Sí, es la palabra y no el tema. La palabra saliva es chocante, porque no es técnica. Pene es chocante pero es técnica. La palabra saliva ya produce una sensación, no definitivamente de asco –eso sería si dijéramos baba- pero sí de incomodidad. Como secreción está muy cerca de la salida o el acceso, para decirlo de alguna forma, y tan presente en la vida –en la boca, que es casi lo mismo- que su anonimato puede estar determinado por el pudor. Por lo general, las secreciones están un poco más ocultas. La leche materna, por ejemplo, está ahí, también, casi a la vista, pero su presencia es esporádica, y aunque se haga ostentación de lactancia o simplemente se amamante delante de todos, la leche en sí no se ve y casi nadie tiene algo que decir o callar al respecto. El bebé no habla, y la madre no pone el acento de sus actos en la sustancia. ¿Quién sabe que su aspecto es un poco aguado?
La saliva está presente en todos todo el tiempo, es una sensación constante y casi no aparece fuera, pero sí al borde, al filo de las palabras, y como ellas no se ve. Salvo que la relacionemos con cierta fruición al comer –también al hablar puede hacerse visible, pero siempre con censura, hablar con fruición, saboreando lo que se dice, desprende hacia fuera cierta cantidad de saliva y esto hace a la calidad del discurso. Y es probable que se recuerde más esta presencia que las palabras dichas. Y hasta puede dar risa y poner en ridículo.
Al comer en libertad, suponemos, sin testigos, y pongamos por caso algo que al sujeto le guste mucho, para hablar con más justeza diré una porción de torta, pero cualquiera puede reemplazarla por algo salado, digo, una torta que el sujeto mismo haya preparado, para que sepa con precisión qué debe encontrar en ella, pongamos, harina-azúcar-huevo-leche, nueces, jengibre, ralladura de limón o lo que sea, digo, de pie en la cocina, frente al molde que apenas se enfría, bueno, el mordisco primero y la saliva se fundirán, se mezclarán en la boca, facilitando la descomposición de lo que era un bloque seco y frío –o caliente en exceso, en un fluido tibio y homogéneo, una crema saborizada con todo lo que hemos dicho. Si el placer está presente, nuestro caso apurará otro mordisco y en la porción restante dejará, por abundancia, un reborde de la crema antes producida, cuyo color, si la torta era de chocolate, será más aclarado, más diluido, o sea que la producción de saliva estará empujando el placer, voracidad es el nombre correcto y en el apuro todo se reproducirá. Por supuesto que en público este impulso se reprime, pero si hay abundancia de saliva y el sujeto quiere seguir comiendo, controlará con una servilleta cualquier desborde que lo delate. En este caso la presencia de la saliva se hace patente al individuo.
Hay también otras ocasiones en que la saliva se hace notar, pero también en ellas se omite la palabra y se la reemplaza por fluidos, como si hubiera varias clases. Quizá la medicina pueda aportar fórmulas químicas para el agua de la boca, así como las hay para el agua a secas, pero si empleamos la palabra fluidos estaremos en un contexto de besos, tanto boca a boca como boca a partes del cuerpo donde, es verdad, hay otros fluidos de nombres ominosos como flujo, semen y algunos de los que no tenemos siquiera nombre ni constancia de existencia. O es secreto médico. Pero aquí el tono es otro. Y el color. Y la visibilidad. De verdad hay pocas descripciones.
Pero nuestro tema es la ausencia de saliva. Y la ausencia de saliva no es una enfermedad. Claro que las glándulas, los conductos y sus orificios y válvulas pueden tener trastornos, pero aquí se trata, como dijimos, de llamar la atención del sujeto sano, que no advierte que de a poco o de pronto –quién puede fijarlo- se queda sin saliva. ¿Es causa o efecto? ¿Es síntoma o mal? ¿Viene antes o después? El caso es que la boca está definitivamente seca. La lengua se pega al paladar con fuerza, los labios se adhieren a los dientes e incluso los succionan y el conducto del fondo se achata, sus paredes se unen y hacia abajo se siente una cinta, una manguera vacía al sol… Y si se quiere despegar por ejemplo, los cachetes de las muelas o de las encías es probable que pase lo que al fumador que olvida y quiere despegar el cigarrillo de los labios arrastrando piel. Porque se hace fuerza para pegar, el vacío se siente y se rechaza. Odiamos el vacío y la boca vacía de saliva se convierte en un fenómeno de la física porque, sí abrimos la boca, pero nada penetra.
Con el estómago va ocurriendo algo parecido a medida que pasan los días, es una gran boca o un balón de cuero desinflado, sus paredes se secan y pegotean como un globo de cumpleaños que un niño desinfla y luego con la boca llena de caramelo intenta volver a inflar, pero le insufla el pegoteo y después llora porque nadie puede volver a darle la hermosa forma de globo. ¿Comer? Claro, el impulso de los días, la inercia nos hace sentar a la mesa, pero el primer bocado ya se empasta, rebota, se queda y se puede quedar para siempre sin que pase a ser esa crema de la que hablábamos. Se consigue tragar y el bolo –nombre escolar poco apropiado porque en la condición saludable no tiene forma- el bolo se arrastra por conductos trabados. Aquí es pertinente usar la palabra nudo, que los médicos rechazan, aunque les sirve a la hora de entender. Nudo, porque hay un tironeo, un empujar desagradable que enrosca las fibras del pecho. Similar al que se produce con disgustos de tipo común, -relacionados como veremos con la pérdida de la saliva, -ausencias, mentiras, celos.
También es gráfica la palabra puño, porque a la sensación de estrangulamiento del nudo, se le suma una de empuje y opresión que se agudiza por oleadas, un puño verdadero sobre el pecho, que puede personalizarse incluso con nombre propio, allí donde a fuerza de agua o jugos o vino, se ha logrado pasar el bocado. Supongamos de pizza. No ha servido el queso y su grasa, la salsa que desborda la porción o los lagos de –pongamos- roquefort derretido; ha sido necesario pasar el bocado con un líquido como quien se traga dos aspirinas grandes juntas con todo el talco ácido que se desprende. Y por supuesto, nuestro caso ha empujado suavemente el plato, alejándolo o ha susurrado al vecino querés terminarlo, con la mayor discreción posible. Y nadie notó nada. No nota nadie, día tras día, el padecimiento del sujeto que no sólo a la hora de comer siente el fruncimiento de las mucosas. A la hora de la siesta, con la rumia de quien busca y no encuentra paz, la sensación de brasa en la boca, en la llamada boca del estómago, y claro, claro que sí, a la altura del corazón en todas sus acepciones, como una vaca revuelve trapos secos, hierbas achicharradas al sol y el relámpago de duda y sospecha baja y sube, como si tuviera cuatro estómagos que conformar, cuatro corazones que consolar. Es necesaria la palabra rumia. O, por poner otro ejemplo, cuando no hay nada que llevarse a la boca pero el alimento es, por así decirlo, arenilla de sospecha, y se busca en pantallas y bolsillos y papeles mientras se succiona con fuerza y se extrae la última gota de la lengua en un suspenso en que nudo, puño y brasa se patentizan todos juntos. Y el mutismo, ya que la famosa crema que diluye la materia también se produce, como decíamos al principio, cuando se despliega la frase, como una crema que atacó la idea, materia bruta en la cabeza, y la palabra viene a dotar de fruición y forma lo que se está diciendo. Así, el estar callado, el sello en los labios secos afecta también la posibilidad de decir lo que pasa. Y el nudo es una frase atada, el puño un grito que no se oye y la rumia un detalle de todo lo que le hacen.
El individuo, a esta altura ha renunciado a comer, y se comprende, si cada esquina de galletita debe ser ayudada por un mate, o un café, sinceramente no le ve la ganancia. Hemos pasado de uno a otro extremo. Y ahora se decide simplemente a dejar de comer, o mejor dicho, decide olvidarse de comer. Pasar por alto el trastorno laborioso de comer y no hacer ningún comentario al respecto.
De la saliva y su relación con algunas cosas
¿Preguntas? ¿No?
Muchas gracias.