No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
Mario Benedetti
Iván Aleksándrovich Goncharov, Goncharov para los cuates, uno de los más célebres escritores rusos, publicó en 1859, la que sería su mejor novela, la mejor novela de un genio: Oblomov, en la llamada edad de oro de la literatura rusa y bajo el yugo represor más intenso del autoritarismo zarista.
Goncharov empieza su obra maestra con una breve, sencilla, precisa, ecuánime, extraordinariamente bella, por el amplio dominio del lenguaje, descripción de su personaje principal:
“CIERTA mañana, Ilia Illich Oblomov se encontraba tumbado en la cama, en su piso de la calle Gorojovaia. En aquella casa habitaban tantas personas como en una pequeña ciudad provinciana. Se trataba de un hombre de treinta y dos a treinta y tres años, de estatura media y agradable aspecto. Sus ojos, de un gris oscuro, vagaban con expresión abstraída de las paredes al techo y del techo a las paredes, como si estuviera sumido en un vago ensueño indicador de que nada le turbaba ni inquietaba por el momento. Toda su actitud, igual que los pliegues de su bata, denotaban idéntica beatitud que su rostro. En ocasiones cruzaba por sus ojos algo semejante a una sombra de fatiga o de aburrimiento, pero esto no era bastante para anular la plácida expresión que podía percibirse en todo momento tanto en su rostro como en toda su persona. Sus ojos, la sonrisa de sus labios, todos los movimientos de su cabeza y sus mismas manos delataban un alma serena, noble y cándida. Un observador frio y superficial, seguramente hubiera dicho: «¡O se trata de un pobre de espíritu o de un buenazo!» Pero una persona más penetrante y de mirada más profunda, sin duda se hubiera detenido más en la contemplación y al cabo habría sonreído con expresión de titubeo.”[1]
Oblomov es un noble ruso, de “moderada” fortuna, es propietario de unos cuantos cientos de siervos (la abyecta servidumbre rusa de aquellos años). Durante su niñez vivió en una cómoda propiedad rural, en el centro de Rusia, en una época donde todavía no había trenes que perturbaran la paz del ambiente natural, ni ningún tipo de altercados que pudiesen inquietar la vida de sus pobladores. Oblomov es beneficiario de una vida tranquila y no tiene necesidad de hacer absolutamente nada para vivir muy bien. Desde que nací́, gracias a Dios, no me he puesto yo mismo las medias ni una sola vez, dice Oblomov orgulloso de su inutilidad.
El niño y posteriormente el joven Oblomov tienen toda clases de sirvientes: niñeras, criados y mandaderos, que están concentrados exclusivamente en complacerlo y procurar que crezca sano y fuerte. A Oblomov no se le exige absolutamente nada, no hay que presionarlo mucho para que se ponga a estudiar, ni mucho menos pensar en que realice algún tipo de trabajo. Se levanta a desayunar y luego vuelve a dormir. Así transcurre su infancia y juventud, tumbado en un sillón.
Después va a la Universidad, acompañado de su fiel criado Zajar, porque Oblomov no sabe ni ponerse los calcetines y obviamente cualquier tarea que intente hacer por sí mismo implica una amenaza a su integridad física y salud.
No obstante, las clases y pláticas universitarias, y el tímido nacimiento de algún ideal sacudían de vez en cuando su corazón; pero el recuerdo de su vida tranquila y placentera en aquella propiedad rural de la infancia, su quietud y pereza, y una vida sin carencias ni mucho menos, por el contrario, garantizada, extinguieron cualquier sentimiento de empatía o fraternidad, cualquier anhelo de lucha o por lo menos colaboración con las causas superiores del espíritu humano. Cuando a Oblomov le surgen dudas respecto si debería de hacer algo, incluso para su propio beneficio, sólo se pregunta: ¿Para qué́ sirve eso? ¿Para qué́ pensar o inquietarse por tal o cual problema?
Por otro lado, Oblomov ha sido bien educado, tiene un gusto refinado; es versado en asuntos de arte. Lo vulgar le repugna. Además, sería incapaz de cometer un acto deshonesto, se encuentra influenciado por los ideales más elevados de su época. Está consciencia lo hace avergonzarse de ser un propietario de siervos, por lo que ha elaborado un plan para mejorar la vida de los campesinos y, en algún momento, liberarlos. Aunque luego, la comodidad de sus privilegios adormece cualquier intención de generosidad.
“No es un Diógenes que haya renunciado a sus necesidades. Al contrario; si la carne que le sirven es demasiado seca o si la gallina está quemada, lo toma muy a pecho. Pero en lo tocante a los intereses superiores cree que no merecen la intranquilidad que causan. En su juventud Oblomov soñaba con libertar a sus siervos, pero de modo que eso no disminuyera su renta. Mas todos esos proyectos juveniles los ha ido olvidando poco a poco y ahora sólo lo absorbe la idea de librarse de la preocupación de administrar su establecimiento.”[2]
Esta es una descripción exquisitamente elaborada por Goncharov de su antihéroe en la que dice que Oblomov:
«Era accesible al placer que proporcionan los pensamientos elevados y no era ajeno al dolor humano. A veces, en su interior, lloraba con amargura las desgracias de la humanidad, experimentaba sufrimientos desconocidos y vagos, angustia y fuerte impulso hacia algo lejano, de seguro allá́, aquel mundo hacia el que antaño le arrastraba Stolz… Y por sus mejillas corrían dulces lágrimas. Otras veces sentía el desprecio por los vicios humanos, por las mentiras e imposturas, por el mal que hay derramado en el mundo, y se inflamaba en el deseo de indicar al hombre sus llagas, y de repente en la cabeza le nacían ideas que crecían y alborotaban en intenciones, le encendían la sangre, hacían que se movieran sus músculos y se hinchasen sus venas; y las intenciones se transformaban en aspiraciones; movido por aquél impulso moral, cambiaba rápidamente de postura dos o tres veces en un minuto, y con ojos fulgurantes, medio se incorporaba en el lecho, extendía la mano y lanzaba a su alrededor miradas llenas de inspiración… Ya estaba la aspiración por realizarse, a punto de transformarse en hazañas… y entonces, ¡oh, Señor! ¡cuántos milagros, cuántas consecuencias felices se podría esperar de tan elevados esfuerzos!…
Pero pasaba la mañana, el día ya declinaba y con él tendían al reposo las cansadas fuerzas de Oblomov: la tempestad de su alma se apaciguaba, su cerebro se desembriagaba y la sangre fluía con más lentitud en sus venas. Oblomov, despacio y pensativo, se ponía boca arriba, y fijando la triste mirada en la ventana, hacia el cielo, acompañaba con ojos melancólicos al sol, que, en plena magnificencia, se ponía por detrás de una casa de cuatro pisos.
¡Y cuántas, cuántas veces acompañó así con la mirada al sol poniente!”[3].
Esta obra maestra de Goncharov, cautivó al público ruso y generó gran interés en la crítica de su tiempo y de tiempos venideros, por su excepcional realismo crítico, porque reflejaba con fidelidad la estructura social de la época en Rusia y sus diferentes agentes:
“Toda la Rusia culta leía Oblomov y discutía el “oblomovismo”. Cada cual reconocía en Oblomov algo de sí mismo, se sentía contagiado por su enfermedad…
…Al publicarse la novela, la palabra “oblomovismo” sirvió́ para caracterizar el estado de ánimo de Rusia. Toda la vida rusa, toda su historia, lleva las huellas de esta enfermedad, de esa pereza del espíritu y del corazón que ha sido proclamada como una virtud, de ese conservatismo e inercia, de ese desprecio por la actividad enérgica que caracterizan a Oblomov y que eran tan cultivado en tiempos de la servidumbre, hasta entre los mejores hombres de Rusia, hasta entre los “descontentos” de entonces…”
La patología de Oblómov fue motivo de varios análisis, pero hubo uno que brilló con particularidad, casi al mismo nivel que la novela. El ensayo ¿Qué es el oblomovismo?[4] escrito por uno de los críticos literarios más reconocidos de aquellos años en Rusia, Nikolái A. Dobroliúbov (1836-1861), que sigue siendo fundamental para el estudio de la obra de Goncharov.
Dice Dobroliúbov para empezar:
“¿Dónde está́ la persona capaz de decir en la lengua materna del alma rusa la todopoderosa palabra ¡adelante!? Los siglos suceden a los siglos, medio millón de vagos, haraganes e idiotas duermen sumidos en un sueño profundísimo, y rara vez nace en Rusia hombre capaz de pronunciarla… “.
Y con está simpleza sintetiza la novela:
“En la primera parte, Oblomov está tumbado en el sofá́; en la segunda, viaja donde los Ilinski y se enamora de Olga, y ella de él; en la tercera, ella ve que se ha equivocado con él y se separan; en la cuarta, ella se casa con el amigo de Oblómov, Stolz, mientras que él se casa con la dueña de la casa donde alquila una habitación. Y eso es todo. (…) La pereza y la apatía de Oblomov son el único muelle que mueve la acción de toda la historia“.
Una calidad moral excepcional ahogada en los influjos de la pereza y la apatía, parecen ser los elementos constitutivos más representativos del oblomovismo, pero el análisis de Dobroliúbov es mucho más profundo que eso:
“La historia de Oblomov, bueno y perezoso, ser apático y adormilado a quien ni la amistad ni el amor pueden sacar de su torpor, no es ciertamente una historia muy importante. Pero es una imagen de la vida rusa; nos muestra un tipo vivo del ruso contemporáneo, troquelado con un vigor y una veracidad despiadados; encontramos en el relato la nueva palabra de nuestro desarrollo social, una palabra pronunciada con claridad y firmeza, sin desesperación ni esperanzas pueriles, pero con una conciencia plena de la verdad. Esta palabra es oblomovismo; sirve de clave con que descifrar no pocos fenómenos de la vida rusa, y confiere a la novela de Goncharov un alcance social muy superior que el de todos nuestros relatos acusadores. En el tipo de Oblomov y en todo este oblomovismo, vemos algo más que un simple logro de un talento vigoroso. Vemos en ello un producto de la vida rusa, un signo de los tiempos.
Oblomov no es un personaje del todo nuevo en nuestra literatura; sólo que hasta ahora nunca nos lo habían presentado de manera tan sencilla y natural como lo ha hecho Goncharov en su novela”.
El crítico ruso ayuda a desprender de Oblomov y del estudio de la genealogía de su arquetipo literario ruso, un mal nacional, que realmente es universal. Encuentra en las características del personaje unas similitudes tan repetidas en un sector de la sociedad rusa que es posible construir una tipología, más que un estereotipo, una enfermedad más que rasgos característicos.
“¿En qué́ consisten los rasgos más típicos del carácter de Oblomov? En la inercia más absoluta, producto de una indiferencia total hacia todo cuanto sucede en el mundo. Y la causa de esa indiferencia radica, en parte, en la posición social del héroe, aunque también en las condiciones en que se ha producido su desarrollo mental y moral. La posición social de Oblomov se reduce a una cosa: a que es un señor; tiene a Zajar, y a trescientos Zajar más, como dice su autor.”
La inercia más absoluta, producto de una indiferencia total, debido a los privilegios injustos de los que goza Oblomov. Lo curioso es que hoy en día y muy lejos de Rusia, en el mundo occidental, también, la inercia más absoluta producto de la indiferencia total la padecen clases sociales sin esos privilegios, con las condiciones normales y a veces mínimas de subsistencia y, si acaso, un mediocre confort. Esnobs y aspiracionistas clasemedieros se ven por lo regular afectados de oblomovismo, no por su condición social, sino por su conformismo, por el miedo a perder lo que tienen, que es poco, en algunos casos nada; y la ambición de arribar a una posición privilegiada, de convertirse en un señor, pisando al prójimo. No denuncian la injusticia porque la perciben como una herramienta que en algún momento tendrán que utilizar para cumplir sus aspiraciones.
Como el supervisor o capataz de la fábrica o la finca que se sienten más cerca de ser directivos que obreros o campesinos y no sólo permiten todo tipo de injusticias, sino que se prestan para ejecutar los actos más ruines; como el burócrata de medio pelo, que no sólo tolera, sino que facilita la corrupción de sus superiores, porque está convencido que algún día el estará en el lugar del corrupto; como el pasajero de un autobús de transporte público que no dice nada ante las imprudencias del chofer, para no meterse en problemas y que incluso cuando alguna valiente lo hace, se queda callado y no lo apoya; como el estudiante que tolera la injusticia o el acoso del maestro porque teme ser reprendido o reprobado; como el cineasta o el escritor que ha dejado de hablar de los problemas sociales o de visibilizar la violencia, para no ser censurado tácitamente por la hegemonía que controla los espacios de distribución de las películas o de las novelas. Ejemplos hay a cada paso, en todos los sectores.
“…a medida que nos alejamos de la época de la servidumbre empezamos a comprender que los Oblomov no han muerto entre nosotros: que la servidumbre no fue el único factor que ha creado este tipo de hombres, sino que las condiciones de la vida acomodada, la rutina de la vida civilizada contribuyeron para conservarlo.
(…)
La ausencia de amor por la lucha, la actitud de “déjame en paz”, la falta de una virtud “agresiva”, la no-resistencia y la sumisión pasiva, todos estos rasgos son en cierto modo característicos de la raza rusa. Y esta es probablemente la causa por que un escritor ruso ha pintado este tipo en forma tan excelente. No obstante, el tipo de Oblomov no se limita a Rusia solamente; es un tipo universal, formado por nuestra civilización actual en medio de su vida lujuriante y satisfecha de sí misma. Es el tipo conservador no en el sentido político, sino en el del conservatismo del bienestar. Un hombre que ha alcanzado por sus propios medios cierto grado de bienestar, o que ha heredado de sus padres una fortuna más o menos cuantiosa, difícilmente emprenderá algo nuevo, puesto que esa “novedad” podría introducir la inquietud y las preocupaciones en su existencia tranquila y llana. Por eso vegetará sin sentir un impulso hacia la vida real, temeroso de que ello podría perturbar la calma de su existencia adormilada.”[5]
El mejor amigo de Oblomov —que es conocido como “el hombre superficial” (o inútil)— es Stolz, el “hombre de acción”, que vendría siendo el antagonista del protagonista, que Goncharov, para redondear su crítica, decide representarlo en un extranjero, en un alemán; en el que terminará contagiándose del “oblomovismo”. No será́ Stolz la persona capaz de decir en la lengua materna del alma rusa la todopoderosa palabra ¡adelante! Ya que se convertirá en un hombre rico, se casará con Olga —que en algún momento estuvo enamorada de Oblomov y correspondida— y quedará convidado y apaciguado en una vida familiar cómoda, segura y sin sobresaltos, “oblomovizado”.
Dobroliúbov, dice que “Olga vive en un estado de temor constante: no vaya a ser que su tranquila felicidad junto a Stolz acabe convirtiéndose en algo que se parezca a la apatía oblomoviana…”. Y como es claro que Stolz se ha oblomovizado, le augura, más allá del contenido de la novela, que Olga, toda vez que “…Abandonó a Oblomov cuando dejó de creer en él; también dejará a Stolz, cuando deje de creer en él”.
El respetado crítico ruso dice o predice también que será una mujer como Olga, la persona capaz de decir “¡Adelante!”. Una mujer será ese “hombre de acción” que necesita Rusia (y el mundo), “…ella, que conoce muy bien el oblomovismo, sabrá́ descubrirlo bajo cualquier disfraz o máscara; y siempre encontrará en su interior fuerzas suficientes como para juzgarlo y condenarlo sin piedad”.
Para juzgarlo y condenarlo sin piedad dice Dobroliúbov y nos da, quizás, la clave más valiosa de todo su alabado ensayo. Nos da el antídoto, la cura frente al oblomovismo: juzgarlo y condenarlo sin piedad. Por eso es importante no perder la oportunidad de señalarlo, de incluirlo en nuestros relatos literarios, en muestras películas, en nuestras redes sociales, en nuestras sobremesas. Juzgar y condenar sin piedad la pereza y la apatía de un pueblo o de todos los pueblos que ven por ejemplo el exterminio de todo un pueblo como el Palestino y no hacemos nada, absolutamente, nada. La vergüenza inunda nuestro tiempo, pero sobre todo a nosotros mismos, nadie se salva. Por querernos salvar nos condenamos al desprecio de la historia, por eso Benedetti no quería que nos salváramos, porque no nos salvamos de nada.
Escribió Kropotkin a principios del siglo XIX, hace más de 100 años:
“Todo observador atento hallará multitud de Oblómov en la vida intelectual, social y hasta en la privada. Cada novedad en el orden intelectual les inquieta y sólo se muestran satisfechos cuando todo el mundo admite esas ideas. Desconfían de las reformas sociales, porque hasta el amor les infunde pánico. La inminencia de un cambio les causa terror.
(…)
Se esfuerza por encontrar diversos pretextos para cercar su existencia somnolienta contra esta irrupción de la vida; aprecia a tal punto las pequeñas comodidades materiales que no se atreve a amar, no osa acoger el amor con todas sus consecuencias, “con sus lágrimas, con sus impulsos, con su vida”, y vuelve a caer en el cómodo oblomovismo.
Decididamente, el oblomovismo no es una enfermedad racial. Existe en los dos hemisferios y bajo todos los climas. Y fuera del oblomovismo que Goncharov ha pintado tan bien y que hasta Olga resultó impotente para vencer, existe el oblomovismo de los propietarios rurales, el oblomovismo burocrático, el oblomovismo de los hombres de ciencia, y, por encima de todo, el oblomovismo de la vida de familia, al cual todos nosotros pagamos tan elevado tributo.”
La burguesía siempre ha sido el enemigo del pueblo y del progreso general, eso está claro para quien conoce la historia. En la nobleza actual, que se ha trasladado en parte a la burguesía y la clase política, es imposible pensar que, exista alguien siquiera como Oblomov, con todos sus defectos, alguien con una alta consciencia ética que por lo menos de vez en cuando se preocupe por la injusticia y la desigualdad y tenga el ánimo, aunque fuese encarcelado en la pereza, de colaborar en la construcción de un mundo mejor.
Eso quizás existió en Rusia en algún tiempo, pero en Occidente si existió en la prehistoria, en el mundo contemporáneo está completamente erradicado. Por estas razones el oblomovismo ha quedado anacrónico, obsoleto, si bajo esa teoría se busca juzgar a la burguesía, a la alta burocracia o a la clase política, porque esta burguesía lejos de tener cierta consciencia de lo que es justo e injusto y cierta calidad moral, son demonios guardianes de la desigualdad, de la injusticia y de la inmoralidad y funden sus fuerzas para que las cosas permanezcan como están o para cambiar todo para que nada cambie.
No obstante, sí creo que bajo ese rasero se pueden juzgar hoy en día a todos los demás sectores de nuestra sociedad: esnobs, pequeña burguesía e incluso campesinado y proletariado. Y en este contexto, son los intelectuales de todos los tipos lo que cargan con la mayor responsabilidad en el oblomovismo. Tenemos varios tipos de intelectuales, pero yo sólo quiero identificar tres grandes grupos, los intelectuales que se pusieron al servicio de la hegemonía, de la burguesía, y que no sólo no actúan, por pereza o apatía, sino que, por el contrario, su egoísmo extremo los ha hecho consolidar un sistema execrable, aduladores de la ignominia.
El segundo grupo, que son los oblomovistas, aquellos que se preguntan como Oblómov ¿Para qué? “¿Para qué́ sirve eso?” “¿Para qué́ pensar o inquietarse por tal o cual problema?”. Y hay varios subgrupos aquí: están los que no les interesa nada más que su enriquecimiento personal, construir su propiedad rural aislada del mundo y vivir tranquilos; están los que defienden el arte puro o el arte por el arte y son incapaces de hacerlo trascender a instancias espirituales más elevadas, mientras sigan vendiéndo o siendo objeto del reconocimiento más superficial; están los que han renunciado a la justicia y sólo buscan sobrevivir; están los que de repente, como a Oblomov, les dan ataques revolucionarios y de justicia e incluso son capaces de planear acciones de cambio, por mínimas que sean, pero que a la mañana siguiente vuelven a su rutina privilegiada y se olvidan de todo. Y, por último, están los que tímidamente tratan de ejercer alguna influencia para el cambio revolucionario y tibiamente enfocan su obra a la lucha social por la justicia.
Y el tercer grupo, los imprescindibles, dijera aquél; que son los que han sido capaces de renunciar a sus privilegios para entregarse a la lucha por la Justicia, lo que los ha condenado al olvido y en algunos casos incluso al vilipendio, pero esas son las grandes mujeres y los grandes hombres de nuestro tiempo, que el día que se extingan, será mejor que nos extingamos todos, porque cualquier esperanza de una vida digna se habrá ido con ellos.
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
[1] GONCHAROV, Iván A. Oblomov. Trad. de Enrique de Juan. 1985. Planeta. España. 474 págs. Pág. 23.
[2] KROPOTKIN, Piotr. Los ideales y la realidad en la literatura rusa. Karrazka Banaketak (Bilbao), 2017. España. P. 162. 311 pp.
[3] Ibidem
[4] Al parecer, aunque no busqué exhaustivamente, no existe una traducción al español del ensayo de Dobroliíbov, los fragmentos traducidos al español de ¿Qué es el oblomovismo? Fueron tomados de la traducción que aparece en el artículo: “Oblómov, diagnóstico de una patología estamental” de Manuel Pérez Mateos en Nueva Revista, visible aquí: https://www.nuevarevista.net/oblomov-diagnostico-de-una-patologia-estamental/
[5] Ibidem