La Masía, de Joan Miró

Las tres cosas más importantes en la vida son: La primera, vivir cada día como si fuera el primero, aunque en ello se te vaya la vida; de las otras dos no me acuerdo. Silente Dorano

Desde aquí es posible ver las primeras horas de la mañana y otra vez llegas tarde, pero no vamos a hablar de esas cosas porque tienes la edad para lamentar y olvidar después este tipo de particularidades. 

No llegabas a los diez años cuando encontraste a tus padres estirados sobre una cama deshecha, y contento, mordiéndote los labios, abriste una de las ventanas como te lo pidieron y saliste descalzo a jugar en el patio mientras los ruidos de la casa ganaban fuerza matando poco a poco al silencio, entonces un vapor lácteo que salía del horno se confundía con los demás olores de la cocina. Eran sin duda otros tiempos. 

Abres la puerta y te apresuras a entrar para recorrer las galerías y mirar las heladas estatuas de mármol que de cierta manera te parecen conocidas, pero que sabes, son extrañas, llenas de esa familiaridad apócrifa que tienen las piedras, inútiles y majestuosas. Siempre lejanas. Das medidos pasos en un intento por prolongarte a ti mismo a lo largo del paseo, para buscar un aire solemne entre el eco y romper así el insoportable silencio de las estatuas que no dicen nada. Llegas a la otra puerta y al fin te encuentras afuera, con una bola de angustia metida en el vientre.

Te sientas y bebes. Frente a ti pasa una caravana enganchada a un viejo coche y te da por imaginar que es la misma caravana que visitaste hace muchos años, cuando fuiste con tus amigos a ver a aquella gitana para que les leyera el futuro en una taza de café. En el camino a uno de los muchachos le llegó una idea que a ti y a los otros les pareció excesiva y por excesiva atractiva: robarle a la gitana y darle algunos golpes para meterle miedo, porque, alguien dijo en un momento y no puedes recordar si fuiste tú, las muy putas iban con la lengua floja y sabían cómo hacer escándalos. 

El último en entrar con la gitana fuiste tú. Te sentaste, bebiste tu café y tomaste la taza con ambas manos repitiendo un conjuro que olvidaste pero que en aquel momento juraste que nunca volverías a repetir. La gitana metió su cara en la taza y te habló de viajes y de muertes, de un colchón lleno de manchas, tú te reíste y le diste las gracias, le pagaste y llamaste a los otros. 

Te sorprende un día fresco, piensas que no hay nada mejor como salir abrigado de casa y que el frío te pegue en la cara, sólo en la cara, para terminar de despertarte y darte la certeza de que le sacarás provecho a las siguientes horas.  

En tu mente aparece el colchón de tus padres lleno de manchas. ¿es ésa la única forma del pasado? Resuelves que debería leerse el pasado en las manchas de los colchones. Piensas en el colchón, piensas en tus padres, piensas, entre otras cosas, en los días calientes, cuando reinaba la risa y el desorden te tocaba y nunca te hacía daño, cuando la gitana leyó una suerte para ti nada parecida a ésta; pobre adivina, te repites, casi la matamos a golpes.

Vuelves a abrir la puerta emocionado, pero te lamentas por no haber llegado más temprano, y el sebo de la noche te molesta adherido entre los dientes, y el silencio de las estatuas ahora te parece hermoso, aunque hayas llegado tarde a todo.