Héctor Tizón. Foto: Hernán Zenteno. Imagen obtenida de La Nación

Héctor Tizón (Argentina, 1921-2012) fue un hombre de principios. Su modestia sobria destacaba en un mundo de narcisistas, conspiradores de corte y chismosos. En efecto, se mantuvo siempre a prudente distancia de capillas literarias. No fue un intrigante ni se consagró a desprestigiar al semejante. Tampoco hizo de la polémica un deporte innecesario. Todas estas circunstancias tuvieron que ver con principios éticos, por un lado. Por el otro, por residir lejos de la metrópoli, excusa perfecta para no prestarse a escenas ni menos aún a adulaciones de pelafustanes o bien de papas o papisas críticos de naturaleza influyente. Era un hombre ante todo pluralista, tolerante y demócrata (de hecho fue diplomático de la democracia) para quien la diversidad de poéticas e ideologías (salvo las antidemocráticas) resultaba tan saludable como imprescindible. Eso no es sinónimo de que fuera complaciente o de que dispensara simpatías indiscriminadamente. Tampoco de que estuviera dispuesto a no tomar partido cuando lo consideraba pertinente (por lo general en términos políticos, más que en lo relativo a las poéticas). Y, por otro lado, en ese mismo sentido, no le interesaban las discusiones que lo único que perseguían era el afán de protagonismo.

     Supo poner en entredicho la falsa certeza de que no se podía hacer buena literatura desde otro lugar que no fuera la metrópoli con argumentos contundentes. Esos argumentos fueron sus propia poética, no una serie de intervenciones públicas que pudieran afectar susceptibilidades o sospechar de él un solapado rencor. Y no se equivocó. En verdad, como quedó demostrado, se trata de una superstición ridícula.

     Leo sus libros, entre muchos otros recorridos posibles, como la construcción de una tópica, para el caso la Puna jujeña, en el marco de la cual Tizón desovilla historias que van lentamente componiendo una narrativa de imaginación compleja. Esa narrativa, a su vez, comienza lentamente a dibujar el friso de un paisaje en el que a cada uno de los detalles en los que se detiene les atribuye la dignidad que merecen. Simultáneamente, narrando determinados capítulos bien de la Historia nacional (que fueran hitos),   recreándolos a través de su invención, lo que conecta la producción literaria con principios de reivindicación social, naturalmente me estoy refiriendo a un referente histórico nítido, sin incurrir jamás en un torpe afán de ficción panfletaria. En estos dos planos de la escritura creativa advierte serias desigualdades en el orden de la accesibilidad a la riqueza y al capital simbólico, por un lado, por parte de nuevos productores culturales que perfectamente podrían estar escribiendo la mejor literatura pero están arrinconados en esa Puna inexpugnable de la cual él logró volar no solo por atributos de talento sino por sus muchos viajes, tener una compañera culta, con formación  humanística, sentido crítico, como el suyo, como una interlocutora imprescindible y una pertenencia, si bien con sentimiento de arraigo, también con proyección mundial. Por el otro, realiza fuertes señalamientos en torno de la corruptela o bien la violencia desatada producto de circunstancias de distinta naturaleza, pero nunca justificadas. Para, finalmente, contornear por dentro de esas fábulas la intimidad, los entresijos de los seres humanos en sus costados más privados, una serie de tramas fundamentales: historias de amor, vínculos entre padres e hijos, la amistad, pero también algunos de sus dobleces, porque no le interesan únicamente protagonistas estilizadamente virtuosos, idealizados, éxitos sino cartografiar todos los matices de las conductas humanas. Están también los perdedores de la tierra. Aquellos olvidados por los gobiernos y también por una civilización que los ha confinado a una situación completamente marginal o de indigencia. Hace todo esto de  modo coherente. Esa es una buena palabra para definir la trayectoria y la poética de Tizón. Repara en conductas con sentido de coherencia y él mismo aspiró y apostó a tenerla (gozó de ella de modo perpetuo). 

    Esa complejidad de la poética de Tizón lo es desde la misma vocación de  construcción identitaria (porque su poética constituye una producción elaborada con vistas a mostrar una determinada toponimia escasamente visibilizada tanto en los medios como en el arte pero también de los sujetos en ella situados) hasta la reposición de la dignidad a las narrativas de algunos hitos de la Historia Noroeste. Así, el orden de lo referencial, esto es, sucesos de orden constatable, se articulan con el orden de un imaginario por lo general de provincias estableciendo un contrapunto y singulares tensiones entre ética, estética y política. En efecto, Tizón narra relatos que sin pedagogías sí establecen un claro mensaje. Un mensaje que no es simplista pero sí es contundente. Para ello pinta un friso de su provincia o de esa toponimia. Construye un universo imaginario concentrado en un universo poético de naturaleza ética. Una ética, podríamos decir, humanista, que no está dispuesta a hacer concesiones porque va en ella la dignidad del semejante. Y me pregunto ahora: ¿por qué estará tan desprestigiada esta palabra, a la ética me refiero, siendo tan necesaria, tal como las Ciencias de la Comunicación en cambio lo han estudiado en toda su complejidad, las Humanidades, el arte, el Derecho mismo (al que él se consagró), naturalmente la Filosofía? Los valores son precisamente los que establecen las constelaciones de sentido con las que estructuramos nuestra ideología o, en todo caso, ella los estructura traduciéndolos en mensajes singulares. La literatura es uno de ellos o, en todo caso, un discurso social producto de una práctica social fuertemente empapada por el tiempo histórico de su época. Y el efecto que produce en el lector resulta de naturaleza principal. Plasmará una determinada mirada acerca del universo de los valores. En un hombre que los tuvo en abundancia, una poética de esta naturaleza desde la producción de sentidos resultaba decisiva.

     Tizón toma partido frente a un conjunto principios irrenunciables para él con los que logra configurar, eludiendo lugares comunes, esos que son verdaderas trampas, obras de excelencia. De modo que percibo en su poética esta doble vertiente de una riqueza incomparable. Trabajar literariamente desde ciertos capítulos culminantes del pasado argentino en el marco de los cuales tuvieron lugar por lo general conflictos, motivo que los vuelve particularmente significativos para ser abordados como figuraciones literarias. El conflicto en la poética moviliza los signos. Los pone en tensión. Por otro lado, un tipo de aproximación a la ficción que, contemplando todas las dificultades que ofrece el orden de lo real, asiste a ellas no desde una mímesis sencillista sino, muy por el contrario, las reelabora bien como escenario de sus tramas, bien como ejes sémicos de sus contenidos. Tizón postula la construcción compleja de un universo imaginario, como dije, en el cual tanto un espacio como una tipología humana que lo habita establecen una suerte de mapa que es inconfundiblemente argentino. No obstante, esa suerte de lo que podríamos denominar “color local” es neutralizado en su carácter más paralizante y que denota torpeza además de pobreza de imaginación, pura limitación, no amplitud de miras. De este modo, lo hace desde la posibilidad de desafiar marcos de referencia y una economía de la representación que no suele ser ni complaciente ni confortable. Pero sí eficaz para desmantelar tradiciones literariamente anquilosadas. Tizón de modo arrasador ataca con su aguijón esa economía de la representación cristalizada (en términos amplios), del pasado, para fundar otra cosa. Esa “otra cosa” es una poética alternativa que no transige ni con los puntos de vista tradicionales acerca del paisaje, ni de la demografía tal como era representada antaño, ni menos aun eludiendo una ética del semejante que ignora la dignidad de esos sujetos subalternos que permanecían, reproduciendo uno de sus títutlos, “a un costado de los rieles”:   

     Padeció el exilio producto de la última dictadura militar durante cinco años en España, donde no pudo pronunciar una sola línea y, cosa curiosa, como dije, fue diplomático. Una función importante en una comunidad. Representar a una nación en el concierto del mundo Él estaba preparado para hacerlo de sobra. Por preparación pero también por sentido de la justicia ejercitado en educación académica y en su profesión. Por educación poética, humanística. Pero mucho antes también anduvo mundo. Escribió libros memorables, como la novela Luz de las crueles provincias (1994) o Extraño y pálido fulgor (1999, una de mis favoritas) a las que agrego otros inclasificables tanto como disolutorios. Me refiero concretamente al  último que publicó y dedicó a su mujer, Flora Guzmán, Memorial de la Puna (2012). Se trata de una pieza con pinceladas autobiográficas, conjugadas con otras testimoniales, otras esta vez sí ficcionales, lo que da por resultado un conjunto que no tiene demasiados precedentes en nuestra literatura. Quizás podría decir de ella con simplicidad que es una obra heterodoxa. O que rompe con los cánones de la ficción convencional.

     Su poética concitó el interés internacional, dato que nuevamente viene a ser una comprobación de que puede escribirse una literatura desde zonas no centralizadas por los monopolios culturales y económicos. Así es como fue traducido al francés, al inglés, al alemán, al ruso y al polaco. Y Tizón tenía la valiente costumbre de no callar lo que pensaba, motivo por el cual naturalmente así como gozó de una buena reputación entre los honestos también concitó el repudio de otro tantos que escasamente digerían las verdades que declaraba, en las que raramente se equivocaba porque era inteligente, era certero, tenía experiencia en todos los sentidos de esta palabra, tenía palabra, era diestro en la esgrima de la argumentación y, para cerrar, tenía una profunda formación como hombre letrado.  Ello le permitía ejemplificar, remitir a la Historia, regresar al presente desde aquel pasado remoto desde Heródoto a Aníbal Ford.

     Jamás fue complaciente con el poder, incluso los democráticos que pudieron adjudicarle excesivo prestigio. En todos ellos encontraba zonas de la conflictividad que revertir o advertir acerca de peligros, naturalmente muy en especial en lo que atañe a su particular espacio de residencia, en el que las desigualdades sociales resultaban alarmantes y sobre las que era urgente llamar la atención de quienes detentaban el gobierno de turno, por más legítimo que por el que ese poder hubiera sido conquistado. Afortunadamente no estaba solo en esa empresa. Pero sin lugar a dudas fue una de las voces más potentes cuyo peso se hizo sentir como un vendaval. La seducción del éxito jamás lo conquistó.

     Sus intervenciones públicas eran como eran como rugidos. Resultaba imprevisible el dardo de su ira. Dos libros de artículos,  notas y discursos, Tierras de fronteras (1998) y No es posible callar (2004), ya desde sus títulos son los suficientemente elocuentes respecto de un margen desde el cual proceder a la enunciación. Una voz que estaba llamada a no poder consentir el silencio bajo una necesidad imperiosa de la acción de la palabra pública. Sus ensayos, conferencias o discursos son irreprochables en lo relativo a coherencia ético/política, hecho que de modo singular refuerza sus convicciones ideológicas. Y también suele abordar en ambos algunos leitmotivs a los que regresa en sus ficciones pero también su ficción despliega mucho más ampliamente bajo la forma de novelas y cuentos. De modo que lo que en esos libros es inteligible como ideología en su narrativa es legible como texto literario, sostenido por dicha ideología. Elabora, en todo caso, narrativas de esa ideología, esa ideología subyace a su poética como un andamiaje, una caja de herramientas. Tanto textos ideológicos como ficcionales hacen sistema de modo irreprochable y son otro indicio de que cohesión y coherencia entre escritura y estilo de vida resultan a mi juicio capitales en la existencia de todo escritor. Pero particularmente en esta clase de ellos. De otro modo comienzan a surgir incongruencias y contradicciones producto del dogmatismo, la intolerancia, la falta de pluralismo, cuando no de la inmoralidad que terminan por ser preocupantes en alguien que escribe y que necesita precisamente de la libertad de expresión para ejercer su oficio con tranquilidad en los mejores términos. Para poder encontrar el momento y el espacio y el tiempo de la serenidad para la enunciación. Leer sus libros de ensayos es asistir al espectáculo de la inteligencia pero más que eso al espectáculo de la sabiduría, de alguien contestatario, de alguien que pone su pensamiento al servicio de causas nobles con una reflexión en profundidad acerca de temas muy dispares dentro de los cuales la censura, la persecución  ideológica durante las dictaduras, el imperialismo o bien los temas persistentes que mencioné acerca de centro y periferia ocupan un lugar protagónico. Estos libros también dan la impresión al ser leídos de estar escuchando a un hombre que no es dubitativo. Sino, muy por el contrario, pone en evidencia a la maldad, la corrupción y la inmoralidad de los canallas. Algunas, entre muchas otras, de las preguntas que Tizón nos deja, para quienes no residimos en Buenos Aires y resultaba primordial que alguien con autoridad formulara diría con total certeza con sentido de autoridad e irrefutable son las siguientes: ¿Por qué debe haber un centro y una periferia (porque de hecho así se lo postula implícita o explícitamente, directa o solapadamente)? ¿quién define esta ecuación simplista? ¿por qué la excelencia literaria no puede habitar en otras latitudes? ¿la periferia es toda la misma, quiero decir, como si existieran Buenos Aires y en oposición a ella otro país como si estuviéramos hablando de todo un subcontinente? ¿la escritura que refiere a un paisaje no urbano es necesariamente sinónimo de una literatura “del interior”? ¿la literatura que refiera a un paisaje no urbano o no libresco, ha de ser necesariamente ser mediocre o falto de originalidad e innovación? ¿no es acaso Buenos Aires misma un espacio de la periferia en términos de geopolítica internacional? Y deja, en cambio, también una afirmación: el centro es la buena literatura. La periferia puede habitar el centro capitalismo mismo. Tanto el de culto, el de excelencia como el mediocre. “La deja picando”, como quien dice en un partido de fútbol. Se trata de preguntas inquietantes para muchos que escriben desde perspectivas unívocas, despectivas y soberbias pero diría yo que ante todo se trata de preguntas lúcidas, inteligencias, sagaces, que para los crédulos estaban allí de modo que alguien las tomara e hiciera de ellas una conceptualización teórica instalándola en el orden de la esfera pública. Se trata de interrogantes sobre los que, sin rencores, reflexionó y comprendió tempranamente debía tomar partido porque establecían un estado de cosas en términos de un simplismo ideológico, como dije, que, con franqueza, podríamos adjetivar como mínimo de preocupante. Había implícita en esa ecuación una afirmación desde la metrópoli, de exclusión. Tizón preguntó, se preguntó y lo hizo de modo desafiante pero siempre con sobriedad. Y daría un paso más allá: menos desde la teoría que desde una producción ficcional en concreto que encaja y cierra por donde se la mire. Al mismo tiempo, que ilustra estos principios que eran su sustrato teórico pero también constituían lo que podía inferir de su ficción desde una mirada analítica y una política a fondo. Y cuando me refiero a que fue desafiante no quiero decir que haya adoptado una posición beligerante contra esta  ideología literaria hegemónica. Por el contrario, me refiero a que alguien que con modales y mediante propuestas insólitas y asombrosas propuso a cambio una poética que adoptó, es cierto, la escena de su tierra pero sin apartarse jamás por ello un ápice de sus aspiraciones de universalismo, que absolutamente toda poética en un punto comparte. Porque toda poética aspira a alcanzar un punto en el que pese a que acuda en su construcción a eventuales opacidades con el objeto de hacer de ella obras exigentes, también exista el consenso de llegar a un público. De ser leídos.

     Y para terminar de constatar que efectivamente la periferia hablaba al centro (y era eficaz), en su libro de artículos y ensayos Tierra de fronteras refiere la visita su casa de Yala del escritor italiano Italo Calvino, una de las plumas mundiales más afamadas y deslumbrantes que haya dado el siglo XX. Perteneciente a los movimientos y emprendimientos europeos más pioneros, más experimentales. Se trató de un autor para quien la literatura debía ser ante todo sinónimo de excelente literatura. Y que hizo un tránsito que desde sus “narraciones de comienzos” vinculadas al neorrealismo se desplazó más tarde a las de una fantasía más desenfrenada sin euforias, sino llenas de sutileza.

     Tizón desde su casa de Yala, produjo libros importantes, sin precedentes en el marco de la literatura nacional y en lengua española que me haya sido dado conocer. Y también  habla de la gente de su tierra sin hacer de ellos santos ni, lo que resultaría más inconcebible aún, asiste a ellos con desdén o acaso el paternalismo. Lo hace en su justa medida. Con sentido del respeto pero también con realismo. Evitando toda idealización también. En particular con el realismo de asistir a sus padecimientos y a las renuncias que deben realizar para poder siquiera llevar adelante una vida que pueda superar a la indigencia y gozar de una elemental dignidad al mismo tiempo.  A todas las resonancias que las palabras: indigencia, pobreza, soledad, miserable, son capaces de traernos a este presente con verosimilitud y verificación de un presente histórico incontestable.

     Fue abogado (graduado en la Universidad Nacional de La Plata, mi Universidad) y también Juez de su Provincia, Jujuy. Su escritura desplaza al que fuera el realismo regionalista más evidente previo a su poética, aquejado de una falta de novedades preocupante en un panorama necesitado de poéticas críticas, también, de paradigmas superadores. Así, desde el orden de lo inesperado, Tizón en lo referido a las tramas y a la economía de la representación introduce, sin abandonar ese paisaje, otros lenguajes, otros recursos, otras técnicas, otras formas, otras representaciones sociales. Su prosa suele ser tersa como una la piel de un felino y tan peligrosa como la de esos animales salvajes que no se domestican. En efecto, se trataba de una  prosa en estado salvaje no tanto porque fuera agresiva (porque de hecho no adopta esos perfiles filosos) pero sí no permite que ni el mercado ni las modas se apoderen de su poética. Fue un hombre y un prosista clásico sin ser tradicionalista.

     Afortunadamente fue reconocido con premios nacionales e internacionales a tiempo, como La Orden de las Artes y las Letras (Francia), el Premio Konex de Brillante, el Premio Consagración del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Casa de las Américas (1969) y el Premio de los Dos Océanos en Francia, por su novela “Extraño y pálido fulgor” (1999), entre otros. Se filmaron películas sobre algunas de sus obras.

     La prosa de Tizón alumbra una clase de fisonomía inconfundible y al mismo tiempo que no reconoce antecedentes en nuestra literatura. Hay ecos Rulfo en ella, naturalmente, pese a ser mucho más caudalosa y abultada su producción creativa. También más plural en sus temas. Justamente Tizón supo frecuentar al escritor mexicano, junto a Juan José Arreola en México. Su prosa exhibe inflexiones en las cuales resulta evidente que ha sido trabajada en detalle, urdida, pulida, llevada hasta las últimas instancias de búsquedas e indagaciones, siendo sin embargo perfectamente compatible esta circunstancia con su mensaje (digamos) ético además de su claridad. En lo relativo al orden de la comunicación con un lector de toda una amplia gama de formaciones, no deja afuera a nadie. Es meridiano. Porque su poética no aspira a pontificar (lo que postula un dogma) sino a aleccionar en el mejor sentido de la palabra iluminando ciertos dramas, llamando la atención acerca de ciertos núcleos preocupantes para la producción de literatura de un país en estado de aflicción que sin embargo se comporta con sus zonas más castigadas con ese mismo olvido. Por otro lado, la poética de Tizón, como dije, en este mismo sentido jamás resulta hermética. Su complejidad viene por otro lado. Es perfectamente compatible con su nivel de inteligibilidad. La una no iba en desmedro de la otra, lo que vuelve aún más encomiable su trabajo.

     El trabajo fino de Tizón se advierte en la textura de sus ficciones, en algunos comienzos, en los momentos inciertos que adoptan algunos de sus libros, en la incertidumbre que siembra su escritura que invita a repensar el mundo desde la distopía hacia una mirada utópica por inferencia o contraste que atribuye al orden de lo real tanto a la que aspira una mirada de equidad como pone en cuestión otra que resulta necesario impugnar: un sistema de versiones que pretenden dar cuenta del orden de lo real distorsionándolo. Así, Tizón restituye a la Argentina mediante ficciones atravesadas por una cierta clase de conflictos y crisis (que desde Buenos Aires no se suelen ver), que son  efectivamente existentes según términos verosímiles (sin ser jamás fáciles en sus planteos o desarrollos) su condición de país subalterno con inmensas posibilidades creativas. De cada artista dependerá la construcción de un espacio imaginario cuya intensidad será tan eficaz como se lo proponga. También, de promover  especulaciones e invenciones por ejemplo metafísicas, para siempre evitar mantenerse al margen de decaer en la mediocridad. Cosa que por cierto también suele ocurrir en las grandes metrópolis.   

     Héctor Tizón tiene toda mi admiración, por su conducta cívica, por su talla de hombre de talento incuestionable de nivel mundial y de haber logrado todo ello sin hacer ruido. Tampoco de haber incurrido en la vanidad ni la autopromoción de una carrera como si fuera la de un negocio. Llegó adonde llegó a fuerza de talento y de incesante trabajo. Tampoco obsesivo, agregaría yo. Guardó siempre un perfil bajo. El día que murió nos quedamos sin una voz disidente que no mentía y que, al mismo tiempo, hablaba con franqueza y calidad de argumentación para un debate en su campo de trabajo. Esas con las que solía mostrar y demostrar, mediante palabras nuevas, toda la belleza del mundo.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Se graduó como Profesor y Licenciado en Letras en 2005. Y se doctora en 2014 como Dr.en Letras, todos grados y posgrados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 edita su libro “Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas”, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, “Melancolía” (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía “Reloj de arena (variaciones sobre el silencio)”. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos obtenidos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Escribió un cortometrabaje que permanece inédito. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores y autoras de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Se vio beneficiado con premios y distinciones internacionales y nacionales. Se formó en los talleres de escritura creativa ejercida por María Negroni, Leopoldo Brizuela, Gabriel Báñez (de quien se siente discipulo sobresaliente) y, el más reciente, en Buenos Aires, con Susana Szuarc.