Expliquemos nuestro título: La invitada, Alex, protagonista, de la novela de Emma Cline es una estafadora, escamotea su identidad, aunque aquí va la primera salvedad, Alex es Alex, pero Ripley no quiere ser Ripley, quiere ocupar la vida de otro, más afortunado que él y llega al crimen para lograrlo, sin planearlo demasiado. La vida lo va llevando.
Desde una perspectiva de género nos preguntamos cómo se puede ser Ripley, cómo sería Ripley en una encarnación femenina. Emma Cline presenta a un personaje turbio, de una transparencia aterradora. Ella es una muchacha, bella aunque no se califique así a ella misma, si no que sólo alta como una modelo, con el pelo hasta los hombros y con cierto desequilibrio de rasgos. Eso no la hace menos encantadora. En realidad ella no encanta, no llama la atención sobre sí misma, es quizá, más que nada una muchacha adecuada. Desde los veinte es una prostituta, aunque con el término saldríamos de nuestra perspectiva ya que “prostituta” es un calificativo redondamente masculinista. Su relación con Dom es, digamos la de una desamparada con un hombre tóxico y peligroso en su agresividad. De ese lugar hay que huir. Sus sucesivos colocatarios se hartan de su rapiña intramuros porque ha caído en una especie de zona de infortunio. E intenta sobrevivir con sus recursos, como una señorita de compañía que vive del sexo pago —aunque prácticamente no hay escenas de sexo en la obra, no le interesa a la narradora demorarse en qué hace o no hace o cómo lo hace—. Hay sí escenas de convivencia, de acompañamiento, es más bien una acompañante ornamental. No se romantiza su rol, no hay una ruptura de contrato y un enamoramiento redentor como en famosos ejemplos del cine. Todo lo que se nos presenta ha ocurrido antes o después del sexo. La autora evade eso para señalar el espacio de los momentos muertos en la vida de Alex. Se narra lo que ocurre entre una acción de su rol, de su personaje y otro. Acciones de un sexo profesional, sin pasión, sin intercambios personales. A ella le molestan, por ejemplo, los hombres que insisten en que ella goce primero porque se ve obligada a fingir un poco más, prefiere los que van derecho a lo suyo, con el pensamiento natural de una trabajadora que busca productividad, hacer las cosas bien y pasar a otra cosa. Cumplir como partenaire para que la masturbación no sea tan patética. Y le dé al hombre un espejo en que mirarse y verse de forma halagadora, satisfactoria.
Alex, entonces, y torciendo decididamente el rumbo oscuro de sus días (ha empezado a envejecer a los veintidós) consigue pareja. Pasito a paso entra en la vida de un hombre rico, con un elenco de empleados de servicio y comienza a ocupar un lugar de intimidad, de privilegio, de acceso a los interiores, al exquisito dormitorio y los vestidores, a la piscina estrecha pero perfecta para nadar. Simón es más viejo que ella pero no tan viejo, tiene una hija con ciertos problemas de personalidad, a la que no conoce porque el hombre no mezcla la familia con los colaboradores.
Este Simón es aburrido, con él no puede entablar nunca un diálogo interesante o emotivo, y no es que a ella le vaya en mucho lograrlo, le sirve la vida de altísimo nivel que lleva a su lado y sólo cumple con el papel y el trabajo. Hay una asistente, con la que ella no intima ni entra en confianza porque todos están en lo mismo: ella es la amante, la pareja, que se muestra a su lado y está todo bien. Miradas, gestos amables, sonrisas de mesa a mesa en esas reuniones en las que las mujeres del círculo de Simón son reales, es decir maduras-viejas, con opinión y presencia diferente. Ella luce cosas caras, algunas, broches, vestidos que él elige, carteras. Las carteras son un bien durable, Alex recuerda el consejo de sus amigas al respecto: son una ganancia, un bien personal convertible en dinero siempre, ojo con perderlas de vista por el nomadismo de la vida. No se ajan con el uso. Este cinismo saludable campea en el relato, no profundiza la sordidez del abismo como nos pasa con Ripley, que nos pone los pelos de punta. Si pensamos en el blanco y negro de la última versión en miniserie, aquí hay sol, balnearios de la costa este, grandes residencias de verano, mar y piscinas. Es que aquí no hay muerte, la identidad de Alex planea sobre las escenas y las situaciones sin que sea necesario fraguar documentos, cartas, firmas. Porque una mujer no tiene firma, no tiene que explicitar su identidad, una mujer al lado de un hombre —de eso hablamos— no es nadie, prácticamente no tiene ni rostro, su juventud la define quizá, que ofende a las demás señoras y exalta a su pareja.
La voz narradora escinde su lenguaje para apartar a Alex de ese mundo de ensueño. Las líneas de diálogo de los ricos son escasas en palabras y escasas en conjunto, mientras que omniscientes, nos metemos en la mente de Alex que siempre está perturbada por su inseguridad o por su confianza en sí misma, y nos apabulla su desorden sobreabundante. Además las sustancias, eso sí, comunes a todos. Sólo que Alex no tiene receta nunca si no que se hace de ellas en frascos ajenos. Y tienen el efecto de devolverla a su oscuridad anterior.
Pero un mal día se arruina todo por una tontería —una sucesión de inevitables decisiones para quien arrastra ese bagaje— y Alex es expulsada del paraíso. Es tratada con una crueldad gélida, no hay perdón, sólo rigor inapelable, es un deshecho, o sea, descartable. Se pregunta si de verdad no hay sentimientos, temor a extrañarla, creemos que le haría bien encontrar que se siente algo por ella, así, en modo impersonal, pero suficiente. No hay vínculo sólido que le impida a Simón perderla. Se sabe reemplazable, fácilmente reemplazable, y no hay secreta esperanza de no serlo hasta el punto de la redención.
Alex se plantea cómo podría ser el regreso, de qué forma encarar al hombre y decidir un destino a favor. En unos días habrá una fiesta en la que era su casa. Planea entonces borrarse de la escena, de la vida de Simón y hacer su entrada esa noche, con un contexto favorable, sin dramatismo con la misma levedad de su salida. Segura, para no sentirse tan vulnerable. Y aunque secretamente ansía recibir un llamado de él, se refrena y emprende la retirada con seguridad en sí misma; se sabe con recursos. Empieza una vida de buscona, como la buscona que es: pequeños robos, intrusiones, seducción de desconocidos, mimetismo en lugares para ricos. Así intenta pasar esos siete u ocho días hasta la fiesta de Simón. No busquemos moral en sus decisiones, como una Lázara de Tormes tiene hambre y sueño. Y no importa cómo se desarollen sus interacciones: camareros, camareras, adolescentes, no importa la calaña de esos seres, sólo obtiene una supervivencia precaria pero suficiente. En baños públicos intenta hacerse de algún recurso para sobrevivir. Duerme en la playa, en casa ajena, en casa vacía, una verdadera vagabunda que tiene sin embargo un don camaleónico, sólo basta algo para el pelo, algo para los labios, algo para la piel. Un broche de pelo robado, unos anteojos de carey exquisitos. Se permite también conectarse con el secretario de un amigo muy rico de Simón, que está en la mansión vacía. Este alardea y le muestra unas adquisiciones recientes, obras plásticas carísimas, pero Alex está repleta de sustancias y con torpeza rasguña una obra de arte enorme en una sala. Es expulsada sin miramientos de allí. Los bienes, las posesiones, el falo de los hombres lastimado, un auto, una obra de arte, todo se exhibe para mostrar la virilidad. Y ella es un pequeño parásito que se mezcla con esos seres saludables, deportivos, que se tuestan al sol. Como la nadie que es. No tiene apellido, no firma cheques no alquila habitaciones ni reserva mesas. Ella es como todas las mujeres de cualquier rango o situación, invisible.

Papi es el libro de cuentos de Emma Cline. Un libro orgánico, que explora el mismo mundo que le conocemos por las novelas Las chicas, Harvey y La invitada. Cada cuento empieza con una cantidad de nombres que no nos son presentados, como si todos fuéramos del mismo grupete. Y el desenlace tiene un giro nulo, un dejarlo ahí porque es suficiente. La costa oeste, el mundo divino de Hollywood, la fauna, como se dice cuando hablamos de especies —humanas en este caso— que se define con la desdicha. Las clases sociales que se odian pero se huelen y juegan tratando de sacar ventaja, un poco a lo Ellis. La envidia, el fracaso, la autodestrucción en medio del lujo y los negocios es el ecosistema que prefiere Cline para criar sus seres. La maldad de un joven contra un padre débil y culposo, el padre acorralado entre su amigo extraordinariamente popular y su hijo mediocre director de cine, estrenando un film patético o la navidad más hipócrita que pueda pensarse donde todos fingen ser una familia, pero en el fondo son malos actores. Y persisten, persisten en el goce extraño de las comodidades y el lujo a costa de una psiquis devastada por la química, legal casi siempre. No huyen, no patean el tablero, no ametrallan a sus pares. Y no importa la clase social: las dos vendedoras de lo que ahora se llama fast fashion se prostituyen primero con selfies pagas y luego al ruedo, a perder todas las integridades. La autora no abre juicios, no termina de castigar a sus criaturas. Sordidez sin fisuras. Alex se hará cargo de sus torpezas, su vida será breve quizá, Harvey no se arrepiente ni pesa sus culpas, sólo tiene en mente su próxima producción y el rebote de su nombre en Google. Implícitos sus crímenes. El depredador sexual más famoso junto con el príncipe, abre su cabeza en la nouvelle de Cline, que no pretende moralizar o castigar, quizá entender cómo funciona el “monstruo”. La polvareda que levantó este texto breve hizo que en varias entrevistas dejara en claro que la literatura y el activismo no tienen por qué ir juntos, y que no todos los personajes deben ser modelo de nada. Empezamos con una lamentable buscona que no busca nuestra compasión y podríamos terminar con Las chicas, en la misma línea, el clan Manson enmarcado en el relato de una vieja hippie a unas chicas de hoy sobre cómo la mujer ha sido siempre, aún en durante el flower power, un rato de placer descartable para el líder, el gurú, el productor, el poderoso.
Nota al pie: Simone de Beauvoir escribió La invitada, novela, en 1943. Tres personajes que funcionan como alter ego de ella, Sartre y una joven llamada Olga. En el texto la joven es “adoptada” intelectualmente por Pierre, un editor y Françoise, una escritora que se ve encantada con la joven por su inexperiencia, su intuición natural y su potencial. El trío es perfecto y goza de la libertad de mostrar la relación que prueba la posibilidad de la pareja abierta y la acción individual según el existencialismo. Pero, claro, la vida no es sólo intelecto, Pierre acapara a Xavière y Françoise siente la terrible mordedura de los celos. La trama es lenta, se vuelca a lo ensayístico interpretando las conductas y las justificaciones de cada uno. Apuntala el pensamiento teórico.
Nada más lejos de nuestra actual invitada. Sabemos que los movimientos sociales pendulan, avanzan, retroceden, se estancan. El feminismo entre Simone y Emma, la narrativa en general ¿qué han hecho?