Cuando me enteré de que la película de Iván Fund había ganado algo en el Festival Internacional de Cine de Berlín, la verdad es que no me lo podía creer. Una película que, sin ser mala —no es mala— me había parecido bastante floja en varios aspectos, al grado que ni siquiera había entendido muy bien porque formaba parte de la sección en Competencia del Festival.

Aunque la verdad, también es cierto que siempre he tenido mis desacuerdos con las apreciaciones de los jurados de Berlín. Sin ir más lejos, vayamos al año pasado donde Dahomey, el documental de Mati Diop ganó el Oso de Oro, en un hecho más sorprendente aun que lo sucedido con El Mensaje en esta 75 edición, por tratarse de un documental.

El largometraje trata de una niña que, supuestamente, tiene poderes especiales, telepáticos o metafísicos, que le permiten hablar con los animales, incluso en fotografía, y de cómo su abuela y su pareja tratan de explotar económicamente esta circunstancia, ante la inocencia de la menor que todavía cree en el ratón Pérez.

Cuando vi la película, sin ninguna información que pudiese influir en mi criterio, como suelo hacerlo (trato de ni siquiera leer las sinopsis de las películas que voy a ver, o actualizarme respecto de los antecedentes del director o el elenco cuando los desconozco, si pudiera no saber ni el título me encantaría el experimento),  yo había quedado convencido de que la niña no tenía ningún poder especial y de que se trataba de unos defraudadores que jugaban con las supersticiones y/o creencias de la gente.

No había encontrado ningún elemento narrativo contundente, ya sea literario o cinematográfico, que me llevara a pensar de que se trataba de una película de Ciencia Ficción o de Fantasía y de que la niña realmente tenía estos poderes.

En este contexto, fue muy grande mi sorpresa cuando llegué a la Sala de Prensa de Grand Hyatt en Berlín y me di cuenta de que el único que no había entendido que los personajes NO eran unos estafadores y que la niña SI tenía poderes metafísicos era yo. Todos los compañeros habían asumido, como un hecho irrefutable, que Annika podía comunicarse con los animales y que la película iba de eso.

Esta situación me hizo hacer un rápido repaso mental de la película y encontrar varios fundamentos objetivos para poder sostener que es una historia mal contada, no sólo a nivel del guion, sino que también cinematográficamente hablando.

Hay veces que me queda la duda si no fui yo el que dejó de ver algo, o no entendió determinada situación (sobre todo cuando las películas no son en español), pero en esta ocasión estoy convencido de que la película está mal contada; particularmente, en el caso de que la intención del director haya sido contar la historia de una niña con poderes especiales.

Si no fuese así, si el director nunca quiso dejar claro que la niña tenía la capacidad de comunicarse con los animales, entonces, las deficiencias narrativas de la película seguirían existiendo, pero no serían tan grandes. Quise preguntar al director respecto de esto, pero la verdad es que no encontré la forma de estructurar mi pregunta sin que ésta pudiese resultar absurda o fuera de lugar, cuando todos en la conferencia de prensa estaban dando por hecho la situación que iba a ser objeto de mi cuestionamiento o sin que, de alguna manera, aunque sin ninguna intención, sonara agresivo, así que preferí callar.

El equipo de El Mensaje en la Berlinale 2025, celebrando su éxito. En el centro de la foto, Tricia Tuttle, directora del festival, con un abrigo bordó, rodeada por el elenco, el director Iván Fund y los productores argentinos, uruguayos y españoles. Fuente de imagen: Infobae

Advertencia

Para fundamentar mi posición voy a tener que hacer varias revelaciones de la película, así que quien quiera mantener la mente inmaculada, por favor, regrese una vez que la haya visto (si es que consideran que es posible que quedara al alcance del público, principalmente de ustedes, aunque yo lo dudo un poco)

Hay un antecedente que invita a pensar que estamos más bien frente a una familia de estafadores: Muy al inicio de la película, cuando se está haciendo el dibujo de los personajes y el planteamiento del problema. La familia se para en su caravana a lado de un sembradío de mazorcas a robar todas las que puede, aprovechando que nadie está cuidando la cosecha de otro que trabajo duro, por lo menos 6 meses, para tener esos elotes. Este detalle narrativo llevaría a pensar que la familia es de moral distraída y está acostumbrada o suele sobrevivir a costa del trabajo ajeno, aprovechándose del descuido o la buena voluntad de los demás.

El filme sigue a estos 3 personajes (abuela, pareja de la abuela, niña superpoderosa) y se concentra más en la convivencia de la familia que en los supuestos poderes especiales de la menor. Lo que no está mal, si al menos en eso hubiese profundizado el director, pero tampoco lo hace, los personajes están muy aislados entre ellos, aislados emocional y psicológicamente no físicamente, los diálogos son escasos, las escenas más abundantes son relativas al cambio de dientes de la niña y por lo tanto es el único hecho que ha logrado establecerse indudablemente en la historia.

La niña nunca habla con los animales en un dialogo bilateral, aunque sea mental y no vocalizado, telepático. Lo que se ve es que la niña explica determinados pensamientos de los animales unilateralmente delante de sus dueños, a nivel de ocurrencias, con frases precariamente estructuradas y muy pobres lingüísticamente hablando, incluso tomando en cuenta que se trata de una niña y un animal.

No hay diálogo, ni siquiera en el sentido comunicacional del diálogo, ya no hablemos en el sentido de un intercambio epistemológico más profundo, principal virtud de la dialéctica. Lo que lleva a entender, no sólo que estamos frente a una acción fraudulenta, sino que, además, es una acción fraudulenta mal diseñada y peor ejecutada, óseo un fraude de principiantes.

Verbigracia: Un dueño sostiene a su tortuga y la niña interpreta el pensamiento de la tortuga, quien al parecer sólo se pregunta dónde estarán sus hermanas, sin una historia que justifique la pregunta o le dé una coherencia narrativa. Un buen guion hubiese elucubrado toda una historia de la tortuga y sus hermanas perdidas que incluya detalles mínimos que le den sustento al parlamento ¿Cuándo se separaron? ¿Por qué?

Otro ejemplo: La niña observa un gato y en tercera persona dice lo que se supone que el gato está diciendo: “La ama de casa oculta verdades. Gato lo ve claramente”. ¿Cuáles verdades? ¿Cómo lo sabe? Un buen guion hubiera dado contexto a las escuetas palabras del gato. Y no es que estas preguntas sean relevantes para el fondo de la historia, pero si le dan sustento y congruencia a la misma, sustento y congruencia que la historia contada por Fund no tendrá nunca.

Nunca se construye un verdadero dialogo entre animal y niña, es algo raro como mensajes telegráficos mentales que la niña interpreta, donde el costo por palabra es altísimo y tratan de ahorrar las palabras lo más posible. Además se trata de ocurrencias, sin contexto, sin fondo, sin sustento narrativo. Lo que significa una de dos cosas: O el guionista no tuvo la habilidad narrativa para construir un dialogo, una comunicación convincente entre animal y niña; o el guionista simplemente quería dejar más claro, de una manera también muy precaria y limitada, que la niña no tenía ningún poder comunicacional con los animales y que solo se inventaba cualquier cosa para engañar a la gente, aun así, la precariedad narrativa persiste, quizás en menor grado.

Independientemente de lo anterior, el guion es bastante deficiente: diálogos escasos, a veces nulos, no sólo entre la niña y los animales, sino entre los propios humanos, vacíos argumentativos que la cinematografía tampoco cubre. Hay una carencia total del elemento literario narrativo y visual comunicacional.

Para muestra otro ejemplo, cuando la niña visita a su madre que está en un hospital psiquiátrico, la cámara toma distancia, las mira casi de espaldas, a lo lejos, parece que el director decide no decir nada de un momento que se supondría que debería de tener una importancia especial en la estructura narrativa, más aún si lo que la película trata es de abordar las relaciones familiares e interacción entre los personajes. El director obvio narrativamente un momento tan trascendental como pudo ser el encuentro con la madre y eso sólo puede suceder cuando no se tiene claro que es lo que se quiere decir.

Iván Fund con el Oso de Plata premio del Jurado del Festival de Berlín, por la película «El mensaje». Fuente de imagen: sitio oficial de la Berlinale

Le falta mucho trabajo al guion, no es una cuestión de estilo, artística o estilística, el guion es deficiente; de hecho, no hay guion, hay una idea general a la que le dan vueltas desde la superficialidad y le apuestan todo a la cuestión visual y estética (a la fotografía); y lo peor, lo peor es que ésta, la estética, sin ser mala, queda corta para sostener una película ambigua y mal contada.

Esta ausencia de contundencia narrativa desde el punto de vista literario también existe desde el punto de vista cinematográfico. Las imágenes tampoco cuentan lo que el guion dejo de contar.

Hay una serie de buenas fotografías, quizás lo mejor del largometraje, en donde se ve a la niña a una cierta distancia con animales. Las fotografías son tomadas a distancia, son instantáneas que se prolongan en el tiempo (lo que las hace más difíciles de sostener artísticamente).

No parece que se estuviese captando un dialogo o un momento continuado que se prolongue en el tiempo, son soplos de una niña en convivencia con un animal en el campo, como quien está en un zoológico moderno sin rejas. No se demuestra una interacción comunicacional activa en el momento captado por la cámara, ni siquiera a nivel de lenguaje corporal. Más que una niña hablando con un caballo lo que se ve es a una niña parada cerca de un caballo interactuando, si, pero de una manera menos racional que el que implicaría un diálogo.

El Mensaje no sólo falla en el mensaje que el filme pretendía dar, tiene más desaciertos. El principal de ellos es que la película le apuesta a la estética visual, de ahí que, a lo mejor, las carencias narrativas son casi hasta deliberadas, pero la verdad es que estéticamente no hay suficiente arte como mantener el interés del público o por lo menos su atención durante todo el tiempo que dura el filme. Desde luego que tiene sus momentos estéticos muy buenos, pero no son suficientes para sostener todo el producto cinematográfico y menos tratándose de un largometraje.

La película es en blanco y negro, otro desacierto, porque le quita la vivacidad y la energía que en este caso era necesaria para lograr la pretendida fantasía que envuelve a la historia y la vuelve nostálgica y seria. El blanco y negro le termina de quitar credibilidad y fuerza a la carente narración que se ve abstraída, aún más, por el efecto nostálgico, y sume al filme, al mismo tiempo, más y más en la apuesta por lo visual y lo estético que no da. La fotografía, sin ser mala, no da para tanto, se le exige demasiado porque el vacío narrativo es enorme y si encima es en blanco y negro, se termina de perder cualquier posibilidad de trascendencia (salvo para el jurado de Berlín).

Tomas larguísimas de campos, de zonas rurales, de close ups de los personajes, de los personajes a distancia, sentados o parados, pensando en la inmortalidad del cangrejo, sin ningún fin narrativo o por lo menos descriptivo, hacen de la película una rémora.

El mensaje es como ver un álbum fotográfico familiar, hay algunas fotos buenas, pero no vale la pena soplarte todo el álbum para rescatarlas. Y si no hay nadie que te cuente el contexto o la historia detrás de la foto, por muy buena que esta sea, es posible que cierres el álbum después de la tercera hoja, porque perderá todo sentido o relevancia. Se necesita que la abuela te cuente la historia detrás de la foto.

Lo único bueno de la película de Iván Fund, además de algunos destellos fotográficos —que insisto en decir que sí los hay— son las actuaciones. Las actuaciones, particularmente de Mara Bestelli que hace de la abuela de la niña, pero también de Marcelo Subiotto, Roger, que es la pareja de la abuela y de la niña Anika Bootz, todas ellas, cumplen muy bien con lo que se les puede exigir en una película sin fondo ni contexto, carente de guion.

Yo no sé si el jurado decidió dar el premio a El Mensaje, pensando en que así apoya al cine argentino que pasa por momentos difíciles ante los recortes financieros y las políticas públicas del actual gobierno de ese país —hay una consideración extra-artística (política) para el cine argentino en los festivales que puede resultar peor remedio que la propia enfermedad—, pero la verdad es que no encuentro por donde más pudo ganar algo en Berlín, al igual que Dahomey el año pasado, dicho sea de paso.

No son malas películas en lo general, tienen sus destellos de grandeza, pero siendo sensatos, no están para ser premiadas, ni que estuviéramos en los Óscares.

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