José María Ferrero

Una memoria de mi padre, José María Ferrero

(1940, Mercedes, provincia de Buenos Aires- La Plata, 2024) 

“Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé”. Así empieza, con una vacilación desconcertante  una de las obras maestras de la novelística del siglo XX. La escribió el autor francés Albert Camus y se titula “El extranjero”. En un caso como el que elijo espontáneamente abordar aquí, precisamente la partida de un padre, la escritura deja y no deja de afectarnos o alcanzarnos. Nos complica porque desconocemos cuáles palabras habría elegido él para ser recordado. 

     También la autora francesa Simone de Beauvoir, precisamente amiga de Camus, escribió la novela breve autobiográfica, Una muerte muy dulce. Aquí las cosas no son tan simples. La escritora francesa aborda de modo descarnado el proceso de deterioro de su madre producto de una enfermedad terminal. Huelga decir que el título de este libro resulta no solo irónico, sino, a mis ojos, lo que sería un libro más, de tema interesante-     

     Papá fue un hombre de una enorme cultura artística. Sabía de literatura, de música, de cine, de pintura, de teatro, idiomas… En fin, lo que yo llamaría un renacentista. Pero cierta vez, cuando viajábamos en auto me confesó que él hubiera debido dedicarse a la música. Me sorprendió mucho esta vocación que secretamente acariciaba. Pero supe que papá también tenía corazón para otras artes.

     Hacia el final de su vida, me decía que se despertaba por las mañanas con un poema o una canción que pronunciaba o tarareaba de inmediato de memoria. Esas melodías y esas palabras se habían literalmente encarnado, hecho carne en su cuerpo.  

    Las sucesivas casas en las que vivimos tenían paredes enteras de libros exquisitos. Colecciones, libros de arte, sobre cine, libros objeto, libros en francés (que él leía de corrido), toda clase de diccionarios, y una abultada y monumental enciclopedia Larousse. En su juventud, como Ayudante Diplomado de la materia Literatura francesa en la UNLP, me contó que había traducido Prólogos enteros para sus alumnos.

     Fue un ávido y abrumador lector. Todo lo sabía y lo que no sabía era de esas personas inquietas y curiosas que de inmediato se entregaban a sacarse la duda en los distintos diccionarios de casa. No sé qué pensarán ustedes, pero encuentro en ello a alguien no conformista que ama las palabras, cuida de ellas, las custodia. Papá estaba siempre investigando lo desconocido.

     Empapó de literatura y artes encendidamente (no solo en La Plata, sino en otras partes del mundo), a generaciones de alumnos. Cada nuevo cumpleaños era ocasión de llamados, visitas, o bien de correos electrónicos de sus ex alumnos para saludarlo o acercarle un regalo. Había algunos con los que tenía rituales. Para fin de año, uno de sus ex alumnos se aparecía por casa con un nuevo libro (por lo general un policial), que él a su vez retribuía con otro, en una suerte de cómplice intercambio.  

     Tenía humor, no era solemne, era decidido  y  también desconocía la pereza.

     Poco antes de morir estaba preparando un curso para un grupo de alumnos, todos profesionales adultos, a quienes les venía impartiendo clases durante sucesivos cursos. Siempre amenazaba con dejar de hacerlo. Pero la efusiva y unánime súplica de su alumnado resultaba ser persuasiva. Lo que hacían era una suerte de taller de lectura. Este año, que prometía ser el último, había elegido analizar los cuentos de Manuel Mujica Láinez. Más específicamente los de Misteriosa Buenos Aires. También solía sugerir como lectura para los aficionados la novela La casa, del citado autor argentino.

     Como escritor, tenía una gran facilidad para escribir sonetos, esa forma poética casi matemática en su ejercicio. Y su libro La invención del silencio, reúne toda su producción literaria dispersa. Lo tituló de ese modo porque uno de los versos dice: “Los hombres inventaron el silencio/para quedarse a solas con las cosas”. También escribió o anotó ediciones de libros de teatro, compiló antologías de ciencia ficción y fantasía argentinas y latinoamericanas, prologó libros a pedido. Y, un aporte importante y renovador: un libro en coautoría: “Borges algunas veces matematiza”, sobre la interdisciplina entre literatura, matemáticas y filosofía.

     Todos lo llamaban “el Gordo Ferrero”. Algo así como “El flaco Spinetta”, ese tipo de apodo que pudiendo sonar ofensivo no lo es. En uno de los colegios en los que trabajó le habían puesto otro apodo: “el Baco”, por las resonancias helénicas del dios de ese nombre, el del vino, una divinidad proveniente de Asia Menor. Luego ese sobrenombre se generalizó. Ya ven, este hombre bien plantado gozaba del privilegio de ser llamado de tres modos, lo que no dejaba de resultar inquietante.

     En la última etapa de su vida, se había consagrado a armar collages, coleccionar caricaturas, guardar comics, armar pequeñas construcciones o juguetes, y dedicarse a juegos de mesa. Con sus tres nietos tuvo una relación inmejorable. Y los amó profundamente.  

     Me gustaría caprichosamente contar un momento de su vida que me resultó revelador y un flanco completamente inesperado en él. Un amigo suyo de la ciudad de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, de donde papá era oriundo, lo convocó luego de largos años sin verse. Lo contactó porque aspiraba a estrenar una comedia musical titulada “Gigi”, de la autora francesa Colette (traducida al español por Victoria Ocampo). Este amigo le propuso que por favor musicalizara y pusiera letras adaptadas al español a algunas canciones de la época en la que estaba ambientada la pieza. Pasó todo un verano adaptando al español su repertorio de canciones parisinas. El estreno tuvo lugar en su ciudad y nos hizo conocer paisajes y personas que se recortaban  como sombras chinescas en el teatro de la memoria.

     Manifestaba un profundísimo amor por los libros, el objeto libro quiero decir. Como mencioné, los coleccionaba, pero también los forraba, los mandaba a encuadernar, estaban ordenados rigurosamente y en pareja hilera, por autor, los mantenía impecables, los firmaba y a algunos los sellaba. Como fácilmente podrá inferirse, a semejante cantidad de ejemplares, le correspondía una profusa colección de señaladores, que era variadísima, muchos, elaborados por él.

     ¿Que qué libros eran sus favoritos? Una vez, frente a la celebrada pregunta de qué libros se llevaría a una isla desierta, su respuesta fue: El hacedor, de Borges, Crónicas marcianas de Ray Badbury y los poemas de Luis Cernuda.

     Cierta vez hablábamos de nuestras respectivas profesiones y vocaciones. Y me confesó que él no era un escritor, sino alguien que había actuado como mediador entre textos y personas.

     Estas notas atomizadas no alcanzan naturalmente a retratar para mí las facciones de un rostro que lentamente comienza desde hoy a desdibujarse. Las fotografías no alcanzan. Los objetos que lo rodeaban como propios (sus libros, sus lapiceras, su lupa, su máquina de escribir eléctrica,) tampoco. Sé, de esto estoy seguro, que con el tiempo todas estas cosas se cargarán para mí de un voltaje electrizante.  

     Ahí están: la palabra íntima, las confesiones, su sensibilidad, sus amores, su pasión, la memoria frondosa de un hombre leyendo en un comedor que da a un jardín. Cada tanto eleva su mirada hacia las flores, se detiene en ellas, tomándose una pausa. Y permanece en silencio. Luego regresa al libro, ávido por retomar la otra aventura. .Leer y saber escuchar.

Artículo anteriorEstreno mundial de ‘My Favorite Cake’ en la Berlinale, sin la presencia de sus directores
Artículo siguienteLCD Soundsystem llega a Guadalajara este 21 y 22 de marzo
Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí