Fotograma de la película

Es el verano de 1992 en una pequeña ciudad al este de Francia. Una Francia que vivía un pernicioso proceso de desindustrialización. La Francia del Drama de Furiani, de los juegos olímpicos de invierno, de Cantona, de Platini y de Mitterrand. Pero también la Francia de Johnny Halliday, Nirvana, Iron Maiden; y, George H. W. Bush y John Major.

Sinopsis: Anthony (Paul Kircher) tiene 14 años y mata el tiempo de un verano muy caliente con su primo. Un día, roban una canoa para ir a una supuesta playa nudista donde conocen a Steph (Angelina Woreth) y Clem (Anouk Villemin), quienes los terminan invitando a una fiesta de jóvenes burgueses a las afueras del pueblo donde viven. Algo ocurrirá en aquella fiesta que cambiará la vida de Anthony y su familia para siempre.

Así empieza Leurs enfants après eux, título traducido al español como: Y sus hijos después de ellos; y al inglés: And their children after them, de los hermanos Ludovic Boukherma, Zoran Boukherma. Fue estrenada mundialmente el 31 de agosto pasado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde Paul Kircher ganó el premio Marcello Mastroianni. Posteriormente fue programada en la Sección Oficial del Festival de Sevilla de Cine Europeo, donde ganó el máximo premio al que se puede aspirar: el Giraldillo de Oro y también, ¿por qué no?, el premio a mejor actor. El estreno en cines franceses está programado para el 4 de diciembre; y veo muy probable que de una u otra forma llegue a México en el transcurso del 2025.

La película está basada en el libro homónimo de 2018 cuyo título original es: Leurs enfants après eux de Nicolas Mathieu con el que ganó, nada más y nada menos, que el prestigioso premio Goncourt, uno de los premios literarios más importantes, no sólo de Francia sino del mundo. He leído una traducción española bastante mala y aun así la novela resulta bastante buena.

Nicolas Mathieu. Fuente de imgen: El País

Anthony es un adolescente común y corriente para los tiempos modernos, es decir, pobre, impulsivo, inculto y mariguano. Hijo de padres proletarios, sin ningún interés en la vida más que las mujeres y podríamos decir que —en la película— es medianamente atractivo. Una vida, además, destinada a la tortuosidad inmisericorde del sistema capitalista y la homogeneización implacable de la modernidad. Desapegado a sus padres, el rock anglosajón y el espejismo del estilo de vida estadounidense, que se forja bajo una terrible y falsa concepción de libertad, es lo único que lo impulsa a seguir viviendo por rutina. No future, como decían los punks:

“Cuando iban a empezar a subir la calle Clément-Hader, tuvo un cambio de humor. Sintió que se le venía encima ese tremendo desasosiego, una vez más, sin ganas de nada, la sensación de que no acabaría nunca, la obediencia, la infancia, el tener que rendir cuentas. A ratos se sentía tan mal que se le ocurrían soluciones expeditivas. En las pelis, todo el mundo tenía una cara simétrica, ropa de su talla y, a menudo, medio de transporte. Él se conformaba con vivir por defecto: negado en clase, peatón, incapaz de ligarse a nadie, ni tan siquiera de estar bien.”[1]

Steph es una chica muy atractiva, burguesa, sus padres forman parte de la élite local del pueblo donde viven. Igualmente, sus intereses parecen centrarse, en ese año de 1992, en las drogas, los muchachos y las fiestas. Aunque, a diferencia de Anthony, la posición económica y social de Steph le permiten hacer planes a futuro, o por lo menos, soñar con acceder a estudios universitarios y tener una carrera profesional o un matrimonio exitoso en términos capitalistas, lo que se reduce a tener una remuneración por encima de la media.

Hacine (Sayyid El Alami) es un chico de la edad de Anthony, me parece que francés, es decir, nacido en Francia, en primera generación, pero de ascendencia directamente marroquí, ósea que es más bien marroquí, pero con pasaporte francés. Aunque el muchacho no se identifica con aquel país del norte de África; y desde luego que tampoco se identifica con Francia, un país que lo desprecia, a pesar de haber nacido allí: Francia, que paradójicamente es famosa en el mundo porque supuestamente se forjó bajo la consigna de la defensa de la Igualdad, la Solidaridad y la Libertad. La desgracia es tan abrumadora que ni la burla perdona.

Hacine no tiene, como puede resultar obvio, un futuro más prometedor que Anthony, ni mucho menos. Su madre vive en Marruecos, su padre, Malek Bouali, es otro obrero desindustrializado como el padre de Anthony, Patrick, que vive del paro y de la indemnización que le dio la fábrica en la que trabaja antes de desaparecer.

Festival de Cine de Sevilla, 2024. Foto: Eduardo Aragón

Hacine se dedica a vender hachís en el barrio y quizás más allá de éste, no va a la escuela, aunque al parecer está inscrito en ella. Hace como que busca algún trabajo de verano, pero esa tarea resulta más que imposible. Así que básicamente se dedica a la vagancia y el mal vivir con la pandilla del barrio suburbano y subhumano que les ha construido el gobierno francés para tenerlo lejos y cerca a la vez, lejos para no mezclarse con los franceses blancos, cerca para realizar las peores tareas, mal pagadas, cuando alguien se digne a darle una “oportunidad”.

“A su espalda, Hélène y su hijo percibían el vacío del hueco de la escalera, la verticalidad silenciosa del edificio, una presencia nutrida y móvil, un rebullir sordo. Había allí toda una población ociosa, a la que contenían los televisores, las drogas y las distracciones, el calor y el aburrimiento. Hacía falta muy poca cosa para despertarla. Hélène contestó que quería hablar con él. Era algo importante…”[2]

Hacine y Anthony, a pesar de ser compañeros de clase social, incluso de escuela, se confrontarán por primera vez en aquella fiesta burguesa, en una lucha inter-clase encarnizada que llegará a lugares casi tan trágicos como el mismo capitalismo que los hermana.

Patrick (Gilles Lellouche) es el padre de Anthony. Otro obrero desindustrializado, víctima de este fenómeno que afectó a Francia a partir de los años 1985 o 1986 hasta nuestros días —aunque para algunos autores empezó desde antes, a mí me parece que estos años fueron el punto de inflexión sin retorno—.

Cuando la fábrica del pueblo desapareció tuvo que buscarse la vida de alguna otra forma y encontró un “área de oportunidad” en el cortado de céspedes y arreglo de jardines y casas, bricolaje. Pasó de ser un obrero explotado a prominente empresario por cuenta propia, ahora autoexplotado, sólo que ahora sin derechos sociales ni aguinaldo, eso que el capitalismo quiere confundir con libertad, de hecho, en España les dicen autónomos, la vida es una broma. Los famosos y pululantes emprendedores, como se conocen en México.

La gente volvió a aplaudir, mucho rato. Las fuerzas vivas allí reunidas esa noche para escuchar estaban hartas de la melancolía reinante. Al fin y al cabo, ellos no tenían ningún motivo para desesperanzarse. Tomaban buena nota de las devastaciones que durante treinta años habían redefinido el mundo laboral, los puestos de trabajo y los cimientos de la riqueza de Francia, sentían empatía, pero también eran emprendedores. A partir de ahora, había que lanzarse de lleno. Ya irían puliendo los detalles sobre la marcha.”[3]

La desindustrialización trajo la des-proletarización y la frustración o, por el contrario, sueños capitalistas de emprendimiento; “independencia” y “libertad” para todos los obreros que de un día para otro dejaron de serlo. Patrick tiene el pernicioso vicio de las generaciones pasadas, es alcohólico; y no digo que ahora no lo seamos, pero la mariguana empieza a exigir su lugar en el reino de los vicios moralmente aceptados. También es violento, inculto y machista.

Heléne (Ludivine Sagnier) es la madre. En la película no se sabe bien su actividad económica o al menos yo no la logré captar. En la novela es una administrativa de bajo rango, como tipo secretaria de alguna empresa mediana. Sigue siendo una mujer atractiva, medianamente harta del marido y víctima de la imposible labor de educar a un joven que se empieza a dar cuenta de que nació sin futuro, heredero de la miseria capitalista al que no le son permitidos los sueños, más allá de escuchar a los Red Hot Chilli Pepers (Californication vendría unos años más tardes) en una fiesta juvenil donde abunda la droga, el clasismo, la superficialidad y el alcohol; o manejar una moto a gran velocidad.

“Desde entonces la vida pintaba muy rara. Había mañanas en que Anthony se despertaba aún más cansado que la noche anterior. Y eso que cada vez se quedaba durmiendo hasta más tarde, sobre todo los findes, para cabreo de su madre. Cuando los colegas le tomaban el pelo, se mosqueaba y respondía a puñetazos. Todo el rato tenía ganas de pegar, de hacerse daño, de estamparse contra la pared. Entonces se iba a montar en bici con el walkman en las orejas, poniendo una y otra vez la misma canción triste. De pronto, mientras veía Sensación de vivir en la tele, le entraba una melancolía tremenda. Lejos de allí existía California, donde la gente llevaba vidas que merecían la pena. Él tenía granos, playeras rotas y un ojo jodido [en la película Anthony no es así de feo]. Y unos padres que reinaban en su vida. Claro está que esquivaba las órdenes y desafiaba constantemente su autoridad.”[4]

Hay otros dos personajes que en el filme resultan casi intrascendentes o tienen mucho menor relevancia que en la novela, aunque en la novela tampoco pasan de ser secundarios. Ellos son el primo, el primo de Anthony, cuyo nombre no recuerdo y Clem, que es la mejor amiga de Steph, otra burguesa superficial con futuro.  

Jeremy Irons fue parte del jurado y entregó el premio. Festival de Cine de Sevilla, 2024. Foto: Eduardo Aragón

La trama tiene dos ejes centrales, el primero es la confrontación entre Anthony y Hacine. Cómo, a partir de determinados hechos concretos que empiezan a sucederse en aquella fiesta burguesa —al más puro estilo gringo— a la que Steph invita a Anthony y al primo, se va forjando una rivalidad a muerte entre ambos. El otro eje es el romance (no sé si le podría llamar romance, por respeto a los clásicos) o cuasi romance (calentura) que se suscita entre Anthony y Steph.

Cuando vi la película, ésta me pareció bastante buena, aunque no profundizaba en ninguno de los temas medulares social y políticamente hablando —que sí son la esencia de la novela—, como suele suceder con todas las producciones que buscan hacerse un lugar en la “industria” cinematográfica, es decir, que tienen prioridades comerciales; sí que se podía encontrar un mensaje claro, o al menos en ese momento así me lo pareció, y del que poco se habla, que es como la lucha de clases desapareció para convertirse en una lucha intraclase, al interior de la clase.

La lucha de clases desapareció y lo que quedó fue una lucha entre individuos que pertenecen a la misma clase. Cuando uno ve esto en la burguesía, no le pone mucha atención, es hasta normal, es el tipo de vida que ellos han elegido, pero cuando sucede en las clases marginadas o sino marginadas, precarizadas, es de llamar la atención, ni en los mejores sueños de los “revolucionarios” burgueses franceses se hubiesen imaginado que algo así podría suceder. El sistema ha triunfado de manera indiscutible.

El nombre de la película también decía mucho: Y sus hijos después de ellos, porque invitaba a pensar en la condena perpetua de la clase obrera a la precariedad, al malvivir que a la larga resulta peor que el sobrevivir. Algo que no era nuevo, lo nuevo era que ahora, estamos en el año1992, la clase obrera no solo heredaba un destino de infortunio común, sino que, además, debíamos agregar la siniestra tergiversación de la lucha.

La lucha ya no era entre proletarios y burgueses, se había trasladado, maquiavélicamente, al interior de la clase precarizada, convirtiéndose en una lucha entre proletarios que ni siquiera están conscientes no sólo de su misma clase, sino de quienes son contra los que tendrían que luchar para mejorar sus condiciones de vida.

La lucha no debería de ser entre Anthony y Hacine, en todo caso, la lucha tendría que ser entre Anthony y Steph y lo que resulta es que, paradójicamente, Anthony no encuentra en Steph un enemigo, sino un motivo de adoración. Qué metáfora tan cruel y a la vez extraordinaria.

“Anthony, que se había quedado de pie, lo miraba fijamente. Le parecía raro que tuvieran tan poco de qué hablar. Al fin y al cabo, habían nacido en la misma ciudad, se aburrían en los mismos curros, habían asistido a los mismos coles, que dejaron demasiado pronto. Sus padres habían trabajado en Metalor. Se habían cruzado cien veces. Sin embargo, esos puntos comunes no eran nada.”[5]

Anthony y Hacine representan esta nueva clase de obreros, no solamente sin consciencia de clase, sino que ahora, incluso, sin identidad. La des-identidad o desidentificación, la identidad cero como la llama Bolívar Echeverría, va más allá de la inconsciencia. La identidad cero es un borramiento de las tradiciones y antecedentes culturales de una persona, para hacerla apta al capitalismo, el espíritu del capitalismo de Weber. La tradición queda completamente rebasada por la modernidad y la cultura por el entretenimiento.

“En la clínica Saint-Vincent se ocupó de los aseos. Lo mismo en el matadero. Luego estuvo limpiando colegios. Pronto entró en el equipo de cocina de la Delegación del Gobierno. Lo malo era que no estaba precisamente al lado y todo el sueldo se le iba en gasofa, … Era agotador y le sentaba fatal. Pero al menos cuando volvía a casa su madre no le daba la charla. Tenía a su favor que se mataba a trabajar, cosa que en su familia se consideraba lo normal. Poco le faltaba para hacerse a la idea, de hecho. Al menos, tenía la moral de su lado. Ahora también él podía quejarse de los impuestos, de los inmigrantes y de los políticos. No le debía nada a nadie, era útil, gritaba, explotado y con una conciencia confusa de que formaba parte de la gran mayoría, de la masa que podía conseguirlo todo, pero convencido de que no había nada que hacer.”[6]

Uno puede ser inconsciente de muchas cosas, pero mientras tenga identidad, una cultura propia, mientras sea un ser social original y único no uniformizado o alienado, puede llegar a tomar consciencia de otras cosas. Pero cuando uno está desarmado identitariamente, culturalmente, socialmente, cuando el ser humano deja de encontrar un sentido de pertenencia a algo, entonces no puede tomar consciencia de nada, o tomar consciencia de elementos que no son propios de su ser, de su ethos, como California y los Red Hot. Solo así un Anthony se puede enamorar de una Steph.

La consciencia se toma a partir de la identidad, sin identidad no puede haber consciencia, hay simplemente una conceptualización equivocada de uno mismo, lo cual complica al doble el trabajo de concientización social, porque primero hay que descubrir nuestra identidad y una vez que sabemos quiénes somos, tomar consciencia de los problemas y de los enemigos que le hacen la vida miserable a esa identidad. Pero si creemos que somos “emprendedores” o “autónomos” o “libres”, ¿Cuándo vamos a entender cuál es el lado de la lucha en el que nos toca estar? Nunca, incluso, es más fácil que nos pongamos del lado equivocado de la trinchera. Ni en los mejores sueños de los girondinos llegábamos a tanto. Todo gracias a la modernidad o al deseo de ésta.

Anthony y Hacine son dos muchachos que crecieron en la época de la desindustrialización y de la desculturización europea ya avanzada. Dos muchachos que juegan a la Play Station, escuchan heavy metal anglosajón, sueñan al ritmo del movimiento grunge gringo de los Stone Temple Pilots, Pearl Jam o Nirvana y de falsos parámetros de libertad, como drogarse y vagar todo el día. La degeneración del sueño americano cunde y crece en las nuevas generaciones europeas, ya no sólo somos los “latinoamericanos” los neo-colonizados culturalmente, esto ha llegado al país que en su momento fue modelo y refugio de la cultura y arte europeo, la envidia de los snobs culturales latinoamericanos, si se lo cuentan a mi paisano José Vasconcelos no lo cree.

“Era una canción que ponían una y otra vez en el canal M6. Normalmente te daba ganas de estampar una guitarra o de quemar el colegio, pero ahora, en cambio, todo el mundo se puso meditativo. Era muy reciente, un tema que venía de una ciudad estadounidense e igual de oxidada, una mierda de ciudad perdida allá a lo lejos, donde unos blancos insignificantes y mugrientos bebían birra barata con su camisa de cuadros. Y esa canción, como un virus, se propagó allí donde había hijos de proletas puteados, adolescentes corrompidos, desechos de la crisis, madres solteras, tarados en vespino, fumetas y alumnos de educación especial. En Berlín había caído un muro y la paz se anunciaba ya como una espantosa apisonadora. En todas las ciudades que había en este mundo desindustrializado y unívoco, en cada pueblucho caído en desgracia, chavales sin sueños oían ahora a ese grupo de Seattle que se llamaba Nirvana. Se dejaban el pelo largo e intentaban convertir la melancolía en ira y la depre en decibelios. El paraíso estaba perdido definitivamente, la revolución no iba a llegar nunca; lo único que quedaba ya era hacer ruido.”[7]

En el 92 yo tenía un año más que Anthony y me identifiqué mucho con la música y la cultura anglosajona que muestra la película porque en México fue parecido —aunque el tema de las drogas en mi pueblo no estaba tan avanzado o al menos mi inocencia no me permitió verlo así—. De hecho, siendo honestos, debo de decir que la banda sonora me pareció y me parece muy buena. El problema está, y es imposible que un muchacho, más bien niño, de 14 o 15 años lo vea, no en cerrarse a otras culturas, sino en asumir como propia (o desear como propia) otra cultura (si se le puede llamar cultura) y des-identificarnos. Una cosa es oír a los Red Hot Chilli Peppers o Nirvana y alocarse al ritmo de las guitarras punzantes y otra pensar que la vida es mejor en California o desear haber nacido allí, claro que insisto a los 14 años ¿quién nota la diferencia?

El otro problema es que el capitalismo ataca por todos lados a las juventudes, a la niñez, no tiene ninguna consideración. No sólo es la música de Iron Maiden o Guns and Roses, Nirvana o Pearl Jam, es también el McDonald’s, la coca cola, el hachís como símbolo de libertad, Beverly Hill 90210, las películas de Clin Eastwood o antes John Ford, la Play Station, los libros de autoayuda, etc. Un bombardeo anticultural —que no contracultural— terrible que hace que la mayoría de los niños pierdan consciencia de quienes son, y se confundan respecto de quienes quieren ser o sería bueno que quisieran ser. Burgueses y proletarios por igual, solo que como siempre, los precarizados son los más indefensos, lo más propensos y los más perjudicados. Como Anthony y Hacine; Steph saldrá adelante o al menos pervivirá de mejor manera.

Dice Nicolas Dufourcq, empresario francés que ha sido el gerente general del Banque Publique d’Investissement (Bpifrance) desde su creación en enero de 2013, en una interesante entrevista[8] realizada por Elena Maximin y Baptiste Roger-Lacan, en enero del 2023 para la revista el Grand Continent, al respecto:

“…pongámonos en la piel de los jóvenes licenciados de la época. Eran los años de Tony Blair, en marcado contraste con el último periodo de Mitterrand. Teníamos un monarca enfermo y fúnebre tras catorce años de gobierno. Junto a él estaba Blair, estaban los efectos del Big Bang de Margaret Thatcher en el sur de Inglaterra, y en Estados Unidos estaba California. Esto fue antes de la segunda Guerra del Golfo. Los jóvenes, creo, tenían un profundo deseo de ser modernos, lo que implicaba una forma de anglofilia. No era la primera vez en la historia de las élites francesas. Entrar en el mundo de las finanzas, aceptar ir a Londres sólo para que te envíen de vuelta a París de lunes a viernes, estar todo el tiempo en un avión: ¿por qué aceptamos esto? No fueron las grandes escuelas y su formación las que nos llevaron a esto. Simplemente había un deseo sincero de ello.”[9]

Festival de Cine de Sevilla, 2024. Foto: Eduardo Aragón

Así empezaba, a finales de los 80 la canción Stop de Jane´s Adiction que ahogaba mis oídos en aquellos años. Una voz en off femenina con acento anglosajón intentando hablar en español decía:

“Señora y señores:

Nosotros tenemos más influencia con sus hijos que tú tienes…

Pero los queremos… Creado y redado (sic) de Los Ángeles…

JUANA´S ADICCIÓN…”

A los franceses precarizados no solo les quitaron el trabajo sino paralelamente les inyectaron una cultura que más que cultura es entretenimiento y aspiracionismo, que más que aspiraciones son quimeras, banalidades y tormentos. La desindustrialización francesa ayudó mucho a esta crisis identitaria… o al revés, un círculo diabólico. Jóvenes que creen que fumar mota al ritmo de Smells Like Teen Spirit es ser libres y que trabajar en un negocio “propio” (aunque todo ha sido financiado), 14 horas diarias sin día de descanso es progreso o autonomía.

Dicen que en Francia había en cada pueblo o en cada ciudad una fábrica, una fábrica que se convertía en parte del ethos de la comunidad, en parte de su forma de vida, en su tradición, en su identidad, generaciones tras generaciones trabajando, explotados, en lo mismo. No solamente era una fuente de empleo y motor económica, era parte de la identidad de las ciudades francesas. Y no digo que esté bien, ni mucho menos, porque al final eran precarizados y explotados, en una producción algunas veces sin sentido, lo que pasa es que lo que vino con la desindustrialización fue peor y despojó al obrero de cualquier esperanza de prosperidad. La desindustrialización no fue un triunfo de la revolución, por el contrario, fue un movimiento de las élites para perfeccionar el sistema, impulsadas por el sistema.

“Hay que distinguir entre las grandes zonas industriales, que han dejado su huella en la memoria nacional, y la industria difusa que siempre ha existido en todas partes del país. Stendhal escribió que en cada pueblo de Francia había una fábrica. En todas las ciudades de Francia hay fábricas. Vas a un pueblo llamado Le Dorat que tiene una gran fábrica, ahora en desuso, que hacía cerámica. Vas a La Châtre sur Loire, a orillas del Loir, hay una gran fábrica. Fabricaba parches, era la fábrica del ingeniero Rustin. Había parches por todas partes, por lo que el trauma de la desindustrialización es un trauma nacional. Por eso digo que es realmente una tragedia, porque afecta a cientos de miles de familias en su identidad más profunda, su genealogía.”[10]

En este contexto, el proceso de desindustrialización se acelera en 1985 o 1986, después del fracaso de la nacionalización de la economía, a manos de los socialistas franceses que por unas monedas cambiaron el porvenir de Francia. La reprimida burguesía de aquel país con sus élites a la vanguardia, tratan de recuperar el terreno perdido en el régimen socialista y empiezan con un agresivo programa de “liberalización” de la industria y el mercado, siguiendo el dictado de los perversos Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Una liberalización que queda bajo el control de estas élites que buscan para sí todos los beneficios y la concentración del poder para que no se les vuelva a ir de las manos nunca más.

“…la ideología servil y librecambista del blairismo, en particular, había penetrado fácilmente en la opinión pública gobernante. Lo que interesaba entonces a todos en la capital no era la industrialización de Francia, sino la explosión de los mercados financieros, y luego de Internet. Se pensaba que Francia sería un país industrial para siempre y que, para ser moderna, había que crear una nueva capa sobre su eternidad industrial, cuyo eslogan sería «París, centro financiero internacional». Además, se pensaba que la dirección del país debía asumir los códigos de la modernidad estadounidense y británica, en economía, gestión, finanzas, en los mercados bursátiles y de obligaciones, y en los ámbitos hasta ese momento preservados del derecho.”[11]

La liberalización viene acompañada de la centralización de la vida en Paris y la búsqueda de la modernidad. Modernidad entendida como la transformación de la economía y pasar de la industria a los servicios. De tal forma que se exilia a la industria a otros países fuera de Francia, se centraliza el poder y se deja a las perniciosas élites ambiciosas a cargo del todo.

Directa o indirectamente eso lleva al cierre de la mayoría de las pequeñas y medianas fabricas que pervivían en los pueblos franceses a lo largo de todo el país y se crea un vacío, un vacío que no solo es económico, sino, además, social, cultural e identitario. El obrero sin fabrica deja de ser obrero, y no solo se queda sin trabajo, se queda sin el hábitat social que construye la fábrica, se queda sin comunidad, sin compañeros, sin sindicato, sin lucha, sin derechos, sin nada. Se des-colectiviza, se desmoviliza y automáticamente no queda más que el abandono a la individualidad y a la competencia.

Desde que las fábricas habían echado el cierre, los trabajadores no eran más que confeti. ¿Masas y colectividades? Para qué, si los nuevos tiempos pertenecían al individuo, la temporalidad y el aislamiento. Y todas esas migajas laborales eran otros tantos satélites que orbitaban sine die en torno al gran vacío del trabajo donde medraba la ristra de espacios divididos, plasticosos y transparentes: cubículos, boxes, mamparas y serigrafías.

[…]

La competitividad se generalizaba a costa de diluir solidaridades centenarias. Por doquier, nuevos puestuchos ingratos y mal pagados, de zalemas y conformidad, proliferaban en detrimento de los agotamientos colectivos de antaño. La producción ya no tenía sentido. Se hablaba de esquemas relacionales, de calidad del servicio, de estrategias de comunicaciones, de satisfacción del cliente. Todo se había vuelto pequeño, aislado, borroso y amariconado. Patrick no comprendía ese mundo sin camaradería, ni esa disciplina que se había extendido del gesto a la palabra y del cuerpo al alma.”[12]

Luego se enfrentan al problema del desempleo, ya no se produce o la producción francesa se traslada a África o a México o cualquier otro país donde no haya derechos laborales fuertes y la divisa y la ley les permita contratar 10 empleados por el precio de uno, —además de que les permite presumir la reducción de contaminantes porque ya no los generan en Francia y eso les cuenta para los “compromisos internacionales” en materia de medio ambiente—. El obrero se tiene que buscar la vida de otra forma, ya sea inventarse un emprendimiento, dedicarse a vender hachís o aglutinarse en París donde se ha centralizado todo. Esto impacta de lleno en el tejido social y lo destruye, la vieja forma de vida ha sido destruida y de la noche a la mañana ya nadie es lo que pensaba que era. El obrero sufrirá, pero los hijos de esos obreros (Y sus hijos después de ellos), se quedan no sólo sin trabajo, se quedan sin futuro.

Anthony y Hacine, hijos de obreros cuyos padres trabajaban incluso en la misma fabrica, saben que están atrapados en una vida condenada a la miseria, pero lo peor es que ellos no solo fueron desindustrializados, fueron además desculturizados, y al ser desculturizados pierden toda identidad, se convierten en zombis del capitalismo, muertos vivientes del sistema. Anthony y Hacine irán de trabajo en trabajo, mal pagado, viendo pasar los días de la mano de una cerveza o churro de mota, si tienen suerte conocerán una mujer, tendrán hijos —hijos que consuman entretenimiento y celulares de última generación—, y algunas ilusiones que les durarán lo que les duré el amor, que en esas condiciones precarizadas es poco. Se divorciarán y esperarán borrachos al día de su muerte, si es la esperan o prefieren adelantarla como Patrick.

“Se volatilizaron los esfuerzos del matrimonio, veinte años de sacrificios y de acrobacias a fin de mes. Hubo que tirar muebles, adornos y ropa. Encima, tuvieron que vender corriendo y por una miseria, y al final el banco se quedó con la pasta para liquidar las deudas. En el momento de repartir los bienes, el padre casi llegó a las manos. En el fondo, tampoco tenía tantos amigos ni tampoco un curro propiamente dicho, y había descubierto demasiado tarde que su casa ni siquiera era suya y que todas sus convicciones no eran más que gilipolleces. Se pensaba que llevaba un sueldo, que tenía un hogar, una mujer, una casa y un hijo.”[13]

La novela empieza con el siguiente epígrafe:

De otros no ha quedado recuerdo,

desaparecieron como si no hubieran existido,

pasaron cual si a ser no llegaran,

así como sus hijos después de ellos.

Eclesiástico, 44, 9

¡Y eso que son hombres! Las mujeres precarizadas del capitalismo lo tienen peor, oprimidas en el trabajo y oprimidas en su casa, con un marido alcohólico y frustrado y un hijo mariguano y sin futuro que quisiera ser gringo; con la permanente preocupación de tratar de educarlo, cuando de lo único que está consciente es de que la libertad la venden por gramo en la esquina.

“Con solo mirarla, Anthony se sentía mal. Esas mujeres que de una generación a otra acababan derrengadas y medio convertidas en chacha, sin más objetivo que garantizar la continuidad de una descendencia abocada a las mismas alegrías y a los mismos males… Todo eso le daba un mal rollo tremendo. En esa obstinación sorda intuía el destino de su clase. Peor aún, la ley de la especie, que se perpetuaba a través de los cuerpos inconscientes de esas mujeres metidas en la cocina, de caderas anchas y vientres llenos. Anthony odiaba la familia. No aportaba nada más que un infierno de prórrogas sin meta ni final…”[14]

Al final de la película Anthony y Hacine se reconcilian, pero más que reconciliarse, se identifican, se reconocen como compañeros; y no es que se quieran o por lo menos se aprecien, simplemente se dan cuenta que sufren los mismo malos, que sueñan las mismas cosas y que tienen el mismo sin futuro y malvivir, y eso, eso compañeros es a lo que se le llamaba, hace medio siglo todavía, identidad de clase.

El planteamiento atractivo, pero tibio de la película me llevó a leer el libro. Después de leer la novela de Mathieu me di cuenta que el largometraje no es tan bueno como pensaba al salir de la sala de cine de la Plaza de Armas de Sevilla, que de hecho es bastante mediocre. No se puede entender realmente la película sin leer el libro, porque la película omite muchas cosas esenciales para entender la problemática que se quiere plantear y que la novela si dice y que la llevaron a ser un éxito rotundo. No fue Iron Maiden los que llevaron al éxito del libro, fue la lírica radiografía que el autor hace de un problema que carcome las entrañas de la Francia más profunda. La película se quedó con Iron Maiden y poco más.

Lo primero que hay que decir, al valorar la película a la luz del libro que adapta, y que puede ser el mayor error de varios que se cometieron, es que el personaje de Anthony está mal caracterizado. No es una cuestión del desempeño del actor, que lo hace muy bien, no para ganar un premio, pero su trabajo es bueno, sino que se trata del perfil fisiológico que se tenía que cumplir y no se cumplió, quitándole coherencia a toda la historia. No puedes poner un chico medianamente atractivo y alto (Anthony de la película) en lugar de uno casi bizco y chaparro (Anthony de la novela), porque las circunstancias de vida no son las mismas, en todo caso usa dos actores y documenta visualmente el desarrollo del personaje.

No tengo duda de que Paul Kircher sea un buen actor, pero esta película no era para él, o sí pero en el papel secundario del primo; y aun así lo contrataron, supongo que por razones comerciales. Los cines franceses se van a llenar, eso es casi seguro, no solo por la joven promesa francesa, sino por el éxito del libro, la pregunta es si la gente saldrá contenta. La esencia de la historia, su coherencia, requería un Anthony con otras características.

El Anthony de la novela es en el 92 un muchacho bajo de estatura, sino feo, normal, que incluso tiene un problema con un ojo que se le cierra o no sé si de repente se la va de lado, como bizco, el punto es que no era como el que se presenta en la película. Después con los años, empieza a hacer ejercicio y mejorar su fisonomía, aunque no deja de ser chaparro y no queda claro si el problema del ojo desaparece del todo.

El primo en cambio es un muchacho más alto, con mejores condiciones físicas, más grande de edad y más atractivo social y físicamente hablando. Ósea que Paul Kircher a lo más que podía aspirar, de haber habido una buena selección de actores, era al papel del primo, pero no, los voltearon, porque el actor que hace al primo resulta ser más parecido a lo que uno esperaría del Anthony de la novela.

Con un Anthony del tipo de la película es difícil de entender, por ejemplo, que el primo conquiste a Clem antes que Anthony a Steph, o que los acontecimientos en la fiesta estilo gringo hayan sucedido como sucedieron, no solo por la confrontación con Hacine, sino por todos los detalles que se dan en esa fiesta, en donde notoriamente el primo sabe comportarse de mejor forma en un mundo juvenil y material, agringado, donde el físico es el 80% del éxito social.

Festival de Cine de Sevilla, 2024. Foto: Eduardo Aragón

La actuación de Kircher es bastante buena, pero tampoco se trataba de un personaje que requiriese un despliegue excepcional de cualidades histriónicas, de ahí que no entiendo como ganó tanto premio en medio de otras actuaciones que seguramente requerían un esfuerzo mucho mayor para representar al personaje.

La novela habla lo suficiente de la invasión cultural anglosajona en Francia, no sólo se limita a música, que por cierto, y para poner un ejemplo, 3 de los 4 capítulos de la novela tienen nombres de canciones gringas: Capítulo 1: Smells Like Teen Spirit; Capítulo 2: You could be mine; Capítulo 4: I Will survive. Pero no solo toca ese punto, habla de McDonald’s, de Beverly Hill 90210, de las películas de Clint Eastwood, de los Beach Boys y su California, y de un montón de detalles que ubican al lector en ese ambiente cultural contaminado. Un esfuerzo que la película no hace y que resulta fundamental para entender la situación de la desindustrialización en Francia.

“…gran parte de la infraestructura empresarial de finales de los años 1980, formada por antiguas familias de empresarios, corredores de bolsa y abogados independientes, fue adquirida por grupos angloamericanos: bancos de inversión, consultorías, corredores de bolsa, empresas de auditoría, cazatalentos, corredores de seguros, bufetes de abogados, subastadores, agentes inmobiliarios, todo iba para Bain, Price Waterhouse, JonesLangLassalle, MorganStanley, Sotheby’s, SpencerStuart, Cleary Gottlieb y sus innumerables colegas. Sólo la informática se resistía…”

La novela muestra claramente como las élites locales, los ricos del pueblo, eran los políticos, los políticos que terminan tomando las decisiones que afianzan un proceso destructivo para el tejido social de la ciudad. La película ni siquiera muestra a los padres de Steph o Clem, por ejemplo, que son estos personajes perniciosos protagonistas de la gran tragedia cultural.

En el libro Steph y Clem son clara y abiertamente elitistas y clasistas, y eso explicaría muchas cosas que en la película se convierten en un sin sentido porque jamás muestran a una Clem y Steph de esa forma. Verbigracia: en la novela no es Steph la que invita a los primos a la fiesta burguesa estilo gringo, es otro, un deportista también burgués que primero quiere pelear con los primos, pero cuando estos le invitan a fumar de su hachís termina hasta invitándoles a la fiesta, principalmente, porque necesita que alguien les abastezca de droga. Solo así se puede entender o se le da coherencia a la actitud de Steph frente Anthony al principio del filme, que es de rechazo, porque Steph nunca ve a su altura a Anthony, nunca, ni siquiera al final de la película después de haber vivido algunos momentos románticos.

Lo mismo se podría decir de los rasgos de xenofobia, que si se evidencian en la novela, respecto de la sociedad francesa en general y que la película, si los muestra, lo hace tibiamente:

“Entre los operarios, había tres clases. La más baja se reservaba a los negros y los magrebíes, como él. Por encima estaban los polacos, los yugoslavos, los italianos y los franceses menos espabilados. Para alcanzar los puestos que estaban arriba del todo, era necesario haber nacido en el Hexágono, no había otra forma. Y si, excepcionalmente, algún extranjero llegaba a oficial o a maestro de taller, jamás se libraba de un halo de desconfianza, algo inconcreto como una presunción de culpabilidad.

[…]

La organización de la fábrica no era en absoluto inocente. De entrada, podía parecer que la eficacia era el criterio que se aplicaba para colocar a los hombres y cómo utilizar su fuerza. Que esa lógica, esa crudeza de la producción y de la marcha forzada bastaba por sí misma. En realidad, tras esos tótems que se erigían más alto cuanto menos competitivo se volvía el valle, había un chanchullo de reglas tácitas, de métodos coercitivos heredados de las colonias, de categorías aparentemente naturales y de violencia institucional que garantizaba la disciplina y el escalonamiento de los humillados. Y abajo del todo se situaban Malek Bouali y los suyos, moracos, negratas, mojamés, morenos… Todas esas palabras estaban a la orden del día.”[15]

Todas estas omisiones no son una cuestión estética, de producción o de tiempos de rodaje, es decir, no lo omitieron para no hacer más larga, más cara o aburrida la película, es muy claro que los hermanos Boukherma no se quieren meterse en cuestiones sociales ni políticas, ni desairar o decepcionar a la hegemonía o las audiencias hipersensibles. Por eso, para entender la película y darle todo el sentido y significado es mucho mejor si se leen el libro antes. Aunque se corre el riesgo de que la película los decepcione brutalmente, con todo y Paul Kircher.

Un completo absurdo, pero si las cosas iban a ser así, uno no puede evitar preguntarse porque los directores escogieron una novela de esas características para adaptarla al cine, si no querían politizar el largometraje. La respuesta puede ser muy sencilla, es posible que los directores sólo hayan buscado aprovechar el éxito mediático de la novela, la popularidad de la que gozó en Francia y en el mundo literario. Paradójicamente los realizadores le quitan al filme la mayoría de los elementos que hicieron del libro un éxito, le quitan el análisis más profundo de las consecuencias de la desindustrialización, le quitan la crítica social y política, el clasismo, el racismo la pérdida de identidad; le quitaron incluso el momento más romántico y emotivo de la relación entre Anthony y Steph, en la noche que se reúnen en la fábrica; y con todo ello le quitan toda la belleza, toda la poesía. El entretenimiento sobre el arte, una y otra vez. La taquilla manda.

También les quitan contenido a las vidas de Steph y Hacine, y en esos términos los personajes no terminan de ser bien dibujados en el filme y se pierde todo su desarrollo dentro de la historia, que resulta fundamental. Sin ese dibujo de los personajes se termina por no entender un montón de cosas. Se centran en Anthony que, si bien siempre será el protagonista, debió existir un equilibrio, para que el argumento pudiese llegar a buen puerto, como en la novela.

Dejaron la música, pero más por una cuestión estética que por las intenciones por las que esa música aparece en la novela, que es abordar la desculturización de las juventudes en Francia. Pero incluso en la música y no sé si esto es por una cuestión de derechos, pero ya resulto estrambótico, las 3 canciones más importantes de la novela, las que se toman para darle título a los capítulos del libro, no suenan en la película. Lo que ya parece ser el colmo de una mala adaptación.

La novela habla de cómo el sistema educativo francés se vuelve un filtro para los jóvenes, que termina por seleccionar a los mejores (aptos) y a los que tienen dinero para acceder a las mejores escuelas, y los reclutadores de las grandes empresas y gobierno sólo buscan en esas dos o tres escuelas. Lo que confirma que en Francia no es muy difícil pronosticar cual será el futuro y destino de cada persona. Un sistema racista, clasista, elitista y de apartheid. No es un secreto para nadie que quien aspire a un cargo de alto rango en el gobierno francés tiene que estudiar en la Escuela Nacional de Administración, que paradójicamente había surgido para democratizar el acceso a los puestos de gobierno y se convirtió en todo lo contrario, en un filtro de las élites que gobiernan Francia.

“Con Clem descubrió el panorama en su conjunto. Los que de verdad tenían capacidad de decisión pasaban por las clases preparatorias y los centros exclusivos. La sociedad filtraba así a sus hijos desde la escuela primaria para elegir a los mejores ejemplares, a los más capaces de reforzar el statu quo. Fruto de esa criba sistemática era un prodigioso apuntalamiento de los poderes establecidos. Cada generación aportaba su remesa de mentes capaces, que se convencían pronto y recibían una justa remuneración y cuya misión era confortar patrimonios, vivificar dinastías y consolidar la monstruosa arquitectura de la pirámide hexagonal. El «mérito», a la postre, no se oponía a las leyes del nacimiento y de la sangre,…”[16]

La propia Steph es un ejemplo de cómo con dinero, aunque no se haya sido buen estudiante se podía acceder a cierta educación en Francia que garantiza un futuro prominente. Y aquí hay otra revelación trascendente, en la novela Steph se mata estudiando para entrar a una buena preparatoria, el padre paga enormes cantidades de dinero también, pero el punto al que quiero referirme es que cuando Steph se encarrila en una educación de alto nivel en Francia, retoma la cultura europea y se olvida de Iron Maiden, Smells Like Teen Spirit y a lo mejor hasta del hachís. Los pilares culturales de la desculturización anglosajona. Obviamente nada de esto se verá en la película, que quizás no renuncia a ganar un Oscar:

“Steph se sintió como si estuviera excavando un túnel a través de un Himalaya de trabajo. Acusaba el desánimo de esa tarea absurda, pero también el beneficio de cada metro que le ganaba a la roca. Sabía que al otro extremo encontraría su paraíso, una carrera. Entonces cogería la porción que le correspondía, y con apetito. Había clavado postales encima de su escritorio. Reproducciones de Sisley, Judit y Holofernes de Caravaggio, un retrato de Virginia Woolf, Jean-Paul Belmondo con el torso desnudo en Al final de la escapada.”[17]

La novela toca el tema de la falta de identidad de los migrantes provenientes de las colonias francesas que incluso ya nacieron en Francia, como es el caso de Hacine y su pandilla. Ninguno se siente francés, ni desea serlo, aunque tampoco se sienten del todo identificados con sus países de origen. Recuerda un poco el caso de Benzema que más por presiones que por otras cosas se vio forzado a empezar a sentirse francés públicamente y aun así terminó fuera de la selección francesa. A Benzema no lo quieren en Francia por eso Benzema no quiso a Francia nunca. Pero, ¿cómo querer a un país que detesta a los migrantes africanos? Benzema es un ejemplo de orgullo y dignidad que quedará marcado para la historia en la cara de los franceses blancos.

Y aquí llegamos al único punto flaco de la novela, porque al final, Hacine, por la fiebre del futbol y del posible campeonato de Francia en el mundial del 98, da un giro inexplicable en la historia y de buenas a primeras se vuelve hincha de Francia, la traición a Benzema. La película se va a un exceso y le pinta la cara a Hacine de azul, blanco y rojo, otro desvarió de porciones inconmensurables, pero, como sea, el detalle mancha el argumento.

A pesar de todo And their chidren after them es una buena película para pasar el rato. Lo que la hace mala es que destroza intencionalmente la esencia del libro que quiso adaptar, pero al final no hay que olvidar que se trata de una película con fines meramente lucrativos y comerciales, así que en ese sentido hay que valorarla, es entretenimiento más que cultura y de arte, del arte queda muy, muy lejos. Si lo que buscan es poesía, vayan directamente al libro.

“Anthony prefería no verlo. Se subió en la Suzuki y enseguida estuvo en la carretera departamental. Volvió a sentir en las manos el trepidante pánico del motor, ese sentimiento de explosión inminente, el ruido infernal y el olor delicioso del tubo de escape. Y cierta calidad de la luz, untuosa, cuando el mes de julio en Heillange caía en un suspiro y, al ponerse el sol, el cielo se volvía algodonoso y rosa. Las mismas sensaciones de noche de verano, la oscuridad del bosque, el viento en la cara, el olor exacto del aire, el tacto de la carretera, familiar como la piel de una chica. Esa huella que el valle le había dejado en la carne. La pavorosa y dulce sensación de pertenecer.[18]

TRAILER


[1] Mathieu, Nicolas. Sus hijos después de ellos. Traducción: Amaya García Gallego. Editorial digital Titivillus. 2018. 442 pp. Pág. 84.

[2] Idem… p. 94.

[3] Mathieu… op. cit… p. 149.

[4] Mathieu… op. cit… p. 114.

[5] Mathieu… op. cit… p. 356.

[6] Mathieu… op. cit… p. 337.

[7] Idem.. pág. 43.

[8] La entrevista puede consultarse en el siguiente enlace: https://legrandcontinent.eu/es/2023/01/15/esbozar-el-nuevo-paisaje-industrial-una-conversacion-con-nicolas-dufourcq/

[9] Ibidem

[10] Ibidem.

[11] Nicolas Dufourcq en la entrevista… op. Cit.

[12] Mathieu… op. cit… p. 185 y 186.

[13] Mathieu… op. cit… p. 223.

[14] Idem… p. 304.

[15] Mathieu… op. cit… p. 96.

[16] Mathieu… op. cit… p. 214

[17] Idem… p.287

[18] Idem… p. 370.

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