Chicano Batman. Foto: Lucía Ges

Subirse a un Grand Marquis, modelo 1983, color perla; escuchando a Los Pasteles Verdes, mientras transitas por algún barrio angelino, eso es escuchar a Chicano Batman. Una extraña reminiscencia a un siglo que se fue y la confronta con uno nuevo que nunca termina de llegar. Algo de Los Ángeles Negros, un dejo de Rigo Tovar y mucho funk nos conducen por una placentera psicodelia (y unas terribles ganas de una cerveza Carta Blanca).

Chicano Batman. Foto: Lucía Ges

El 27 de septiembre del presente, Chicano Batman tocó en suelo tapatío, después de una espera de 6 años, volvió a sonar en vivo Black Lipstick para deleite de los herederos de Los Terrícolas que ahí nos encontramos. Fragmentos de la cultura latina, afrodescendiente; abiertamente californiana que inundan la habitación con la guitarra educada de Carlos Arévalo, el bajo sutil de Eduardo Arenas, la batería poderosa de Gabriel Villa y el carisma de Bardo Martínez. Todo ello eclosiona en un sentimiento de extraña familiaridad, un reconocimiento de todos los que crecimos, nacimos y aprendimos a sufrir en clave de otro siglo.

Chicano Batman. Foto: Lucía Ges

Una velada corta, de cerca de hora y media, pero que se queda en la memoria por tiempo indefinido, sin pagar renta y sin límite de tiempo. Una banda obligada para los que gustan del soul, del jazz, del funk, la cerveza Superior en su envase y de las reminiscencias latinas de la década de 1970. Puro placer auditivo.

Chicano Batman. Foto: Lucía Ges

Como Bonus, le pido al lector que ponga los primeros 20 segundos de Itotiani y luego reproduzca los primeros 20 segundos de “Canción para una Decepción de Amor” de Rigo Tovar, vaya manera de empezar un viernes.

Chicano Batman. Foto: Lucía Ges
Chicano Batman. Foto: Lucía Ges
Chicano Batman. Foto: Lucía Ges
Chicano Batman. Foto: Lucía Ges

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