Entonces la bruja Raimunda les dijo al Rey Orlando y a la Reina Josefina en una de sus visitas a palacio: “Tendrán tres hijas. La mayor se llamará Margo y será un búho sabio y soñador, pero con una vida como una cabellera enrulada. Será melancólica pero tendrá estudios. Será una mujer letrada. Eso la volverá más retraída y vulnerable. Pero también poderosa. La segunda se llamará Bendita, y lo suyo será gozar de la vida marital y de la agricultura y los sabores. Del cultivo de la tierra y de las brazadas en el lago. La más pequeña, Brígida, será impertinente, segura y golosa. Pero heredará la templanza de su padre.
Los reyes Orlando y Josefina quedaron perplejos. Jamás imaginaron que una bruja les podría anticipar cómo sería su familia de modo tan preciso. Jamás imaginaron que tendrían justamente tres hijas. Jamás imaginaron que su familia estaría integrada por mayoría casi absoluta de mujeres. Y que todas serían tan distintas. Hasta opuestas en su temperamento y sus inquietudes. Pero que fueran tres hijas era mejor que una sola porque de ese modo se podrían entretener jugando entre ellas. A la escondida. A la mencha venenosa. A la rayuela. Y de adultas serían una buena compañía las unas para las otras. Era importante crecer juntas con amor. Y de adultas podrían sentarse a conversar alrededor de un hogar a leña sobre sus vidas. A contarse historias. A conversar acerca del reino. Acerca de las fiestas que darían en sus palacios.
La Reina Josefina efectivamente concibió una primera hija. Tal como lo había pronosticado la bruja, le pusieron de nombre Margo. La bruja al advertirles de su futuro, también se los había dictado. ¿Era una orden o era una profecía? ¿La bruja querría poder? ¿más del que tenía? ¿Había tenido acceso la bruja Raimunda a La Verdad? No obstante, obedientes o crédulos, comenzaron a suceder algunas cosas ciertas de lo que les había profetizado la bruja.
Dos años más tarde, la reina volvió a quedar embarazada, y tal como se los había adelantado la bruja Raimunda, le pusieron de nombre Bendita. Llegaba a este reino como una bendición. Por el momento, la premonición seguía cumpliéndose al pie de la letra.
Y año y medio después nació Brígida. Era una bebé a la que no le costaba repartir sonrisas por todo el palacio. Hacía sonreír y conquistaba a todos con su simpatía. A su vez hacía reír a la mucama, a la planchadora, a las costureras, a los pastores, a las bordadoras, a las tías, al guardia del puente levadizo, al perrito de la Reina Josefina, que se llamaba Ron. Así sería para siempre Brígida. Puro bienestar en compañía de otros. Hacía sentir a gusto a cualquiera que llegara a palacio porque se expresaba como si solo lo hiciera para una persona en particlpar.
Las vidas de Margo, Bendita y Brígida, transcurrieron entre juegos, paseos y en visitas reales a lo de sus primas. Eran tres hermanas y tenían un carácter, una educación similar a las de las tres princesas que había pintado la bruja Raimunda en su brujería. Pero ¿las habrían educado sus padres de ese modo para que se ajustaran sus vidas a las de una hechicería? ¿no sería al revés, que la profecía se cumplió porque los reyes fueron obedientes? Las tres princesas corrieron aventuras, se treparon a los árboles, hicieron grandes partidos para jugar al cricket, salían a pescar sardinas para luego hacer conservas, organizaban fiestas para animar al reino, que era bastante monótono en sus entretenimientos. El juego del cricket se los había enseñado su padre. Practicaron toda su vida de niñas con este entretenimiento. Y lo compartían todo. Desde la leche con canela que se tomaba por las tardes en palacio, las habas, el dulce de naranjas, los dátiles, las ciruelas, las nueces y las anchoas cubiertas con perejil, tomillo y ajo. A ellas no les gustaba el ajo. Porque les dejaba mal aliento. Por más que se cepillaran los dientes, el olor a ajo no se iba. Y no se iba. Porque llegaba de una zona más profunda del cuerpo. No estrictamente de la boca. Igual que las mandarinas, que después que uno las ha comido como postre o en el desayuno o en la merienda, dejan un terrible olor a pulpa y gajos. Ese es el sabor que tiene el color naranja, incluso para los pintores: a mandarinas..
Cierta vez, cuando ya eran más grandes, un novio se peleó con Margo por el aliento a ajo que tenía. ¿Cómo iba a besar a alguien que olía tan mal, un olor que le subía desde las tripas, aunque fuera una princesa? O precisamente por eso. Era inadmisible. No. No era una persona comprensiva. A Bendita, que era toda risas, daba largos paseos por el lago de palacio con tres porciones de postre de frutillas con crema, la vida no la dejó en soledad. Pese a que rompió un novio con ella un día que apestaba a mandarinas (que sin embargo no es un fruto maloliente, sino fresco, que huele casi casi a jugo de naranjas). Brígida no se peleó con ningún novio. Era mandona y quería que se cumpliera su sagrada voluntad. Era una líder y había salido a recorrer el reino con una escolta en su caballo Sombra. Ella quería vivir libremente, recorrer mundo. Pero por hahora se conformaba con conocer el reino que a cierta altura de su vida, le tocó gobernar. A su caballo le había puesto ese nombre porque por donde ella anduviera, el caballo la seguía. Parecía su sombra. De ahí que su gran compañero de juegos tuviera semejante nombre tan negro y oscuro siendo tan blanco. Salvo por esa manchita color té con leche en el anca izquierda.
El tiempo pasó. Margo no se casó, pese a que había tenido tres o cuatro pretendientes que terminaron por salir ahuyentados frente a su cuarto de estudio, sus bibliotecas y sus cartapacios, sus globos terráqueos y sus libros de botánica. Bendita sí se casó. Con un Duque con castillo y todo, cercano al de los reyes. Josefina y Orlando miraron a esa pareja con aprobación. Bendita y el Duque tuvieron un largo noviazgo hasta que se desposaron para toda la vida. Esto se los puedo adelantar porque soy el narrador de esta historia. Tengo el poder de adelantarme y regresar en el tiempo de los cuentos porque soy yo quien los escribo. Ni siquiera los personajes, cuyos destinos muevo como si fueran títeres obedientes, tienen esa potestad. Hurgo en recovecos. Reviso roperos, me acerco a la cocina mientras preparan puerco a la parrilla. Espío tras las puertas. Investigo en las habitaciones cuando nadie duerme. En fin, un peligro. La pareja no tuvo hijos pero sí tuvieron una casa enorme, casi como un castillo pero no era un castillo, con muchos animales: cuatro perros dogos, dos canarios, cinco gatos, una tortuga de agua y una tortuga de tierra, un guacamayo y un estanque lleno de peces con colas como tules.
Brígida era temperamental. No era maleducada pero sí le gustaba tener el poder. Habían arreglado con sus hermanas Margo y Bendita que ellas dos heredarían los campos para que los cultivaran. Los reyes le encomendaron a Brígida que se ocupara del granero y de las caballerizas. Porque ella disfrutaba a lo grande de recorrer el lago de palacio. Montar en pelo su caballo. Brígida viviría por el resto de su vida en el castillo del foso color azul caspio. Así fue Brígida. Y le gustaba mucho comer tortas de merengue con crema. O varias fuentes de lemon pie. De modo que una vez que sus padres fueron mayores, octogenarios más precisamente, decidieron delegar el trono en sus manos. Al fin de cuentas, era la más despabilada, la más segura, la más firme de carácter, la que sabía dirigir las finanzas del reino con mano de hierro y ojos que se abrían y cerraban a gran velocidad. Hasta cierta vez debió sofocar con su ejército un levantamiento que había tenido lugar en el reino.Hombres que aspiraban a tener más tierras y llenar de monedas de oro sus faltriqueras se levantaron en armas. Pensaron que el hecho de que al reino lo gobernara una mujer volvería más simple la victoria. Pero no conocían el brazo de hierro de Brígida ni la carrera de su caballo Sombra. El peso de su espada y el grueso de su escudo cayeron con todo el peso de la ley derrumbando ambiciones.
Margo llevó una vida independiente. Se mudó a un castillo igual de grande que el de sus padres, herencia que el rey le tenía guardado en secreto. Pero sus hermanas no se quejaron al conocer esa decisión. Los campos eran tan fértiles que grano que sembraran, grano que se multiplicaba de un modo desmesurado. Cualquier semilla que plantaran de inmediato daba como resultado una espiga de oro para la molienda, flores para vender en el mercado del pueblo, perejil para como picado en las comidas, maíz para sembrar choclos o hacer polenta. ¡Y ajo! A ella ningún pretendiente le iba a decir lo que debía comer y de qué modo hacerlo. Su menú lo conversaba con las cocineras cada semana y se daba sus buenos atracones de rabas fritas debidamente sazonadas.
Margo quería aprender a estudiar y leer. Y el castillo próximo al que había vivido con sus padres, era la residencia maestra de artes y ciencias que sabía de matemáticas, de geografía, de historia y de literatura. Le enseñó a leer y escribir. Margo lo hizo rápidamente, porque era inteligente, imaginativa y preguntona. Toda duda que se le presentara, la maestra colaboraba para orientarla en sus vacilaciones o dificultades. Era una maestra generosa.
Fue así que sus hermanas fueron princesas sin ser ilustradas ni eruditas, como ella. En tanto Margo fue una princesa única en sus estudios y empezó a escribir novelas de caballerías. Sus hermanas en cambio andaban a caballo o remaban en el lago. Con el paso de los años Margo se volvió sabia. Y mejoró notablemente su carácter retraído. Tuvo muchos amigos. Le gustaban las fiestas, o tomar té de menta con tarta de damascos. Nunca se casó. Vivió toda su vida sin saber lo que era amar profundamente a un hombre.
Y ahora la protagonista de esta historia será Margo. Lo digo yo que soy el narrador. Y porque ella por su laboriosidad lo merece. Era una mujer brillante. Brillaba su casa porque tenía mucamas que le hacían la cama, le preparaban guisos de verduras, sopa de municiones con apio y cebolla, repasaban los metales con lienzos, barrían y hasta lustraban los pisos de caoba. También la cebolla era olorosa. Un aroma ácido les quedaba a las cocineras en las manos. Y tenían que ventilar la cocina y el resto del palacio para evitar olor tan espantoso. O, peor aún, el del brócoli y el coliflor cuando los hervían para hacerlos con salsa bechamel.
Como dije, Margo había decidido que además de ser la princesa mayor de las tres hermanas, no quería ser ignorante sino tener día a día mayores cualidades y conocimientos. Quería ser una mujer ilustrada. Supo que le resultaban apasionantes la Historia y la Geografía. La Historia sobre cómo se había creado el mundo. “¿Qué es el universo?”, le preguntó cierta vez a su maestra. “¿Cómo surgió la vida en la tierra?”. Ella se quedó muda frente al relato y la explicación de esta maestra que era casi una naturalista. “¿Es muy grande el universo?”. Pero aquí la maestra con un gesto del cuerpo, extendió los brazos en el aire y abarcó toda la habitación. Margo tuvo una idea aproximada de a lo que se refería su maestra. Ese gesto era una metáfora del tamaño real de la creación. Pero se dio cuenta de que era una palabra tan difícil de explicar y entender, que buscó el modo mediante el cual su cuerpo le permitiera definir a qué se refería con esa pregunta complicadísima. Y si a mí, que soy el narrador alguien me hace esa pregunta, le devolvería la pregunta, haría el mismo gesto de la maestra de Margo y me callaría la boca. Porque soy narrador, no naturalista. Sucede que los narradores y las princesas somos todos muy distintos. Uno habla, y escribe y escribe. Y las princesas disfrutan de la vida. También, si son curiosas, estudian y aprenden. También hacen otras cosas. Porque lo mejor de la vida es construir sólidos lazos con sus amistades y parientes. Estudiar con una maestra para gozar de más conocimientos. Y comer higos en almíbar. Ella no iba a ser maestra. Pero quería ser una princesa conocedera de todo aquello que la rodeara. Del planeta Tierra y de las constelaciones de estrellas que iluminaban el cielo con brillitos. De las hojas del roble y de las vetas del tronco del cedro. Por qué los mosquitos son pequeños y pican. Y por qué los caracoles llevan su casita encima y se meten dentro de ella ante cualquier amenaza dejando un rastro brillante. De dónde llegan los diamantes y qué son las aguasvivas, dónde viven los cormoranes o en qué estación del año los tulipanes florecen.
Brígida y Bendita jamás estudiaron nada. Fueron personas que vivieron en el mundo ignorando en qué consistía y cuál era la teoría de la existencia de los dinosaurios y cómo se habían extinguido. A Margo le resultaba una historia apasionante y pese a que en algunas reuniones en que su hermana Brígida convocaba a tomar un té, hizo el intento de contarles la teoría del Big Bang. Pero sin fortuna. Ellas se desinteresaban de todo lo que no fueran los asuntos del reino y la buena mesa.
Margo, con su cabecita llena de saberes, colaboró con Brígida para gobernar el reino. Fue su asesora de palacio. Margo no era envidiosa ni tampoco competitiva ni malvada. Menos aún cobarde. Era bondadosa pero también cuando se enojaba (siempre por un motivo que lo ameritaba), era capaz de echar de palacio al rufián que había venido a robar o molestar de una patada en el culo cuando los guardias no estaban presentes.
Brígida le enseñó a Margo, eso sí, cómo hacer huevos fritos. Y le mandó dos docenas de huevos colorados cada quince días gracias a las gallinas ponedoras de palacio Y luego una sartén especial para freírlos, no sin antes haber hecho uno delante de su hermana. “¿Ves que es muy fácil?. Ahora freí uno vos misma como prueba”. De ese modo Margo aprendió riquísimas recetas que cocinaba. Desde medialunas, flan de claras, budines de manzana con caramelo, roscas de Pascua.Y sabía hacer dulce de frutas. El de higo era su favorito.
Bendita y su esposo, vivieron siempre en la soledad de su casa majestuosa. No se interesaron por nada del mundo en estudiar, en aprender, sino en comer, comer y comer. En esa casa todos fueron obesos. Y ese sobrepeso hizo que muchas personas se rieran de ellos. Pero no les importó. Se tenían a sí mismos para disfrutar semejante compañía agradable.
Brígida siguió siendo asesorada por Margo. Pese a estar casada, su esposo vivía en las tabernas, de juerga, lejos de palacio. Llegaba solamente para dormir y comer en el almuerzo, al día siguiente. Ni siquiera se levantaba para desayunar. Dormía hasta el mediodía porque se acostaba muy tarde por la madrugaba. Para colmo de males olía a establo.
Margo comenzó a viajar largamente por el mundo. Para empezar fue a Chipre y a Turquía. Conoció países extraordinarios. Ríos con una cascada de la que tomar agua y bañarse cuando no había nadie a la vista. Y también tuvo amigos en abundancia en otros países. Incluso en los cuales se hablaran otros idiomas. Se carteó con príncipes y princesas de otros reinos, aprendiendo el método de cómo potabilizar el agua del reino. Lo que ahorró muchos problemas porque las enfermedades retrocedieron frente a esta avanzada de la civilización.
Aprendió inglés, francés, italiano y chino mandarín. A la larga o a la corta, se entendían. Las hermanas no se pelearon jamás. Reinó la armonía por siempre jamás. Solo que comenzó a distanciarlas el temperamente de cada una.
Brígida vivió para gobernar su castillo. Para dar órdenes claras a los sirvientes de palacio. Se casó engañada. Lo cierto es que se vio en la situación de tener que soportar a un bueno para nada. Debía recibirlo borracho al regresar de sus juergas o de apostar a las carreras de caballos. A las riñas de gallos. Prácticamente desplumó a Brígida. Hasta que su hermana Margo, inteligente como era y tan cariñosa siempre, pero de pulso firme, le explicó que no podía seguir conviviendo con un holgazán. Un bueno para nada. La dejaría en la ruina.
Brígida un día que se quedó despierta hasta tarde y cuando él llegó, le dijo que era un inútil. Lo desterró de su reino y de su palacio. Ella no iba a vivir con atorrantes que no trabajaban ni tampoco se ocupaban de cuidar de su amor. Ella quería un esposo para compartir la vida, no para compartir las cenas.
Bendita vivió en su castillo a solas con su esposo hasta que fueron viejos. Brígida no se volvió a casar jamás. Le bastaba con dedicarse todo el tiempo a gobernar el reino. Y supervisar a quienes se ocupaban de las gallinas, los caballos, los chivos y las ovejas para tejer con mullida lana abrigos suaves para el invierno. Era lo mejor del mundo la libertad.
Y Margo no solo era inteligente y culta. Una mujer preparada para digitar los rumbos de su propio castillo. Ayudar a sus amigos en problemas. Y compartir la vida con toda esa gente maravillosa como eran las damas de compañía de palacio. Jugaba al cricket y leía. Conversaba con las costureras y las planchadoras, de donde se aprende mucho, dicho sea de paso. Las personas de tareas más humildes son las que suelen tener más despierto el seso.
Los reyes no alcanzaron a ver toda esta historia completa. Fallecieron muchos años antes. Pero en lo esencial los presagios y los vaticinios de la bruja Raimunda se cumplieron porque todo fue en ese reino involuntario (las cosas ocurrieron solas, la vida discurrió sin planes, los hechos y las relaciones simplemente acontecieron), pero también deliberado (fue producto del Plan que había trazado la bruja o alguien más poderoso). La bruja como tenía poderes no murió sino que cierta vez asustó a un hombre con sus premoniciones. Cenaba murciélagos, cucarachas, culebras, sapos y cienpiés. Dormía con un cuervo posado en cada hombro. Y fueron las tres hermanas las que decidieron echar a la bruja del reino. Distante de ese reino lleno de amor y princesas honestas. La bruja supieron que en primer lugar gozaba de reírse de los demás (empezamos mal), con una sonrisa como una media luna, socarrona. Las premoniciones de la bruja se volvieron tenebrosas. Y todos estuvieron de acuerdo en expulsarla definitivamente. Aquí termina esta historia. Pero las vidas de Margo, Bendita y Brígida continuaron hasta que fueron viejitas y arrugadas como una uva pasa. Y comenzaron a juntarse con sus hermanas cada miércoles por la noche para cenar y hablar de los avatares del reino. También a jugar al bridge. De su pasado. De sus padres. De los campos que habían cultivado. Y de la soledad que rondaba a Margo y a Brígida. Pero ellas dos fueron también grandes confidentes. Y no hubo secretos en esos dos castillos ni nada para esconder. Es que cuando uno dice la verdad la vida comienza a tener mayor sentido. Las tres princesas que no habían nacido debido a las profecías de la bruja. Sino porque el destino así lo había despuesto. Sus padres le habían creído sus embustes a la Bruja y sus predicciones disfrazadas de magia y poderes ocultos. Pero ella hacía una profecía para que luego fuera imitada por los desprevenidos que la habían consultado. La bruja cayó en el descrédito. Nadie nunca más decidió solicitar sus poderes. Hasta que a estos castillos y a estas princesas, las llegaron a visitar las hadas. Hadas que les enseñaron que la magia debe ser usada para hacer el bien. Para unir destinos. Para animar a los esposos y traer hijos al mundo. Para cocinar pasteles deliciosos de damascos con crema. Porque de otro modo, es causa de estragos, mentiras, falsedades y hasta tragedias. Las hadas velaron por ese reino. Y el mundo fue más diáfano. Por los ventanales de palacio entró más luz, una luz de montaña, el aroma que las fresias emitían fue más intenso. Y las tres hermanas supieron que mentir no deja dormir en paz. Y que en lugar de mentir, comenzaron a hacerles a las hadas promesas que efectivamente siempre cumplieron. El palacio de Brígida se llenó en algunas noches de luna llena, de un polvillo blanco, todo oro y plata.