¿Por qué es posible hacer cantidad de series de El Chapo Guzmán o de Pablo Escobar, pero no de Lucio Cabañas o de Pedro Antonio Marín conocido como Tirofijo? Es decir, ¿por qué hay tantas series o películas de narcotraficantes, pero ni por mucho las mismas de líderes de movimientos armados, aunque ambos dirijan o ejecuten acciones que infringen la ley?

Dentro de los arquetipos de antihéroe, ¿por qué actualmente la figura del mafioso o del narco es una de las más socorridas cuando se retoman realidades latinoamericanas violentas? Remitiendo al contexto mexicano, para no hacer una lista extensa, qué producción pasaría por el crisol de la romantización a un Arturo Gámiz García, profesor rural y principal dirigente de la primera acción de la guerrilla contemporánea en México: el asalto al cuartel Madera, en Chihuahua, o a Ignacio Arturo Salas Obregón, alias El Oseas, de la Liga Comunista 23 de septiembre, al modo en que lo han hecho con El Señor de los Cielos o El Chapo. En qué serie del siglo XXI se abordaría a Gámiz, al Oseas o a cualquier guerrillero con una empatía y una belleza masculina superior —siguiendo los estándares de belleza occidental— respecto del personaje real (Muñoz, 2023), como ocurrió con Diego Luna en su papel de Félix Gallardo, José María Yazpik como Amado Carrillo o Alberto Guerra como El Mayo Zambada en Narcos: México.
La idea de este texto surgió hace poco más de un año tras ver la serie Fariña y el documental No me llame ternera. La primera está situada en tierras gallegas y la segunda entorno al País Vasco. La pregunta original fue: ¿Por qué es posible hacer una obra de ficción de, por ejemplo, Sito Miñanco, pero no de Josu Urrutikoetxea?

Sito fue de los primeros narcotraficantes españoles en adquirir trascendencia, lo llaman incluso el Pablo Escobar gallego; Josu fue líder de ETA, movimiento independentista vasco que utilizó las armas como recurso.

La pregunta original pronto cambió, pues me di cuenta que era intercambiable, es decir, podías pensar en narcotraficantes famosos de ciertos países y a la par en líderes guerrilleros de ese mismo lugar y la pregunta seguía funcionando.
Mi respuesta inicial a la pregunta, recuperando el habla coloquial de los españoles y citando una frase reiterativa de los personajes de Fariña, fue: porque “a ningún gobierno le gusta que le toquen los cojones”. Bajo esta primera premisa trabajé un artículo que se centra en el caso mexicano de El Mayo Zambada; ahora lo contrastaré con el caso de Pablo Escobar.
Mi explicación base sobre por qué abundan las series de narcos y no de guerrilleros pone al Estado como factor clave, pero la complemento con otros dos: la industria de consumo actual y sus dinámicas, tanto de producción y gestación de proyectos, como de la audiencia. Afirmo que en ninguno de esos tres niveles es bienvenida la interpelación ideológico-política.
Digo esto porque la figura del narcotraficante puede ser utilizada para la legitimación y mercadotecnia política, contrario a la de líderes de movimientos armados.
A su vez, al ponerse en juego planteamientos político-ideológicos se da una reacción que influye en todo, en las motivaciones artísticas, en las posibilidades para realizar la producción, distribución, incluso la aceptación del papel por parte de actores o actrices, así como en la recepción de quienes las consumen y las valoraciones de las élites.

Basta con hojear el catálogo en las plataformas actuales para observar que al agruparlas por listas temáticas unas de las más extensas son las que tocan estos tópicos, junto a las de detectives y asesinos seriales. Si enlistemos las series o teleseries que remiten a tiempos contemporáneos, incluso omitiendo a los ya de los “clásicos” mafiosos del cine, obtenemos un denominador común: en todas ellas se da la romantización de la figura del narcotraficante, entendida como una “idealización de elementos significantes que se le asignan a un objeto material o simbólico” (Chávez, 2019).
Claro está que el factor de la vigencia en el contexto social es determinante en la realización de las producciones, por eso, hoy abundan las producciones sobre narcos, pues mientras el narcotráfico ha permeado en el tejido social de tantos países latinoamericanos, los movimientos de reivindicación social a través de la lucha armada han ido desapareciendo, y aún más, del menos del foco mediático. Sin embargo, como sabemos lo que puede lograr la “magia” audiovisual cuando selecciona qué abordar, cabe preguntarse por aquello en que decide poner su atención.
¿Por qué considero que las series son aún más efectivas como ejemplos para reforzar lo que afirma esta exposición? Porque se alojan durante períodos extensos en la memoria, así como en la socialización masiva, lo que hace que impacten con mayor profundidad en los imaginarios. También porque se han convertido en convenientes productos masivos de consumo debido a su formato, lo que fortalece su producción al por mayor por parte de los emporios de streaming y su reproducción por parte los receptores.
Todo ello impacta de manera profunda en el imaginario individual y colectivo, donde “la representación social de figuras criminales promovida desde estos contenidos genera atmósferas mentales poderosas que, a través de lo simbólico, encuentran una condición operativa que se aloja en imaginarios sociales más amplios” (Muñoz, 2023). Esta representación social abona a la legitimación gubernamental que se da por medio de la lucha contra el narcotráfico.
Existe una relación relevante dentro de la legitimación gubernamental a través de la guerra contra el narcotráfico, pues la captura de grandes capos en la vida real se convierte en slogan de campañas, es decir, se inscribe dentro de la mercadotecnia política mediante “un proceso sistemático y susceptible de control, una herramienta fundamental para las campañas modernas que debe ser aplicada y adaptada para cada situación” (Baena, 2003). Esto lo ha puesto en marcha a la perfección el gobierno estadounidense. Y el caso precursor inició en Colombia con Pablo Escobar.
Análisis del discurso gubernamental y del personaje ficcionado de Pablo Escobar en la serie Narcos Colombia (2015, primera temporada)
*En el discurso gubernamental: Pensemos en cómo se modela la realidad y la ficción de narcotraficantes en la manera en se presentan en los noticieros respecto de las series; y cómo el narco real, años después, en el caso de Escobar, es mediado por el impacto y permanencia en el imaginario colectivo del personaje de ficción. Ambas vías son parte de la legitimación y/o mercadotecnia política, ya no solo de un gobierno en turno, sino que puede funcionar para diversos gobiernos.
La captura y muerte de Pablo Escobar fue ampliamente cubierta por la prensa tanto en Colombia como en Estados Unidos, aunque con enfoques distintos. En Colombia, los medios resaltaron el impacto del narcotráfico en el país y el legado de violencia que dejó Escobar. Se destacó el papel del Bloque de Búsqueda colombiano, una unidad especial apoyada por la DEA, que finalmente logró localizarlo en Medellín. La cobertura enfatizó el fin de una era de terror marcada por atentados, asesinatos y corrupción, pero también reflejó la incertidumbre sobre el futuro del narcotráfico en el país.

En Estados Unidos, la prensa abordó el tema desde una perspectiva más global, centrándose en el papel de las agencias de inteligencia y la lucha contra el tráfico de drogas. Documentos desclasificados del FBI revelaron el seguimiento que se le hizo a Escobar durante años, incluyendo intentos de extradición y operaciones para interceptar sus comunicaciones. Los medios estadounidenses también resaltaron la influencia de Escobar en el lavado de dinero y el impacto de su muerte en el tráfico de cocaína hacia EE.UU.
Ambos enfoques coincidieron en presentar a Escobar como una figura emblemática del crimen organizado, pero mientras en Colombia se enfatizaba el alivio por su muerte y las consecuencias internas, en EE.UU. se analizaba el impacto en la lucha contra el narcotráfico a nivel internacional.
*En la serie: El gobierno de Gaviria es mostrado como gris, sin mucho carácter, aunque con buenas intenciones. Porque en realidad la lucha está planteada entre el gobierno norteamericano y sus representantes (la DEA y la CIA) y el malo de la historia: Escobar. A diferencia de Narcos México, a Escobar lo retratan como inteligente, serio, hombre de familia, con principios, pero sin escrúpulos para lograr sus fines.

Había que construir un enemigo fuerte, porque ha sido el más importante, y debía tener sentido derrotarlo, si no dónde está la épica que tanto les gusta a los estadounidenses. Con Narcos México no pasa, a ellos ya no les dan el peso de antihéroe que le dieron al que pegó primero y pegó por todos como el villano al que encumbrar para derrotarlo con más peso y fanfarrias.
Por el contrario, en Narcos Colombia no se da una romantización tan exponencial como en Narcos México. Para empezar, parece que para darle el protagónico al actor brasileño, Wagner Moura, quien caracteriza a Pablo Escobar, parte central fue su parecido físico, pues ni siquiera tiene el español como lengua materna, es algo notorio y le resta no solo credibilidad, sino carisma, pero esto no importa, pues algo relevante es justo la falta de humor y de empatía en la serie, contrario a Narcos México.

Si lo comparamos con el caso del Mayo Zambada en Narcos México, protagonizado por Alberto Guerra, el parecido físico no fue un factor para elegir al actor, pues el parecido con el narcotraficante es en extremo lejano. Con Alberto Guerra sí se “mejora” el físico respecto del Mayo Zambada, y además el agregado de carisma es notorio; es decir, hay un proceso de romantización en todos los sentidos que no es central en el caso de Pablo Escobar en Narcos Colombia.

A modo de apuntes que se relacionan con mi idea eje, señalaré brevemente el abordaje de los grupos guerrilleros y comunistas:
1) Cómo solo hasta que la DEA pudo vincular el nexo entre comunistas (Escobar en foto con líderes sandinistas) se les dieron los recursos, desde la casa Blanca, que antes les habían negado. El discurso de Reagan mantiene una similitud extrema con el de Biden, tras la captura de Zambada, o actualmente con el de Trump respecto de los carteles en general.

2) La ridiculización del grupo comunista M-19. Una caracterización que los pone como primitivos, subordinados a Escobar, ridiculizándolos con, por ejemplo, lo de la espada de Bolívar.

Es una similitud que al verla la relacioné con la caracterización que se hace de los etarras en, por ejemplo, la película de La infiltrada y de la serie de Patria.

Y qué creen. Que en el capítulo 6, min 19, de Narcos Colombia, aparece un barco que viaja de Colombia a España, al País Vasco. Aparece un nuevo personaje: El Español, miembro de ETA, vinculado con Escobar. Cuando sale a cuadro investigado por Murphy, agente de la DEA, señala cuando nombra a ETA, “¿no han oído hablar de ellos? Artistas en la fabricación de bombas”, esa es su definición, y sigue: “supuestos luchadores por la libertad del País Vasco que quería la secesión de España, se especializaban en asesinar figuras públicas”. Corte a imagen de archivo del asesinato de Luis Carrero Blanco y más tarde de Alejandro Rivera. Dice el agente Murphy que “el artífice de ello fue El Español, verdadero nombre, Efram González, contratado por Pablo Escobar”.

Llama la atención cómo Estados Unidos hace que lo panfletario de sus series parezca verdad incuestionable y evidente; contrario a lo que pasa con producciones que toman partido social. Esto se resume en lo que dice Lou, el agente líder de la CIA en Narcos Colombia, capítulo 5, minuto 27:39 : “Los narcos son malos, pero solo quieren tu dinero. Los comunistas quieren todo”.
La serie de Narcos Colombia, a diferencia de Narcos México, es más un ensayo político de cómo Estados Unidos ve su intervención en la guerra contra el narcotráfico, que una obra narrativa con personajes carismáticos y entretenidos.

Análisis del discurso gubernamental y del personaje ficcionado de Mayo Zambada en la serie Narcos México (2018, primera temporada)
*En el discurso gubernamental: La detención del Mayo Zambada fue el jueves 25 de julio de 2024, es decir, poco después de que habían sido las elecciones en México y sería poco antes de las elecciones en Estados Unidos. Dicha captura, es proclamada, por el entonces presidente de Estados Unidos, Joe Biden, como una estrategia de su gobierno, elogiando el trabajo de las fuerzas de seguridad estadounidenses, sin mencionar la colaboración del Gobierno de México.
Biden describió a Zambada y Joaquín Guzmán López como “dos de los líderes más notorios del Cartel de Sinaloa, una de las empresas más mortíferas del mundo”. El presidente destacó la labor de los funcionarios encargados de la aplicación de la ley por su continuo trabajo para llevar ante la justicia a los dirigentes del cartel. “Demasiados ciudadanos han perdido la vida a causa del azote del fentanilo. Demasiadas familias se han roto y sufren a causa de esta droga destructiva. Mi Administración seguirá haciendo todo lo posible para que los mortíferos narcotraficantes rindan cuentas y para salvar vidas estadounidenses”, concluyó. (Morales, 2024)

En la declaración del presidente estadounidense se observan los rasgos de la mercadotecnia política. Se puede inferir que la detención del capo mexicano, justo en este momento, fue proyectada como mercadotecnia política no solo en beneficio del propio Biden, sino del partido demócrata, como un resultado concreto de todo el aparato gubernamental para poner la balanza a favor de su partido en las próximas elecciones. Las detenciones significativas de capos o implicados directos del narcotráfico, como el caso de Genero García Luna, parecen seguir un patrón: terminan por beneficiar, al menos en legitimación y mercadotecnia política, al gobierno estadounidense.
Y aunque Biden no resultó ganador de la presidencia estadounidense, es significativo que la actual presidencia de Trump ha dado un paso más respecto de las agrupaciones de narcotraficantes, añadiendo el estatus de terroristas a tales grupos y sus respectivos líderes. Es decir, ha continuado con la lucha contra los terroristas-narcotraficantes como parte de la mercadotecnia de su gobierno.

*En la serie: Zambada no es el caso de mayor exposición en series, documentales o películas, queda muy por debajo de aquellas donde se retrata a El Chapo o a Amado Carrillo, de hecho, sus apariciones casi siempre están dadas por su relación con El Chapo, sin embargo lo tomaremos para seguir la vinculación con el comunicado hecho por Biden aquí analizado y por su actualidad.
El Mayo que aparece en los noticieros y el personaje de diversas producciones audiovisuales es tan distinto que parecen dos seres sin más relación que el nombre. Aunque Zambada ha aparecido como parte de varias producciones audiovisuales como El show: crónica de un asesinato, Narcos México, Los más buscados del mundo, Dope o El Chapo, aquí tomaremos Narcos México, donde la romantización inicia desde que un atractivo y carismático Alberto Guerra da vida al joven narcotraficante, quien aparecerá hasta la temporada 3, episodio 2, minuto 21.
Tijuana, 1990, boda de Enedina Arellano Félix. Con sombrero y traje, comiendo camarón, mientras la voz en inglés de la reportera lo presenta como “traficante independiente”, hace su primer aparición Ismael El Mayo Zambada: “sin alianzas con ningún cartel, Mayo hacía lo suyo, transportaba camarones y otros cargamentos valiosos de su casa en Mazatlán hasta la costa y hacia Tijuana”, así cierra la presentación de la reportera, antes de dar paso a la escena en que Zambada le contesta a Benjamín Arellano que a él le gusta “ser su propio jefe”. Desde allí, las apariciones de El Mayo, aunque pocas, recalcan su independencia.

Para el capítulo 7, encontramos a Mayo visitando al Chapo en la cárcel y, por primera vez, lo vemos proponiendo su vinculación a “Sinaloa”. Un par de escenas después está con Amado Carrillo, a quien le comunica que está con Sinaloa y le plantea su plan de tomar el lugar de los Arellano. Pero todo eso hay que hacerlo “calladitos”. Una vez que convence a Amado, comienza la “persuasión” con los independientes. Así es como vemos por primera vez a un Mayo en medio de una acción violenta, aunque él esté con cerveza en mano, sentado y fumando, mientras un hombre es quemado vivo como medida persuasiva para los demás.
En el capítulo 9, Mayo vuelve a salir a cuadro. Diálogos breves, pero contundentes, siempre con el fin de “tantear el terreno”, ahora con un Amado que le aconseja regresar a Sinaloa. Al final del capítulo 10, último de la tercera temporada y de la serie (al menos hasta el momento), lo vemos sentado en la cárcel con El Chapo, diciéndole que ya encontró el pedazo de frontera que andaban buscando: Juárez. Una vez que Amado ya no está, “el futuro le pertenece a Sinaloa”, le dice al Chapo como parte de sus líneas finales. Y es así como la serie retrata los inicios de la fuerza de El Mayo como parte de su relación con El Chapo; es decir, es el inicio de uno de los narcotraficantes más “callados” y de bajo perfil, que logró mantenerse con poder y libre hasta su detención en 2024 por el gobierno estadounidense.

Qué observamos en el relato. Además de la idealización en cuanto a rasgos físicos del actor que representa al narco real, tenemos una figura que trabaja fino, que sabe mantenerse al margen e involucrarse en los momentos precisos, luego de haber hecho un trabajo de campo de manera “natural”, tomando una cerveza y con expresión amable y ecuánime. No lo vemos en medio de las balas, solo en medio de gasolina y piel quemada cuando fue estrictamente necesario. A lo largo de sus apariciones siempre tiene un toque de visionario que termina por reforzar la empatía que ya inauguraba con sus rasgos físicos y sus pocas, aunque certeras palabras. La romantización está completa, como en realidad está dada en buena parte de todos los demás narcotraficantes que aparecen en la serie: Amado Carrillo, El Chapo, Félix Gallardo.

Tenemos entonces que las series fortalecen la figura del narco, su personalidad y sus logros, tanto en el ámbito económico como de poder social, ¿qué pasa entonces cuando este sujeto romantizado por la ficción es capturado en la vida real por un gobierno? ¿Quién termina por ser el más poderoso en la realidad? Es decir, en la ficción, cualquier Estado o agente del orden puede fungir como “villano” sin mayor problema (Muñoz, 2023), de hecho, es un componente que abona a la política de la vida real, ya que las series suelen presentarnos al narco como el antihéroe que termina causando empatía en la audiencia. No obstante, en la realidad, ese gobierno, que a veces es el “villano” de la ficción, ganará en legitimación y supremacía política. Más cuando el narcotraficante real no está provisto ya del carisma ni del atractivo físico mostrado en la pantalla. De este modo, la romantización del narco permitida en la ficción termina por operar exitosamente en el terreno político real, al menos el que conviene a determinados países. Este es el proceso de instrumentalización de un producto cultural dentro del marketing político.

Conclusiones
Los productos audiovisuales son de los productos de consumo masivo que permean con mayor profundidad en los imaginarios colectivos, quizá solo rebasados por la música (Goia, 2021). Los revolucionarios forman parte de la lista de antihéroes por excelencia, esto se potencializa cuando el relato pasa a ser parte de obras literarias, musicales o cinematográficas. Por eso resulta significativo que tales antihéroes, al menos en el contexto actual latinoamericano, se hayan desdibujado apenas entrado el siglo XXI y que su lugar pareciera ser ocupado por el narcotraficante. Algo que ha sido reforzado no solo por la industria del entretenimiento audiovisual, que, en su mayor parte, tiene su origen en Estados Unidos, sino que incluso está siendo legitimada en su expresión musical, poniendo a los corridos tumbados en la cúspide de ventas y reflectores mundiales, algo que, no obstante, vemos que está cambiando con el gobierno de Trump.
¿Podemos explicar tal fenómeno tan solo argumentando que las expresiones culturales, en este caso, de la denominada narco-cultura, reflejan exclusivamente lo que ocurre en la realidad social? Las ganancias multimillonarias que reportan las plataformas de streaming con estas producciones, ¿es lo único que incentiva su realización y comercialización? ¿No hay ningún otro beneficio o intereses en su reproducción y permanencia?
Las audiencias siempre han mostrado clara inclinación por la comodidad, por los tópicos morbosos o superficiales cuando de entretenimiento se trata. Es una máxima conocida a lo largo de nuestra civilización. Sin embargo, desde tiempos tan antiguos como los del teatro griego clásico, la audiencia también ha mostrado lo proclive que es a asimilar ideologías a través del entretenimiento. No es gratuito que Esquilo haya tenido que exiliarse presionado por el gobierno en turno, ni que la tragedia griega haya sido examinada con ojo clínico por los mandatarios de entonces, incluso la comedia.
A los gobiernos, ya no digamos a los que se ha beneficiado en su legitimación o como mercadotecnia política, sino incluso a aquellos a lo que no, les ha terminado por ser “conveniente” ese antihéroe que es inocuo ideológicamente. A la élite socioeconómica, sin entrar en derroteros sobre sus nexos con el narcotráfico a través del lavado de dinero, ¿no les es también más “conveniente” alguien que solo tiene como objetivo enriquecerse y mantener el poder, que quien abandera consignas de reivindicación social que afectan directamente a sus intereses como élite?
He allí la afirmación central desarrollada en este trabajo, que retomo aquí a modo más bien literario: a diferencia de los guerrilleros de hace décadas, ni los narcos ni los yonquis han querido cambiar el sistema. Los primeros, suficiente tienen con mantenerse en el poder y con vida; a los segundos, no les dan las fuerzas, ni la mente, ni la voluntad —y los yonquis, además, son muchos menos que los drogadictos funcionales que existen por doquier, pero eso es un tema que merece un análisis por sí mismo—. Así que, según la mayor parte del contenido en la industria audiovisual actual que aborda la realidad latinoamericana, más vale fortalecer un imaginario juvenil lleno de narcos que de guerrilleros.
NOTA: Este texto es la combinación de dos trabajos, uno es el texto académico: La romantización del narcotraficante en las producciones audiovisuales y su relación con la legitimación gubernamental y el marketing político, así como de la ponencia impartida en CLACSO 2025, en Bogotá, titulada: La romantización del narcotraficante latinoamericano como legitimación gubernamental y marketing político: los casos de México y Colombia.
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