Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Más allá del sentido racial y con ello racista que quizás tiene este concepto, porque que sería motivo de un estudio diverso, la Real Academia Española de la Lengua, define filisteísmo, en el sentido que nos interesa abordar, de la siguiente manera:
1. m. despect. Condición de filisteo (‖ persona cerrada a la innovación artística).
Wikipedia dice que filisteísmo es un término peyorativo utilizado para designar posturas conservadoras, particularmente en ámbitos intelectuales y artísticos (…) se aplicaba a las personas vulgares, incultas y sin sensibilidad, y que en la actualidad se encuentra en desuso.
Como se puede observar, por un lado, parece que el filisteísmo se aplica a personas vulgares, incultas y sin sensibilidad, a lo que el arte y la cultura se refieren; pero, por el otro, a personas conservadores en el ámbito artístico e intelectual. Dos campos de acción muy distintos, porque no es lo mismo que quién siendo versado, massea mínimamente, en el arte o la cultura, se niegue a su naturaleza dinámica o de innovación, por razones particulares; a quien simplemente no está interesado en introducirse en el extraordinario mundo del arte y la cultural y permanecer vacío en su corazón y espíritu.
A pesar de que la palabra filisteísmo no es la más adecuada (correcta), el concepto que se encierra en ella, independientemente de lo complejo, diverso o amplio que parece ser, resulta muy interesante, ya que contrario de lo que se piensa, a mí me parece que es de lo más actual y diría, además, que no existe otra palabra en la actualidad que abarque todos sus extremos, de ahí la importancia de retomarla.
La mejor manera de acercarnos al concepto de filisteísmo, de manera rápida, es acudir al libro Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política de Hannah Arendt, que contiene ocho ensayos sueltos, revisados y ampliados, que la filósofa publicó, en su momento, en diversos medios (American Scholar, Chicago Review, Daedalus, Nomos, Parlisan Review, The Review of Politics). El objeto de mi interés se centra en el sexto ensayo, titulado: La crisis de la cultura: su significado político y social.
Arendt dice que la palabra filisteísmo, fue una acusación que los artistas hicieron contra la sociedad; que se usó por primera vez en la jerga estudiantil alemana para diferenciar a los “analfabetos” de los universitarios. Justifica la referencia bíblica, y posible racialización, diciendo que filisteo se utilizó porque indicaba a un enemigo numéricamente superior en cuyas manos se podía caer (los universitarios). Pero, hay que recordar que tanto Arendt como muchos de los intelectuales alemanes que pusieron en boga el término eran judíos y que la referencia bíblica también habla de la enemistad entre esos dos pueblos: filisteos contra judíos.
Hannah dice que cree que el término filisteísmo fue utilizado por primera vez por el escritor alemán Clemens von Brentano, que escribió una sátira sobre el filisteo: Bevor, inund nach der Geschichte (Antes, durante y después de la historia).
“…el vocablo denotaba una mentalidad para la que todo se debía juzgar en términos de utilidad inmediata y de «valores materiales», y que por consiguiente no respetaba demasiado a obras y actividades tan inútiles como las que se dan en la cultura y el arte. Todo esto suena bastante familiar hasta el día de hoy…”[1]
Podemos observar que, en su origen, la primera acepción del término surgió como un reclamo contra la sociedad por su falta de cultura y de interés en el arte; ya que al no tener utilidad inmediata o valor material intercambiable, no resultaba de “provecho” según el pensamiento de los que después serían englobados en el concepto de filisteos. Pero, el concepto no quedó ahí, sino que fue evolucionando conforme cambiaba la actitud de la “sociedad”, o parte de ésta, frente al arte y la cultura, razón por la cual adquirió nuevos significados.
De tal forma, que el término filisteísmo también se empezó a utilizar en otros casos. Todo esto fue resultado del “desarrollo” de la propia “sociedad”, y de su cambio de actitud, respecto del ámbito artístico y cultural. Hay que tener presente que a diferencia de la “sociedad de masas” que vino después, en esta época, estamos hablando del siglo XIX, principalmente; el concepto sociedad no incluía a todos los estratos sociales.
Un desarrollo negativo y no deseado, incluso pernicioso, ya que la “sociedad” de aquellos años empezó a monopolizar la “cultura” para sus propios fines, verbigracia, como signo de posición y de determinadas condiciones sociales favorables, y en la lucha por la posición social. La cultura fue utilizada como una herramienta para el avance personal en la jerarquía social. Allí surge el otro cariz del término: el filisteo cultural o educado.
Así mismo, el filisteo cultural o educado, empezó a utilizar el arte y la cultura para auto educarse “fuera de las regiones bajas, donde se suponía que estaba la realidad, para ascender hacia las regiones más elevadas, las no-reales, donde se consideraba que tenían su espacio propio la belleza y el espíritu.”
En otras palabras, el filisteo cultural, es lo que se conoce hoy en día en mi pueblo como un arribista o un esnob intelectual, trataba de educarse en arte y cultura para fingir pertenecer a un estrato social más alto, que le permitiera huir de su realidad o al menos intentar hacerlo.
“Esa huida de la realidad a través del arte y la cultura es importante no sólo porque dio a la fisonomía del filisteo cultural o educado sus rasgos más distintivos, sino también porque probablemente fue el factor decisivo en la rebelión de los artistas contra los patrones recién encontrados; todos ellos olían el peligro de que los expulsaran de la realidad, para mandarlos a una esfera de refinado lenguaje, en donde lo que ellos hacían hubiese perdido toda significación. Era algo bastante dudoso lo de ser reconocido por una sociedad que se había vuelto tan «refinada» que, por ejemplo, durante la escasez de patatas en Irlanda, no iba a degradarse ni a correr el riesgo de que la identificaran con una realidad tan desagradable usando esa palabra, sino que en la época se refería al tan corriente vegetal diciendo «ese tubérculo»”
Debo decir, a título personal, que no sólo el arribista o el esnob fueron los que utilizaron el arte y la cultura para aparentar determinadas condiciones intelectuales, me parece que haciendo una interpretación amplia del análisis de Hannah Arendt, también filisteos en el sentido primigenio: burgueses con altos ingresos pero ignorantes y otros miembros de las clases sociales que realmente permanecían a otras realidades más amables, empezaron a sentir la necesidad de instruirse en las cuestiones del arte, pero no porque les interesarán las finalidades más elevadas a las que nos puede llevar el arte y la cultura, sino simplemente para tener herramientas para competir o no “quedarse atrás” en el terreno de la lucha de clases que se desarrollaba en el ámbito de la intelectualidad.
Es importante resaltar que el problema del filisteo cultural era la finalidad por la cual se interesaba en el arte y la cultural, de ascenso social o escape de su realidad, o simple competencia, que no solo lo imposibilitaba de apreciar los verdaderos y más elevados fines del arte y la cultura, sino que además pervertía o contaminaba toda la esencial espiritual, toda aspiración sublime que el ser humano puede encontrar en el arte y la cultura, “la condición objetiva del mundo cultural”. Es decir, confundía o distorsionaba las verdaderas finalidades del arte y la cultura y con ello distorcionaba la función fundamental de la cultura y el arte en la humanidad.
“El problema del filisteo educado no era que leyese los clásicos, sino que lo hacía espoleado por la meta posterior del autoperfeccionamiento y no tomaba conciencia de que Shakespeare o Platón podían tener para decirle cosas más importantes que la de cómo educarse. El problema estaba en que esa persona había escapado hacia una región de «poesía pura» para mantener fuera de su vida a la realidad —por ejemplo, algo tan «prosaico» como una escasez de patatas— o para verla a través de un velo de «dulzura y luz».
Arendt dice que, en esas circunstancias, ante el peligro de que el arte y la cultura se desvirtúen y pierdan su finalidad esencial (dar testimonio de todo un pasado conocido de países y naciones y de la humanidad), a causa de la actividad oportunista y perniciosa del filisteo educado, el único criterio auténtico para juzgar los objetos específicos de la cultura y el arte (libros, cuadros, estatuas, edificios y música) es su relativa permanencia e inmortalidad, pero que aun así, al ser apropiados estos objetos de arte por el filisteísmo, su fin fundamental corría el riesgo de perderse.
“En última instancia, sólo lo que perdura por siglos puede definirse como un objeto cultural. El núcleo de la cuestión es que, en cuanto se convirtieron en el objeto de un refinamiento social e individual y de la posición que a él se le acuerda, las obras inmortales del pasado perdieron su cualidad más importante y elemental, la de atrapar y conmover al lector o al espectador a lo largo del tiempo.”
Todos conocemos los productos artísticos bastante deplorables que inspiró la actitud del filisteísmo educado, dice Hannah, de la que se alimentó el kitsch del siglo XIX, cuya falta de sentido de la forma y del estilo tiene una conexión directa con el divorcio de las artes y la realidad. El divorcio de las artes con la realidad, en este sentido, si las artes se divorcian de la realidad, ¿cuál es la imagen y testimonio del pasado que reflejarán a las futuras generaciones?
“La recuperación asombrosa de las artes creativas en nuestro siglo, y quizá una menos aparente pero no menos real recuperación de la grandeza del pasado, empezó por afirmarse a sí misma cuando la sociedad fina perdió su monopolio sobre la cultura junto con su posición dominante en el conjunto de la población.”
En resumen, originalmente se le denominó filisteo a quien despreció los objetos culturales por no encontrarles utilidad inmediata y material o mercantil. Luego apareció el otro cariz del filisteísmo, el filisteo educado que se apoderó de los objetos culturales como valor de cambio, con el que obtenía una posición más alta en la sociedad o mayor autoestima. Esto tuvo sus efectos perniciosos:
“En este proceso, los [bienes] culturales recibían el mismo trato que cualquier otro valor, eran lo que siempre habían sido: valores de cambio, y al pasar de mano en mano se desgastaban como monedas antiguas. Así perdieron la que en su origen es la facultad peculiar de todos los objetos culturales: la facultad de captar nuestra atención y conmovernos. Cuando sucedió esto, la gente empezó a hablar de la «devaluación de los valores» y el final de todo el proceso se produjo con las «rebajas de los valores» (Ausverkauf der Werte) en los años veinte y treinta en Alemania, en los cuarenta y cincuenta en Francia, cuando los «valores» culturales y morales se liquidaban a bajos precios.”
Qué interesante lo que dice Arendt: la vulgarización, o mejor dicho, la banalización y mercantilización de la cultura y el arte lleva, ha llevado a las crisis de valores que ha sufrido la humanidad, al menos la occidental.
Hannah Arendt continúa su ensayo analizando otros puntos interesantes de la cultura y su relación con la sociedad, pero casi no vuelve a hablar del filisteísmo conceptual, por llamarlo de alguna manera. Hay un punto muy importante que toca y del que en principio no quería hablar, pero que resulta de suma importancia y por lo menos habrá que mencionar:
La relación entre cultura y entretenimiento
Se supone que quien tiene acceso al arte y la cultura es quien tiene tiempo de ocio o para el ocio. Hace un siglo y medio, en la época del filisteísmo y antes, sólo las clases privilegiadas tenían tiempo para el ocio, pero, al parecer, eso ha ido cambiando paulatinamente conforme el avance de la industria y la tecnología, de tal forma que cada vez más gente tiene tiempo libre, que dice Arendt, no necesariamente es tiempo para el ocio, sino que es más bien, es lo que Marx llamó “tiempo vacío”.
De esta forma, la sociedad se fue convirtiendo progresivamente en la sociedad de masas, ya que más gente tuvo acceso a más cosas, aunque en distintas circunstancias. Paralelamente el filisteísmo culto o educado y otras tendencias y circunstancias han ido banalizando el arte, lo que ocasionó la “rebaja de valores”.
Todas estas circunstancias han ido creciendo paralelamente en perjuicio del arte y la cultura, y por lo tanto, de la propia humanidad. Al grado que la sociedad de masas para llenar su tiempo vacío encontró una mayor atracción en el entretenimiento, quizás, a causa de esta rebaja de valores generada por la banalización del arte, producto del filisteísmo culto.
De tal forma que las masas gringas buscan desesperadas el entretenimiento, desde los tiempos de Hannah Arendt en EEUU, que es dónde vivió en una segunda etapa de su vida, porque hay que recordar que con motivo de la segunda guerra mundial, Arendt, al ser judía tuvo que huir, primero de Alemania, luego de Francia, y lamentablemente no encuentra mejor opción que los Estados Unidos, y allí vive esta crisis de valores y esta búsqueda del entretenimiento por parte de las masas.
Hannah dice que en Europa en la época en la que escribe su ensayo, el filisteísmo era cosa del pasado, pero que en Estados Unidos, la nueva preocupación era la sociedad de masas y su hambre insaciable de entrenamiento y aunque no lo llama así, yo creo que más bien estamos ante una nueva etapa del filisteísmo que podríamos llamar filisteísmo del consumo o filisteísmo industrial o simplemente filisteísmo de masas.
Ahora las catervas ocupan el tiempo de ocio, que más bien es tiempo vacío, no para ilustrarse o alimentar el espíritu, con arte y cultura y satisfacer las necesidades más elevadas del ser humano, sino para entretenerse. Hoy la raza quiere entretenerse. Arendt dice que la diferencia entre los objetos culturales y los objetos de entrenamiento, —aunque pareciese clara, cada día se borra más— la determina, también, su permanencia en el tiempo. Recordemos lo que ella dice de cuál es la característica principal de los objetos culturales: su permanencia en el tiempo, mientras que los bienes de entrenamiento son consumibles, desechables, su vida es muy corta, lo suficiente para ser consumidos.
La diferencia principal entre sociedad y sociedad de masas es quizá que la soledad (sic) [sociedad] quería la cultura, valorizaba y desvalorizaba los objetos culturales como bienes sociales, usaba y abusaba de ellos para sus propios fines egoístas, pero no los «consumía». Aún en su mayor desgaste, esas cosas seguían siendo cosas y conservaban cierto carácter objetivo; se desintegraban hasta convertirse en un montón de escombros, pero no desaparecían. Por el contrario, la sociedad de masas no quiere cultura sino entretenimiento, y la sociedad consume los objetos ofrecidos por la industria del entretenimiento como consume cualquier otro bien de consumo.”
A las multitudes ya no les interesa el arte y la cultura, sino el entretenimiento; y aquí cuidado, porque en la actualidad estamos a punto de confundir el arte y la cultura con la industria del entretenimiento, ya hasta le pusieron industria cultural, y que podríamos decir que son las antípodas en cuánto alimento para el espíritu y la mente; es como confundir las papas (el tubérculo) con los chetos o el agua pura con la coca cola.
Estamos a un paso de que la industria del entretenimiento se apodere de los objetos culturales, de tal forma que lo que entendamos por cultura no sea más que vacuo entretenimiento, objetos desechables de consumo sin ningún nutriente espiritual o por lo menos histórico o artístico. ¡Madre mía, qué peligro! Porque si la banalización de la cultura llevó a la crisis de valores del último siglo y medio, ¿qué va a ser de nosotros? ¿Qué clase de personas seremos cuando la anulación del arte y la cultura a causa de la comercialización del entretenimiento y el hambre de la turba por la superficialidad se apoderen de los objetos culturales? ¡Qué crisis de valores la que se nos viene! Si no es que ya la estamos viviendo.
Hannah Arendt no está de acuerdo conmigo en esta parte de responsabilizar tanto a la muchedumbre como, y principalmente a la industria del entretenimiento, en la crisis que viene, e incluso quizás ella diría que soy un alarmista, —voy a correr ese riesgo— Arendt dice que:
“Panis et circenses … van juntos; ambos son necesarios para la vida, … y ambos se desvanecen en el curso del proceso vital … hay que producirlos y ofrecerlos una y otra vez para que el proceso no se cierre para siempre. Las normas que para juzgarlos se apliquen han de ser la frescura y la novedad, y [en] la medida en que hoy usamos esas normas para juzgar los objetos culturales y artísticos, cosas que —se supone— deben permanecer en el mundo incluso después de que lo hayamos dejado, indica con claridad hasta qué punto la necesidad de entretenimiento ha empezado a ser una amenaza para el mundo cultural…”
Hasta allí iríamos bien, es decir, estaríamos de acuerdo: El entretenimiento, no sé si como el pan, pero coincido en que es necesario para los seres humanos y debe formar parte de nuestras vidas, desde luego que tampoco se trata de caer en un purismo absurdo, aunque tampoco se trata de lo contrario: que las masas dediquen su tiempo libre exclusivamente al entretenimiento vacuo, tendría que, si, TENDRÍA QUE…, como una obligación, haber una balance que es lo que yo observaría.
Así mismo, el entretenimiento se mide por parámetros de frescura y novedad, agregaría ligereza, que no son más que parámetros superficiales, lo cual tampoco me parece mal ni mucho menos, siempre y cuando se separe —que yo creo que es el gran peligro— el bien del entretenimiento (de consumo) del bien cultural.
El peligro es, como dice la propia Arendt —y por eso digo que hasta esta parte de su análisis no tendría mayor observación—, que las masas quieran calificar los bienes culturales en términos de novedad y frescura o con cualquier otro parámetro superficial, porque lo que va a pasar, que es lo que ya pasó, lo que está pasando, es que los bienes culturales van a ser despreciados por las catervas frente a los bienes del entretenimiento.
Así, por ejemplo, si tú buscas entretenimiento puedes calificar de divertido o aburrido un bien de entretenimiento y desechar el aburrido por decepcionante. Pero si en esos mismos términos y parámetros vas a querer calificar un bien cultural, al no ser una prioridad que el bien cultural o de arte sea “divertido” o “dinámico”, cualquier bien cultural o el 90% te va a parecer malo, frente al vulgar bien del entretenimiento. Lo que la muchedumbre debería de hacer y no hace, es dividir, por lo menos equitativamente, su tiempo libre en tiempo para el entretenimiento y tiempo para cultivarse y utilizar criterios distintos para calificar los bienes que en uno y otro momento aprecien.
Pero si vamos a querer calificar todo los bienes apreciados en el tiempo libre en términos de “aburrido” o “divertido”, el reinado de los bienes de entrenamiento se consolidará en la sociedad de masas y repercutirá en la construcción ética y espiritual de sus integrantes y lo que vendrá es una crisis terriblemente peligrosa de valores, cosa que Arendt no ve, porque luego continua diciendo:
“No obstante, el problema no nace en realidad de la sociedad de masas ni de la industria del entretenimiento que abastece las necesidades de esta sociedad. Por el contrario, la sociedad de masas, al no querer cultura sino sólo entretenimiento, probablemente es menos amenazante para la cultura que el filisteísmo de la buena sociedad; … mientras la industria del entretenimiento produzca sus propios artículos de consumo, ya no podremos reprocharle la calidad poco duradera de esos bienes, … Una marca del filisteísmo educado fue siempre el desprecio hacia el entretenimiento y la diversión, porque no se podía sacar de ellos ningún «valor». … todos tenemos necesidad de entretenimiento y diversión de una u otra clase, … y es pura hipocresía o esnobismo social negar que nos pueden divertir y entretener exactamente las mismas cosas que divierten y entretienen a las masas de nuestros congéneres…”
Por supuesto, que la sociedad de masas es parte fundamental del problema de la extinción de los bienes culturales o por lo menos de su exclusión, ostracismo o banalización, porque me parece que la sociedad de masas tendría que estar consciente de que preservar la cultura y el arte en términos de valores espirituales e históricos, que nos permitan ser mejores personas y mejores integrantes de una sociedad de masas, es su obligación y responsabilidad.
Es tarea de la sociedad de masas preservar la tradición, el arte, la cultura, los sentimientos humanos más elevados como el amor por la justicia, la libertad, la dignidad humana, la igualdad, la fraternidad; sentimientos que he llamado espirituales y que sólo a través del arte y la cultura pueden ser alcanzados, preservados, custodiados y retransmitidos perennemente. Nadie va a obligar a las catervas a preservar estos bienes espirituales, es su responsabilidad tomar consciencia y hacerlo, incluso luchar hasta la muerte por ello, porque de eso depende una vida digna para todos. Y tienen que tener consciencia de ello, por eso, considero que las masas son responsables de la crisis cultural y de valores de nuestros días y de los días de Arendt.
De igual forma, la industria del entretenimiento, que ha llegado al grado de hacerse pasar como industria cultural, son directamente responsables del problema, es más, son los principales responsables de nuestra desgracia moderna. Arendt se equivoca, en su virtuoso análisis, en esta parte. La industria del entretenimiento son los nuevos filisteos, son los filisteos que vinieron a suplantar al filisteísmo educado o cultural, ahora estamos hablando de un filisteísmo mercantil, el más pernicioso hasta ahora. Es más, estos son peor que los filisteos, estos son fariseos, los nuevos fariseos. Con la industria del entretenimiento se inaugura la era del fariseísmo cultural.
Bueno y Arendt quizás preguntaría: ¿Y por qué son responsables, si solo están abasteciendo las necesidades de esta sociedad de masas? Porque ya habíamos quedado que el entretenimiento en sí no es un mal, que incluso, como el pan, es necesario para el desarrollo de las personas.
Y yo le respondería a mi maestra Hannah: que son responsables porque la industria del entretenimiento se ha apropiado (monopolizado como los filisteos) no del arte, pero si de todos los canales de producción, distribución y exhibición de los productos de ocio, sean culturales o de entretenimiento, que la sociedad de masas tiene a su alcance, sobre todo las más precarizadas, que no tienen muchos alcances, porque esa misma hegemonía dueña de la industria del entretenimiento, se encuentra interesadísima en mantener a la turba entretenida, ignorante, vacíos de espíritu.
La industria del entretenimiento es dueña de la televisión, de las salas de cine, de las plataformas de distribución de entretenimiento audiovisual que los gringos llaman streaming, de los festivales de cine; son dueños de los teatros, de las casas editoriales, de las cadenas de librerías, de las salas de concierto, de las ferias del libro, incluso de algunos museos. De tal forma, que la industria del entrenamiento niega desde su posición de dominio un acceso fácil a los objetos culturales. De tal forma que ni por contenido, ni por accesibilidad, ni por ningún lado, los bienes culturales pueden competir justamente hoy en día por ser objeto de la atención las catervas, que solo quieren banalidad y coca cola. La turba solo tiene al alcance de su mano entretenimiento y como le satisface, no mueve un dedo por ilustrarse, ni siquiera está consciente del vacío espiritual que guarda su existencia.
Masas e industria de entretenimiento, que, llamémosla por su nombre, fariseos culturales, la hegemonía, son, yo diría, contrario a lo que Arendt pensó, los primeros responsables de la crisis de nuestros días. Arendt dice finalmente en esta parte en la que quise oponerme:
“En lo que se refiere a su supervivencia, sin duda la cultura está menos amenazada por los que ocupan su tiempo vacío con entretenimientos que por los que lo llenan con algún mecanismo educativo fortuito para mejorar en su consideración social. En lo que se refiere a la productividad artística, resistir ante las tentaciones masivas de la cultura de masas, o evitar que el estrépito y las patrañas de la sociedad de masas nos descoloquen, no debería ser más difícil que soslayar las tentaciones más sofisticadas y los sonidos más insidiosos de los esnobs culturales en la sociedad refinada.”
Es cierto que el arte y la cultura no corren ningún peligro de extinción, pero su aislamiento los matará en vida, de qué sirve que la cultura exista sino podrá ser apreciada o será apreciada por las élites que siempre han tenido acceso a ella. Independientemente de las intenciones que se tengan, la cultura y el arte que no tengan la posibilidad de llegar a todas las mentes, incluso a las mentes más humildes y menos preparadas, dejan de cumplir con su función esencial y fundamental, es, entonces, como si no existieran.
De igual forma, siempre habrá creativos dignos que se mantendrán firmes en la producción de arte y cultura para cumplir las funciones esenciales de esta actividad, pero cada vez serán menos y cada vez estarán más aislados. La industria del entretenimiento censura de facto el arte y la cultura y condena a sus realizadores al ostracismo, el hambre y al olvido.
Más tarde, contradictoriamente, Hannah Arendt dice lo siguiente respecto de la cultura de masas y la posible extinción de los objetos culturales: al final si parece estar consciente de los grandes peligros de la industria del entretenimiento y la sociedad de masas, aunque a lo mejor siga sin otorgarles ninguna responsabilidad:
“La cultura de masas se concreta cuando la sociedad de masas se apodera de los objetos culturales, y su peligro está en que el proceso vital de la sociedad (que, insaciable como todos los procesos biológicos, en su ciclo metabólico arrastra todo lo que puede) consuma literalmente los objetos culturales, los fagocite y los destruya.”
Y, agrega, pero con la misma intención de excluir de responsabilidad a la turba, igualmente de forma poco comprensible:
“El problema relativamente nuevo de la sociedad de masas es quizá más serio, pero no por las masas mismas, sino porque, esencialmente, ésta es una sociedad de consumidores donde el tiempo de ocio ya no se usa para el perfeccionamiento personal o la adquisición de una posición social superior, sino para más y más consumo y más y más entretenimiento.”
La única explicación lógica, para entender este párrafo es que Hannah no le otorga ninguna capacidad de discernimiento, ninguna voluntad, ninguna intención de búsqueda de la felicidad a las masas. Parece que el consumismo no es una decisión de las masas, por tanto, no tienen responsabilidad respecto de ello. Pero si las masas no son responsables de sus acciones quién salvará a las masas y más aún ¿Qué sentido tendría salvarlas?
A manera de epilogo, dejo aquí otras dos preguntas para la reflexión, que entrañan dos conclusiones aventuradas:
¿Es, solo por poner un par de ejemplos, Rápidos y Furiosos o Los Avangers arte/cultura, o simple entretenimiento? En ese contexto, ¿Podemos decir que Rápidos y Furiosos o Los Avangers es cine en el sentido artístico y cultural del séptimo arte? Porque nos lo venden como cine ¿no?, como arte. La gran barata del arte, la gran rebaja de valores.
Del filisteísmo a secas, que creo que también los llamaron “bárbaro”, el primigenio, pasamos al filisteísmo educado o cultural del que nos habla Hannah Arendt en el ensayo que repasamos y parecería que ahí se corta la evolución del término, porque, como les decía, Arendt escribió que el filisteísmo era cosa del pasado, en su tiempo. Pero ¿no será que solo nos enfrentamos a un nuevo filisteísmo del que la misma Arendt sienta algunas bases, el filisteísmo del entretenimiento o por qué no llamarlo el filisteísmo industrial o del consumo, de la Industria Cultural en oposición a la cultura primigenia, de la Industria cinematográfica en oposición al cine como arte? O mejor aún no estamos frente a un nuevo fenómeno que bien podríamos llamar fariseísmo, el fariseísmo del consumo.
Desde mi punto de vista, los nuevos filisteos, son esas masas, supuestamente inocentes, “víctimas” de la industria del consumo que los obliga a los pobrecitos a consumir y desechar, Rápidos y Furiosos 1, no tiene interés si ya vamos en la 15.
Curiosamente, el termino filisteísmo vuelve a sus orígenes de alguna forma, al filisteo bárbaro, anterior al filisteo educado —que también pervive, contrario a lo que dice Arendt, en América y en Europa (los he visto)—, que no siente ningún interés por el arte y la cultura por no encontrarle ninguna utilidad o valor material intercambiable o por encontrarlo aburrido o acerbo. También, estas masas, me recuerdan a los analfabetos a los que tanto temían los universitarios alemanes del siglo XIX.
Y por el otro lado, los nuevos fariseos, la hegemonía dueña de la industria del entretenimiento, primera enemiga de la cultura y el arte, que a veces se atreven a llamar hipócritamente industria cultural, que monopoliza la producción, distribución y exhibición de los objetos del entretenimiento, pero también de los objetos del arte y la cultura, revolviéndolos, apropiándose de ellos y censurándolos de facto al cerrarles los espacios y no darles oportunidad de que puedan ser disfrutados fácilmente por las masas perezosas y apáticas, pero inocentes, el fariseísmo cultural.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
Gabriel Celaya.
[1] Todas las citas del presente texto corresponden al ensayo de Hannah Arendt aludido al principio; salvo por las excepciones en las que se especifica su fuente diversa.