grandes referentes, las plumas más destacadas eran, sobre todo, los cuentistas o novelistas fantásticos, entre otras, la hegemonía de la literatura de esa vertiente era la ortodoxa de la cultura literaria nacional. Había una larga tradición en el campo del fantástico rioplatense. Felisberto Hernández fue otro gran creador de historias fantásticas. Liliana Bodoc efectivamente estaba sola en esa empresa. Pero era una empresa a la que ella apostó con una gran coherencia y una enorme intensidad. Creo que fue eso, junto con el virtuosismo de su escritura lo que le permitió hacerlo de modo tan demoledor.
Había otras dos vertientes en Bodoc: había escrito un libro sobre la vida de Jesús hasta su crucifixiónón ficcionalizada (una nouvelle que apuntaba, entre otros, a público juvenil o, en todo caso, apta para todo público, diría el teatrista Hugo Midón). Libremente recreada, la novela es respetuosa del dogma. Y a mi juicio no persigue en fin de una pedagogía de masas, sino rescatar lo mejor de lo que los Evangelios narran de Jesús (que lo hay). Sus principios y sus valores, su circulación entre la gente más pobre hasta su Pasión. Y había escrito libros de literatura infantil (entre ellos poemas para niños). De modo que con esta disidencia frente al paisaje de sus hermanos mayores, Bodoc quedaba confinada a un lugar insular frente los patricios o bien frente a proyectos alternativos a la literatura oficial. Era una ficción que irracionalizaba marcos de referencia, que rompía estereotipos, que renovaba los géneros literarios, que si acometía la empresa de escribirlos siempre buscaba el modo de hacerlo con palabras nuevas. Fue una narradora de una imaginación radical. A lo que sumo una gran capacidad de trabajo.
Y yendo a una perspectiva más testimonial sí podría hacer referencia a aquel 6 de febrero de 2018. No hace tanto tiempo, después de todo. La suya es todavía una muerte reciente. Con la que resulta difícil convivir para quienes somos sus lectores y lectoras más fervorosos. Yo estaba viviendo en un departamento alquilado en La Plata, y la noticia me llegó vía la Internet. Fue una primicia que no solo me sacudió sino que me conmocionó. Experimenté en mi cuerpo el impacto de su muerte. Un shock tuvo lugar. La angustia se apoderó de mi garganta y mi plexo. Cuando fue confirmada, experimenté toda una serie de emociones mezcladas. Tristeza, consternación, indignación porque no podía aceptar que algo así tuviera lugar, una muerte tan temprana. Porque la muerte nos arrebatara tanta vida. Y hubo también un sollozo que en otros momentos de todos estos años en ocasiones regresa, como una manifestación física de un sentimiento muy íntimo. Yo había leído todos los libros de Liliana Bodoc hasta ese momento. Había trabajado en torno de su poética en distintos artículos, reseñas, entrevistas. Conocía su fuerte personalidad literaria (que sin embargo no era ruidosa). Su voz era combativa e inconformista. Esto se infiere de entrevistas y sobre todo por sus libros, además de conferencias que la pintan con elocuencia. También comprendí que ella había adquirido el valor de un referente cuya pérdida tendría repercusiones de muy diverso tipo en mi vida. Pero si me preguntan qué fue lo que sentí profundamente, fue orfandad. Yo la había investido de un demoledor poder como referente para mí como escritor de literatura. De inmediato pude reaccionar. Tuve en esa oportunidad reflejos rápidos. Y me senté a escribir un In memoriam. El impacto fue descomunal (refiriéndome a alguien cuya escritura asombrada tocaba fibras muy íntimas de mi persona) y como tal puedo recordarlo como si ese día fuera hoy. Por muchos sentidos fue un día de una pérdida cuya emoción se instalaría en mí creo que para siempre. Llegaba luego de su muerte cada 6 de febrero un nuevo momento en el que se me recordaba su partida. Se actualizaba el sentimiento de pérdida, pero la celebraba mucha gente de muchas maneras. Debí a acostumbrarme a convivir son su ausencia. A regresar a sus textos como fuente de vital. Y conjeturo que a ella no le habría gustado ser llorada. Me di cuenta de que lo que había sucedido es también que yo añoraba a la persona Liliana Bodoc. No solo lo que ella había escrito.
Es cierto. No negaré que escribí para muchos medios de Argentina, NY, México y Venezuela textos de una gran diversidad genérica (si es que todavía es sostenible que los géneros literarios existan). Desde blogs de literatura infantil y juvenil pasando por diarios, periódicos, revistas y semanarios. En Argentina, trabajos que se dieron a conocer en Mendoza, en la Provincia de Buenos Aires, en Facebook también varias notas sin haber sido publicadas editorialmente. Escribí un artículo largo y creo que es de lo más serio que produje en mi vida para una revista de México. También recuerdo uno para un blog de literatura infantil y juvenil con el que colaboro.
Yo me aferré a sus libros. Cumplieron la función de talismanes o salvoconductos de la tiranía del referente a ese vuelo monumental de la imaginación. Una imaginación que sí había encontrado en autores como Italo Calvino, Angélica Gorodischer, Ursula K. Le Guin (quien le dijo que si hubiera sido más joven hubiera traducido al inglés la Trilogía de los confines). El reconocimiento a Bodoc vino por dos vertientes muy claras. O algunas personalidades de la literatura argentina o mundial (que no fueron tantas). O un público de seguidores de base muy amplia. Cuya fidelidad es invariable. Y va en aumento en la medida en que el conocimiento sobre su obra comienza a generalizarse.
Yo no sabría cómo definir el vínculo que se estableció entre esta autora, mi producción crítica y mis trabajos de ficción o no ficción. Diría en primer lugar que fue un estímulo muy influyente. Su muerte, paradójicamente, hacía nacer palabras que antes jamás hubiera concebido. Y eso hizo que su ausencia fuese más motivo de producción creativa y menos dolorosa. Experimenté este adiós de Liliana Bodoc para más que paralizarme, encontrarle la vuelta para de modo pujante proseguir mis formas del homenaje. Incluso formas alternativas, no las codificadas según las pautas convencionales. Hay y habrá siempre un tributo que jamás languideció. Un tributo que yo esperaba para como un desafío buscar formas alternativas de renovar el homenaje cada febrero.
Pero no conforme con escribir artículos, notas, reseñas, la entrevista que le había realizado, estoy seguro que fue ella la que me ayudó a definir qué clase de escritor quería ser (uno tan distinto de ella, pero con consensos ideológicos y también artísticos).
Había llegado a mi vida el capítulo de las muertes de varios escritores y escritoras admirados. Eran una serie de acontecimientos irrevocables. Pero frente a los cuales escribir sobre ellos y ellas, crear, pensar sus poéticas, fue decisivo para mí. Siguieron inoculándome la posibilidad de crear. De crear desde el punto que ellos habían interrumpido su proyecto creador. Por otra parte, toda Bodoc invita a repensar al sujeto por dentro de una comunidad de pares, que es a partir de una serie de sucesos narrados, desemboca en una batalla ética.
No puedo ni deseo en este escrito dejar más que un testimonio de cómo una autora excepcional perdura en uno de sus lectores (y discípulo) que también es escritor. Fue ella la que estoy seguro con sus lecturas llenas de fantasía y libertad subjetiva me condujo a transitar el camino de la poética. Por más que yo prosiguiera con mi trabajo crítico. Ayer sábado 28 de enero releí El espejo africano.
Para los niños y niñas recomiendo para empezar de sus libros con Reyes y pájaros, Sucedió en colores y La mejor luna. También Un mar para Emilia, para menores aún. Son obras de una enorme capacidad de imaginar, de una escritura impecable, con inflexiones poéticas que por supuesto me interesan mucho más que otros campos de la producción literaria argentina.
Creo que sobre todos sus libros escribí crítica salvo el de teatro. Hubo escritos formales y escritos informales en Facebook, una red social a la que yo sí le consagro relevancia, porque todavía creo en el poder magnífico de la reproducción y propagación de la palabra .
Atrevesados los géneros académicos, sorteado el capítulo de los trabajos para diarios, periódicos y revistas culturales del país y el extranjero, comienza una nueva etapa en la que simplemente comencé a narrar los encuentros imaginarios con Liliana. La crítica me parecía un discurso que con Bodoc era una etapa superada. Al menos en este caso y para mí. Los encuentros imaginarios en su cabaña de El Trapiche, Provincia de San Luis, Argentina, donde vivió la última parte de su vida junto a su familia, se fueron ampliando hasta otra clase de encuentros imaginarios. Me refiero a un relato situado en mi casa a la que asistían mágicamente un grupo de escritoras y escritores con afinidades creativas, de personalidad e ideológicas, de temperamento, sí que habían conjugado una obra de portento con un sentido de la ética que no hacía concesiones. También de una creatividad poderosa. La de estos textos formaban parte de la escritura literaria, de eso no cabían dudas. Eran encuentros de los que participábamos ella y yo (había otros escritores que se sumaban a esa fiesta de la imaginación en un caso).
Pero en esta nueva etapa el homenaje adoptaba la forma del texto literario. Una vez más Liliana Bodoc me conducía hacia el territorio de la literatura en lugar de hacerle el juego a los estudios literarios. Estaba claro que Liliana Bodoc había traído a este mundo obras de imaginación que promovían las de otras personas. Se convertía en personaje literario. Disparaba argumentos, concebía tramas, recreaba su voz, aprendía y me admiraban sus discursos, me permitían reflejarme en ese espejo (¿africano?). Así, Bodoc dejaba asentado como lector en mi subjetividad que mi sendero estaría en el futuro en el camino de la ficción. De ese modo al menos lo fueron dejando entrever los sucesivos tributos.
Este territorio de lecturas, lectores, publicaciones, narraciones de encuentros imaginarios en su cabaña de El Trapiche o en casa, me permitieron indagar en profundidad en sus ideas, en su pensamiento, en su seguridad producto de la reflexión, en sus reivindicaciones políticas. Y sobre todo en su presencia (que me negaba a que fuera abiertamente una ausencia.)
Conocí vía Facebook, email y WhatsApp a su hermana, conocí a su esposo, quien fue verdaderamente generoso conmigo porque subió a la Página Oficial de Lilina Bodoc los distintos escritos que yo había ido produciendo en un arco que abarcó los años 2018 a 2022. Conocí a sus hijos para reunirme a través de uno de ellos con un libro que yo no conseguía. Me refiero a su obra teatral póstuma. Conocer a su familia, ingresar al mundo de sus afectos, aunque no saliera de ello una amistad sino una relación cordial. Me parecieron todos sumamente amables, buenas personas, agradecidos por encontrarse con un lector con tanta adhesión hacia la obra de Liliana como yo que no solo la leía o la reseñaba como otros autores sino que manifestaba un detenido placer en trabajar críticamente sobre ella. Al que se sumaron más recientemente mis tentativas literarias.
Los trabajos que yo daba a conocer eran bienvenidos por los lectores y lectoras. Se interesaban en ellos, los leían y los compartían. De modo que sentí que también Liliana Bodoc sabía emocionar a muchas personas, del mismo modo en que lo había hecho conmigo. Uno ya no es el mismo una vez que ha atravesado por la lectura de uno o varios (si no todos) los libros de Liliana Bodoc. Es más consciente de la injusticia y del mal (un conflicto ético y sociopolítico), de cómo resolver sus disputas, Bodoc promovía la sensibilidad y ampliaba el mundo de la ficción hasta volverlo más ancho. La insumisión (para citar la palabra de una autora argentina como María Negroni) formaba parte del espíritu de Liliana Bodoc, era una de sus ideas más acentuadas.
He realizado muchos trabajos críticos sobre todo trabajos sobre otros autores y autoras argentinos. Sobre algunos extranjeros. Y en ninguno de ellos logré experimentar el impacto sensible que me produce la prosa de imaginación de Liliana. Sus personajes, la perfección de su factura. Lo novedoso de su forma. Eran obras magistrales.
Compartí mi entusiasmo lector junto con los seguidores de Liliana en Facebook. Ellos a su vez compartieron mis textos. Esa fuerte empatía que había entre mi escritura y la lectura de sus libros no hizo sino acentuar mi deseo de seguir profundizando en su poética. Y en su vida.
Naturalmente que tengo un “estante Bodoc” y naturalmente que siempre experimento esta muerte desde la partida de una mujer que estaba todavía en la plenitud para seguir produciendo (de lo que estaba dando muestras). Era una autora audaz que se proponía retos. Y los lograba realizar.
Es muy claro en el corpus de Bodoc de qué modo su ficción se va volviendo más ambiciosa, más audaz, con libros más jugados, más intensos, más radicales, más cuestionadores del statu quo cultural. No obstante, ya desde sus novelas “de comienzos”, deja en claro cuáles serán sus premisas. Su referente no será eurocéntrico y participará con mucha intensidad con arraigo haciéndolo desde la recuperación del pasado americano hasta apostando a su cultura. La cultura de quien habla el mismo idioma pero también mantiene una singularidad.
Liliana Bodoc desnaturaliza toda una serie de principios de la producción literaria, entendiendo por ella un sistema de lecturas, un canon (siempre en disputa), una jerarquía, la asignación de devoción cultural a ciertos autores/as por parte de la crítica, la tensión entre lo que significa narrar la experiencia del horror de la guerra con el objetivo de alcanzar la paz. La guerra para la paz. Esto lo he dicho en otras partes: Liliana Bodoc escribía fantasía épica o épica fantástica (mejor) en la que confrontaban el bien contra el mal. Pero dejando en claro que lo belicoso era una batalla silenciosa que se jugaba de forma cotidiana entre dos principios que no podrían nunca capitular. Sencillamente por el hecho de que uno de ellos no respeta el juego limpio. No queda frente a este inexorable universo de la ética sino dar la batalla.
El rol que Bodoc otorga a la mujer está a la par del varón o incluso superándolo. Y en ocasiones nos encontramos con seres fabulosos connotados positivamente o bien son líderes hembras o mujeres, pero pertenecen a un mundo en el que lo referencial se ve fuertemente puesto en tensión y puesto en cuestión. Transgrede entonces el imperio del referente. Debe ser realizada una revisión para una nueva clase de creación. Esto quedó en claro sobre todo en la Trilogía de los confines, en Memorias impuras y en El rastro de la canela, entre otros. Son libros en los que, por contraste, en la ficción cobra protagonismo el género femenino, cobra fuerza y poder resolutivo. No son las obedientes mujeres de las novelas de los siglos precedentes. Se trata de figuras protagónicas en la fábula. Son figuras con el mismo o mayor poder que el de los varones.
Sobre J.R.R. Tolkien, a quien como marca registrada se la ha pretendido asimilar como antepasado y a ella con la identidad de “La Tolkien argentina”, quien lo lea comprenderá lo errado que es asumir esa idea sin establecer previamente unos cuantos matices y formular una serie de objeciones. Para Liliana Bodoc, Tolkien, en sus palabras, era eurocéntrico y patriarcal. Pero sí es cierto que pese a estas críticas la impresionara el talante inventivo de la imaginación desplegada por J.R.R. Tolkien. Sí tomó de Tolkien cierto modelo narratológico y semántico. Cierro el capítulo del debate de su genealogía salvo para sí intervenir en lo relativo a sus lecturas. Por supuesto que había muchas lecturas de Bodoc que ella misma me confesó y que eran o habías sido importantes. Desde Borges, pasando por Lewis Carroll, Ursula K. Le Guin, Italo Calvino, entre otros. Y los poetas. Citó a Brecht en uno de sus discursos. Toda literatura que no fuera partidaria del verosímil realista y la ficción mimética, que no podía concebir ficción sin las reglas de juego de este mundo y su representación. Pero lo que sí podría afirmar porque me lo escribió a mí de primera mano es que ella era ante todo una lectora de poesía. “Siempre vuelvo a los poetas”, declara en la entrevista. De modo que esa respuesta vale por decir que la poesía no solo era gratificación sensible, belleza, temporalidades lentas, un manejo de síntesis y condensación de la lengua, sino que también había una lección de estilo en ella. Liliana Bodoc entonces, escribía narrativa con los ojos atentos a la dicción poética. Asumía el oficio de narrar con la vocación de poeta. Eso salta a los ojos de cualquier lector que lo percibe aunque no lo sepa precisar. O frente al estudioso más entendido. Es tan tersa la prosa de Bodoc, pero al mismo también tan impresionante su imaginación que esa secreta alquimia da por resultado lo que ella creaba y la decisión con la que escribía. La suya era una opción por un cierto tipo de discurso literario (narrativo, para el caso, sin olvidar sus poemas y teatro), en el cual la prosa en su enunciación literaria, poderosa, toma como punto de referencia a la poesía. En particular la escrita en lengua española. Se trata de un cruce, un mestizaje, una combinación.
Su literatura puede ser leída por personas de todas las edades. Y lo que ambiguamente se suele dividir en edades recomendadas para los lectores estalla frente a ciertas ficciones de Bodoc que bien pueden ser leídas o serles leídas a los niños, si se prefiere con la compañía de un adulto para evacuar dudas o desambiguar.
En el marco de las celebraciones por un nuevo aniversario de su muerte, no quería callar. Porque como dice el escritor argentino Héctor Tizón en uno de sus títulos: “No es posible callar”. A lo que agregaría yo “No es posible olvidar”.
Y luego de haberme referido a mujer tan extraordinaria como lo fue Liliana Bodoc, va también el asombrado y no saciado deseo aún de leer y leer. Y seguir leyendo a Liliana Bodoc. En una historia sin fin.