Siri Hustvedt

Celebré el Premio Princesa de Asturias 2019 a la escritora norteamericana de origen noruego Siri Hustvedt. De hecho hice circular por mis redes sociales un fragmento bastante extenso de su discurso de recepción, entre otras publicaciones. Más recientemente, realicé otras publicaciones en torno de libros que aquí abordaré. Por cierto en tono ponderativo. En efecto, en virtud de las críticas, hay consenso en que se ha revelado como una gran novelista, una insular productora cultural de poesía y una ensayista bastante frondosa. Les propongo un itinerario entonces para recorrer este corpus ensayístico, asociado a la investigación y el discurso argumentativo en una exposición crítica, con la idea de una sumaria evaluación y, en tal sentido, de un saldo.

     En efecto, la información que manejo es que ha dado a conocer tres libros de ensayos: La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (2010), Vivir, pensar, mirar (2012) y La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencias (2016). He leído los tres.

     No quisiera ser terminante respecto de mi opinión sobre su producción ensayística. Pero sí quiero ser honesto. Lo que entrañará varias objeciones a su trabajo y su forma de editar sus libros, así como una serie de virtudes que, efectivamente sí detecto en torno de esta rica y vasta producción orientada al universo de las ideas.

     El primer defecto que percibo en los libros de Siri Hustvedt, excepto en el primero de ellos que mencioné, La mujer temblorosa la historia de mis nervios, consiste en que el resto está constituido por una colección de apuntes inéditos (en algunos casos), conferencias, artículos publicados en revistas científicas en forma dispersa, reflexiones, notas autobiográficas, trabajos sobre arte que pueden o no haber sido preparados para intervenciones públicas, pero por lo general así ocurre. La autora en el segundo de los libros que acabo de mencionar, afirma que aspira a que los trabajos que contiene su libro, sean leídos como “ensayos” al estilo de  los que escribió el autor francés Montaigne. Ahora bien: ¿realmente se ajustan a ese arquetipo en cuya tradición ella aspira a inscribirse? ¿o son acaso es la aspiración de una escritora que acude a esa definición a falta de mejor nombre para una miscelánea que en ocasiones no podría encuadrarse en ese marco desde su definición formal e incluso de contenidos? Esto es, que no puede ser cifrada en esos términos. Junto a artículos o ensayos técnicos pasa en el mismo libro a apuntes autobiográficos inéditos sin solución de continuidad. En segundo lugar ¿no resulta demasiado ambicioso aspirar a compararse con Montaigne, por más se refiera al modo en que deben ser leídos? ¿con un clásico de semejante portento? Tomar como punto de referencia a Montaigne supone por un lado un anacronismo porque acude a un referente del siglo XVI. Demasiado distante como para tomar como punto de referencia producciones tan recientes como las suyas. Finalmente, ¿existe alguna necesidad de comparar, acudir a un referente europeo (regresaré sobre este punto, recurrente en Hustvedt) para definir su producción argumentativa o incluso sus notas autobiográficas? Desde mi modesto punto de vista peca, por un lado del citado anacronismo. La noción misma de “ensayo” dudo mucho pueda ser traída a este presente histórico sin dejar por sentado unos cuantos reparos. Por el otro, la comparación resulta homologar siquiera sea en el modo de ser leído al de un clásico de las letras. De modo que habría a mi juicio una cierta pretensión de grandilocuencia que no favorece un conjunto de textos como suyo que no tienen por qué ser comparables a semejante autor de tanto reconocimiento. Podría decirse, en un tono más atenuado, que aspira a inscribirse en la tradición desde una perspectiva más humilde.

     En lo relativo a esta producción, el único libro pensado como tal, bajo la forma de un ensayo completo, de una investigación transdisciplinaria (punto virtuoso, lo adelanto desde ahora mismo en Hustvedt) es el primero de todos ellos, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios. Se trata de un libro complejo, documentado, fundamentado, con pinceladas autobiográficas que explican el salto que da de novelista a ensayista en temas de neurociencia, psiquiatría, psicología, psicoanálisis y neurología. También literatura, por supuesto. En tal sentido, teniendo en cuenta que es una ensayista, que el resto de sus libros sean una compilación de un material disperso, una miscelánea, que han sido concebidos por lo general no para libro sino para sus intervenciones públicas o bien para ser publicados en forma atomizada, por más que ella los haya trabajado desde el plano de la escritura para ser luego reunidos en volumen de modo de ser leídos como textos sin marcas de oralidad, no le quita una heterogeneidad que atenta contra la unidad interna del libro. Ella naturalmente que, como es una mujer inteligente, culta, preparada, sabe perfectamente cómo hacer de un conjunto de notas, artículos o conferencias dispersas un libro. No es alguien carente de conocimientos librescos desde la perspectiva de una escritora, acerca de cómo debe proceder para que un libro sea concebido como tal, armado, organizado para serlo sin carecer de un orden, de una lógica coherente y cohesiva. Por otro lado, todos los escritores estamos girando por lo general en torno de dos o tres obsesiones (además de campos de estudio, que son sobre los que los responsables se sienten autorizados a hablar), circunstancia que colabora para que Siri Hustvedt esté en condiciones de realizar su anhelado objetivo de volver libro un conjunto de escritos dispersos (y por cierto desparejos, además de distinta extensión, particularmente el segundo de ellos, de diversa fortuna).

Por otro lado, son claros los dominios a los cuales ella se ha consagrado o está consagrada: el universo de las artes plásticas o el arte en general (sobre el que escribe no siempre de modo técnico sino a partir de impresiones careciendo de un metalenguaje de la disciplina además de una historia de ese arte en particular; por citar un caso, la danza y el cine, artes que ella dudo maneje en profundidad: son demasiados dominios artísticos con necesidad de abordajes muy específicos y con un bagaje de saberes  muy vastos). Decir que escribe sobre “arte” es una palabra demasiado amplia (y demasiado ambiciosa si uno aspira a hacerlo con seriedad, requiriendo ser un experto y no incurrir en improvisaciones o análisis más bien superficiales, por más que uno disponga de una pluma virtuosa, además de una formación académica de base y conocimientos acerca de ellos). Lo cierto es que decir que uno “escribe sobre arte” (como ya afirmé, un dominio tan vasto) supone asistir a su espectáculo, ser conocedor de sus tradiciones, de sus corrientes, de sus técnicas y, para decirlo en una sola palabra, para realizar una abordaje de un metalenguaje de la disciplina de naturaleza tan vasto resulta como mínimo sorprendente. El otro campo al cual se ha consagrado (y esto en grado superlativo), es, como adelanté, las neurociencias. A lo que agregaría indudablemente la crítica y la teoría literarias. La escritura de novelas puede ser concebido, en otro sentido, a mi juicio, como un campo de reflexión, en un sentido distinto. De modo que tenemos aquí varios campos de estudio. En este sentido, Hustvedt es coherente con sus hipótesis y sus convicciones: no hay ciencias blandas y ciencias duras. Hay una serie de estímulos para la mente a los cuales se ajusta con el objetivo de, a partir de tomarlos como puntos de partida, escribir. Y también cuestionar. No merecen ni deben ser comparados valorativamente. Y tanto vale una obra de arte como un teorema o un descubrimiento científico. En este punto acuerdo con ella definitivamente.

     En el primero de sus ensayos se rastrea el origen de su inquietud por las neurociencias. Una afección o síntoma que padeció a cierta altura de su vida que consistía en que cuando le tocaba hablar en público comenzaba a temblar de modo compulsivo y exagerado, al punto de tener en ocasiones que interrumpir su alocución o de realizarla con suma dificultad. Lo cierto es que su cuerpo temblaba pero ni su tono de voz ni su capacidad intelectual se veían afectadas. Convivía aterrada con este síntoma, mucho más siendo una escritora que debía presentar sus libros, firmarlos públicamente, dictar conferencias, intervenir en congresos, en muestras de arte como expositora a propósito de tal o cual artista o bien de un movimiento estético. Esta génesis resulta interesante y valiente. Siri Hustvedt, de un problema personal, de una, llamémosle así, afección, de una dificultad de naturaleza privada (si bien ya era público su síntoma), se lanza tras una investigación creativa, luego de un itinerario por toda una serie de especialistas y de expertos en diferentes terapias que le dan un diagnóstico errado. De modo que no solo es valiente en el hecho de exponer y exponerse en sus zonas más vulnerables, sino, con habilidad (en el mejor sentido de la palabra, esto es, no especulando con ello, sino haciendo de un problema un asunto creativo y productivo), escribir un libro no sin antes lanzarse a la gran aventura del conocimiento y el estudio en profundidad. También acudiendo a reuniones y científicas. Inicia entonces todo un proceso formativo en torno de las especialidades ligadas a  la ciencia que acabo de enumerar, o bien el psicoanálisis, si es que puede ser considerado una ciencia en su sentido más puro, en virtud de que contiene dimensiones fuertemente humanísticas. En tal sentido, Hustvedt resulta evidente que se servirá y se aferrará de  manera intensa a estas notas humanísticas de la ciencia cuando las encuentre. Son, en definitiva, las pequeñas zonas que le son propias en un territorio en el que es una intrusa, en el sentido del punto de partida de su formación en Letras o literatura. Serán su pasaporte a una tierra que es la de origen, en la que se originó su vocación.

     En su favor indudablemente no caben dudas de que es trabajadora, estudiosa, formada en el campo humanístico y luego el científico desde un particular lugar, una enunciación y una formulación de hipótesis que no son las de un científico en estado puro, y he aquí lo más rico de su trabajo desde mi punto de vista. Sus aportes mayores. Son los de una escritora con formación de base académica con un posgrado en literatura inglesa por Columbia University (EE.UU.) que se introduce con mucha intensidad en el universo de las neurociencias ligadas el orden del funcionamiento de las conductas, el universo del pensamiento, las psicopatologías, los modernos descubrimientos sobre la mente (en torno de los cuales parece estar muy actualizada, como si de modo permanente leyera bibliografía reciente acerca del tema).

     De modo que tenemos a una escritora, a una Dra. en literatura inglesa, formada en una muy buena Universidad de NY, feminista por convicción, lo que la sitúa, dicho sea de paso, en una particular relación con el conocimiento (crítica, en general de aquel del pasado, pero también del actual, en el que detecta a decir verdad pocos cambios), toma distancia de los científicos, de los saberes a cuyas conclusiones ella misma arriba, sobre la relación entre el universo masculino hegemónico patriarcal que percibe en el campo de las neurociencias en particular y las ciencias en general, la desautorización de la que suelen ser de modo sistemático objeto las mujeres, en particular si son bellas y además brillantes en el universo de las ciencia (uno de cuyos ejemplos cita). Y su posición tomada en tal sentido es explícita. Así, bajo estos términos, yo sí diría que es feminista. Pero no en el sentido militante, fuerte en el que lo son o lo han sido figuras como Simone de Beauvoir (a la que ella cita en varias oportunidades),  Susan Sontag (a la que, como veremos también cita en abundancia) o Adrienne Rich (a la que no cita), entre otras. También científicas, antropólogas, zoólogas o botánicas, esto es, del orden de los conocimientos de la naturaleza no solo humana. Porque en más de una oportunidad se referirá a la vida en el planeta y a la opinión que de ella han manifestado mujeres desde estas perspectivas.

     Ahora bien, regresemos a La mujer temblorosa o la historia de mis nervios. Siri Hustvedt comienza entonces desde punto de partida a apasionarse en lo que comienza por ser una mera curiosidad (porque se compromete con una cura y porque no tolera la prepotencia de la corporación médica) y deviene profunda investigadora, documentándose. Comienza a participar de grupos de estudio en instituciones científicas “como única artista o escritora” (punto que subraya en más de una oportunidad, como un privilegio o una conquista: esto es, una exclusividad, algo que la desmarca respecto de sus colegas, solo interesados en leer literatura y a lo sumo crítica y teoría literarias). Confieso que en este punto (como en otros), la narrativa de esta exclusividad me resulta irritativa. También se refiere a su capacidad de interpretar obras de arte, o bien a que en los últimas “diez años” no ha hecho más que escribir sobre arte (en particular en su segundo libro se refiere a este punto). Sin embargo también ha escrito sobre literatura, teoría literaria y la caudalosa neurociencia. De modo que aquí hay un punto en el que Siri Hustvedt me pareciera abarcar demasiados dominios y campos de estudios que suponen competencias muy diversas y muy distintas las unas de las otras. Para cuyo abordaje hace falta previamente, manejar diestramente herramientas e instrumentos muy certeros además de técnicos e históricos.

    El otro punto que sí me parece machacón innecesariamente y en lo personal me perturba (tal vez porque yo mismo estoy doctorado y no suelo poner el acento en mi formación académica cuando me presento frente a mis lectores literarios en mis ensayos) es que diera la sensación de que Hustvedt necesita de dicha legitimación además de la comprobación de un recorrido a fondo por los estudios. Lo hace al punto de llegar a la descripción de la narración de la escena de la defensa de su tesis (de hecho el momento es narrado en el segundo de sus libros que aquí cito), el modo en que insiste en que participa de reuniones académicas o de producción de conocimiento científico, de que circula por Universidades del mundo entero exponiendo sobre este tema, de que fue la única académica en literatura invitada a una mesa de una Universidad en carácter de expositora, desde la Sorbonne hasta la misma Columbia University. Esta persistencia resulta ser demasiado recurrente a mis ojos. Abusa de ella. No resulta necesario recordar que se posee un doctorado a menos que se lo traiga a colación por un motivo puntual. Este es un momento débil de sus libros, un desacierto a mi juicio, una insistencia poco feliz, evitable en todo caso. Ya todos sabemos que está doctorada por Columbia University. Que ha leído teoría literaria, crítica literaria, lingüística, análisis del discurso, seguramente lenguas clásicas, literaturas extranjeras, filología (si bien a no todas especialidades ella hace referencia, pero todos sabemos que un posgrado en literatura las presupone).

     Y el otro punto que sí señalaría definitivamente como una grave falta en Siri Hustvedt es que aspira a ser referenciada según un canon europeo y no uno de su país. Es definitivamente eurocéntrica. Todos los autores, bibliografías, citas de autoridad, son europeas. De hecho su tesis doctoral es sobre el inglés Charles Dickens, a quien defiende a capa y espada frente a acusaciones de tener un discurso transparente, sin opacidades que lo no lo vuelvan interesante.

     Considero que el mérito mayor de Siri Husvedt entonces, como dije, es que, desde su patología, padecimiento o problema de salud, como prefiera llamársele, luego de su internación en el prestigioso Hospital de NY Mount Sinaí, con valentía, con coraje sale públicamente al ruedo y recrea esa experiencia dolorosa, incómoda o traumática (como lo hará con otros ejemplos), asumiendo el riesgo de exponer y exponerse, para promover creativamente la producción de libros que han requerídos formación e información.  Hustvedt se ha ocupado de formarse e informarse en ciencias y neurociencias, en psicoanálisis, interviene en reuniones científicas defendiendo sus puntos de vista, haciéndose un lugar a empellones seguramente, sin descuidar la literatura (punto clave a mi juicio), hasta que sus reconocimientos, sus premios, sus libros y su experiencia en estos temas le hayan granjeado el respeto suficiente como para ser admitida en el difícil reino de los varones científicos que sean capaces de escucharla sin chistar y sin interrumpirla. Ha hecho falta prestigio, publicaciones, una imagen pública construida mediante distintas estrategias de autora, premios, docencia en instituciones de lujo y un prestigio igualmente derivado de toda una trayectoria construida a partir de los componentes anteriormente citados. En particular las publicaciones, los libros y la participación en debates específicos hasta que no cupieran más dudas acerca de sus capacidades. De que no quedara más remedio de ser ineludible invitarla a estos eventos científico para dar su testimonio o bien para exponer conclusiones acerca de sus estudios. Fuera o no simpático a sus compañeros de mesas redondas. Pero los organizadores sí la querían allí para dar su testimonio. Por otra parte, alguien que escribe buenas novelas, de un alto nivel de perfección, personalísimas, que se formula preguntas en torno de otros temas, no solo el científico, que publica o reflexiona sirviéndose del pensamiento abstracto para aplicarlo a su propio campo, que escribe también sobre crítica de arte, por analogía cuenta con la ventaja de probablemente ser considerada una autoridad en esa área del conocimiento transdisciplinario especialmente si con el tiempo su formación se profundiza. Lo que de hecho así tuvo lugar en el caso de Hustvedt.

      Por otra parte, hay dos circunstancias de orden vital que no quisiera dejar pasar. En primer lugar que se psicoanaliza con dos veces a la semana con una analista que maneja la teoría psicoanalítica a la perfección, al dedillo. Con ella debate, se informa, se confiesa, habla saca conclusiones, interroga, se saca dudas, es orientada en cuanto a lecturas o corrientes de pensamiento. Esta analista debe sin duda tratarse de una autoridad. Una nueva instancia de exposición de Siri Hustvedt. No teme confesar que asiste dos veces por semana a una terapia con total naturalidad, sin experimentar ninguna clase de vergüenza ni de reparo ni pudor. Este punto no siempre es frecuente. Hay personas que ocultan o niegan que asisten a consultas psicológicas o psicoanalíticas. Y Siri Hustvedt pareciera estar muy interesada en el psicoanálisis, en dialogar acerca de él, en tener intercambios con psicoanalistas, en ver qué efecto produce sobre ella, en verlo en acción, por lo que deja entrever a lo largo de todos sus libros. De hecho fue una carrera que barajó seguir a cierta altura de su vida. Ella ha atravesado por multitud de terapias por su problema. Pero también es capaz de asumir que hay un trabajo consigo misma en el que aborda su propia subjetividad sin cubrirlo de un manto de silencio o de invisibilidad, como si tuviera algo que ocultar. En este punto Hustvedt resulta admirable. Por el modo en que asume y se asume humana, vulnerable, frágil como cualquier ser humano.

     La otra experiencia que también me resulta encomiable, fue que participó como voluntaria de una clínica psiquiátrica de NY, en la Payne Whitny Clinic. Allí coordinó dos talleres de escritura creativa una vez por semana: uno para adolescentes y uno para adultos. Ella trabajaba con los pacientes haciéndoles leer un texto, que llevaba imagino que de modo sugestivo, motivador, para que, a partir de él, según surgieran imágenes, ideas, sonidos, historias, descripciones, lo primero que les viniera a la cabeza, ellos realizan un escrito. Luego eran leídos en voz alta y discutidos o, en todo caso, conversados grupalmente. En caso de que hubiera pacientes que no escribieran el idioma inglés como lengua nativa, ella igualmente les hacía escribir en su idioma originario para escuchar la sonoridad de ese texto, su musicalidad, su ritmo, su cadencia, su melodía. Para luego solicitarles que por favor lo tradujeran para que, desde el punto de vista semántico, fuera también comprensible. Estos talleres dieron muy buenos resultados psicoterapéuticos. De hecho un paciente psicótico terminó convirtiéndose en escritor y publicando libros una vez que salió de su internación. Le mandó un libro con una hermosa dedicatoria hasta que ella logró evocarlo tiempo después porque lo había olvidado. Recordó que le había  dicho si no había pensado en consagrarse a la escritura en forma profesional. Pues eso mismo tuvo lugar. Y exitosamente.

     Confieso que tengo en casa todas las novelas traducidas al español de Siri Husvedt pero aún no he tenido oportunidad de leer ninguna. Son varias. Y siempre debo estar atento a leer otras cosas por trabajo o estudio. Sí me interesó sumamente el enfoque que ella le daba a su carrera en lo relativo al orden de las ideas, al pensamiento abstracto, enfoque en el que combinaba las neurociencias, como afirma ella, con una formación de base académica  humanística, sin provenir de la ciencia, pero habiendo leído muchísima bibliografía (es una estudiosa) y habiéndose consagrado luego de una formación académica de base en literatura a una carrera creativa como la novelística. Decisión que tampoco fue sencilla para ella. De modo que este es estos son los puntos más virtuosos que encuentro en Siri Hustvedt, a una de cuyas conferencias asistí cuando vino a Buenos Aires y dialogó con la escritora argentina Luisa Valenzuela acerca, entre otras cosas, de el cuerpo y la literatura, un tema que a mí en lo particular me interesa mucho, en especial la dimensión perceptiva.

      Señalaría, sí como para cerrar, el gran fantasma que constituye la escritora norteamericana Susan Sontag para Siri Hustvedt (al igual que, en menor medida, Simone de Beauvoir). La cita, la parafrasea, pone en su boca (confesándolo) palabras para referirse a su serie de conferencias sobre la pornografía de las cuales Sontag no se sirve sino que lo hace en un tono más decoroso. Pero Hustvedt estaba escribiendo este texto muchos años más tarde. En un artículo. ¿Qué podía importarle ser más intensa en su vocabulario que una Sontag que lo había atenuado? Por otro lado, cita una anécdota según la cual en una cena le tocó estar sentada junto a Sontag y esta escritora le dijo que “había escrito el mejor ensayo sobre El gran Gatzby” del escrito norteamericano Francis Scott Fitzgerald “porque lo había hecho desde adentro”. A continuación, luego de aceptar el halago, se pregunta en qué consistirá “escribir desde adentro” y traza algunas hipótesis. Sin llegar a una de índole definitivamente conclusiva.

     También cerraría en todo lo referido a su pensamiento diciendo que su feminismo no denota un conocimiento en profundidad sobre teoría de género y las principales referentes de ese movimiento, como tampoco sobre los estudios de género según una dimensión teórica. Más bien en ese libro en el que promete que sus ensayos versarán sobre tal tema, la reivindicación resulta ser más anecdótica en lugar de profundizar acerca del tema, como sí ocurre en algunos ensayos o artículos de Adrienne Rich o la misma Susan Sontag. Es más una promesa incumplida que una esperanza anhelada por el lector que espera encontrarse en ese libro con argumentaciones más sólidos, más contundentes, con mayor formación y más conocimiento bibliográfico. Muy por el contrario, se entera de una militancia feminista que se manifiesta más en los hechos: en los congresos haciéndose un lugar como mujer o siendo la única mujer en el seno de corporaciones científicas de varones en eventos científicos. No retrocediendo frente al probable atropello científico patriarcal de profesionales de la ciencia. La suya diera la impresión de ser más una posición ligada a la intervención y a la acción que a la reflexión a fondo acerca de temas ligados al género, si bien están citados autoridades como Judith Butler, Michel Foucault y otros pensadores que abordaron el género y la sexualidad, por lo general desde la perspectiva de la construcción discursiva la sexualidad, el cuerpo o la identidad sexual.  

     Nacida en Minessotta, EE.UU., en 1955, de madre noruega y padre norteamaericano, Siri Hustvedt es una reconocida escritora estadounidense. Obtuvo el Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cine de Berlín por la adaptación cinematográfica a una novela, el Premio de Libreros de Quebec y Premio Fémina Étranger, del premio al mejor libro de no ficción de Los Angeles Times, finalista del Dublin Literary Award y seleccionada para el Premio Booker. En 2012 recibió el Gabarron International Award de pensamiento y humanidades. Y en 2014 fue nombrada doctora Honoris Causa por la Universidad de Oslo. Doctora y conferenciante en sobre temas de psiquiatría en la Facultad de Medicina Weill Corenll de NY, colabora regularmente como columnista en The New York Times y Psychology Today.  Algunas de sus novelas son Todo cuanto amé (2003), Elegía para un americano (2008), El verano sin hombres (2011), El mundo deslumbrante (2014).

     Como crítica a mis críticas, o como objeción que ella misma podría formularme, podría decir que bueno sería ponerme al tanto de su obra novelística, por un lado. Y, por el otro, desentrañar qué clase de diálogo entablan (si es que ello ocurre), entre su ficción y sus ensayos. Conjeturo que ello sí ocurre, porque de hecho ella cita ejemplos de cómo construyó personajes a partir de teorías científicas, basados en el universo científico o de casos de los cuales se enteró. O de personas de la vida real que narra en esto ensayos. También de enfermedades. Esto es: conozco un solo lado de la figura en el tapiz. Haría falta conocer su envés, para tener o disponer, esta vez sí, de una visión totalizadora de su poética, en directa relación con sus prácticas culturales, científicas y sociales. Diría, eso sí, que me parece una persona capaz de tener una captación singular del mundo, con una percepción de la escritura, de la creación, de sus procesos de génesis, de su respiración, de sus momentos de invención, por sus ritmos, de sus pausas, de sus silencios, que no son frecuentes en los escritores.

     Por lo pronto, se trata de una autora de relevancia internacional, traducida a otras lenguas, conocida en su país (del que pocas referencias culturales echa mano, siempre, como dije, se posiciona como alguien que se ha apoderado desde NY del patrimonio cultural europeo y su capital simbólico: sus citas reenvían a él de modo permanente y prácticamente excluyente). Su posición es la de habitar especialmente la ciudad cosmopolita que es NY y los EE.UU., a la que no faltan atractivos artistas por cierto. Tampoco EE.UU. carece de interesantes exponentes literarios, si bien es una patria joven. Pero no hace falta más que nombrar a William Faulkner o Walt Whitman, Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe y Edgar Lee Master, Louis Glück o bien Adrienne Rich, H.D. o bien Sylvia Plath, Elizabeth Bishop y Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y Robert Lowell, entre muchos otros, para realizar un señalamiento respecto de su desinterés o el modo en que considera poco interesantes u omite de su canon a estos nombres (no diría de todos ellos que son patriarcales), frente a los largos inventarios de literatura, crítica y teoría que colman sus ensayos. Con la honorable excepción de Emily Dickinson, Susan Sontag, algunos científicos o teóricos de las humanidades, como Judith Butler. No digo que no los haya leído. Sí afirmo rotundamente que en alguien que realiza su tesis doctoral sobre Dickens (primera demarcación en relación con la cultura literaria europea pero no la de su país) y que argumenta que sus escritos deben ser leídos al estilo de los ensayos de Montaigne, me parece que sus puntos cardinales son claros en lo referido a su sistema de lecturas. Y el cuidado que pone en el conocimiento de las tradiciones europeas resulta ser definitivo. Frente al sintomático silencio que cunde en ella respecto de las tradiciones literarias de su país. Riquísimas, abundantes, interesantísimas, que dialogan las unas con las otras, por otra parte.

     Como para cerrar, diría que más allá de publicaciones múltiplemente galardonadas, prestigio, conferencias, giras por el mundo para las presentaciones de sus libros, traducciones a otras lenguas, uno tiene la certeza cabal de que se trata de una escritora desde la perspectiva estrictamente cultural (ignoro la personal), que no diera la impresión de ser segura. En relación a figuras como su compatriota Susan Sontag pasando por Simone de Beauvoir, Julia Kristeva y todo el Panteón europeo. Más allá o más acá de inevitables e inexorables rasgos de carácter, me parece que sí cuenta con el talento y los saberes para estarlo. En una mujer tan culta, con tanta preparación, tan trabajadora, que se ha introducido por senderos propios, renovadores, que otros escritores desconocen o conocen en muy escasa medida, su fortaleza y seguridad son infundadas.

     Tampoco Hustvedt es la única en haberse referido al resto de las artes plásticas o visuales. Sin ir más lejos, la propia Sontag escribió un libro sobre la fotografía y otro sobre las imágenes de la guerra. Y otro caso más que conocido es el del fallecido escritor John Berger, crítico de arte además de un escritor de un talento superlativo, también amigo de Sontag.

     Siri Hustvedt tiene los méritos, el tanto y las capacidades suficientes como para sentirse una escritora afianzada en su espacio de competencia. Tiene el aval de un público que la acompaña de modo incondicional. También de editores y críticos. Y hay sobre todo un consenso acerca de que ha incursionado por un itinerario personalísimo cuyo mérito es solo suyo. Nadie podría decir que no corresponde a un alto nivel de originalidad de la que fue ella la precursora.         

Artículo anteriorEl ciclo de jazz «New York All Stars», regresa en presencial y lo hace con Etienne Charles
Artículo siguiente«Luchadoras», documental sobre la lucha libre femenil en Ciudad Juárez
Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.

2 COMENTARIOS

  1. Me atrajo leer sobre está escritora, de la cual no se leído nada, pero siempre sentí curiosidad por ser la esposa de Paul Auster, al que sí he leído. Me dejó pensando si esa soberbia intelectual no será que tiene una cierta competencia con la fama de su célebre marido
    También me atrapó que hiciera comparación con Susan Sontag a la que considero una extraordinaria intelectual, que he leído , pero a decir verdad, no estoy preparada para realizar un análisis elevado. Gracias pues sus análisis enriquecen.

  2. Hola, Ana María. Revisé hipótesis de lectura respecto del presente artículo, motivo por el cual envié a la Revista Vagabunda Mx una nueva versión del artículo, que es la que ahora puede leerse. La comparación con Sontag me parece acertada. Resulta indudablemente un referente ineludible en el panorama de las letras mundiales pero sobre todo de su país. Y respecto de la competencia con su marido dudo mucho que ello ocurra. Ambas poéticas están demasiado consolidadas, son prestigiosas y con un perfil nítidos y singular. Me inclino a pensar por la idea de que ambos se admiran. Un saludo cordial. A.F.

Los comentarios están cerrados.