A un año de su fallecimiento, Leonard Cohen sigue habitando entre nosotros a través de su voz profunda, que a lo Juan Rulfo podríamos decir: una voz que no es de este mundo. Sus canciones siguen siendo himnos que a los cohenitas –e incluso a quienes simplemente gustan de oírlo o apenas lo han descubierto– les enchinan la piel y los regresan en el tiempo a un recuerdo vigoroso de su vida.

Cohen, el eterno seductor, le cantó a la mujer en sí, una mujer que podría llamarse Suzanne, Rebeca o Janis; los nombres pueden variar, como pasó con sus amantes a lo largo de su vida, pero al final la mujer es narrada en sus poemas y en sus historias cual esencia interminable.

Las mujeres de Cohen son de dos tipos: las primeras son tangibles, las besó, las vivió; las otras son variaciones del arquetipo ideal que dio origen a sus canciones, pues para Cohen, el amor fue inspiración inalterable. No hay un sentimiento de pérdida, de un dolor irreparable por un amor infructuoso, no, Cohen cantó con una serenidad amorosa incluso en sus excesos.

Juan Claudio de Ramón, cohenita consagrado, menciona que dejando de lado las novias de juventud, el primer amor de Cohen fue Marianne Ihlen, quien un día apareció acompañada de su marido en la taberna del puerto de Hydra, la isla griega donde Cohen tenía su refugio, y cautivó al canadiense.

Marianne y Cohen

Tras ella llegó Suzanne Elrod, la madre de sus hijos  –no confundir con la misteriosa Suzanne Vaillancourt, heroína de la inolvidable canción, con quien Cohen no tuvo amoríos y hoy es masajista en California­–. Antes o después estuvo Joni Mitchell, cantautora canadiense. Para luego aparecer Dominique Issermann, fotógrafa francesa.

A finales de 1980 llegó Rebecca de Mornay, la única de sus mujeres que fue su prometida y la propuesta de matrimonio la narra en Waiting for the miracle. El compromiso se deshizo tras la gira de The Future, poco antes de que Cohen ingresara en un cenobio budista. En el poema The Mist of Pornogrphy, relata por qué el matrimonio no fructificó.

Su última gran amante y compañera fue Anjani Thomas, cantante y compositora de Hawaii, además de una de sus vocalistas preferidas. Para ella escribió las canciones de Blue Alert.

Entre las mujeres invisibles, continúa Juan Claudio, están: Jane, la enigmática mujer de Famous Blue Raincoat; Nancy, la suicida de Seems so long ago, Nancy; Rebecca, inspiradora del disco perdido Songs for Rebecca, que acaso sea un referencia bíblica; Janis Joplin, amante de una noche en el Chelsea Hotel, hecha visible por una indiscreción de Cohen; las hermanas de la caridad que le acompañaron una noche de amor cortés en Edmonton e inmortalizadas en Sisters of Mercy. [i]

Un mujer que arribó por los aires en la vida de Cohen a inicios de los años 70 fue Raquel. Cohen llegó a Israel con la idea de recolectar tomates en un Kibutz –agrupación agrícola­– pero fue sorprendido, como el resto de Israel, con el estallido de la guerra de Kipur (1973). Sus planes cambiaron y se dedicó a actuar ante los soldados. Una noche de Tel Aviv conoció a Raquel, bella israelí de origen yemenita que lo cautivó. Esta azafata de la compañía ‘El Al’ fue su mejor medicina contra la crónica depresión del canadiense.

Leonard y Suzanne Elrod

La propia amante lo contaba en el pasado al diario Yediot Ajaronot: «Yo tenía 22 años y sinceramente no sabía quién era Leonard Cohen. Fui a una fiesta en Herzliah Pituaj (norte de Tel Aviv) y el manager de Cohen se acercó y me dijo que el cantante deseaba conocerme. Me llevó a un cuarto pequeño donde estaba Cohen tirado en el suelo. Me miró y me dijo: ‘Sólo quiero que me digas sí o no. Nada más’. Observé sus ojos, mejor dicho, caí en su interior y dije ‘sí, podemos vernos’. Estuvimos un año juntos hasta que Suzanne se quedó embarazada y nos separamos».[ii]

Otra anécdota, recogida por Fernando Navarro, cuanta que en uno de sus muchos conciertos, dos chicas se subieron al escenario para ofrecerle unas flores y Cohen, contemplándolas sereno, con algo de condescendencia, tanto para las flores como para con las muchachas, dijo sonriendo: “Ah, quién tuviera dos años menos”. Y se quitó el sombrero en señal de gratitud.

“Dos años menos. El músico seductor, el mismo que compartió cama con Janis Joplin y muchas más, por el que han suspirado miles de mujeres durante décadas, y el poeta, autor de Hallelujah, que fue escritor antes que cantante, no sólo conserva su humor inteligente, sino que, después de años vagando por desiertos, excesos y traiciones, se ha reconciliado consigo mismo. A punto de cumplir 80 años, Cohen sabe quién es y lo que representa. Y se le ve orgulloso”.[iii] Esto a pocos años de su fallecimiento, lo que comprueba dos viejos refranes: “solo el querer se acaba, las ganas no” y “genio y figura hasta la sepultura”.

Así pues, recordamos a Cohen trayendo a la memoria a sus mujeres, las cuales se disiparon en su vida de manera suave, sin exabruptos o tragedias, como si se trataran de una marea que una y otra vez se retira y llega con nuevas olas. El eterno seductor lo es porque ha comprendido bien el ritmo y la naturaleza de las mareas; Cohen además fue un seductor que cantaba hundiendo la voz en la nostalgia y escribiendo a modo de cincel sobre el manto celeste.

 

Notas al pie

[i] De Ramón, J. C. “El secreto de Leonard Cohen” en JotDown. Disponible en digital: http://www.jotdown.es/2013/01/el-secreto-de-leonard-cohen/

[ii] Emergui, S. “Leonard Cohen, su doble y la ex amante”, en El Mundo, Disponible en digital: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/09/24/orienteproximo/1253778427.html

[iii] Navarro, F. “Leonard Cohen, el arte y la elegancia no entienden de edades. El País. Disponible en digital: https://elpais.com/cultura/2014/09/17/actualidad/1410945781_453825.html

 

Fuentes de imágenes:

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