“El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca.”
Los poemas que más me gustan, después de los revolucionarios y reivindicativos, son los poemas de la cotidianeidad. La primera que vez que oí —porque alguien lo estaba leyendo— Elogio del jabón del gran José Emilio Pacheco, o leí Oda a la goma de borrar del otro grande Enrique González Rojo, quedé igualmente impactado por la increíble habilidad que sólo seres extraordinarios tienen de hacer poesía de las cosas aparentemente simples y cotidianas. Jamás hubiese imaginado, sólo hasta entonces, que algo tan bello pudiese surgir inspirándose en un jabón o en la goma de borrar. Sólo hasta entonces entendí el sentido de la poesía, el poder y los verdaderos alcances del lenguaje, la razón de escribir, el significado de la originalidad.
Parafraseando a Nietzsche: Lo que distingue las mentes verdaderamente originales no es que sean las primeras en ver algo nuevo, sino que son capaces de ver como nuevo lo que es viejo, conocido, visto y menospreciado por todos.
Hacia ese camino van Los pequeños amores de Celia Rico, que se estrenó en la pasada edición del Festival de Málaga de cine español, donde ganó la Biznaga de Plata Premio Especial del Jurado, que creo es otorgada a la segunda mejor película del certamen (después de Segundo premio de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez), y la Biznaga de Plata a la mejor interpretación femenina de reparto por la actuación de Adriana Ozores.
“La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura.”
Los pequeños amores plantea un momento en la vida de dos mujeres que son madre e hija: Ani (Adriana Ozores), la madre; y, Teresa (María Vázquez) la hija de 42 años. Ani ha sufrido una caída que la tiene incapacitada y con muletas, por lo que Teresa decide regresar al hogar familiar para ayudarla en esos días difíciles; y luego hasta renunciar a un viaje probablemente romántico —a esa edad que es tan difícil conseguir viajes románticos—, para no abandonar a Ani a la mitad de su recuperación. Ella intenta escabullirse, tibiamente, pero la reacción manipuladora de Ani, y la culpa injustificada que siente, son suficiente para convencerse de que es mejor cancelar.
“El remordimiento es como la mordedura de un perro en una piedra: una tontería.”
Ani es una madre controladora, directa, franca, manipuladora, a veces un poco calculadora y chantajista, prisionera de sus ideas, aparentemente dura (porque en realidad finge esa dureza), que se encuentra sola, extraña a su hija a la que sin duda quiere, aunque tenga esa extraña forma de manifestarlo. Todo lo busca en internet y procura no gastar.
“Algunas madres necesitan tener hijos infelices, pues de otro modo su bondad maternal no puede manifestarse.”
Teresa es una mujer independiente que trata de comprender y tener paciencia con su madre, pero después de una relación de 42 años no es sencillo hacerlo, la cuerda de la tolerancia se ha tensado mucho por mucho tiempo de tal forma que aflojarla no resulta tan fácil. Teresa, a veces, prefiere ya no discutir y opta por darle por su lado a la mamá, ella siente un poco de culpa por tener su propia vida y haberse alejado de la madre. Teresa también está preocupada por su futuro (el de ella), pero también por su pasado, por saber si tomó las decisiones correctas. Teresa no sabe si llorar por lo que pasó o dejó de pasar, o por lo que viene. No sabe si llorar por lo que ya sucedió o por algo que apenas va a pasar.
“La edad de casarse llega mucho antes que la de quererse.”
La película tiene una trama sencilla, parece que la historia no tiene un fin u objetivo concreto, porque quizás no lo tiene; no hay suspenso, no hay intriga, no hay ninguna musa (no sé si escribir “o muso”), ni corazones rotos o amores prohibidos, ni grandes amores con sus Romeos y sus Julietas, ni nacionalismos perniciosos y recalcitrantes, o abanderamientos hipócritas de causas perdidas, ni superhéroes o villanos inmortales, o alguna otra herramienta de las que usualmente se utilizan para facilitar el flujo de las emociones en la audiencia o mantener al espectador identificado con la trama o atento y la expectativa del desarrollo de la misma.
“Es sencillo hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil hacer que sean sencillas”
Es una película minimalista, que nos habla de la relación entre una madre promedio con su hija promedio, en su cotidianeidad promedio, sin eventos espectaculares: nadie muere, nada se quema, esta vez el mundo no se encuentra en peligro de extinción ni los rusos planean un ataque nuclear; pero es una película muy bien llevada, extraordinariamente bien dirigida, de tal forma que no necesitamos ningún artilugio simbólico, sensacionalista o identitario para mantener la atención y disfrutar de la historia.
“El gran estilo nace cuando lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme”
Las actuaciones son estupendas, no es gratis que Adriana Azores haya ganado la Biznaga de Plata a mejor actuación femenina y quizás, por no polemizar, el Jurado no declararó un empate con la interpretación de María Vázquez, y otorgó dos Biznagas a mejor actuación femenina, a la misma película, aunque nadie hubiese opuesto alguna objeción.
Solamente con actuaciones de este nivel, una historia cotidiana puede suplir la ausencia de otros símbolos o herramientas emocionales que provoquen el interés en la misma. En cada conversación entre madre e hija, que muy frecuentemente se convierten en pequeñas peleas o discusiones, las actrices, gracias a sus interpretaciones, le dan un toque contundente de realismo a las escenas, y es este realismo, esta capacidad de expresar o representar lo cotidiano sin exageraciones ni ausencias, el gran valor de la película.
El guion hace su trabajo, el guion es redondo, pero hay veces que por muy bueno que sea requiere de un gesto facial casi imperceptible, de una forma de pararse o sentarse en el escenario, de mirar, de abrir los ojos, o cerrarlos, para darle ese efecto de realismo indispensable.
“El pensador sabe considerar las cosas más sencillas de lo que son”
El otro gran valor de la película, y que es lo que hace el complemento perfecto para volverla un poema de la cotidianeidad es el guion. El guion es maravilloso, las conversaciones son completas, están llenas de realismo, todos los espectadores, gracias a este realismo en los diálogos, que no es fácil conseguir, se van a sentir identificados con las situaciones del filme.
La otra virtud del guion es la forma en que los diálogos y las peleas, se combinan muy acertadamente con pequeños amores: con canciones —el mejor pop indie español se encuentra muy presente en la película— y fragmentos literarios oportunos, lo que le da un toque artístico – poético sin pretensiones de intelectualidad o soberbia al filme.
No se puede dejar de mencionar la otra gran actuación, que es la de Aimar Vega, que hace de Jonás, un chico que accidentalmente llega a diversificar la dualidad madre hija que absorbe la película. Jonás es un muchacho joven que quiere ser actor, pero que mientras lo consigue, ha llegado a la casa de Ani, contratado por Teresa, como ayudante del pintor al que se le ha encargado pintar la casa de la doble dualidad madre-hija, amor-odio, pasado-futuro. Jonás es ese joven que fuimos y que quisiéramos volver a ser y se podría sospechar fundadamente que existe una ligera atracción mutua entre Jonás y Teresa, pero los binomios en la película ya estaban todos dados, no había espacio para uno más.
“Donde no puedas amar, pasa de largo.”
Teresa, independientemente de la lucha cotidiana con su madre, tiene el conflicto existencial propio de la edad que tiene. Esa edad en donde todos hacemos un recuento, un análisis de nuestra vida en este mundo capitalista en el que nos han hecho creer que lo que no hicimos antes de los cuarenta ya no lo haremos; que nos dice que la vida se va con nuestra capacidad de procrear o de producir y de trabajar 14 horas diarias sin quejarse, en la mejor expresión de la auto explotación a la que nos sometemos voluntariamente pensando que las cosas algún día mejorarán —50 años después nos daremos cuenta que no fue así—.
“El hombre se define como ser que evalúa, como ser que ama por excelencia”
Pero también, además de la perspectiva desde la que nos debemos evaluar, el capitalismo nos impone indicadores de éxito y fracaso, que vuelven más complejo el análisis: a los 42 años ya debemos de tener casa, aunque sea rentada; por lo menos vehículo, massea (aunque sea en oaxaqueño) una motoneta italiana; tenemos que estar casados y mínimo con dos hijos, por lo menos arrejuntados, amancebados, las hijas son innegociables, dos futuros obreros de la auto explotación para que la máquina no pare y próximos clientes del mercado, feligreses de nuestro santo padre el Consumo, la vida no se puede entender sin el consumo. Tenemos que ser, por lo menos, jefe de alguien en la oficina y tener el reconocimiento de la sociedad o por lo menos de nuestros compañeros de trabajo. Si a los 40 no hay alguien más abajo de ti con el que puedas desahogar tus frustraciones, al que le puedas ordenar, con el que te puedas desquitar, como persona fracasaste.
“…el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, es una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es un tránsito y un ocaso…”
En medio de este análisis propio de los cuarenta, aparece Jonás en la vida de Teresa, y Jonás se convierte en el espejo de la nostalgia, de lo que fue, pero lo que es peor, de lo pudo haber sido y de lo que difícilmente podrá ser. Jonás es la vista retroactiva y nostálgica de Teresa. Un elemento que hace más mortificante el examen de los cuarenta o que quizás le otorga la tranquilidad para ver las cosas con sensatez y menos clasificaciones capitalistas del éxito y del fracaso.
“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño.”
Los pequeños amores son los que hacen significativa e importante la vida, independientemente de que hayamos cumplido o no, con los indicadores impuestos por el capitalismo. Los pequeños amores son los indicadores que el capitalismo no valora, son esas canciones compartidas, ya sea por WhatsApp o frente a frente, los poemas leídos en voz alta por el gusto de compartir o en silencio para el goce del espíritu, los pequeños amores es un paseo en bicicleta por el campo, o un baño en un lago solitario.
“El destino de los hombres está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices.”
Pero los pequeños amores también son esas pequeñas batallas diarias con nuestras madres, los fracasos existenciales, los sueños rotos y la consciencia de lo que quizás jamás será.
“Lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, – hacia el mal.”
Porque en el amor como en la vida, no todo es rosa, no todo es bonito, el amor se construye de distintos momentos que habrá que disfrutar y llorar, porque la vida es así, porque en este mundo el mal jamás será erradicado y como las teorías orientales del Yin y del Yang, tendremos que renunciar a la vida perfecta a la erradicación del mal y más bien buscar la forma de convivir con él, buscar la armonía y el equilibrio en la consciencia de que el mal es parte de un todo. La vida es eso que pasa mientras intentamos sobrevivir al capitalismo lo más dignamente posible.
Gran cosa es tener la capacidad de retractarse.
Poseer el combustible necesario para dar marcha
atrás.
Lucir la valentía de desdecirse,
humillar la petulancia
de pretender hablar desde el púlpito de la tinta,
con un ademán autocrítico
que transforma los dogmas
los yerros
la retórica
en un rebaño de virutas perfumadas.
Fragmento de Oda a la goma de borrar de Enrique González Rojo
Anécdota
A pesar de su “simplicidad” o quizás por eso, Los pequeños Amores fue la película que más me gustó de todo lo que vi en el Festival de Málaga. Al finalizar la proyección, como usualmente sucede, hubo una rueda de prensa, en la que aproveché para hacer la siguientes preguntas:
Yo: Me parece que el guion es lo que le da una potencia importante a la película. En este sentido, quería preguntar: Hay varias referencias, dentro de la película y en particular del guion, referencias literarias, no solo de imagen sino de lecturas, quería saber si tienen alguna intención, si van hacia algún lado o simplemente son lecturas que escogiste porque te gustan. Y también en cuanto a la música… hay, yo lo sentí como una inquietud de la creadora de tratar de mostrarle al público cuáles son sus gustos o sus preferencias musicales y literarias, pero quisiera en ese sentido confirmar un poco qué pasó.
Celia: A veces en las películas están llenas de deseos de cosas que una quiere filmar, y realmente yo tenía un deseo de filmar a alguien leyendo en voz alta, que es algo que me gusta mucho. A veces responden a eso, a como a pequeños deseos, pero sí que había como… en la película hay varios elementos que de alguna manera intentan como sí… como asomar ahí… como ventanitas de la ficción ¿no? Los libros, las canciones o el cine ¿no?, la película, el cine de verano e incluso el personaje que interpreta Aimar que quiere ser actor ¿no? y llora, pero llora de mentira y pensaba un poco, cómo, bueno, de alguna manera la película se construyen en base a las expectativas, un poco el balance que hace el personaje de María, que tiene pues 42 años y es un poco el balance de las decisiones que ha tomado, a donde la han llevado, cuáles son las expectativas que tenía, las expectativas que deposita la madre sobre la hija, pensaba cuánto hay de ficción en todo esto, cuánto tiempo nos pasamos proyectando las cosas y esos relatos que al final no nos conectan con lo que nos pasa de verdad y quería que hubiera pues un poquito de todo eso.
Y la literatura pues un poco como el cine, que a mí… bueno hay muchas películas, hay muchos libros que me acompañan, que me hacen a veces incluso sentirme menos sola o sentirme conectada y otras veces de repente pienso ¿cuántos estereotipos ha creado el cine y la literatura? Y pienso: uy qué perverso, también puede ser… y eso, esas grandes obras de la literatura que yo he estudiado y que me apasionan y me encantan, de repente, pues me encanta que una mujer, que una madre que se supone que no lee tanto, pueda decir una gran verdad como: “todos los personajes femeninos tienen que acabar igual” ¿no? Y me me gusta mucho como esa doble relación con la literatura desde alguien que ha estudiado a alguien que no y como meterlo por ahí, un chico que de repente coge un libro y se pone a leer; y me gustaba que fuera así; que sí que están elegidos un poquito, que fueran las ilusiones perdidas que… bueno y creo que tiene también que ver con la película; luego, el libro que lee el personaje de María al de Adriana al final se llama “Hijas y amantes”, y hay un tema de hijas y amantes por aquí; Y el poema de Emily Dickinson que le envía el amante, pues es poema sobre… que se llama La esperanza tiene alas, que es un poco… bueno sí hay como diferentes elecciones por ahí, que sin quererlos como contar más pues tienen sentido para mí, y lo meto por ahí como puedo y las canciones igual también…
La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona melodías sin palabras,
y no se detiene para nada,
y suena más dulce en el vendaval;
y feroz tendrá que ser la tormenta
que pueda abatir al pajarillo
que a tantos ha dado abrigo.
La he escuchado en la tierra más fría
y en el mar más extraño;
mas nunca en la inclemencia
de mí ha pedido una sola migaja.
La esperanza es esa cosa con plumas de Emily Dickinson.
NOTA: Todas las citas son de Nietzsche.
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