Imagen obtenida de El Norte

Hay un niño durmiendo.

Durmiendo

Ella está en  vela.

Los ojos vendados.

Estruendos

Estruendos.

El despertar brusco,

la ráfaga de un huracán secreto.

¿Qué pasa madre?

Grita el niño desde su cuarto

¿Ha habido

algún partido de fútbol

en el estadio?

¿Se celebra algún recital?

¿Hay alguna fiesta?

Todavía entre la vigilia y el sueño

los pequeños puños

frotan los ojos.

Con la intensidad

de las primeras pasiones.

Los frota.

No entiende.

Su cabeza

como un manzano radiante

no entiende.

Percibe,

ahora, desconcertado.

Los niños perciben.

Muchas cosas.

Muchas.

Piensan.

Sienten.

Se alegran.

Se consternan.

Juegan con pelotas de trapo.

Juegan a la rayuela.

Juegan con sus padres

al dominó.

Les arrojan migajas de pan

a los pájaros.

a la entrada de su casa.

Es que hay una tormenta terrible,

con rayos, truenos.

Si vos supieras…  

Con el corazón estrujado responde.

La angustia no debe quebrar la voz.

No se lo puede permitir.

Desataría indefinidamente el llanto.

Ronda la casa el leopardo.

No está entera

y sabe que debe estar entera.

El leopardo está

en el rellano de la puerta.

Es que su hijo.

Su esposo en el frente.

¿Y cuánto dura una tormenta madre?

Ella,

con el estómago

todo enredado

como ovillo de lana,

le contesta:

Tanto, tanto,

que hasta a una

podrían salirle arrugas.

No ha podido evitar,

(inexorable),

que la angustia

le subiera a la garganta,

le quebrara la voz.

No sabe qué hacer.

Cada pregunta del niño

la estremece,

cada vez

son más difíciles

de responder.

Ahora sabe

que su voz se convertirá

primero en desgarrón,

después en sollozo,

luego en llanto.

Perderá la compostura,

una gacela, la gacela

de ese hogar.

¿Y por qué salen arrugas?

La madre sabe

que debe resistir,

como Kiev.

Medir cada palabra

delante de ese niño 

al que ama.

Medir cada verbo,

cada susntantivo

(ella es maestra).

Así como suele lavar la ropa

en el fregadero,

ahora debe ser

la dulzura del hogar.

Se acurruca,

sobre sí misma,

como cuando su padre

la arropaba por las noches,

con las mantas de lana

tejidas por la abuela Oleksandra,

en las noches

terribles de Kiev,

heladas como un volcán.

Fuente: New Es Euro

Las arrugas, las arrugas salen.

A ver. Esperá.

Lo había olvidado.

Perdoname.

Es que a esta hora de la noche

estoy tan dormida.

Sí, ahora me acordé.

¿Querés un vaso de leche?

¿Querés compota?

Porque yo voy a servirme.

La madre hace el ademán

de incorporarse

para volver su invitación

más persuasiva.

Compota de ciruelas,

te salió riquísima.

Ella de pronto se siente invicta,

un poco alborotada.

Sin medio gesto demostrativo.

toma de la heladera el enorme frasco

de un vidrio

que transparenta algo atroz.

El color de la muerte.

Un coágulo.

¿Mucho, mediano o poco?

(Ha destapado el frasco,

cuidando de no hacer

el menor ruido).

¿Esta tormenta

puede durar

hasta que sea viejito?

La madre está a punto

de romper en llanto.

Lo guarda al llanto

con esfuerzo titánico.

Eso depende.

Hay tormentas largas, muy largas.

¿Como la compota?

La madre

derrama una lágrima,

Comprende que debe

abandonar la escena.

Tengo que ir al baño

Alcanza a decir,

antes de su vértigo.

Arrecia la tormenta en el baño.

No puede hacer nada.

Es un animal embalsamado.

Hay una flecha en su estómago.

Otra en su corazón.

Otra en su garganta.

Otra en su boca.

Gotitas de sangre salen de sus pupilas.

Se derraman .

De pronto brota un insulto,

desde sus interiores.

Una blasfemia.

A ojos de su Dios,

sabe que será solo,

un exabrupto,

no un insulto grave.

Mujer de fe,

es de las que cuidan su boca.

La  blasfemia se resuelve

en ese momento,

(coágulo

el de la compotera)

en un circular de sangre.

¡Madre! ¿Por qué tardas tanto?

La madre piensa, piensa, piensa.

De pronto: la salvación.

Me entró

una basura enorme en el ojo.

Enorme, enorme.

Saltó una astilla.

Madre:

¿Enorme como esta tormenta?

No, no tanto. No  es una tormenta.

Cuando saqué las cucharas,

apurada,

sin darme cuenta,

del cajón

saltó una astilla.

Me hace llorar un ojo.

Me estoy mirando en el espejo.

Esperame.

Esperame un poco.

El niño se preocupa por el derrame

en el ojo  de su madre.

Ella se ha ausentado

más de la cuenta.

Es que la astilla, no me explico,

ahora salgo.

Se remoja el rostro

en  una palangana

de aguas sucias.

Parecen salobres.

Se apresura a ir

hacia la cocina

Se pone de espaldas al niño.

¿Te sirvo compota?

Madre,

la compota está servida.

Fuente: The Objetive
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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó los libros Verse (relatos, 2000, Prólogo de Angélica Gorodischer) y Cantares (poesía erótica, 2005), Obra crítica de Gustavo Vulcano (investigación, 2005). En carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (colección de narradores argentinos contemporáneos, 2015). En 2017 edita su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras, que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía, una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela en formato digital. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio), también en formato digital. En 2024 da a conocer su poemario ¿Será posible encontrar una voz?, publicado en Venezuela en formato virtual. Se vio beneficiado con tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP. Numerosos trabajos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas o bien en formato libro. Le han sido otorgados premios y distinciones nacionales e internacionales. Es colaborador habitual de revistas de México, Venezuela, EE.UU. y Argentina.