En el año 2014, año de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Alfonso Ruizpalacios sorprendió al mundo con su primer largometraje Güeros, que entre otros premios ganó el de Mejor Opera Prima en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale); así como, de festivales importantes como el de San Sebastián, BFI London, Tribeca, y varios Arieles —aunque con los Arieles como con los Óscares, uno ya no sabe qué tan bueno es que una película los gane, no tanto porque entrañe falta de calidad artística, sino más bien por la sospecha de tener fines propagandísticos intensos—.
La película resulta interesante por muchas cosas, aunque el eje central de la historia es aparentemente una tontería, Ruizpalacios se sirve de ese pretexto para hacer un atractivo recorrido por la Ciudad de México, no sólo por algunos de sus rincones, sino que también, por sus habitantes.
Es marzo de 1999 y ha estallado la huelga de la UNAM, por eso Sombra (Tenoch Huerta) y Santos (Leonardo Ortizgris), dos estudiantes de esa universidad, matan el tiempo como pueden en el departamento que rentan en una unidad habitacional proletaria. A ellos se les unen, primero Tomás (Sebastián Aguirre) el hermano menor de Sombra que a manera de castigo es enviado por su madre con el hermano a la CDMX, desde Veracruz, su lugar de origen. Y Ana (Ilse Salas), otra estudiante de la UNAM, Adalid de la Huelga.

La Huelga de la UNAM es un evento trascendente de la historia contemporánea de México. Se identifica como fecha de su inició el 11 de febrero de 1999, cuando el entonces rector, Francisco Barnés de Castro, funcionario priista de alto nivel en la administración de Ernesto Zedillo (Expresidente de México responsable del FOBAPROA y de las masacres de Acteal y Aguas Blancas, entre otras) presentó ante el Consejo Universitario (máximo órgano de la universidad) una propuesta de modificación al Reglamento General de Pagos (RGP) con la que se pretendía empezar a cobrar a los estudiantes por inscripción y otros servicios. El zedillista Barnés quería subir la tarifa obligatoria anual de 15 centavos que costaba para preparatoria, y 20 para licenciatura, a 1,360 y 2,040 pesos, respectivamente.
El RGP fue aprobado por parte de Consejo Universitario el 15 de marzo, lo que motivo que agrupaciones, colectivos y corrientes estudiantiles conformaran la Asamblea Estudiantil Universitaria. El 20 de abril, al volverse evidente que la rectoría no escucharía las demandas de la Asamblea Estudiantil, ésta se constituyó en el Consejo General de Huelga, el famoso CGH, y ocupó, físicamente, gran parte de las instalaciones universitarias, con lo que se inicia una suspensión de clases y paro general de actividades muy prolongado, 10 meses, el más largo de la historia. Convirtiéndose además en tema de interés nacional.
- ¿Quién es Ana? Pregunta el recién llegado Tomás a Sombra y Santos.
- Una fresa[1] de Letras tropicales que se apañó [apropió] la radio del movimiento. Le responde Santos despreciativo.
- Tú eres más fresa sentado aquí, replica Sombra, la única forma que encuentra de defender a Ana en ese momento.
El dibujo de los personajes de Ruizpalacios resulta clave si queremos desentrañar el trasfondo de la película, si es que tiene alguno definido:
• Sombra, o Sombrilla para los cuates, es un muchacho de provincia, de color de piel muy morena. Es el único moreno de los 4 protagonistas. Se puede deducir que pertenece a la clase media en los linderos con la baja. Hijo de madre soltera (viuda), que con muchos esfuerzos lo mandó a la UNAM a estudiar, la que en algún momento fue una de las mejores universidades del mundo y de lo que desgraciadamente queda poco en la actualidad (2024).
Sombra parece apático ante la vida, pero no lo es, más bien tiene un conflicto de identidad que deviene existencial. Mariguano empedernido, como no podría ser de otra forma, ya que dicha condición se ha convertido en una característica frecuente de muchas generaciones de jóvenes que creen que con eso se escapan de la realidad; egoísta como gringo, sin la más mínima noción de pertenencia de clase, es obvio que no encuentre su lugar en el mundo y con ello sentido a la vida.
Está en contra de la Huelga, funge como crítico de una lucha social que no entiende, porque no entiende su origen, ni el de él, ni el de la Huelga. Solo sabe, en su egoísmo, que de alguna manera lo está afectando. Únicamente le preocupan, como a la mayoría de la gente, las afectaciones inmediatas y directas o personales que la Huelga le genera y no es capaz de ver más allá de los hechos visibles, ni mucho menos descifrar la complejidad de la lucha de clases y, mucho menos aún, entiende el lugar que le tocó en la estructura social y con ello, el lado que le corresponde defender.

Está enamorado de Ana, la fresa, otra prueba de su desorientación social. Tiene problemas de ansiedad (lo más seguro que por la mota) y parece que está en la etapa de redacción de la tesis, pero entre la mota y el amor imposible, el teclado de la computadora lo usa más bien como costal de box para los dedos. No le molesta que le digan prieto, aunque muchas veces el termino lleva en lo general una connotación peyorativa.
- ¿Y qué han logrado tú y tus hermanos? Pregunta burlonamente Sombra a Ana, mientras recorren los pasillos que se volvieron en campamento de los huelguistas y donde Ruiz aprovecha para mostrar jóvenes individualizados, particularizados, acostados o durmiendo o leyendo o matando el tiempo con cualquier cosa.
- ¿Lo estás preguntando en serio? Le responde Ana y luego le dice: De entrada, tu no podrías seguir estudiando si empiezan a cobrar.
- Pero tú si… Contesta Sombra, una respuesta absurda, sin sentido, que sólo se puede explicar pensando que se quiere encumbrar la figura de Ana como la heroína blanca salvadora de los humildes.
• Santos es de color de piel clara, en México entra como güero. Aunque no se puede conocer tan claramente su perfil, también debe ser un clasemediero de provincia, quizás más en medio que Sombra y Tomás, es decir, en mejor situación económica. Él si es esencialmente apático, por lo que se puede acomodar muy bien con el egoísmo de Sombra o con el sentido de lucha, si fuese el caso, de otro; porque en ningún caso tiene interés de involucrarse, solo se deja llevar por el viento como una veleta.
Estudia Biología o Bioquímica o algo parecido y está haciendo una tesis extraordinariamente especializada que sólo puede interesar a un sector muy específico de científicos en el mundo, por lo que su apatía por lo que pasa a su alrededor embonará muy bien con el futuro que se está construyendo como hombre de ciencia insensible ante la realidad.
Santos se exacerba desproporcionadamente cuando le dicen güero, aunque lo es, al menos en México. Pareciera que no ha entendido el contenido político de la palabra güero o que lo ha entendido muy bien y no está de acuerdo con él. Lo que lo dota (desde el guion) de un humanismo y superioridad intelectual y moral, frente a la “ingenuidad” de Sombra que no le molesta que le digan prieto, ni le interesa saber en qué sentido se lo dicen; como los huelguistas que parece que no entienden muy bien que hacen ahí, esperan a que los héroes blancos los guíen.
- A ver güeros ¡Afuera! No pueden estar allí, dice un guardia de seguridad a los 4 protagonistas que se han metido en una alberca de un lugar donde se lleva a cabo una fiesta exclusiva de la que luego hablaremos.
- ¿Por qué? Si las albercas son para nadar ¿no? Reclama Ana.
- No pueden estar ahí. Les dice, con cierta serenidad el guardia.
- ¿A quién le dijiste güero? Pregunta Santos muy serio.
- Sálganse, por favor.
- Ni madres güey. Primero dime a quién le dijiste güero, insiste Santos ya gritando y bastante alterado. Porque es que yo aquí no veo a ningún güero ¿A quién le dijiste güero?
- Sálganse.
- ¿Te parece que yo soy güero? ¿Tú crees que yo soy güero? ¿Esto es güero? Dice Santos mientras se agarra una mecha de su cabello mojado —que como la película es blanco y negro no se alcanza a distinguir que tan claro es, se puede presumir que no es rubio, que es lo que parece que Santos entiende por güero, quitándole toda la connotación política que la expresión guarda en México y quizás de allí surge su hipersensibilidad con la palabra, se niega a otorgarle una connotación política que deviene clasista y racista—.
- Sí —responde el guardia, ante el acoso prepotente de Santos—, sálganse por favor.
- Ah ok. Responde Santos, más enardecido y toma violentamente a Sombra de la cabeza y cara y le dice al guardia: ¿Él, él es güero cabrón?, ¿te parece que esto es güero pendejo? Nooo seaaass mamón ¿Esto es güero? Dimee si es güero güey.
- Sálganse, no pueden estar ahí.
- Dime si sí o si no cabrón. ¿Es güero sí o no?
- Si —dice el guardia nomás para que ya se acabara la escena— sálganse.
- Ah, entonces ¿tú que chingaos eres? Pregunta Santos, confirma que no entiende la connotación política del término güero o que quiere dar una lección moralina, ejerciendo la misma violencia que se deriva del racismo estructural que conlleva la existencia del sentido político de la palabra güero. Si Santos quiere desahogar su frustración por la racista estructura social que rige en México, la peor decisión es hacerlo martirizando, desde su superioridad moral, a otro moreno racializado y precarizado por esa estructura social que tanto nos duele a muchos.
- Daltónico, responde Ana. Al parecer los dos blancos tienen la misma posición y falta de visión, respecto del asunto.
• Ana, efectivamente, es una fresa, de piel y ojos claros. Aunque tiene el pelo pintado de oscuro, con lo cual, quizás, alguien pretenda burlar puerilmente el sentido literal de la definición de güero, claramente, no sólo es güera, sino que además blanca (más adelante trataremos de hacer una distinción entre los términos), porque hay una connotación política que amplía el concepto. Ana es rebelde, no sólo por participar en el movimiento estudiantil, sino porque además está peleada con sus padres, muy probablemente porque les reprocha ser promotores y beneficiarios de la injusticia social del país. Seguramente pertenece a una familia de blancos explotadores de las Lomas.

El personaje que dibuja Ruizpalacios quiere mostrar a una Ana con un alto grado de conciencia social y humanidad, que siente amor por la justicia, es solidaria, desinteresada y busca la igualdad frente a todo. Es una de las lideres del movimiento estudiantil y trabaja en la radio universitaria, que ha tomado el movimiento, en la que participa como locutora. La pintan, además, como una chica que, a pesar de ser despreciada por sus compañeros de lucha (indios taimados) debido a su estatus social (y envidiosos), como buena cristiana (blanca evangelizadora) pone la otra mejilla y es capaz de ir a la cruz y rogarle a su padre (Dios) por los que la crucifican que no saben lo que hacen.
- Y… ¿Hace cuánto no vas a tu casa? Pregunta Sombra a Ana, mientras hacen un recorrido por un maquiavélico paisaje huelguista que pinta Ruiz.
- Está es mi casa, responde Ana con ciertas dudas, Estos son mis hermanos, complementa con mayor convicción.
- Jajaja, ay Ana, ¡No mames! ¡Estos güeyes te odian!
- No me odian… De eso se trata: de discutir, los hermanos discuten ¿no?
• Tomás es el hermano menor de Sombra, también es güero, está en la crisis de la adolescencia, su pobre madre ya no lo aguanta y lo mandó a la ciudad de México con su hermano mayor. Él es el motor que impulsa a los muertos vivientes en los que se habían convertido Santos y Sombra. Todavía es inquieto intelectualmente hablando, curioso, tiene hambre de conocimiento, de encontrar las respuestas fundamentales de la vida para un buen vivir, a las que los otros dos han renunciado.

- ¿Ustedes nunca van a las marchas? Pregunta Tomás a Sombra en la penumbra de una casa sin luz propia.
- Sombra dice que no con un movimiento de cabeza que tiene gracia.
- ¿Ni tampoco a las clases extramuros?
- Sombra vuelve a decir que no con la cabeza, conservando un ritmo que le da cierta picardía y calidad a la interpretación actoral.
- Ah, ¿son esquiroles?
- ¡No vuelvas a decir esa palabra ni de broma! Dice amenazante Sombra. Y luego complementa: Estamos en huelga de la Huelga.
Los 4 recorren la ciudad en busca de un músico ficticio, una supuesta leyenda del rock mexicano. Tomás se entera por el periódico de que sigue vivo y no le cuesta mucho trabajo convencer a los otros, como no tienen mucho quehacer, para ir a buscarlo. Ese es el supuesto hilo conductor de la película, pero, como dije, es un pretexto para abordar otros temas de mayor trascendencia y realidad.
La película fue realizada en blanco y negro, aunque estéticamente quedo bien, no era la mejor opción narrativamente hablando, porque la temática y la trama requerían necesariamente que fuera a colores, es probable que alguna cuestión técnica obligó a Ruiz a tomar esa decisión, como sea, la película pierde mucho más de lo que gana al no ser a color.
Otra cosa para destacar es el diseño de sonido y la banda sonora. Ruiz le da al sonido y a la música, sus momentos de protagonismo bien escogidos que realzan el conjunto que se proyecta en la pantalla. La única contradicción es que no apuesta por construir una canción para la leyenda del rock mexicano inventada, o retoma alguna de las existentes, eso le hubiera dado al filme una fuerza especial. Cada que alguien va a escuchar al quimérico músico, la película queda en silencio.
En ese sentido, la escena apoteósica de la película promete mucho cuando Sombra entra en aquella pulquería, el escenario es inmejorable; salvo un chiste mal metido, la secuencia es buenísima mientras que Hasta que te conocí lleva el ritmo, pero cuando Juan Gabriel pierde la batuta de la escena y es interrumpido por la televisión y un mal discurso final, del que se nota que el guionista no supo qué hacer con él, todo se cae. Ruiz prefiere irse por la comedia fácil, sin ingenio, mal diseñada, y pierde la oportunidad de poner la cereza en el pastel a la que pudo ser una de las mejores escenas del cine mexicano contemporáneo. El director nunca supo si ser cómico o trágico, quiso ser los dos y terminó siendo nada.
Más allá del fallido final, hay una secuencia en particular que me parece muy importante, por la cual, de hecho, me acordé 10 años después, de esta película, mientras escribía un texto sobre la fauna humana que uno se encuentra en el FIC-UNAM (Festival Internacional de Cine de la UNAM):
Los protagonistas se encuentran a un nefasto amigo de Ana (güero y blanco), probablemente estudiante de cine, en una tienda de conveniencia, quién, después de un connato de bronca con Santos —otra muestra de la característica de superioridad moral que le quieren atribuir al personaje—, porque el nefasto amigo de Ana acosaba al muchacho que atiende el minisúper —gente que se encuentra bajo un régimen de explotación por todos conocido—, los invita a una fiesta que con motivo del estreno de la película de un director del que no sabe ni el nombre, con lo que demuestra su lejanía con el cine como arte y su cercanía con el cine como motivo de distinción y glamour, filisteos culturales.
Los güeros, al no tener nada mejor que hacer, de hecho, al no tener nada que hacer, van a la exclusiva fiesta. El cuadro del ágape está bastante bien logrado, porque refleja a esas élites nocivas vinculadas al cine, filisteos cultos, esnobs intelectuales, de las que está lleno el FIC-UNAM y que resultan perniciosas a tal grado que se apropian de él.
La fiesta se lleva a cabo en un lugar elegante en el centro histórico de la CDMX, se trata de una terraza lujosamente decorada que marca un contraste con el resto del paisaje urbano de la zona, pero que termina resultando un fiel reflejo de los claroscuros de la ciudad, del país y del mundo; e incluso una buena metáfora del ambiente cinematográfico y sus élites, sus filisteos cultos que crean sus islitas protegidas dentro de la miseria urbana.
La cámara entra al sitio con los protagonistas, se convierte en la mirada de Sombra; la música vuelve a tomar un papel protagónico, suena Farolito del gran Agustín Lara:
Farolito, que alumbras apenas
Mi calle desierta
¿Cuántas noches me viste llorando
llamar a su puerta?
El director aprovecha el momento para hacerle una toma cerrada, un primer plano muy cercano (close up, dicen los gringos) a Ana, al rostro de Ana, que, sin querer, sirve para mostrar toda su blanquitud, con sus bellos ojos claros, por un lado, pero con las arrugas prematuras que sólo en las pieles blancas se presentan tan pronto, por el otro.
Después, la toma se abre y la cámara ya no es Sombra, sino un tercero silencioso que los sigue. Mientras entran recorren periféricamente el lugar para llegar a la barra. Ruiz utiliza este recorrido periférico para mostrar al espectador que tipo de gente se encuentra en la fiesta y sus conversaciones. Todos son blancos de distintas edades, la mayoría esnobs intelectuales, otros que ya parecen agentes consagrados del cine mexicano, filisteos culturales y estudiantes de cine, que también resultan ser esnobs intelectuales y filisteos culturales.
La principal conversación que se identifica entre el bullicio de la fiesta, y que quizás con ello el propio Ruiz refleja una preocupación personal, es el tipo de cine subsidiado que se hace en México y que transita los circuitos internacionales de festivales. A los asistentes les preocupa en concreto la imagen de México que se muestra a través de esa ventana abierta al mundo, como dice Víctor Erice.
El nefasto blanco, el de la tiendita explotadora, ve a Ana y la llama, le presenta al director festejado. Se supone que su película es motivo de las pláticas sobre lo que el cine mexicano muestra del país en el extranjero. Ana deja a un lado a sus amigos, ni los voltea a ver, mucho menos hace siquiera el intento de introducirlos al grupo de esnobs. Ana se sienta en la mesa y empieza a platicar con el nefasto y el director, Ana sabe que sus acompañantes originales están ahí porque de lejos les dice salud con un gesto discreto, luego les da la espalda con tanta naturalidad que los otros ni siquiera se dan cuenta que los ha “dejado en visto”.
A la libertadora revolucionaria blanca, que pidió por sus hermanos en la cruz, se le olvida muy pronto ese sentimiento de solidaridad con los desvalidos que tanto la impulsa, y les da la espalda, quizás, porque considera que no tienen nada que hacer junto a los filisteos culturales, quizás porque no son blancos. Los 3 babosos se quedan parados unos segundos detrás de Ana, luego captan que han sido excluidos por el grupo, desde luego, pero también por Ana, que no tuvo empacho en sentarse dándoles la espalda. Se van. Vuelven a aparecer en un rincón oscuro, sentados en unos escalones, platicando de cine, criticando la película festejada que ni siquiera han visto, filisteos bárbaros.
Dejando ese bello momento de lado, y pasando a otros asuntos, hay que decir que, funestamente, Ruiz ridiculiza la Huelga de la UNAM, a pesar de haber sido un hecho histórico revolucionario trascendente que, si bien no logró todos sus objetivos y parabienes, hoy en día es ejemplo de resistencia exitosa frente al neoliberalismo, ya que las cuotas nunca se aplicaron y, además, el zedillista Bernés tuvo que renunciar.
La huelga fue reprimida por la fuerza, en un acto por demás ilegal. El sanguinario Ernesto Zedillo echo a la entonces Policía Federal Preventiva a la universidad; y bajo la complacencia del hoy flamante secretario de Relaciones Exteriores de Claudia Sheinbaum, que fue, en ese entonces, el rector que relevo a Barnés: el también zedillista Juan Ramón de la Fuente, fue violada la sagrada autonomía universitaria y detenido al grueso de los estudiantes más radicales, se habla de 700 personas.
Otro punto que me parece interesante mencionar es que la Escuela de Cinematografía fue la primera en traicionar el movimiento y entregar sus instalaciones después de reconocer un dudoso plebiscito con el que quisieron “solucionar” el problema y dar por terminada la Huelga. De ahí se puede deducir que, es posible, que las fuentes de Ruizpalacios respecto de la Huelga, no sean más que estudiantes de cine, oblomovistas resentidos de aquella época, que, encima, terminaron traicionando el movimiento. De cualquier forma, dicha circunstancia no justifica la subjetividad burguesa mostrada en el filme.
Al día de hoy, y gracias al movimiento estudiantil del 99, es decir, 25 años después, dudo mucho que cualquier otro rector o presidente de la República se anime, se atreva, a hacer un incremento tan desproporcionado como el que intentó Zedillo en 1999. Y eso es un triunfo del movimiento estudiantil. Digo esto a pesar de que estoy consciente de que los Santos y los Sombras, que representan el oblomovismo de nuestro tiempo, seres apáticos y perezosos sin consciencia social ni identidad de clase, se multiplican, lo que significa que muy probablemente una Huelga General como la del 99 no vuelva a tener la misma fuerza.

No obstante, Ruiz muestra lo peor de la Huelga, aunque quiere simular objetividad es claramente tendencioso y sólo muestra gráficamente su lado más oscuro. Hay un pasaje particular que ilustra esta apreciación: la escenificación de una asamblea del Consejo General de Huelga, en donde ridiculiza de manera burda, grotesca y bastante reaccionaria la sesión, mostrando estudiantes sin convicciones, fiesteros, holgazanes o despistados que pareciera que no saben lo que quieren ni porque están ahí, las antípodas de los filisteos cultos de la fiesta cinematográfica de la terraza exclusiva.
En la lamentable secuencia, se muestra a unos alumnos violentos, misóginos, que mientras Ana habla solo le piden que se quite la ropa. La asamblea termina en una pelea campal en la que todos se golpean contra todos, como las bestias irascibles que son, en una representación grotesca y ruin del director, que queda claro que no tuvo ninguna simpatía ni respeto por el movimiento estudiantil.
Está claro que las asambleas no debieron haber sido un día de campo. Se sabe que hubo dos grupos confrontados, ideológica o políticamente, los moderados y los radicales, es posible que más de una asamblea se reventó por algún connato de bronca, no dudo, y me entristece, que haya habido misoginia. Pero también resulta muy evidente que las asambleas fueron mucho más que la miseria que muestra Ruiz, y eso es el reproche concreto, simplemente porque si no hubiese sido así, la Huelga no hubiese durado 10 meses y roto por la fuerza de manera ilegal.
Y, desde luego, para terminar, vayamos al punto medular de la película: ¿Quiénes son los güeros en México y por qué? Situación que, desde mi punto de vista, viene desde la sociedad de castas impuesta por el colonizador español en México y reafirmada después por el colonizador gringo que gobierna el mundo, en nuestros días.
Habría que partir de la distinción entre güero y blanco. Los dos son conceptos más políticos que raciales, pero distan mucho el uno del otro: El blanco puede ser güero, aunque no necesariamente lo tiene que ser —desde la concepción política puede haber blancos morenos o incluso negros (verbigracia Obama), si logran reunir el poder económico y político para formar parte de la explotación imperial del mundo—. Por otro lado, el güero no siempre es blanco —hay güeros pobres o desclasados que de ninguna manera caen en la categoría de blancos, por muy rubios y de ojos azules que sean, los llamados güeros de rancho como Tomás—.
El güero es aquella persona que se encuentra en un nivel de superioridad frente a otra por alguna razón circunstancial, no permanente, casi siempre económica nunca social o de estatus; así, el güero puede ser uno tan moreno como Sombra, pero que temporalmente se encuentra, por alguna razón superficial, por encima de otro, en una situación particular nunca de manera generalizada.
El guardia de seguridad, al ser un empleado, y Sombra un invitado de la fiesta, se tiene que someter a esa jerarquía circunstancial, por eso lo llama güero, no porque sea daltónico y realmente lo haya juzgado por el color de la piel.
El caso más común que ejemplifica los alcances del concepto güero es cuando uno va a un mercado mexicano, allí los comerciantes por más moreno que seas te van a llamar güero, simplemente porque es un reconocimiento de superioridad, derivado, en este caso particular, por el supuesto poder adquisitivo del posible cliente. Un sometimiento expreso al que se sujetan los comunes (los vendedores) porque quieren que les compres. “Güero” es una opción, recientemente también te pueden decir “patrón”, impronta del capitalismo.
Te hacen una distinción diplomática, un “cumplido”: eres güero, pasaste a ser de la casta superior, privilegiada; eres patrón, pasaste a ser capitalista, la clase dominante, en un miserable sistema de castas y/o explotación que pervive hasta nuestros días.
Por otro lado, Blanco es el fruto del capitalismo y del imperialismo, del abuso y del despojo, dueño injustificado de todos los privilegios sociales (salud, alimentación, educación, seguridad, oportunidades laborales, económicas, estatus social, acceso a puesto públicos, etc.). Promotor de la desigualdad porque considera que es la única forma de conservar sus privilegios indebidos.
El blanco es una posición permanente, no circunstancial, que difícilmente se pierde incluso generacionalmente, el hijo de blanco, mientras sea reconocido, será blanco. Se trata de una condición hereditaria y eterna, sólo una revolución social (no cualquier revolución, sólo la revolución social) podría hacerle al blanco perder su condición privilegiada.
El Blanco es, necesariamente, un explotador que, al no tener consciencia de la injusticia de sus privilegios congénitos, que no naturales, siente, se cree superior, realmente cree por condiciones naturales y meritorias es más educado, más civilizado, superior física y moralmente que los demás. Blanco no es calificativo racial, es una categoría real en nuestro sistema piramidal de desigualdades universal. Sombra podrá ser güero en alguna circunstancia particular, como la de la alberca, pero nunca será blanco.
Recientemente se ha implementado el término whitexicans para los blancos mexicanos, innovación lingüística que podría deberse a que los nuevos explotadores en México son blancos anglosajones, quienes se han convertido en ejemplos a seguir por las clases altas locales, lo cual no deja de ser un triste reflejo de nuestra decadencia moral.
A Santos o Ana, les molesta que les digan güeros, pero su actitud paternalista y de supremacía moral, emancipadora, es de blancos; ellos, a veces inconscientemente, se asumen superiores. Ana es la clásica heroína blanca de las películas gringas, desinteresada, que viene a salvar a la indiada de ellos mismo. Santos es clásico blanco que se siente igual que los demás, humanista e igualitario, noble, pero que al final, con su autoridad y muy dentro de él, se siente intelectual y moralmente superior y es esa autoridad intelectual y moral no pretenciosa pero consciente, la que lo autoriza a gritarle y humillar al guardia de seguridad y tratarlo como lo trata en su acto “emancipatorio”. Santos no se da cuenta, y a lo mejor Ruizpalacios tampoco, que su actitud, lejos de ser liberadora, pro-positiva, confirma los patrones perniciosos de la estructura de castas en la que vivimos y que son el origen del concepto güero.
Tomás es el único güero de la película que no es blanco, solamente güero. Y, en esas condiciones, puede encarnar la esperanza de nuevas generaciones con hambre de obtener sus propias respuestas respecto de los enigmas más profundos de la vida, no por ser güero, obviamente, sino por todavía tener inquietudes intelectuales autónomas.
Habría que preguntarle a Ruizpalacios por qué, si hizo una película que quería poner en el centro del debate el concepto de güeros y la sociedad de castas, utilizó puros actores blancos, salvo Tenoch Huerta; desde mi punto de vista Tomás y Ana debieron ser morenos, porque si no, de alguna manera, la película confirma la estratificación social perniciosa que quiere criticar —bueno, empiezo a dudar que realmente la quiera criticar—. Ya que, si Tomás, Santos y Ana son los paradigmas de la esperanza emancipadora de una nueva estratificación, o mejor sería, de la erradicación de las estratificaciones humanas, el mensaje del blanco liberador es simplemente contradictorio e hipócrita, porque únicamente legitima en los hechos (de la película) el supremacismo blanco.
Como todos saben, los españoles impusieron una estructura social racista, un sistema de castas piramidal basado en la raza y en el origen, en donde los españoles (blancos) eran el nivel más alto de la sociedad, con todos los privilegios y derechos; y los indios (morenos) y los negros (negros) el más bajo.
En esta estructura social se incluían todos los matices que el mestizaje nos dio, no porque lo españoles fuesen incluyentes o estuviesen preocupados por los demás, sino que, ante las violaciones reiteradas de indias y negras, fue imposible dejar de incluir el mestizaje, la variedad de mezclas étnicas que se dieron en la sociedad crecía a pasos agigantados; y por eso decidieron ponerle reglas, para garantizarse sus privilegios ante la calentura de la reproducción violenta y no deseada.
En ese entonces, era un poco más estricta la estratificación racial porque incluso los españoles peninsulares (blancos) tenían más derechos y privilegios que los llamados criollos (también blancos), de hecho, eso fue lo que causó nuestra “independencia”, la lucha de los criollos por el poder. Cuando los criollos ganan la “independencia” de México, progresivamente la distinción entre peninsulares y criollos desaparece, al grado que el único distintivo inmediato y real fue la blanquitud.
Hasta que con el paso de los años, el único rasgo con el que se puede hacer valer este régimen de castas, que pervive hasta nuestros días, es el color de piel. Dados los antecedentes históricos el güero siempre estará por encima del moreno, incluso hasta nuestros días, porque el fenómeno, de ser una imposición legaloide, paso a ser costumbre y tradición a tal grado que hoy en día se ha metido en nuestra mente. Inconscientemente, psicológicamente, debido a la costumbre, los mexicanos siguen reconociendo una superioridad blanca como intrínseca, endémica, pero todo esto solo es producto de una imposición milenaria que pervive sólo en nuestras mentes.
En la actualidad los mexicanos somos iguales que los españoles y que los gringos. En el caso de España, México es, incluso, un país notoriamente más rico, en casi todos los sentidos y no digo todos por no caer en la soberbia, y potencialmente más próspero que aquel. Y frente a los gringos nuestra cultura, calidad moral y ética nos pone en una posición más deseable, preferible. A pesar de ello, por alguna razón, que sólo se entiende haciendo un análisis psicológico más que sociológico, los mexicanos siguen viendo para arriba cuando voltean a ver a un español o a un gringo, y eso es porque inconscientemente se siguen sintiendo inferiores en cuanto categoría humana y nada tiene que ver con la estatura física de cada uno, ni siquiera el dinero que cada uno traiga en el bolsillo.
Es por estas mismas razones que hoy en día nadie quiere ser indio y se auto adscriben mestizos (el mestizo propiamente no existe, es un invento político), como si con eso se les borrara su origen indio o su parte indígena. Es el mismo mal causado por el racismo terrorista que han implantado los blancos en la faz de la tierra a lo largo de la historia.
Ejemplos hay muchos y cada uno podrá contar el propio, lo cierto es que existe un racismo estructural en la sociedad mexicana que viene de aquellos años de la “conquista” y colonización, confirmado y perfeccionado por la nueva colonización yanki. Por eso, quien diga que los agravios de la “conquista” son cosa del pasado, yo la verdad que lo pondría muy en tela de juicio, porque si así fuera el racismo estructural que afecta al país también debería ser cosa del pasado y no es así. Mientras no haya un reconocimiento de estos agravios cometidos, pervivirán en la mente de nuestros coterráneos sus secuelas con mayor facilidad.
Güeros, estéticamente hablando, es una muy buena película, éticamente deja mucho que desear.
TRAILER
[1] En mexicano se refiere a una persona que pertenece a una clase social económicamente privilegiada o simula serlo, extremadamente superficial y sensible al trato social hacia ella. Para más información puede consulta: https://es.wikipedia.org/wiki/Fresa_(argot)#:~:text=«Fresa»%20es%20un%20término%20peyorativo,realidad%20social%2C%20es%20ingenua%20en