Una película que tiene la virtud (y el defecto) de que cada quien puede concluir lo que quiera válidamente.
Cuando salí de ver Los domingos, la película de Alauda Ruiz de Azua, un domingo, del Teatro Principal de la bellísima y solidaria ciudad de San Sebastián, salí realmente satisfecho. No solo porque había visto una película bien hecha, con excelentes actuaciones y gran guion, sino porque, además, sentí (y lo sigo sintiendo) que por fin había visto una película española que ponía en debate la cuestión religiosa, el catolicismo, la Iglesia católica (que, para evitar vulneración de sensibilidades dogmáticas y tabúes, creo que podemos separar válidamente de Dios) que tanto daño ha hecho a España, en consecuencia a Latinoamérica, y al mundo en general. Sólo que el mundo ya lo ha ido dejando atrás, los otros dos no; su detrimento, si es que lo ha tenido la Iglesia Católica, ha sido porque ella misma lo ha generado o por las múltiples sectas que casa por casa les roban seguidores, sobre todo en las zonas más pobres de los países abyayalenses. Pero no ha habido todavía un ejercicio reflexivo contemporáneo sobre la vigencia de la Iglesia Católica.
Luego, pero bastante después, me daría cuenta que mi lectura de la película no sería la única y que, incluso, podría ser parte de una minoría. Lo cual me pareció un fenómeno sicológico-filosófico-antropológico fantástico a explorar ¿Cómo se pueden sacar conclusiones tan opuestas de una misma proyección, de la misma información? (Lo que sería interesante investigar también es si el tratamiento posterior de la película, es decir, los comentarios y críticas de los lideres de opinión, influyó de alguna forma en la nueva lectura que percibí de Los Domingos, domingos después de haberla visto).
El filme habla de una, aparentemente, clásica familia vizcaína de clase media-alta. En particular se centra en la historia de Ainara (Blanca Soroa), una joven de 17 años que esta pensando seriamente en meterse a monja. Pero esta familia no es una familia estándar, al menos vista desde el romanticismo que envuelve a esta cuestión de la célula social fundacional, según la propia Iglesia, y por lo tanto sobre valorada.
La familia está compuesta por la abuela (Mabel Rivera), sus hijos, dos hermanos: Maite (Patricia López Arnaiz), que será mejor conocida como la tía (de Ainara), e Iñaki (Miguel Gárces), que será mejor conocido como el padre (de Ainara). Maite tiene una pareja con la que tiene un hijo; Iñaki es viudo de la madre de Ainara y tiene otra pareja con la que ha tenido dos niñas, dos chiquillas muy simpáticas que pasan a ser hermanastras de Ainara.

De tal forma que Ainara prácticamente se encuentra sola en este mundo y no tiene nadie más a quien aferrarse que a Dios, en este caso, el Dios de los católicos. La figura paternal, más que en Iñaki —esto debido al abandono emocional del mentado—, lo encuentra más bien en Dios padre según la santísima trinidad cristiana, y de allí que su verdadera familia la encuentra más en la mística católica que en la mística social, ambas impuestas por el Estado monárquico milenario.
En este contexto familiar, la película se centra en el debate más exterior que interior que envuelve una decisión tan trascendental para Ainara como la de dedicar su vida a Dios, un Dios que encima, no está del todo comprobado que existe, pero desde otro punto de vista es el padre de todos, señor y dador de vida, portador del amor infinito, ese amor reconfortante que Ainara no encuentra por ningún otro lado, a pesar de que lo busca con desesperación.
Alaida Ruiz, de manera magistral, va a poner en tela de juicio las dos instituciones más importantes sobre las que se sostiene la sociedad española desde su fundación, es decir, una vez consagrada la abyecta obra de los reyes católicos: el reino de España. Abyecta no por el surgimiento de esta comunidad maravillosa de seres humanos multiculturales alienados y tristemente oprimidos que hoy es España, sino por los mecanismos que implementaron para consolidarla como tal, a sangre, tortura y fuego.
Y digo que lo hace manera magistral, no sólo porque el guion es muy bueno y pertinente, las actuaciones excelentes y la cinematografía trascendental, sino porque lo hace de manera sutil, tratando de sortear la censura oficial o la exégesis de agresión que pudiesen observar los más sensibles y que llevase a la cancelación, el lado moderno y popular de la censura, que como toda censura comete los mismo errores que la censura oficial.
A partir de aquí vienen algunas revelaciones (spoilers les llaman los gringos), así que tomen las medidas que consideren pertinentes si no han visto todavía el largometraje.
Lo primero que hace Alaida Ruiz es poner el escenario perfecto para poder desarrollar su historia. En este caso, el escenario no serán las locaciones ni las ambientaciones naturales, sino la familia, un escenario móvil y dinámico. La película se llama Los domingos porque hace alusión a esa entrañable tradición española para propios y extraños de las fantásticas comidas familiares que empiezan con un Vermú y terminan con un cubata de ginebra. Más allá del bacalao, el vino y la pantxineta, el escenario lo constituyen los integrantes de esta familia:
Una niña huérfana de madre y casi de padre. Un padre absorto en los problemas propios del capitalismo que, al ser dueño de un restaurante al borde de la quiebra, ha perdido la paz, la ecuanimidad y el sentido de solidaridad; y que está, además, concentrado en una nueva familia en la que Ainara prácticamente le sobra. Una abuela que funge de cabeza de familia, equilibrio familiar y territorio de paz frente a dos hermanos Iñaki y Maite muy diferentes, pero que no tiene el carácter que se requiere para ejercer de matriarca. Maite la tía que sí tiene ese temple pero no la posición social (familiar) al ser mujer en un mundo construido desde la visión patriarcal y sólo trata de cubrir el vacío maternal de Ainara (junto con la abuela), a pesar de que tiene sus propios problemas y dificultades familiares con su pareja.
Ainara ha sido educada en la tradición burguesa-católica de escuelas dirigidas por curas y monjas, podríamos suponer que la madre desaparecida fue ferviente creyente. La escuela católica, con un padre (cura) joven que hace las veces de confidente (novio-mejor amigo) y una monja experimentada que hace las veces de madre, pero no de madre de la jerarquía católica, sino de madre de Ainara y compite con éxito con la tía Maite. De tal forma, que la institución religiosa ha pasado a sustituir los vacíos que la joven encuentra en su casa. Sólo hay un gran hueco que todavía no se cubre que es el del padre. El padre que, aunque vivo, resulta estar más ausente que la madre muerta en el mundo emocional de Ainara. Y ese hueco lo llenará Dios, el hombre clavado en la cruz que parece ser el único que realmente escucha y comprende a Ainara, aunque todavía no se le revela. Entonces la película muestra una dualidad expresada en diversas dimensiones: la madre superior vs Maite, el padre joven vs un posible novio y Dios vs Iñaki.
Las actuaciones son maravillosas, sobre todo la de Patricia López Arnaiz que todavía no entiendo como no ganó el premio correspondiente en San Sebastián. La actuación de la debutante Blanca Soroa no se queda para nada atrás —y seguramente será acreedora a algún premio en un festival menos comprometido—, a pesar de que tiene algunas secuencias de una exigencia extraordinaria que ha sabido solventar extraordinariamente, como aquella en la que Dios por fin le habla.

El guion es fantástico, lleno de coherencia situacional, déjenme llamar así al adecuado desarrollo de los diálogos en la situación que los enmarca en perfecta comunión con el desarrollo de la historia. Los argumentos de Maite son muy adecuados, bien articulados, sensatos y progresivamente intensos; muestra de la desesperación creciente que siente el personaje al ver a su sobrina tirar su vida por la borda. Alauda Ruiz se da el lujo de incluir algunos gestos de comedia muy bien llevados que quisiera recordar concretamente para abundar en ellos.

A falta de argumentos sólidos (no por ausencia de ingenio o conocimiento de la guionista, sino simplemente porque no existen, estamos hablando de una cuestión de fe) es la cinematografía la que se encarga de defender al Dios de los católicos y los suyos y lo hace de manera excepcional. Los resultados hablan respecto a la calidad de la misma (la cinematografía), ya que la película ganó, incluso, un premio que da una asociación de eclesiásticos católicos, Signus.
A pesar de la contundencia de los argumentos lógicos, principalmente esgrimidos por Maite, para algunas personas (no pocas, incluso pueden ser mayoría en España y la Abya Yala) el Dios de los católicos habrá ganado uno de los debates puesto sobre la mesa en Los Domingos, el religioso. De ser el caso, si Dios triunfó, para quienes así fue, ha sido gracias a la cinematografía desplegada por el equipo de Los Domingos, lo cual para efectos artísticos, alejados de todo pulso ideológico, no puede dejar de ser menos que gratificante. La película tiene, además, algunos detalles fotográficos sobresalientes, sobre todo los que se dan en los recintos religiosos.
De una manera sutil, que hace las veces de respetuosa para algunos —al ser sutil se convierte en respetuosa, aunque también podría tratarse de temerosa— Alaida Ruiz sube también al banquillo de los acusados a la familia nuclear, el otro gran pilar de la sociedad española. La directora muestra prístinamente a una familia en apariencia unida, que disfruta de las convivencias familiares de los domingos, que respeta a la madre dadora de vida y que se constituye en el origen y fuente de la solidaridad entre sus integrantes. Una familia que, a pesar de las fricciones naturales de la convivencia, aparentemente se quiere, se tolera, se respeta y cuando es posible se ayuda, al menos a servirse vino y pasar la ensalada.
Con el tiempo nos daremos cuenta que esa familia casi perfecta que come bacalao todos los domingos con vino de la Rioja no es tan perfecta como parece. Una familia que es unión de varias familias, donde las familias de segunda generación o están rotas o apunto de romperse, o tienen problemas que trascienden la frágil unión familiar. Así Maite sobrevive con una pareja que ya no la quiere ni le importa y con un hermano que la va a clavar un puñal en la espalda sólo por mantener su estilo de vida burgués. A la muerte del puente de unión familiar que es la abuela, Iñaki sacará el cobre y demostrará que aprecia a la familia en la medida que le sirva, es decir, en su inmenso egoísmo, pero que no dudaría jamás en sacrificar a cualquier de sus integrantes con tal de mantener lo que él entiende como su bienestar individual, incluida, no sólo a su hermana, sino a su propia hija, que termina entregándosela a Dios en sacrificio.
La cuestión religiosa se resuelve, aparentemente, en favor del Dios de los católicos, pero digo aparentemente porque durante toda la película se esgrimen una serie de argumentos bien articulados que hacen pensar que Dios perdió el debate. Hay un par de escenas fundamentales y definitorias:
Primero hay que mencionar un momento clave que consiste en un careo entre la Madre Superiora del convento donde se ha decidido internar Ainara, no de manera definitiva, sino para probar como se siente, y Maite. Desde mi punto de vista, la tía destroza argumentativamente a la Madre Superiora que sólo nada de muertito ante respuesta a argumentos de los que carece. El problema es que ese careo es privado y Ainara no lo presencia. Si la película tuviera una posición, que pretende no tenerla, uno diría que argumentativamente es en favor del laicismo, pero parece que los laicos cantan victoria demasiado rápido. Los argumentos más abundantes y mejor estructurados son los laicistas.
La abuela ha muerto, el golpe anímico es brutal para Ainara, la tía se siente inadecuada para reconfortar a la niña y el padre se mantiene igual de indiferente que siempre, parece claro que Iñaki ha encontrado un punto de oportunidad en que su hija tome los votos religiosos, aunque no lo dice abiertamente. Él se defiende bajo el discurso de que debe dejarse a Ainara que decida por sí misma. Lo cual parece muy sensato de no ser porque la Iglesia no hace lo mismo y la manipula cada que puede.
Y aquí llega el segundo momento clave. Ainara duda, y ante la duda le suplica a su padre divino, por el que está dispuesta a entregar su vida, por una señal, como todos los que somos o fuimos creyentes, lo hicimos alguna vez.
En este contexto, estamos en la misa previa al sepulcro de la abuela. Ainara parece que entra en trance, arrodillada frente a la cruz entre lagrimas súplica a su Dios por una señal, por una pista para decidir que es lo que debe hacer con su vida. Maite trata de acercarse pero entiende que no le corresponde a ella, entonces le pide a Iñaki que lo hago, que la reconforte. El padre terrenal no lo hace, se acerca pero unos metros antes se detiene. Es entonces cuando Ainara siente la mano de Dios sobre sus hombros y el confort de su amor infinito. Ella ha sentido que Dios la ha abrazado, ya que nadie más lo hace y a partir de ese momento, la niña tiene todo claro, quizás Dios no le ha hablado, pero si que le ha dado el confort y alivio que nadie más le ha podido dar.

El asunto está resuelto Dios ha ganado el debate. La película nos hace ver porque, a pesar de que las cosas pueden resultar tan racionalmente obvias para los más racionales, la gente sigue creyendo en Dios, porque en le medida que Dios nos reconforte como nadie más frente a la desesperanza, el dolor y la fragilidad de sentirse solo y acorralado, Dios seguirá existiendo y en ese sentido, resulta incluso vanidoso que se muestre de una manera más clara.
La salud espiritual está en la construcción de estas creencias, a las que de una o de otra forma, quizás, por salud mental, deberíamos de seguir aferrándonos. El problema no es tanto la existencia de Dios, sino sus representantes autoproclamados en la Tierra que tanto daño le han hecho a la humanidad hasta nuestros días y que bajo la representación de ese Dios se han eximido de cualquier juicio.
Tuve la oportunidad de hacer la siguiente pregunta a Alaida Ruiz: Decías que una parte de la inspiración de esta historia viene de tu etapa colegial. Quería saber qué tanto ven que ha cambiado España en estos últimos 30 años, respecto a esta parte tan fundamental de lo que fue en un inicio del Estado español, desde hace muchos años y ahora, es decir, ¿Qué tan abiertos están al debate? ¿Qué tan abierta está la sociedad española para hablar de estos temas?

Alaida Ruiz: La película habla más de lo que es un proceso de educación religiosa en el 2025, pero claro en un contexto de niñas, de chicas que van a colegios religiosos, y eso forma parte de la realidad española. Igual que la religión católica, forma parte en distintos grados y con distintas sensibilidades. Sí que creo que todavía es un tema que puede generar debate, pero bueno, a mí no me… quiero decir que la película también nace con convocación de generar conversación y de generar debate. No un combate, pero si debate. O sea, que la gente se pueda también animar a debatir o a ver, bueno, cuánto de lo religioso hay todavía en nuestra sociedad laica, o incluso en nuestro mundo. El otro día veía a Karol G cantando en el Vaticano, por ejemplo, es el mundo en el que vivimos, de contraste.
Siendo un agnóstico consagrado, completamente convencido de que la religión católico no fue sino una gavilla de saqueadores que lo único que tienen de espiritual es su perpetuidad, interpretar la película como una fuerte crítica a los dogmas cristianos, resulta casi inevitable. Pero uno se tiene que poner del otro lado y viceversa, ahora me preguntó, y sólo ahora, ¿Cómo habrá ha visto la película alguien que sigue creyendo en los pilares ideológicos del cristianismo? Los dogmas por algo lo son y sobreviven a todo, porque habrá quien, desde su infinita fe, encuentre siga encontrando explicaciones efímeras a la contradictoria realidad.

