“And who by brave assent, who by accident
Who in solitude, who in this mirror
Who by his lady’s command, who by his own hand
Who in mortal chains, who in power
And who shall I say is calling?”
Who by fire de Leonard Cohen
Who by fire en inglés, Quién por (el) fuego en español —creo—, Comme le feu en su idioma original, es la película que más me gustó de las presentadas en el Festival de Sevilla de Cine Europeo, que, curiosamente, no ganó nada en este certamen.
El largometraje está dirigido por Philippe Lesage, se estrenó, hace casi un año, en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale), el 17 de febrero del 2024, en la Sección Generation 14Plus, donde sí que ganó el Gran Premio del Jurado de Generation. No tuve la oportunidad de verla en Berlín, no obstante que estuve ahí, y, de hecho, para ser honestos, nunca la tuve en mi radar, a pesar de su paso victorioso por Alemania. Así que fue una muy, muy agradable sorpresa cuando la vi en Sevilla.
Comme le feu es una de esas maravillosas películas que parece que no hablan de nada en concreto, que se concentran en una aparente cotidianidad, sin héroes ni villanos, no hay secretos por descubrir ni intrigas ni romances que sobreviven a las desigualdades del sistema en un mundo alterno; los gringos no tienen que salvar al mundo otra vez, los rusos no han invadido nada ni los musulmanes han matado a alguien.
Es ese tipo de películas que capturan lo ordinario y lo convierten en extraordinario, con tanto arte que te atrapa. La belleza en su realización y desarrollo es tal que las dos horas y cuarenta minutos que dura se pasan, casi, sin darse cuenta. Me recuerda un poco, sin el ánimo de hacer una comparación, a Los pequeños amores de Celia Rico; sólo que, en este caso, el entorno natural y la multiplicidad y diversidad de personajes, potencializa el producto.
A pesar de que no lo parece, en Comme le feu, el director tiene muchas cosas que decir y platea diversos problemas, en apariencia ordinarios, es decir, que a nadie le serán desconocidos; y que va llevando poco a poco y paralelamente, al ritmo de unas, nada fuera de lo común, actividades vacacionales y discusiones de sobremesa.
Albert Gary (Paul Ahmarani), lleva a sus hijos: Aliocha (Aurelia Arandi-Longpré) y Max (Antoine Marchand Gagnon); así como, a un amigo de Max, Jeff (Noah Parker), a pasar unos días de descanso con su amigo y ex-socio Blake Cadieux (Arieh Worthalter) en su cabaña rústica (de Blake), pero al mismo tiempo de lujo, en un bosque impenetrable de tal forma que Blake tiene que ir a determinado punto a recogerlos en una avioneta, después de que aquellos han recorrido un buen trecho de carretera en automóvil.
Albert es un guionista con cierto éxito que trabajo en sus mejores años o sus mayores éxitos con Blake, haciendo, al parecer, una extraordinaria pareja, ya que después de trabajar juntos ninguno de los dos brillo igual. Albert es una persona un tanto insegura, un tanto frustrada, con una alta estima de sí mismo, considerablemente egocéntrico. Es, además, un extraordinario catador de vinos, lo que lo ha convertido en un cierto tipo de alcohólico.
Después de los éxitos al lado de Blake, a falta de proyectos artísticos, tuvo que venderse a la industria del entretenimiento (televisión) y abandonar el arte. En palabras más simples: le vendió el alma al diablo; él pone como justificación de dicha conducta, casi criminal en perjuicio del arte, a sus hijos, pero todos sabemos que esa excusa es tan común como poco sostenible, cuando nadie se muere de hambre en casa y lo que te interesa más bien es mantener cierto estilo de vida y seguir teniendo como hobby la cata de vinos raros.

Blake es un director de cine bastante exitoso… en declive, que después de algunos éxitos ha tenido que replegarse al formato documental. Extraordinariamente narcisista; un tanto hipócrita, de esos que aparentan ser buena onda, pero no lo son, sin que ello signifique que sea una mala persona; inteligente, audaz, un tanto inseguro, machista, competitivo, autoritario, el clásico aspirante a macho alfa de la manada en turno, de los que piensan que llorar es cosa de niñas y que la supervivencia consiste en vivir en una cabaña de lujo con calefacción integrada y matar venados a distancia con rifle con mira graduada.
Aliocha es una muy joven y bella mujer, culta para su edad, clase social y raza. Que empieza a incursionar en esos interesantes juegos de la seducción, no es enamoradiza o al menos no parece tener ningún interés por los hombres que la rodean en ese momento y espacio, sin que ello signifique que sea una chica fría o calculadora; trata de ser madura y sensata, y jugar el papel de hija de familia con las cargas que ello implica.
De Max su hermano, he podido descifrar menos. También parece un muchacho centrado y educado, que se rige por la razón y la ética, al menos es el que da la impresión de tener más presente la cuestión ética en la manada, menos atractivo que Aliocha. Una persona en la que se puede confiar, de sangre ligera.
Jeff es el mejor amigo de Max, se ha colado a las vacaciones familiares de los Gary. Es un chico sensible y torpe en las cuestiones del amor (esto casi siempre va junto), muy probablemente por falta de experiencia en los juegos de la seducción. Celoso, inseguro, imprudente, un tanto inocente, aprehensivo e impulsivo. Una bomba de tiempo, pero inofensiva porque no tiene malicia… todavía, la empieza a descubrir. Quiere ser director de cine y admira a Blake, de ahí que probablemente Max haya querido invitarlo a un espacio que, en principio, se supone más familiar. Jeff se ha rendido ante la belleza de Aliocha, perdidamente.
La historia está llena de personajes lo que la enriquece de una manera brutal. Algunos de éstos ejercen roles más importantes o protagónicos que los otros. En este sentido, existen otros invitados a las vacaciones, personajes secundarios, pero que también juegan un papel importante en la historia, aunque quizás no están tan bien dibujados como los otros y por esa razón pueden pasar desapercibidos. Entre ellos se encuentra la editora de Blake, Èmile (Sophie Desmarais) y un cocinero que además parece ser uno de sus mejores amigos. Con el tiempo aparecerá una pareja interesante, se trata de una actriz famosa que ha participado en las películas de Blake, Hélène (Irène Jacob) y su marido, Eddy, (Laurent Lucas).

La trama la podemos dividir en dos partes, habrá más, pero para efectos prácticos es bueno tomar dos grandes ejes: por un lado, está este reencuentro entre los exsocios y amigos, Albert y Blake, lleno de amarguras y resentimientos guardados, sobre todo de Albert, una cierta dosis de envidias mutuas, y mucha frustración. El otro eje es el enamoramiento de Jeff de Aliocha.
De ambos ejes se desprenderán una serie de situaciones y circunstancias que dan para dos horas y cuarenta minutos de espectáculo. Aunque es una historia común y corriente de nuestros días, es decir, no hay nada extraordinario en la trama, ésta encuentra su grandeza en la forma en la que audiovisualmente, cinematográficamente, la ha contado Philippe Lesage.
La película cinematográficamente es maravillosa. La forma peculiar del manejo de la cámara, por un lado, con secuencias largas, a veces muy largas y sin cortes, con una excelente fotografía; y por el otro, en algunas ocasiones, sobre todo en las comidas/cenas y sobremesas que los personajes hacen alrededor de una gran mesa rústica de madera, con tomas muy cercanas o cerradas, saturadas, con una cámara fija que permanece ahí inmóvil durante larguísimos minutos (que se pasan volando) haciendo sentir al espectador como otro integrante más de la mesa donde se discute acaloradamente.
Las cenas son el punto de encuentro y más bien desencuentro de los personajes, un lugar catártico de donde se desprende y se acelera toda la trama o, por lo menos, la mitad de ésta. Antes de la purificación de las almas vendrá una purga y esa purga tiene como principal escenario esa mesa rústica de madera.
El director decidió hacer una toma extraordinariamente cerrada de la mesa, de tal forma que todos los comensales están en el espacio justo que necesitan para hacer los movimientos propios de la ingesta occidental de alimentos (con cubiertos, copas y esas cosas), es decir, casi están apretados en el cuadro. Si alguno de sus integrantes se mueve un paso para atrás se sale de cuadro. Salvo cuando por motivos de la narración la discusión sobrepasará el territorio de la mesa, y el director tendrá que abrir un poco más la toma, lo justamente necesario para poder captar una discusión que quiere llegar a las manos, ni un centímetro más.

Con esta estrategia es imposible que el espectador no sienta ganas de que Albert le pase la botella de vino, para servirse una copa, entrar en confianza y que se sienta íntimamente involucrado en estas discusiones con las que, además, se puede identificar porque como hemos mencionado, son ordinarias: reproches y críticas calladas, quizás por corrección política; envidias nunca dichas, acusaciones revanchistas e hirientes, sueños rotos, etc. Nada que no se haya vivido en el seno de una mesa familiar o de amigos después del postre.
Hay un momento espectacular en la película que a nadie dejará apático. Se trata de una “fiesta” después de la cena, en donde al ritmo de Rock Lobster de los B52, todos los personajes sacan sus mejores pasos de baile, mientras la cámara los sigue (no individualmente sino en su conjunto) con su ritmo propio, sin pararse un momento pero sin apresurarse demasiado. Después de la cámara fija, viene una cámara en constante movimiento a ritmo de rock, dando vueltas en la habitación a la velocidad precisa, como si fueran los ojos de un invitado más que no quiere perder detalle de los movimientos de cada uno de los concurrentes.
Esa cámara fija, purgatoria, fiscalizadora, cerrada, exclusiva y quizás hasta tensa, de las cenas, se convierte en todo lo contrario en este momento de regocijo comunal, una cámara armónicamente dinámica, que va a su propio ritmo, que por momentos se abre y por momentos se cierra según las necesidades del espectador in situ, un espectador que no está, pero que el director lo considera como si estuviera; inclusiva, que no deja fuera de cuadro a nada ni a nadie, como pareciera que si lo hace en las sobremesas, ni condiciona la permanencia de nadie a que se conserve quieto e impávido. Es ese trabajo cinematográfico lo que hace de Comme le feu una película trascedente.
Las actuaciones están a la altura de la cámara, el ambiente natural de los bosques profundos canadienses, pero también la decoración de la cabaña, hacen de una fotografía muy correcta, otro elemento a disfrutar. Sólo con una muy buena fotografía se puede sostener una película de secuencias largas de más de dos horas y media, con una trama simple sin superhéroes.
Sin ser una aspirante a una de las grandes películas de todos los tiempos, porque tampoco es para tanto, Comme le feu es una de esas grandes piezas cinematográficas que deben ser vistas y que nos darán momentos reconfortantes y esperanzadores de un cine que parece que está muriendo de a poco frente a la industria del entretenimiento, donde los gringos siempre nos salvarán de una tercera guerra mundial a la que, paradójicamente, en la vida real, nos están llevando.
Hay dos detalles que me parece que sobran en la película, al menos a mí no me gustaron, y le quitan la máxima grandeza. El primero es un sueño sobre otro sueño que no tiene ninguna necesidad de ser; y, el segundo, hay una exacerbación de la tensión que rompe con la naturalidad y el ritmo que traía la narrativa, esto se deja ver en dos escenas:
Una de ellas es cuando los machos de la manada se van de caza, hay un momento donde Jeff, que después de admirar a Blake al grado de la idolatría lo empieza a detestar por razones que no les voy a contar, desde la cima de un cerro, sin que Blake lo vea (al menos así parecía), le apunta con la mirilla de aumento de su rifle a la cabeza. El director quiere dar la impresión que está pensando en matarlo —poco creíble según el perfil del personaje de Jeff, que ha mostrado ser totalmente lo contrario durante todo este trayecto de película—. Algo que ya en sí rompe el ritmo narrativo, pero no queda ahí, Jeff no lo hace, no dispara, eso era muy claro. En un momento de distracción pierde de vista a Blake y cuando siente ya lo tiene cogido del cuello arriba en la cima del cerro. Blake lo desarma y también pareciera que lo quiere matar —se supone que Blake se dio cuenta que Jeff lo quería matar— luego se calma y las cosas continúan, la secuencia es bastante absurda. Me parece que no era necesario romper así la estructura narrativa, con estos eventos artificiales, sacados de la manga, ocurrencias de último minuto, que seguramente se hicieron para elevar la tensión del espectador, y de una u otra forma lo logran, pero el precio a pagar es muy alto.
El otro momento de tensión artificial, por llamarlo de alguna manera, es cuando la manada completa se lanza en unas canoas, en parejas, a río revuelto. Omitiré describirlo para no hacer más revelaciones y dejar que ustedes descubran las cosas por si mismos. Sólo hacer hincapié que también pienso que la puesta al límite de los eventos que se suscitarán a ese grado resulta un poco exagerado, tampoco era necesario y demerita el conjunto narrativo.
No dejen de ver Comme le feu, y si es en una sala de cine, mucho mejor. La escena de Rock Lobster no se verá igual ni en el mejor de los home teathers, como dicen los gringos.
TRAILER