“No olvidaré
Para poder hablarle a mis hijos de los abuelos
Para que un día al fin descansen, justos, los huesos
No olvidaré”
Pedro Pastor
Adaptar una novela al cine es una misión casi imposible, porque la novela siempre abarcara una campo más amplio de acciones que el cine no podrá cubrir. Incluso tratándose de una novela corta, maravillosa, —pero corta— como La buena de letra de Rafael Chirbes.
Celia Rico Clavellino, que regresaba al Festival de Málaga de cine español después de presentar con gran éxito en la edición anterior (27) Los pequeños amores —que me pareció la mejor película de esa edición del Festival— se enfrentó a este reto (de la adaptación de una novela al cine) y lo hizo de buena manera, sin dejar de ser ella misma, lo que le implicó asumir ciertos riesgos narrativos importantes, pero, al mismo tiempo, constreñirse a un terreno seguro y conocido, en el que se siente cómoda y segura, porque es el que domina, el estético. Si alguien podía llevar a la pantalla la obra de Chirbes, era Celia Rico.
El resultado, desde el punto de vista artístico y puramente cinematográfico, estético, —absteniéndonos de hacer un análisis en paralelo de la novela, de alguna manera comparativo— creo que es maravilloso y la hace legítima merecedora de la Mención especial del jurado a la dirección que obtuvo en Málaga 28. Analizar la película a la par del libro nos puede llevar a otras conclusiones, no muy distintas, porque el despliegue artístico es generoso, pero sí no tan impolutas.
La directora no hizo una adaptación fiel de la novela, plasmó su impronta personal a la historia, lo cual, en este caso, fue muy bueno y enriquecedor, porque podemos verla, a la novela, con otros ojos, desde otros sentires. Nos adentramos al mundo de Chirbes a través de los ojos de Celia Rico, que pertenece o se mueve en otro mundo distinto al del escritor, como ella misma dijo; y la experiencia no deja de ser extraordinariamente interesante, de tal forma que, simplemente por ese hecho, ya vale la pena tratar de ver el largometraje.
Tuve la oportunidad de preguntar a Celia Rico respecto de este proceso tan difícil, misión imposible, como he dicho, de adaptar una novela al cine y esto fue lo que me dijo:
“Era la primera vez que me enfrentaba a un texto y no tenía tampoco muchas herramientas. Entonces con el paso del tiempo yo he llegado como a una conclusión, por hacer algo breve, porque esto sería como tan largo de explicar. Yo me imagino el proceso de adaptación, como si de repente tuviera un piano delante. Yo a veces me leía un capítulo del libro, me leía un párrafo y escuchaba una melodía y la escuchaba de principio a fin, entonces de repente había una nota, me gustaba esa nota porque lanzaba como una idea hacía algún lugar, que estaba por ahí, porque hay tantas capas en el texto de Chirbes. Entonces yo cogía esa nota y me la llevaba y pensaba: a ver ¿qué hago yo con esta nota? Y tocaba a mi manera, intentaba tocar algo a partir de eso ¿no? hacer como… ampliar un poco desde ese lugar. Y otras veces, pues era lo contrario, que a lo mejor en vez de escuchar como algo completo, había una nota concreta que yo me la llevaba… Por ejemplo, las cartas que aparecen al inicio de la película, que hay toda una idea de escribir una carta para proteger y hacer sentir a una madre que un hijo desaparecido está bien, es algo que no tiene más recorrido en en la novela, pero es un deseo muy bonito. Es una conversación que hay en la novela que cuenta que Tomás está preocupado por el hermano y Ana le dice: bueno, ya verás algún día nos llegará una carta para decirnos que ha llegado a Buenos Aires y que está bien. Y eso se queda ahí y me pareció una idea tan bonita que tiene que ver con lo que representa Ana de intentar hacer sentir bien a los demás, que la cogí tiré de ahí y la convertí en una pequeña narración dentro de la película. Entonces creo que pasa un poco por eso ¿no? De ir de lo que tiene más recorrido y coger algo pequeñito y viceversa. Ese fue un poco como mi trabajo de escritura.”

Con estas palabras la directora explica muy bien cómo fue que construyó su propia historia y su propia interpretación de la magnifica novela del célebre autor valenciano. Habla de una reinterpretación de pasajes de la novela, ya sea de todo un capítulo o de pequeñas escenas, de esas pequeñas escenas de las que está lleno el texto, momentos que ella amplía (o reduce) según hacía donde quiere que vaya su adaptación.
En este sentido, no sé hasta donde es bueno o adecuado hacer una crítica de la película a partir de la novela, porque está claro que son dos textos distintos (guion y novela) de dos miradas distintas, de dos generaciones distintas, de dos mundos distintos. Sin embargo, por otro lado, creo no se puede apreciar de igual manera el trabajo de adaptación de Celia Rico, sino se hace desde esta labor comparativa.
Por lo que he decidido dividir mi comentario a la La buena letra en dos partes: La primera corresponde a un estricto análisis de la pieza cinematográfica, sin considerar la novela; y la segunda, será propiamente una análisis comparativo de la película a la luz, o mejor dicho, a la sombra, de la obra de Chirbes. Cabe advertir, aunque para el lector más perspicaz resultará obvio, que la segunda parte de este texto está plagada de revelaciones o como los gringos llaman spoilers:
1. La buena letra… la película
“Las silenciadas
Las que del miedo quedaron mudas, las que parieron
Y les privaron de la semilla, las invisibles
Hoy las nombramos pa′ que su llama nunca se extinga.”
Se trata de un largometraje de época, es decir, de una película ambientada en un periodo histórico, lo cuál requiere particularidades técnicas muy puntuales de las que depende el éxito de la obra, como la ambientación, la escenografía, la utilería, el vestuario e incluso, algo en lo que no se suele poner mucho cuidado, el lenguaje y la cosmovisión propia del momento que se abarca.
Pregunté a Celia Rico cómo se sintió haciendo cine de época después de venir de la producción de Los pequeños amores, una película de características distintas, y tal vez con menos exigencias. Esto fue lo que me contestó:
“Uno de los mayores desafíos de esta película era hacer época, yo nunca había hecho época y era eso, era un desafío y a la vez también era muy atractivo. De hecho yo he sentido haciendo esta película algo parecido a ese momento de ser niño y jugar a imaginar posibilidades. Ha habido un momento que yo he sentido eso. Recuerdo en algún momento, de ver los objetos que iban a formar parte del universo de estos personajes, de sentir como ese gran privilegio de imaginar la posibilidad de estar en tiempos y construirlos. En este proceso he tenido la suerte de trabajar con Miguel Ángel Rebollo que es el director de arte de la película. Yo creo que si Miguel Angel no hubiera estado en esta película hubiera sido muy difícil recrear la época desde lo que sería el ambiente, como la sensaciones… y Miguel Ángel yo creo que ha hecho un trabajo muy bonito, y no tiene que ver solo con recrear la época, sino con acompañarme en pensar: dónde podía suceder esta historia, los lugares, en mirar también juntos muchos referentes, teníamos muchas ganas de hacer una época… mirábamos, por ejemplo, referentes de… no sé, me acuerdo ahora, miramos Visconti o películas que se rodaron en plena guerra y que suerte poder tener esos espacios, donde estaba la huella de todo lo que había pasado y queríamos acercarnos un poco a ese tipo de películas. Trabajar mucho las texturas. Y bueno, pues ha sido un trabajo muy bonito, y aprovecho aquí los micrófonos para agradecerle a Miguel Ángel el trabajo y a todo el equipo, es un trabajo de vestuario, de fotografía, así que… Sí ha sido bonito hacer época”
Estamos en los años de la terrible y cruel posguerra española, la guerra acaba de llegar a su fin, dando como vencedor al fascismo. La cámara seguirá a una familia de republicanos, los vencidos, conformada principalmente por:
- Tomás (Roger Casamajor), es un hombre que fue a la guerra, peleó del lado de los republicanos y ante la derrota decide regresar con su familia, con lo que sufrirá todo el desprecio y persecución de los fascistas victoriosos y engrandecidos de su pueblo.

- Ana (Loreto Mauleón), una mujer amorosa típica de la época y del lugar, dedicada a la familia, de espíritu grande, corazón noble, extraordinariamente inteligente, comprometida, sufrida, algunos dirían, sin faltarles razón, que sumisa o sometida. Aparte de cocinar en la escasez, apoya a la precarizada economía familiar tejiendo, haciendo arreglos de ropa para otras personas. Observa con aflicción los acontecimientos que van deteriorando la vida familiar, actúa con sutileza y prudencia, demasiada prudencia, en el marco de sus posibilidades. Es la guardiana de la memoria familiar, colectiva, y por lo tanto, de España.

- Antonio (Enric Auquer), hermano de Tomás, también fue a la guerra del lado republicano, pero a diferencia de su carnal, no regresa inmediatamente después de terminada al pueblo y durante un tiempo se encuentra desaparecido. Por alguna razón, parece tener un nivel cultural mayor a Tomás, le gusta leer y escribir. Lleva unos cuadernos en los que escribe y reflexiona respecto de muchas cosas, al parecer con talento y buena letra.

- Isabel (Ana Rujas), una guapa chica educada en el extranjero (Inglaterra), habla inglés, tiene una visión del mundo y de la vida distinta, con muchas aspiraciones materiales, parece de una clase social menos “baja” que el resto de los personajes hasta ahora mencionados, aunque con el tiempo se verá que es más bien por simulación. Es aspiracionista o como a veces se les llama despectivamente a ese tipo de personas: arribista. Después de un tiempo de desarrollada la historia aparecerá como pareja de Antonio. Su presencia provoca un punto de inflexión sin retorno para la familia.

Está también una niña, hija de Tomás y Ana, de unos 10 años, ajena un poco al drama familiar y a las trágicas circunstancias segregacionistas del momento. Y la abuela, María, madre de Tomás y Antonio, que tampoco tiene mucha relevancia en la película, sólo lo justo para justificar el argumento como la madre preocupada por su hijo desaparecido.
La familia se concreta prácticamente a 3 y casi a 2 (Ana, Tomás y la muchita), quienes pervivirán con precariedad y angustia, sobre todo por las difíciles condiciones (económicas, pero también políticas y sociales) a las que se enfrentaron los pocos vencidos de la guerra que regresaron a sus pueblos (y que, por determinadas “razones”, los fascistas no pasaron por las armas, no les dieron el paseo).
Lo anterior, debido a que, por lo regular, los dueños de los medios de producción y, por lo tanto, explotadores, que diga, “empleadores”, eran los fascistas, con lo que las posibilidades de reintegrarse a la vida económica de manera justa o por lo menos optima era complicada (si de por sí había sido históricamente difícil para los humildes, ahora derrotados, peor).
Incluso, si hubiese algún republicano de clóset o “neutral” dentro de los empleadores, tampoco se arriesgaban a tratar de ayudar a los vencidos porque le podría acarrear problemas, la cacería del bando republicano posguerra fue terrible.
“Durante tres meses aguardamos la noticia de que habían fusilado a tu tío. No sabíamos nada de él y no dábamos con la manera de enterarnos. Tu padre estaba fichado. Lo habían echado de la fábrica de zapatos en la que trabajaba como curtidor y ahora acudía todas las noches a la plaza para ver si alguien lo contrataba como peón. Tenía pocas oportunidades, porque la mayoría de quienes podían ofrecer trabajo eran de derechas y los pocos patronos que habían tenido ideas republicanas preferían no levantar sospechas contratando a rojos.”
Aun así, con todas las limitaciones y escasez, sobrevivían con dignidad, en el sentido de que no tuvieron que traicionarse así mismos, ni a sus compañeros y familiares, ni a sus convicciones para medio comer y medio vivir, porque realmente las condiciones de supervivencia no estaban a la altura de la dignidad humana.
De todo esto, aunque no se profundiza mucha en la película, se puede dar por entendido, por el marco histórico en el que se desarrolla la trama y alguna insinuación del guion.
A pesar de todo, la mayor preocupación de la familia, más allá del vilipendio y la precariedad, es la ausencia del tío Antonio del que no se sabe nada. Motivo por el cual, Ana se inmiscuirá en los cuadernos de éste para, cumpliendo con los deseos de Tomás, falsificar la letra del ausente, escribir una carta a la madre haciéndose pasar por él, para tranquilizarla. Por tales razones, Ana se verá en la complicada tarea de imitar la buena letra de Antonio. Situación que también servirá para que Ana se acerque un poco más al mundo intelectual desconocido para ella de su cuñado.
Hasta que un día, de buenas a primeras, Antonio regresa —mi secuencia favorita de la película: el manejo de esta aparición por la familia— y, a pesar del alivio momentáneo que ello representa, las cosas se complicarán hasta llegar a un trágico final.
Con el tiempo, Antonio, después de encontrarse perdido, conocerá a Isabel, se enamorarán y tendrán un hijo. En el transcurso una serie de traiciones, o una traición continuada en el tiempo, harán que la injusticia y el tormento reine en aquella humilde casa.
Las actuaciones, individualmente por supuesto, pero sobre todo en su conjunto, colectivamente, son muy buenas. Son el centro artístico de la obra, desde donde se despliega todo lo demás. Llevan el sello personal de la directora que, por supuesto, los actores saben ejecutar a la perfección, una Celia Rico cuya mayor virtud es la forma de captar con la cámara, de extraer, la humanidad del talante actoral desplegado. Un don del que pocos cineastas pueden presumir, y que, desde luego —insisto en ello porque no quiero demeritar la materia prima—, tiene como base un excelente desempeño de los actores. Siempre con mucha atención en las expresiones faciales, en el lenguaje corporal de los protagonistas, en comunión armónica, sinfónica, con una cámara que siempre guarda la distancia adecuada y el encuadre preciso.
Es gracias a estas interpretaciones que la película logra transmitir la complejidad de sentimientos de sus protagonistas. Destaca la actuación de Loreto Mauleón que lleva el peso de la tragedia no sólo personal, sino colectiva. Ana representa el sentir particular de una mujer que sufre, desde distintos frentes, distintas vicisitudes y opresiones; representa la angustia de una familia que solía ser feliz; pero, sobre todo, representa el dolor de los vencidos en la guerra, de los republicanos, de la mitad de un país eternamente sometido por el absolutismo y el autoritarismo, a pesar de los múltiples intentos de liberación y los costos que han tenido que pagar por ello; y, por último, aunque no por ello menos importante, la Ana de Celia Rico representa el sufrimiento de todas las mujeres de la época, independientemente del bando en el que les haya tocado luchar en la guerra.
El manejo de la cámara va de la mano de la dirección de actores y de una fotografía con mucho sentido estético y temporal. Celia Rico no se complica la vida —a lo mejor se ve un poco obligada por una cuestión de recursos también— y la mayoría de las secuencias se llevan a cabo en la casa familiar, un lugar sencillo y rústico muy bien escenificado. Con lo que la puesta en escena y la ambientación, al ser pocas las locaciones, se simplifican y, en consecuencia, logra que sean bastante fieles a lo que uno se puede imaginar que eran los pueblos de España de la época. Los vestuarios son también sencillos, pero acordes con las circunstancias y apegados a la realidad que se quiere transmitir. El conjunto de todo, fortalece la fuerza narrativa de la película.
El guion es muy bueno, es completo, no tiene vacíos significativos dentro de la historia, o la parte de la historia, que se quiere contar, es decir, en sí misma, sin tomar en cuenta la novela. Lleva la marca personal de la directora, sin dañar (creo) la obra de Chirbes. Esto representa la mayor valía del trabajo de escritura de Celia Rico: inyectar su sello personal a una historia consolidada sin cambiarle el sentido. Los diálogos están muy bien construidos.
Quizás la única crítica, que más bien es una cuestión de gustos y no una falla de ningún tipo, es que, incluso sin haber leído la novela, queda la impresión de que se desperdicia una buena oportunidad para hablar más a fondo de la situación social, política y económica de la posguerra, de la precariedad, de la persecución, del vilipendio y del intento de exterminio que se vivió en esa época. Una situación que, al pretender, el absolutismo español, se olvide sin más, como las llaves, o por lo menos se perdone sin antes hacer un ejercicio de memoria histórica, profundiza las injusticias de aquellos tiempos y las vuelve continuas en el tiempo, perennes, porque las heridas siguen abiertas.
Algo que parece urgente, curar las heridas, no reabrirlas, ni mucho menos, pero una herida para que se olvide primero tiene que ser curada; en un país a cuyo pueblo se le ha negado reiteradamente el derecho a la memoria y, por consiguiente, a la reconciliación. Al tiempo que se le exige el perdón se le impone el olvido desde cada tentáculo del aparato institucional del Estado (Reino) y sus socios comerciales (la burguesía).
En estas circunstancias, y a más de 80 años de los sucesos, todas las ocasiones son excelentes oportunidades de hablar, cordialmente, del pasado, un pasado que nos sigue lastimando a todos, aunque no seamos españoles, por el simple hecho de ser humanos, como nos duele el genocidio palestino de nuestros tiempos o el judío de las generaciones pasadas.

2. La buena letra de Rafael Chirbes
“Los olvidados
Los que retumban en la memoria, los perseguidos
De anochecida en mitad del cerro, los exiliados
Los que jamás volvieron a ver correr a sus hijos”
Quiero empezar esta segunda parte diciendo que la novela es maravillosa, incluso más que la película que es excepcional. Aunque Rafael Chirbes es un autor muy conocido y reconocido en España (creo), para mi La buena letra fue el primer contacto con sus buenas letras y no sé cómo había podido vivir en esa condición de ignorancia.
Se trata de una novela corta, yo la leí, como actividad terciaria, en dos sentadas. Alguien con ganas la puede leer en una. La pluma de Chirbes es maravillosa: su manera de estructurar y ordenar los momentos y las pequeñas escenas en la narración; de describir las situaciones con contundencia, sin excesos ni vueltas que a veces resultan exasperantes para el lector menos comprometido; y de transmitir los sentimientos de Ana sin esa descripción pormenorizada, pero con contundencia.
Quizás Chirbes no va a describir de manera muy detallada la mesa rústica de pino con grietas en las orillas donde Isabel escribe sus notas, ni el olor a fabada sin chorizo y mucha agua que Ana prepara en una cocina prestada en los alrededores de la prisión donde tienen Antonio, pero más de una vez se les humedecerán los ojos cuando plantee la sucinta secuencia de hechos que quiere que el lector conozca para darle sentido a su historia, el relato de una tragedia universal. Dice Chirbes, respecto de su novela en sus Diarios:
“No conseguía desprenderme de ella, me agobiaba, me la leía todos los días, en ocasiones dos y tres veces en el mismo día, y lloraba. Sí, me ponía a llorar. No sé qué nervio de dentro de mí ha tocado ese libro, pero me lo ha dejado en carne viva. Como si el libro y yo fuéramos lo mismo, animalitos temblorosos, irritables y asustadizos, en cualquier caso heridos.” (Chirbes, 2021, p. 210)
Nadie pasará indiferente ante la novela, nadie dejará de sentir la profunda tristeza que envuelve el relato de Chirbes y al propio autor, que no sólo es la historia de Ana y Tomás, es la historia de un país entero.
La sensación de injusticia perenne, eterna, pero también la dignidad y valentía de una mujer que le puso cara a la adversidad, a la traición de los más queridos, a la precariedad, a la muerte y a la propia vida, con una entereza que hoy en día parecen sobrenaturales, sobre todo en estos tiempos modernos donde reina la ética capitalista que nos hace ver como incomprensible, y hasta absurda, a la dignidad.
“Cuando la oigo hablar sin ilusión [se refiere a la hija de Ana que va creciendo], escupir amargura y egoísmo y consumir montones de cigarrillos, siempre agobiada y siempre insatisfecha, me acuerdo de la niña que cantaba ante las fichas de dominó y pienso que, si tu padre se entregó a la derrota demasiado pronto, si lo vencieron en seguida, yo tenía que haber luchado más por ella, y me pregunto de qué nos valió la honradez, la entrega, el querer que las cosas fueran como creíamos que tenían que ser.
Nunca me ha gustado la gente que corre detrás de los de arriba, pero me hubiera gustado otro futuro para ella: no sé, que se casara con el hijo del chico rubio que tocaba el piano en el cine y del que no volvimos a saber nada después de la guerra…”
La otra gran característica de la novela Chirbes es cómo logra hacer un recuento histórico de tantos años en tan poco espacio, sin que parezca que nos hemos perdido algún detalle importante o que existen vacíos argumentativos en la estructura narrativa.
“¿Decir que fue puro o limpio el miedo? Ni la muerte ni el miedo son limpios. Aún guardo la suciedad del miedo de los tres años que tu padre se pasó en el frente, dejándonos solas a tu hermana y a mí en esta ciudad que, como en mis recuerdos, se volvió de repente fantasmal y nocturna y en la que todos te miraban como si quisieran decirte que él ya no iba a volver y que no valía la pena resistir por más tiempo.”
La película toma distancia de la novela desde el primer momento. El filme empieza cuando la novela ya tiene un amplio trecho recorrido. Para ese momento, en el libro, Antonio ya está preso y no desaparecido, es decir, que todos saben que esta preso.
“Lo cogieron a los pocos días, cuando se dirigía, solo y hambriento, a nuestra casa, unas horas antes de que volviera tu padre en libertad. La primera tarde se la pasó tu padre llorando en silencio. Lloraba por su hermano pequeño. No se imaginaba las vueltas que aún tenía que dar la vida.”
La pareja republicana (Ana y Tomás) tiene que hacer inimaginables esfuerzos para llevarle comida a prisión a Antonio, comida que no tienen ni para ellos, pero como lo ha pedido con tanta desesperación y se trata de un condenado a muerte, hay que hacer lo imposible para complacerlo.
“Nos pedía comida. Él, que siempre había sido exigente y desganado para comer, nos insistía en que le enviásemos lo que fuera. «Me imagino que a vosotros tampoco os sobrará mucho», decía en su carta, «pero, para que os hagáis una idea, aquí nos parecen un lujo las cáscaras de naranja y las peladuras de patata. Qué tiempos más bonitos, cuando estábamos todos juntos y nos reíamos y no nos faltaba lo indispensable».”
Esta comida hay que llevarla a un pueblo distinto del que viven, al que no es fácil llegar, teniendo que hacer varios transbordos en trenes acosados por las autoridades fascistas engrandecidas y glorificadas por la ignominia.
“Una semana después de recibir la primera carta de tu tío, empezó el calvario de los viajes. Viajar hoy desde Bovra a Mantell resulta fácil, pero entonces había que hacer trasbordos, pasar horas y horas en andenes abandonados en los que el viento barría las hojas secas y los papeles, sufrir el traqueteo interminable de aquellos vagones de madera repletos de mujeres enlutadas y silenciosas. En el primer año después de la guerra, los trenes iban abarrotados. La gente se marchaba de sus casas, o se buscaba, y el tren recogía toda esa desolación y la movía de un lugar a otro, con indiferencia. De vez en cuando, los policías recorrían los vagones y miraban con especial suspicacia la documentación que les mostraba una de aquellas mujeres y la hacían levantarse de su asiento y se la llevaban. Entonces nos asfixiaba el silencio.”
La carta que le da origen al título de la película, la carta de Ana tratando de imitar la letra de Antonio para tranquilizar a la madre por el hijo ausente, no existe en la novela. En ésta, la madre sabe dónde está Antonio e incluso lo va a ver a prisión. Antonio no solía escribir sino dibujar. A pesar de ello, me parece que el concepto o todo el significado que encierra “la buena letra” no pierde sentido en el largometraje, aunque es más difícil de dilucidar.
La novela se desarrolla en primera persona, se trata de Ana escribiéndole (narrando) A sus sombras, o a ella misma o a su hijo (en sentido estricto se dirige a su hijo), una carta (quizás) donde le cuenta la historia familiar, la crónica de una tragedia nacional.
«A mis sombras» lo encabecé. Esas sombras eran los que vivieron un tiempo que se desvanece en el ruido de la España contemporánea que se esfuerza por olvidarlos —mis padres, mi abuela, mis vecinos—, pero también esos fantasmas que van desapareciendo de mi vida…” (Chirbes, 2021, p.212)

Así, Ana se convierte en la portadora, la guardiana de la memoria nacional. Se convierte en El Narrador de Walter Benjamin:
“El narrador toma lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida, la toma a su vez, en experiencias de aquellos que escuchan su historia.” (Benjamin, 1991)
Aunque Walter Benjamin, lo que quiere decir es que, paradójicamente, el surgimiento de la novela a comienzos de la época moderna es el más temprano indicio del ocaso de la narración (Benjamin, 1991). Rafael Chirbes le da la vuelta a ese razonamiento y desde la novela trata de rescatar la oralidad, la narración en estricto sentido, la que trata de rescatar Benjamin: la transmisión oral del conocimiento que viene directamente de la experiencia, y que por ello, lo convierte en más genuino, a través de la creación de Ana, como La Narradora, la defensora de la memoria y del conocimiento más genuino. Aunque podríamos decir que hace trampa, por ser una ficción, a pesar de que dicha ficción es un intento desesperado del maestro Chirbes por rescatar la oralidad, pero sobre todo la memoria, por rescatar a El Narrador, en este caso, La Narradora.
“La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se han servido todos los narradores. Y los grandes de entre los que registraron historias por escrito, son aquellos que menos se apartan en sus textos, del contar de los numerosos narradores anónimos.” (Benjamin, 1991)
Cuando vi la película no lo noté, fue hasta después, cuando leí la novela —y sin que ello menoscabe el resultado final del largometraje—: me pareció que quizás la instrumentación de lo que se conoce como una “voz en off “ de Ana, en ciertos momentos puntuales de la película, hubiese sido un catalizador de la fuerza narrativa de ésta y un guiño a la propia novela.
En el filme, Isabel es presentada como una mujer moderna, en el sentido progresista de la modernidad (que es muy difuso, pero existe), liberal (liberalismo burgués) y liberada, emancipada, crítica de la organización patriarcal de la sociedad y de la familia española y su organización.
Además, feminista. Alguien que quiere ir al futbol cuando es, absurdamente, “una cuestión de hombres”. Viste pantalones y observa con admiración negativa la abnegación y sumisión de Ana, su silencio. Una cualidad, ésta última (feminista), extraordinariamente oportuna y refrescante, que enriquece la historia, pero que llena de complejidades el trabajo de adaptación de la directora sevillana, lo que a su vez le da más valor y calidad al resultado final.
En la novela, Isabel también quiere ir al futbol, aunque no se pone pantalones es “moderna” y le gusta vestir de determinada manera que la distinga, usa unos perfumes caros que trajo de Inglaterra. Lo que ella quiere es distinción, no igualdad, no se siente de la misma clase de la mayoría del resto de seres humanos. Ve con horror lo que ella entiende como la mediocridad de una vida dedicada a la familia, a los cuidados y al silencio, no sólo de Ana, sino que también de Tomás y Antonio.
“Cuando tu padre, tu tío y José volvían del fútbol un poco bebidos, y charlaban y se reían y hacían bromas en voz alta, se ponía de mal humor y me decía: «No puedo soportar toda esa vulgaridad, su chabacanería y su estúpida falta de ambición. Pero, Ana, ¿no se da usted cuenta de que nos están condenando a fregar cazuelas el resto de nuestra vida?» Yo no quería entenderla. Para mí, y después de todo lo que habíamos pasado, la felicidad era exactamente lo que teníamos, incluidos los sueños que el cine nos prestaba.”
La Isabel de Chirbes no es, de ninguna manera, una mujer feminista (no le preocupan los derechos de las mujeres, o le preocupan en la medida en que ella pueda ser la primera beneficiaría; ni la lucha por la igualdad en ningún sentido, por el contrario, detesta la igualdad, la concibe como mediocridad). Más bien es una neoliberal, ambiciosa, “aspiracionista”, “arribista”; es una mujer moderna en el sentido pernicioso (capitalista) de la modernidad, alguien que renuncia a sus tradiciones, por parecerle obsoletas y mediocres conforme a la noción del progreso capitalista.
“En mitad del trayecto, se puso de repente serio, y dijo: «Isabel será pronto mi mujer. Vamos a casarnos en cuanto podamos.» Y ella, que había estado comiendo en nuestra casa, que había estado entrando y saliendo con tu tío, y que hasta ese momento apenas nos había dirigido la palabra, se levantó del asiento con una sonrisa llena de simpatía y nos besó a tu padre, a tu hermana y a mí. En ese momento, Isabel -yo creo que hasta entonces ni sabíamos su nombre- se dio cuenta de que existíamos.
Para entonces, ya nos habíamos enterado de que no era la sobrina de esa familia de Valencia, sino una de las criadas, y que si hablaba inglés era porque había vivido en Inglaterra con esa familia en los años de la República y la guerra. Fíjate si me iba a creer la repentina simpatía de su sonrisa.”
En este sentido, con tradiciones no me refiero solamente a “fregar cazuelas”, que si bien se puede considerar una costumbre “perniciosa” de aquellos tiempos —en un debate que me voy a permitir dejar pendiente—, sería, en todo caso, sólo una parte de un conjunto mucho más amplio de costumbres (tradiciones) que conforman, en unidad e integralmente, un significado más profundo e identitario de una comunidad, muy distinto al resultado que tendríamos de constreñir las tradiciones al lavado de trastes.
Un conjunto depurable y perfectible, que se tiene que evaluar y mejorar (“modernizar”) continua e integralmente (sin romantizar con lo bueno ni satanizar con lo malo); pero modernización tiene que venir desde la propia cosmovisión local, no contaminada por la modernidad neoliberal globalizada, que es la única modernidad que conocemos porque el propio sistema dominante se la ha apropiado, y el punto es ese en concreto: no se trata de aferrarse a la tradición como un dogma intocable, sino más bien de construir otras modernidades, desde lo local, desde una ética no capitalista, desde otras formas de ver el mundo.
Entonces, cuando escribo que Isabel rechaza las tradiciones, no me refiero sólo a fregar cazuelas (que es algo de lo que el personaje se duele particularmente y lo comparto) sino más bien a ese conjunto de tradiciones, mejorable (necesariamente) y modernizable (espero), del que derivan los valores filosóficos y éticos que forman parte de la cosmogonía que identifica a los pueblos autónomos del mundo:
“Cierta tarde, sonó con insistencia un claxon a la puerta de casa y salimos tu padre, tu tío y yo a la calle, para ver quién nos reclamaba. Resultó ser ella [Isabel], al volante de un coche que, al parecer, le había dejado Raimundo Mullor [el cacique y fascista principal del pueblo]. Venía muy excitada y nos invitó a subir, ante las miradas sorprendidas de los vecinos. Tu tío montó en el asiento de al lado y tu padre y yo nos quedamos en la acera. Tu padre miró con ojos turbios cómo arrancaba de nuevo el automóvil.
Así fui dándome cuenta de que ella había llegado a Bovra y se había instalado en nuestra casa con un propósito. Descubrí que ninguna de todas aquellas promesas de intercambio que me había hecho, y que tanto me habían ilusionado, le interesaban lo más mínimo, y que no tenía la menor voluntad de enseñarme [a escribir con buena letra] o de aprender [a tejer]. Lo único que pretendía era convertirme en cómplice para escapar de un mundo que sólo había aceptado como primer escalón para llegar a otro que debía calcular y añorar a cada instante.”
Raimundo Mullor es como el cacique del pueblo, el fascista principal que golpeó a Tomás cuando se entregó finalizada la guerra, de ahí que subirse a su automóvil representaba más que una afrenta, una traición.
No es casualidad que la Isabel de Chirbes (aunque la de Rico también) se haya formado o educado en Inglaterra. Me parece que el autor quiere mostrar la influencia de otra cultura, de otra cosmovisión en el personaje.
Como todos sabemos, en Inglaterra se da la revolución industrial, lo que lleva al surgimiento de la economía capitalista, que primero se desarrolla en ese país y luego se expande al mundo como un virus del que nunca se pudo desinfectar. La estructura económica, de la cual, siguiendo a Marx, dependerá la cultura y forma de pensamiento de una sociedad y no al revés.
Esta estructura económica derivada de las relaciones de producción determinará la forma de la consciencia social, la superestructura, y nos llevará (o nos llevó) a un mal entendido “liberalismo”, un liberalismo individual, una concepción de la libertad que se traduce en la búsqueda del beneficio individual, sin ética ni consideración al prójimo, sin escrúpulos, en la famosa libre “competencia”, la libertad del mercado de la que tan orgullosos se sienten los capitalistas.
“Y a mí eso me parecía envidiable, como también me lo parecía -aunque desconfiase- que hiciera planes por sí misma, y no pensando en los otros; y que su tristeza o su alegría tuvieran vida propia y no dependiesen de cuanto había a nuestro alrededor, que era lo que yo creía que podía hacerme sufrir o alegrarme.”
Esta visión errónea de libertad corrompe la noción del bien y el mal, y no me refiero a una visión religiosa o puritano-moralista, sino como un elemento indispensable para la sana convivencia, de tal forma que matar, despojar, robar, puede ser bueno o por lo menos justificable en determinadas circunstancias; así como, respetar, apoyar, colaborar desinteresadamente, sino es malo en sí, si es juzgado como tal, es la peor estupidez que puedes llegar a cometer.
Toda esta cosmovisión inglesa de Isabel, neoliberal, es muy distinta y choca con la que puede surgir en el seno de la familia española ampliada de aquella época en donde la solidaridad reina sobre la competencia y se daba la colectivización de la tierra y en algunos casos de los medios de producción; de la supuesta utopía del anarquismo. La España de aquella época le enseñó a la humanidad que otras formas de vida son posibles. Dos mundos se enfrentan, dos visiones de la vida completamente distintas, de tal forma que se presenta una relación antitética, antagónica entre Ana e Isabel, pero no por ellas, sino porque representan dos visiones distintas de la vida. Por eso Ana nunca entenderá el aspiracionismo de Isabel, como Isabel nunca entenderá lo que ve como la mediocridad de la familia española republicana.
“Siempre tuvo una idea de la vida muy diferente de la nuestra. Quizá la aprendió en Inglaterra, con la familia elegante con la que había convivido durante varios años. Desde el principio habló y se comportó de un modo ajeno.”
Isabel encuentra su noción de progreso y libertad, únicamente, en el ascenso en la escala social y en el bienestar económico, pero visto no como un satisfactor de necesidades comunes, sino como un proveedor de privilegios (liberalismo económico). La igualdad (y el feminismo) le importan en la medida en que esté abajo del rango de igualdad, conforme ascienda en la estructura social y de poder, se irá olvidando de la misma. Isabel finge interés en la forma de tejer de Ana, y le pide que le enseñe sólo para demostrarle cierta amistad y falsa solidaridad. Pero Isabel no tiene ningún interés en tejer ni para ella misma, ya que permite que Ana le arregle la ropa.
“Una tarde me leyó algunas líneas: «Melancolía», decían, «en esta tarde calurosa sufro la tristeza de la soledad y el aburrimiento. Bovra es un vacío en el que me falta el aire». Cuando terminó la lectura, levantó la cabeza y se quedó mirándome. Ahora pienso que tal vez leyó aquellas palabras como una especie de prueba y que yo reaccioné con una ingenuidad que tuvo que defraudarla. «¿Por qué esa tristeza, Isabel, por qué escribir de soledad ahora, cuando empezamos a ir mejor, cuando estamos juntos?» Sonrió mostrándome esa tristeza que había escrito y cerró el cuaderno.”
La Isabel de Chirbes es la poseedora de la buena letra, de la voz suave que sabe estructurar las palabras para caer bien, envolver a los demás y obtener lo que quiere que invariablemente se traduce en beneficio individual. La buena letra se convierte entonces en mentira, en la hipocresía, en la falsedad y la superficialidad burguesa. No importa lo que se escriba, sino lo bien que se vea, no importa lo que se diga, sino lo bien que se escuche. La retórica sofista que deben de aprender los políticos si quieren tener éxito, pura y dura.
“«La buena letra es el disfraz de las mentiras.» Las palabras dulces. Ella había tenido razón. Al margen de su camino sólo quedaba lo que en sus cuadernos llamaba «mezquindad» y «estúpida falta de ambición».”
La buena letra es un símbolo también de intelectualidad, de estética, propio de la burguesía, ajeno a los comunes. Todos se dejan seducir por la buena letra, las palabras dulces, no importa el contenido, la forma desplaza al fondo, como siempre. Pero la buena letra resulta siendo al final, un símbolo de la superficialidad, instrumento de la felonía, de la mentira y del aspiracionismo.
En este sentido, la buena letra encuentra su campo de acción en la burguesía, tan comprometida con la forma, con la apariencia, con la estética; y tan alejada del fondo, de la verdad, de la ética. Chirbes construye una crítica fuerte a la burguesía y al aspiracionismo materialista en la metáfora de la buena letra, la forma sobre el fondo, la estética sobre la ética, la mentira sobre la verdad, la traición sobre la solidaridad, los pilares sobre los que se sostiene la burguesía.
Por supuesto que, al ser Isabel para Celia Rico una mujer feminista y moderna, en el mejor sentido de esa palabra moderna, no podía ser la mala de la historia. Y por lo tanto, no puede ser la poseedora de la buena letra. Eso obliga a la directora a reconfigurar toda la historia, pero no la tergiversa y allí se encuentra la virtud de la pieza cinematográfica, simplemente la reestructura inteligentemente; hace valer su visión feminista de la novela con muy buenos resultados.
Rico absuelve de toda culpa a Isabel y se la adjudica a Antonio. En el largometraje es el tío Antonio el portador de la buena letra, de una cultura más elevada (igual que Isabel). Mientras que en la novela es Isabel la que establece vínculos, primero de amistad y luego de negocio con el terrateniente fascista del pueblo; en el largometraje es el tío Antonio quien hace este contacto e Isabel, aunque no le disgusta, solo se ve “arrastrada” por el cambio de convicciones de su pareja, convicciones que nunca le conoció a Antonio porque el mismo ya había o estaba pasando por una crisis existencial antes de conocer a Isabel (tanto en la película como en la novela). En la película es Antonio el que llega con el automóvil de Raimundo Mullor y no Isabel.
Un cambio de principios de Antonio que implica la traición abyecta a la gente más querida. No sólo a su hermano Tomás, a Ana, a la familia (que no se alcanza a dimensionar en la película), sino a los vencidos de la guerra, a sus propios muertos, a la más noble causa de la búsqueda de la libertad y la igualdad. Es por eso que Tomás queda con el corazón destrozado con el cambio de actitud de Antonio, tanto en la novela como en la película, es decir, la esencia de la traición pervive y no cambia mucho el hecho de que Antonio maneje o vaya de copiloto en el vehículo del fascista que usa como gasolina la sangre de los republicanos.
“Trabajamos mucho durante aquellos años. Tu padre se dejaba la salud en el muelle de la estación. Yo cosía, me ocupaba de la casa, ayudaba en el taller de carpintería, lavaba y planchaba para las vecinas. Cuando pienso en aquellos tiempos, no me explico cómo conseguíamos sacarle tantas horas al día. Incluso tu hermana, cuando salía de la escuela, colaboraba como si fuese una mujer. A tu hermana y a mí nos salvaba el cine de los domingos.”
Desgraciadamente, la situación no era fácil para los vencidos y esto se convirtió en algo común o generalizado, es decir, que afecto a toda la población. Chirbes dibuja en Antonio, y en el resto de los personajes, a distintos sectores de la población española de posguerra y por eso su obra trasciende el caso particular de una familia de la época. La novela es el dibujo de un país en la tragedia y la tragedia no fue la guerra comparado con lo que vino después.
Frente a la derrota, los republicanos tuvieron 3 opciones: 1) aguantar con dignidad el vilipendio, condenados a la miseria, resignados a una vida de miedo y precariedad, —eso si eran tan afortunados de que no les fusilaran—; 2) irse al exilio; o, 3) reajustarse a las nuevas condiciones del país con toda la traición y felonía que ello implicaba.
Hubo quien trató de sobrevivir haciéndose invisible y aguantando la miseria, y hubo quien cambió completamente de principios y se reacomodó, primero para sobrevivir, pero luego, ese instinto de supervivencia se convirtió en la búsqueda de privilegios y beneficios individuales.
Tomás, y sobre todo Ana deciden permanecer firmes y dignos y eso no les traerá más que una vida llena de tragedia y tristezas. Antonio prefiere lo otro, como lo haría, tristemente, casi cualquiera en su lugar hoy en día en el que la ética capitalista está consolidada en el mundo occidental.
La dignidad es una cualidad humana en vías de extinción, la ética capitalista la hace ver como una tontería, un absurdo. Bajo esa perspectiva (moderna) sobrarán los que consideren que Tomás fue un idiota y Antonio un sobreviviente; Ana una conformista e Isabel una visionaria. Quisimos creer el viejo discurso inmoral de que el fin justificaba los medios, porque eso nos redime de la falta de principios (ética) y dignidad.
Como ya he mencionado, la novela, a pesar de ser una novela corta, es mucho más amplia en el tiempo y en el espacio que la película. Celia Rico escoge sólo una etapa de la novela, la del centro. También es la parte donde recae el conflicto principal: la aparición de Isabel.
En ese sentido, es comprensible que la película recorte los acontecimientos, porque, como he mencionado, es muy difícil llevar una novela completa al cine, ya que la novela va a ser mucho más detallada y compleja. Sin embargo, creo si hay una serie de detalles muy representativos que la directora omite y que son los que le dan fuerza argumentativa a la novela, es decir, que si afectan narrativamente hablando, independientemente de que su inclusión fuese o no posible:
La familia
En la novela la familia es considerablemente más amplia, y refleja esa gran tradición que es la unidad familiar y sus relaciones, que son características de toda España, de norte a sur y de este a oeste.
Desde ahora quiero aclarar que cuando hablo de familia, me refiero a ésta en cuanto al fondo y no en cuanto a la forma. No me refiero a la familia como primer filtro de contención de la libertad y reproductor de las relaciones de dominación y explotación capitalista, primero a nivel patriarcal en este espacio familiar en donde el padre repite, en su casa, todas la conductas opresoras y de explotación de las que es víctima en la fabrica o en el campo, ahora como victimario. Ni a la familia (de preferencia blanca) heterosexual como único modelo posible y aceptable de ésta.
Me refiero a la familia como una unidad social mínima o primigenia, que sin una forma especifica, es decir, ni siquiera tendríamos que hablar de lazos de sangre, mucho menos de paradigmas discriminatorios, es fuente de la unión más estrecha y solidaria entre sus integrantes. Sede de las relaciones afectivas y de cuidados más sincera (desinteresada) y estrecha. Ese lugar en donde la regla general es la de la cordialidad, el apoyo mutuo, la preocupación y el cuidado de unos a otros, sin mayor interés que el bienestar del colectivo en su conjunto.
En la novela existe otra hermana: Gloria, la abuela María, que sí bien si aparece en la película, tiene más participación en la dinámica familiar en la novela. De igual forma, están los abuelos del otro lado, los padres de Ana, que durante un tiempo viven en la casa familiar con Tomás, Ana y la niña.
Y luego la familia ampliada, que son personas tan allegadas a la familia que ya forman parte de ella. Hay dos personajes en particular: un republicano que se llama Paco y que se entrega junto con Tomás terminando la guerra y sufre también el vilipendio de los fascistas, igual o de peor manera; y Pepe un excompañero de prisión de Antonio.
Este elemento familiar, fortalece el sentido de solidaridad, primero al interior del núcleo familiar y luego hacía afuera, cuando se hace extensivo a la comunidad (la familia ampliada). La solidaridad como elemento sine qua non de la familia. Allí, en la familia, es donde nace, se desarrolla y se cultiva. Se cuida como los olivares, hasta que es lo suficientemente fuerte se amplia a lo que viene siendo la familia ampliada.
Esa es una de las grandes características identitarias, insisto, de España; y se puede observar en Galicia o en el País Vasco, en Cadiz o en Cataluña; quizás bastante menos en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona donde la “modernidad” no deja espacio a nada ni a nadie, mucho menos a la tradición.
Las grandes comidas familiares, por ejemplo, con las larguísimas sobremesas que son más de lo que aparentan, las 3 o 4 pláticas entre cruzados que se puédenla mantener al mismo tiempo sin estorbarse entre sí, son rituales de amor desinteresado, de amistad sincera, de apoyo mutuo, de identidad y pertenencia.
“…la tertulia de las tardes de invierno en torno a la gran mesa camilla de la casa de mis abuelos, en que se mantenían dos o tres conversaciones simultáneas, espléndidas, a todo trapo, que cruzaban el aire como si se jugara con varias pelotas un partido de tenis…” (Riestra, 2023, p. 30)
Chirbes no deja de describir por lo menos un par de estas.
“A mí me había sentado a su lado; a mi derecha estaba la tía Pepita y, junto a ella, una chica que se llamaba Ángela y que era la novia de tu tío Antonio, quien no paró de hacerle carantoñas durante toda la comida. Ella estaba nerviosa. Se la veía buena chica y nos miraba a tu abuela, a Pepita y a mí, como explicando que no es que le gustasen esas tonterías, pero que era el modo de comportarse de tu tío Antonio. La familia ya lo sabía. Tu padre, al lado del tío Antonio, les gastaba bromas a los dos. El abuelo -cerrando la mesa, al lado de tu padre y junto a la silla vacía de Gloria- miraba y callaba, aunque creo que ese día fue el único en que me pareció que se reía con los ojos. No sé. Para mí, hasta ese momento todo había sido perfecto y tal vez imaginaba en los demás la felicidad que yo misma sentía.”
La familia le da a la novela un sentido de identidad “nacional” y de compromiso hacía los demás. Lo que hace más grave y sentida la traición de Antonio. Algo que en la película sucede, pero no se percibe con tanta fuerza al mermarse la noción de la familia, en donde se amamanta la solidaridad y se proyecta la mejor versión de España.
Por estas razones, en la novela la traición de Antonio trasciende lo familiar, porque al vulnerarse a la familia descrita de esa forma, como elemento identitario de una nación, se vulnera al mismo tiempo a todo un país (o la mitad de éste que luchó en el mismo bando, por la misma causa). En la película, la traición se vislumbra con facilidad, pero no trasciende a lo personal, una cuestión de familia en los términos coloquiales de la familia.
Era difícil, y por lo tanto es comprensible, que Celia Rico no haya incluido a tantos personajes adicionales, porque ello la obligaba a ampliar la historia tantas veces como personajes nuevos hubiera, lo cual hubiera complicado el acomodo de la historia en el tiempo deseado y multiplicado los costos de producción.
El taller
En la novela hay un taller de carpintería que surge a iniciativa del tío Antonio con la mano de obra de todos y el apoyo económico de Tomás, que se convierte en una empresa familiar. Esas empresas familiares que fueron parte fundamental del progreso de los españoles a lo largo de su historia, hasta que la turistificación lo alcanzó y empezaron a rentar sus casas.
Cuando Antonio regresa, primero como quien está jugando y luego como una ocupación formal, ante la falta de empleo, empieza a hacer figuras de madera, primero juguetes y luego utensilios de cocina que encuentran mejor mercado o un verdadero mercado. Él los talla a mano, un oficio que aprendió en prisión. Con el tiempo Tomás ayuda económicamente comprando maquinaria, rentando o no sé si comprando (no lo recuerdo) un local más apropiado y hasta trabajando él mismo en la empresa familiar.
En ese taller participan todos, es un proyecto colectivo, que también alimenta el sentido de solidaridad y colectivización de los medios de producción. El padre de Ana (Juan) encuentra una ocupación allí. La propia Ana, en las ausencias de Antonio, se vuelca en el taller para sacar los trabajos comprometidos y no entregados; e incluso la niña, participa, en lo que puede. Pepe, la familia ampliada, es el socio principal, de alguna manera, de Antonio, aunque al hablar de sociedad no se hace desde el sentido capitalista de acciones y dividendos.
A la llegada de Isabel, ese taller se convierte en la herramienta pequeño burguesa, o aspiracional, de ascenso social de Isabel y Antonio. Quienes se apropian del trabajo de todos (capitalismo puro y duro) e incluso de la inversión social de Tomás. La pareja arribista utiliza indebidamente el dinero que genera para pagar los gastos (de representación) que implican su involucramiento con las esferas fascistas del pueblo; ya que ello implica gastos, había que tomarse un vermú al medio día, había que ir al Casino del pueblo o a algún restaurante, había que comprarse ropa, en fin, una serie de gastos que sólo pudieron salir de aquel taller colectivizado y ahora privatizado.
“Se les veía en el Casino, en la pastelería, tomando el vermut con Mullor, el que pegó a tu padre en el sótano del Ayuntamiento al final de la guerra. Tu padre tenía que enterarse de igual manera que yo me enteraba. Tenía que saber dónde tomaban el vermut y con quién se reunían para bailar y jugar la partida. Alguien tuvo que decirle frases como las que yo me vi obligada a escuchar en alguna ocasión: «Hay que ver cómo habéis subido desde que ha llegado la «mis» (así la llamaban en el pueblo). Se nota que viene de una familia de dinero.»
Mientras tanto el resto de la familia se seguía ajustando a las posibilidades racionales de su economía, jamás un vermú, mucho menos el Casino, ni hablar de comprarse ropa, Ana hacía las camisas de Antonio y jamás compraban nada, no había para esos excesos. Y aunque los hubiera, no podían asistir a esos lugares con gente que los detestaba y que era capaz de hacerles una grosería en cualquier momento.
El taller es otro símbolo muy importante de la novela, simboliza la colectividad primero, y luego el expolio y la explotación propia del capitalismo, su privatización. Así mismo, representa la herramienta pequeño burguesa aspiracional para el ascenso social. Hasta terminar magnificando la traición y la felonía.
Lucha de clases, vilipendio y persecución
Chirbes marca de forma más abundante la diferencia de clases, de hecho, la novela se convierte en una dura, pero justa crítica a la burguesía y al aspiracionismo. Pero principalmente, el escritor hace un dibujo muy claro de una circunstancias que no ha sido lo suficientemente revisada en España: me refiero al vilipendio, a la persecución, a la tortura y a las ejecuciones extrajudiciales que vinieron ya terminada la guerra.
“La represión ni siquiera terminó con la guerra, sino que continuó con la dictadura con un millón de prisioneros en campos de trabajo y decenas de miles de ejecuciones que serían una inversión en terror de cuyos beneficios el franquismo viviría durante años.” (Barroso, 2022, p. 143)
Es decir, ya los fascistas habían ganado, aun así, instrumentaron toda una maquinaria de exterminio, vilipendio y persecución. Franco después de ganar la guerra, quiso exterminar a la mitad de España que era la que no pensaba como él y si no, por lo menos, aterrorizarla, amendrentarla hasta los huesos, hasta lo más profundo de su ser, sin ninguna justificación porque hasta en las peores guerras, una vez que hay un ganador, se procede a la reconciliación y al indulto o por lo menos al armisticio. Hasta los nazis dejaron de ser perseguidos.
“La guerra se prolongó para nosotros en la cárcel de tu tío. Seguíamos en guerra, aunque ya hubiese oficialmente concluido, también porque al amanecer oíamos los disparos procedentes de la tapia del cementerio…”
El cine
Por último, aunque este elemento no era argumentativamente importante, no quiero dejar de mencionarlo: La novela de Chirbes le hace varios guiños al cine. El cine se convierte en el gran paliativo frente a la desgracia y en lugar donde suceden muchas cosas, como un termómetro del pueblo.
A pesar de que es apropiado por los fascistas, Ana y su hija encuentran en el cine un escape a la realidad que las atormenta. Una y otra vez el cine es mencionado como instrumento de resistencia, no desde la parte creativa, sino como espectador.
“Tuvo que llover mucho antes de que tu padre pudiera ir al cine y recuperase el buen humor. Luego le duró poco. Aquel primer invierno después de la guerra pasamos mucho frío. No teníamos picón para el brasero, ni leña para la chimenea. Aún no sé cómo conseguimos resistir en casa. La gente se metía en el cine, porque allí al menos se aguantaba el frío. El cine era barato, más que encender el brasero, pero nosotros no podíamos ir porque al final de la película sonaba el Cara alSol y a tu padre le repugnaba tener que ponerse en pie con el brazo en alto. Además, siempre se arriesgaba uno a sufrir alguna provocación. A Paco, el vecino que se escondió en nuestra casa al volver de la guerra, su propio suegro lo insultó en el cine y luego lo sacaron a empujones entre cuatro o cinco. Su suegro había dicho a voces: «Ningún hijo de puta rojo tiene que manchar el Cara al Sol con sus babas.»”
Sin duda Celia Rico, hace su propia lectura de la novela y aunque en principio podríamos decir que la reduce, si lo analizamos detenidamente, no es así, salvo los detalles que acabo de mencionar (familia, taller, cine, vilipendio que quizás, incluso, no van con esa reinterpretación de la historia). La directora sevillana, simplemente construye su propia exégesis de la novela y es la que lleva a la pantalla de muy buena manera. De hecho, la manera en que Rico hace suya la novela, le da trascendencia a su obra.
Al hacer estos cambios, pareciera que la historia cambia radicalmente en cuánto a su sentido, pero me parece que no es así, tal vez pierde intensidad y contundencia hacía el lugar donde Chirbes la quería llevar, pero al incluir, Rico, otros factores, compensa la experiencia. Si es Isabel o es Antonio el poseedor de la buena letra, el pequeño burgués aspiracional dispuesto a todo por ascender en la escala social, no redunda, creo, en el mensaje final de la historia.
Chirbes, con su obra, hace un reclamo enérgico sobre la injusticia y la traición que vivieron (y de alguna siguen viviendo, porque la justicia no ha llegado) los republicanos que lucharon hasta la muerte, el exilio o el vilipendio, por un país de libertades e igualdad.
El olvido fabricado desde las estructuras del poder, con su maquinaria de terror, no sólo para callar e invisibilizar, incluso exterminar, a los vencidos, sino que además para construir una historiografía versionada e incompleta de España. La política pública de la desmemoria —por eso los mexicanos no nos debemos de sorprender, ni mucho menos, por la indignación que causa que exijamos la construcción de una memoria histórica de los sucesos que comprendieron la invasión y colonización española en nuestro país. La memoria es una institución desconocida para los españoles, no han podido revisar ni los daños que se hicieron entre ellos y los agravios de lo que algunos autores llaman el holocausto español—.
“Cada vez que se abre una fosa común de asesinados por el franquismo, al mismo tiempo se abren demasiadas bocas exclamando que no se remuevan las heridas del pasado. Realmente el problema nunca ha sido que estemos obsesionados con el pasado. De hecho, más bien al revés, preferiríamos dejar de mirar a aquella época de blanco y negro en la que España y los españoles perdieron tanto. Son precisamente aquellos que nos acusan de estar obsesionados con el pasado los que más ansían volver a tener algo que se parezca a lo que hubo. A nosotros nos encantaría poder dejar esa etapa oscura atrás, sin embargo, no nos dejan. Porque el dolor no es algo que se esfuma si lo escondes. Es algo que vuelva y no deja de reaparecer hasta que lo curas. Ese es el verdadero problema que a España nunca le han dejado curar sus heridas.” (Barroso, 2022, pp. 155-156)
En España no se plantea, ni a nivel de chiste de cantina, llevar a juicio (simbólico, porque los principales artífices han muerto) a los responsables de la dictadura y sus fechorías, a pesar de que se siguen encontrando fosas comunes llenas de restos humanos y siguen apareciendo tantas historias de terror; a pesar de todos los agravios irreparables, de los 40 años de retraso cultural y económico que España tiene con respecto al resto de Europa occidental.
Por el contrario, hubo franquistas que siguieron en el poder hasta el último de sus días, e incluso, si alguno sigue vivo y no sigue en el poder es porque ya es demasiado viejo o se cansó. Franco está sepultado en una tumba monumental y, aunque parezca exagerado, la mitad del país cree que fue un buen gobernante. No es difícil oír todavía a alguien en la calle decir: “con Franco esto no pasaba”.
Estos gestos sólo se puede explicar por la ausencia de un ejercicio de memoria histórica, aunado a la falta de educación de amplios sectores de la sociedad, producto de esos 40 años de retraso cultural y de censura. Hasta nuestros días en España hay una política latente de censura, administrada por los tribunales del país.
“—¿Cuándo se empezó a joder esto, Eduardiño?
Quien así habla es Antonio Madalena, el antiguo chofer —ellos le llamaban mecánico— de mis abuelos paternos que tenían un Seat I500. Ya jubilado y arrastrando una hernia, un infarto y una nariz roja por el clarete de Cigales. Antonio es un animal político [aquí no sé si el autor lo dice por bestia o por Aristóteles, tristemente creo que lo dice por el estagirita].
—No lo sé, Madalena, yo ya lo recuerdo todo jodido.
—Ah no. Eso no. Antes las cosas eran como tenían que ser. Aquí con Franco no se aguantaban tonterías.
—Ya Madalena, pero Franco era un dictador.
—Ni dictador ni dicta nada. Franco sabía mandar.
—Eso si, —dije yo, soñador.
[…]
—¿Y luego tú qué?
—Pues yo sigo con lo mismo, editando libros.
—Pero que manía. Tanto libro, y para qué. Al final si te quieren joder, te joden igual…” (Riestra, 2023, pp. 90-91)
Bajo este panorama, siquiera pensar en hacer un ejercicio de memoria histórica respecto de la dictadura franquista es casi imposible. España le ha apostado a la desmemoria, no al olvido. El olvido y la reconciliación requieren un trabajo de revisión histórica, de recuento de daños, y de Justicia, massea simbólica. La desmemoria no requiere nada, más que voltear para otro lado, ocultar los hechos y tergiversar la historiografía.
“Lo que pide la memoria histórica es algo tan sencillo como poder llorar a muertos que no pudieron ser llorados. No se trata de revancha, ni siquiera de justicia —para eso tal vez sí pasaron demasiados años—, sino de simple humanidad. De saber donde están enterrados los hermanos, los tíos y los abuelos de una generación entera de españoles que crecieron en el frío silencioso de una dictadura criminal. No se trata de reavivar viejas luchas. Se trata de poder reconciliarse con la historia de nuestro país. Porque mientras cunetas estén llenas de españoles asesinados, nuestra democracia seguirá vacía. Porque no se puede construir nada digno sobre un suelo plagado de fosas comunes en las que están enterrados decenas de miles de españoles que fueron asesinados, no sólo durante la guerra, sino durante la dictadura, simplemente por no comulgar con el régimen.” (Barroso, 2022, p. 157)
Así que, quizás nunca llegue a haber justicia, la justicia que Chirbes exigió cada instante de su vida, pero en esas circunstancias tampoco habrá olvido ni perdón.
“A veces me paraba a pensar qué deprisa nos habíamos olvidado de todo. También pensaba que, en cuanto las cosas se quedaban atrás, dejaban de ser verdad o mentira y se convertían sólo en confusos restos a merced de la memoria. No había nada que salvar. El tiempo lo deshacía todo, lo convertía en polvo, y luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo.”
Rico, sin dejar de lado este asunto de la memoria de los perseguidos, se centra en la condición de la mujer española en ese terrible momento, un cariz valioso que enriquece la historia. Una mujer que no sólo sufre el fascismo y las condiciones de precariedad de la posguerra, sino que ademas sufre el patriarcado. Las mujeres en aquella época sólo podían cocinar, tejer y callar, dice la directora y es parte de la desmemoria de la que Chirbes se duele, pero desde otro punto de vista. Dos revisiones importantes y necesarias de la historia de España que lejos de ser incompatibles son complementarias, al grado de que la una no debería de existir sin la otra, como lo hace patente la directora.
Desde mi forma de ver la vida, creo que Chirbes enaltece al personaje de Ana, que es el único que se mantiene firme y digno durante toda la historia, llena de tragedia y miserias. Ana no calla porque debe, que eso no quiere decir que la sociedad no estuviese planteada así (relegando a la mujer a una posición secundaria), pero creo que, en este caso, Ana calla, cuando calla (no siempre lo hace), porque entiende que es la mejor forma de no agravar la situación familiar. Ana tiene una extraordinaria consideración por lo demás, nadie la obliga a ser considerada y empática, ella lo hace porque así se lo dicta el corazón. Ana es la única que nunca —y cuando digo nunca es nunca, ni con los traidores— deja de ser solidaria, de anteponer el interés colectivo que es la familia, a cualquier otra situación, interés o circunstancia. Ana es la mejor de las Españas.
También creo que aunque Isabel es la principal villana en la novela, Chirbes no exculpa, para nada, a Antonio, y lo hace villano en el mismo nivel de su mujer, o incluso a un nivel superior. El único problema es que lo mata antes y a lo mejor, con la muerte de Antonio lo exculpa, indirectamente.
“Paco, tu padre y él siguieron yendo al fútbol los domingos, aunque tu padre iba, cada vez más, a regañadientes, porque era en el campo de fútbol donde veía cada semana a su hermano y enfermaba de recuerdos. No soportaba divisarlo al otro lado del terreno, en la tribuna, vestido de traje y chaleco y ofreciéndole un puro a Mullor. Yo me acostumbré a no dirigirle la palabra el domingo por la noche. Ese día se acostaba sin cenar.”
Para sustituir a Antonio, habrá un nuevo villano masculino, que será el hijo de la propia Ana. Una nueva generación que renovará la traición sobre la tumba de su padre, en aras de la plusvalía y el rendimiento financiero. Mientras que la hija mujer, la niña inocente, es otra, que crece y en el sufrimiento y a pesar de ello también se mantiene digna (y miserable, estos dos elementos en el capitalismo son casi inseparables) hasta el ultimo momento.
Hay un detalle que pareciera anecdótico, pero es muy representativo del sentir del escritor: Para la segunda edición de la novela, Chirbes elimina el último capítulo de la primera edición, un episodio en el que Ana se reencuentra con Isabel, y en el que Ana la sigue cuidando, tragándose todo rencor, vamos, no hay siquiera un reclamo de nada, a pesar de que las afrentas continúan.
Chirbes dice, al justificar la eliminación de este capítulo, que el lector no se podía quedar con esa sensación que transmite el capítulo suprimido en la segunda edición, de que el tiempo lo cura todo y traerá la justicia que no trajo la acción del ser humano.
“Si cuando escribí La buena letra no acababa de sentirme cómodo con esa idea de justicia del tiempo que parecía surgir del libro, hoy, diez años más tarde, me parece una filosofía inaceptable, por engañosa. El paso de una década ha venido a cerciorarme de que no es misión del tiempo corregir injusticias, sino más bien hacerlas más profundas. Por eso quiero librar al lector de la falacia de esa esperanza y dejarlo compartiendo con la protagonista Ana su propia rebeldía y desesperación, que al cabo, son también las del autor.”
Mantener ese capítulo lo hacía sentir que se podía interpretar como que no hacía falta hacer un recuento de los daños, un repaso de los hechos que causaron tanto daño a unos, agravios sobre los que se cimento la fortuna de los otros. Que se podía olvidar así nomás, sin curar las heridas. Y por eso decide quitarlo, porque el consideraba que no debía de ser así, debe de existir un ejercicio de memoria y de reconocimiento de los daños para poder llegar al perdón. Y decide terminar la novela con Ana esperando, esperando a que le hagan justicia algún día.
“No podía evitar que me diesen envidia los que se fueron al principio, los que no tuvieron tiempo de ver cuál iba a ser el destino de todos nosotros. Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha, y he llegado a saber que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora, espero.”
Celia Rico tiene todas las condiciones para ser la mejor directora de cine español de esta época, y no me refiero a ganar un Goya o más, sino trascender de verdad en la historia del cine español, porque tiene una extraordinaria sensibilidad para transmitir mediante el lenguaje cinematográfico las emociones más profundas; pero para lograrlo, también creo que tiene que asumir mayores riesgos y no me refiero a riesgos artísticos, que con esta película ha probado que es capaz de eso y más. Me refiero a salir de su zona de confort, asumir riesgos políticos, posicionarse de frente y sin miedo, como Chaplin, como Buñuel como Berlanga y como todos los verdaderamente grandes cineastas que han tenido que posicionarse políticamente y asumir riesgos, incluso de censura, exilio y persecución, pero con son los imprescindibles de todas las épocas.
No se pierdan, si tienen oportunidad de verla, La buena letra de Celia Rico, que se estrenó en cines en España el 30 de abril.
NOTA: Las citas que no tienen referencia son extractos de la novela. Y los fragmentos al inicio de las partes que componen el presente trabajo son pedazos de la canción Los olvidados de Pedro Pastor, con la que por obra de la casualidad me crucé justo cuando escribía este texto, aunque al parecer la canción ya tiene su tiempo.
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Bibliografía
Barroso, A. (2022). Patria digna. La España que intentaron robarnos. España. Penguin Random House.
Benjamin, W. (1991). El Narrador. Taurus Ed., Madrid. Traducción de Roberto Blatt
Chirbes, R. (2021) Diarios. A ratos perdidos 1 y 2, Barcelona, Anagrama.
Riestra, E. (2023). El negro de Vargas Llosa. Rioja, España. Pepitas de calabaza.