Obra de Claude Monet

Miro desde la cabaña el horizonte (me cubro antes el rostro con protector solar). El día es demasiado soleado. La playa me ha hecho salir del balneario por la amenaza de los médanos como brasas. Ahora, luego de regocijarme con el cielo, me calzo los anteojos negros, por un lado. Por el otro, un sombrero de tela blanca que ataja los rayos evitando las quemaduras. Ahora entro a la cabaña, dejo encima de la mesa de cedro sin pintar  el protector solar, el mate u otro objeto para manipular. Y luego de beber un vaso de agua bien fresca, me doy una ducha y me siento aa leer. Mi hija ha comprado una revista que me deja sorprendido por la variedad de sus contenidos. Desde cuentos hasta crónicas, desde poesía hasta dramaturgia breve. Comienzo a leer, entusiasta. Y el artículo que por su título más me cautiva es de una revista de cultura literaria de México. Firmado por Michel Piqué. Y esto leí en una crónica (descubriré de un destacado colaborador que además ha publicado muchos libros de sus viajes). Empecemos el nuestro, con esta crónica de su estancia en el balneario de Aguas Verdes, en el océano Atlántico.

Brazadas

La primera vez que escribí no puedo recuperarla totalmente porque es demasiado remota. No obstante yo, que tengo buena memoria, pude asir un jirón de ese primer trazo en un cuaderno en la casa de mis abuelos paternos. Lo cierto es que a partir de aquel chispazo, de memoria involuntaria, un chispazo que me cegó porque fue como si una relámpago agitara esa mesa y esa cocina. Me detuve en toda una serie de pensamientos que me condujeron a sentirme profundamente gratificado. Confieso que al principio tuve miedo, porque mi cuerpo se encogió, por un lado. Por el otro, se produjo una inmersión en un universo que años después me marcaría al punto de acoger al universo de los textos de modo placentero, sumergido o flotando en ella.

    Mientras sostenía la revista, mi cuerpo se estremeció, mi nuca y mis cervicales me hicieron sentirlos con mucha sensibilidad y también sentí un impacto en la zona abdominal, en las tripas, las vísceras o las entrañas, por aquello de que son entrañables. Finalmente en mis pies, el sentido del tacto me hizo apoyarlos uno enredado con el otro. Fue una postura cómoda, no una afectada. Es cierto que no era frecuente (raramente cruzaba esa parte del umbral de mi cuerpo y sus percepciones). Pero no por ello hubo una captura del medio ambiente en el que yo residía. No se agitó el viento. No tronó el cielo. No cayeron escarabajos del cielo, no descendió una nave espacial en la arena.  

     La lectura se volvió vertiginosa. Una punzada en las vértebras lumbares, me recordó que estaba en esta cabaña leyendo una revista y no en mi cama con su velador y, por otra parte, experimenté el aumento de la frecuencia cardíaca, como si mi cuerpo fuera el galope salvaje de un corcel negro. ¿Una raza azache de Egipto? ¿Un encuentro con la naturaleza misma de la realidad empírica? ¿Un mutilado unicornio? Lo cierto es que de pronto la estancia en la cabaña me convenció de que no debía sentirme preocupado. En el universo de los textos, el triunfador no es el más bello sino el que resulta ser el el más persuasivo y el más vehemente.

     En este momento, sueño o vigilia, me estaba sucediendo esto. ¿Por qué los caballos? ¿por qué textos de mi vida que, sin ser un lector profesional, de pronto se colmaba de animales fuertes, aptos para ser montados, mansos por lo general en cautiverio. Ahora burbujeaban en medio de la planicie. ¿Estaríamos en la imaginación creativa de un mamífero? Este momento de mi vida en un error perceptivo o neuro-perceptivo? No lo sé. Solo sé que un soplido salió de mi boca, una suerte de alivio, para luego dejarme totalmente relajado. El cansancio de la lectura simplemente no afectó mi agilidad. Dejé una marca en el trabajo sobre la escritura, mientras me mojaba la cara en el baño, que era exiguo.
     Lo que las vacaciones tienen son: novedades y suelen son inolvidables, como una marcha fuerte. En un sentido grato como otro. O bien las instalaciones son amplias y la casa luminosa con vista al mar, confortable. También la otra opción  hubiera sido una cabaña de segunda categoría sin lujos y por lo general austeros.

     Después que salí del baño (descarté el jabón porque se trataba no de higiene en sentido estricto, sino un jirón de frescura), fui hasta la heladera, saqué dos bananas y un kiwi, tomé las frutas y las introduje en una licuadora. La humedad de la bebida me produjo una satisfacción únicamente comparable a lamer un pezón. Fue precisamente lo que había tenido lugar allí, en una aventura que tuve con una mujer morena.

     Terminé el batido de mi preparado húmedo. Pero lo hice sin jactancias ni con un orgullo  pagado de mí mismo. Me senté en el banco junto a la mesa y sentí una vasta impresión de que el mundo era más mundo. Es decir: las dimensiones de todo aquello que me envolvía me condujo a experimentar más que una pérdida, la sensación de mi pequeñez, eso que tantos filósofos y escritores han interrogado en sus libros, a mí me produjo perplejidad. En casa no estoy familiarizado con habitaciones grandes sino más una casa austera. También mi vida lo es. Vivo con una familia que no está acostumbrada al lujo. Tampoco a la pobreza. Más bien a los ambientes modestos.  Pocos adornos. Ropa simple en verano. Traje gris y pantalones  negros.

     Pero dejaré mis costumbres fuera de este escrito para concentrarme en el mar, intenso y con una escollera que se estrella en la rompiente. Ese golpe, esa sensación de ser testigo de un fenómeno que no es necesariamente placentero. Más bien me estremece el poder del océano agitado. El Pacífico, tal como hoy lo contemplaba, era un espacio digno de un espectáculo cercano al ímpetu brutal. No temía al agua y me arrojé. Floté luego mar adentro, (estoy acostumbrado a ese ejercicio). El agua rumorosa, aún a esta altura del océano, me hacía sentir mi cuerpo de un modo insólito y feliz.

     Nadé ejercitando mi cuerpo, el agua helada, la muchedumbre ausente en esta playa, la vida despreocupada de las costas. Pero esta, sin ser privada del todo, sí admitía toda una serie de facilidades y servicios para los turistas que francamente me despreocupé del rubro alimentación. Me gusta la comida liviana. Con una ensalada con aceite de oliva y un flan de postre, estoy más que satisfecho.

     Casi cuando estaba saliendo me retuvo una turista que me manifestó que trabajaba en la Universidad pero ad honorem. No nos habíamos cruzado nunca que yo supiera, pero sí me interesó que me refiriera acerca de cuál había sido su experiencia en la materia de la que yo soy docente Titular. Me explicó que tenía un muy buen recuerdo de Literatura Alemana. La asignatura que yo impartía. Le conté que cambiábamos el programa de la materia cada año. Eso suponía mucha exigencia, por un lado. Por el otro, ejercitaba mi inteligencia y mis modos de enseñar junto con contenidos novedosos.

     Partí de esta playa rumbo a la casa del techo de paja. Me despedí antes de que cayera el sol. Tenía ganas de observar el ocaso desde las escaleras hasta hasta la incipiente oscuridad que ya se estaba derramando desde un extraño fulgor. La vista enceguecía en unos naranjas, ocres, amarillos, blancos. Una tupida vorágine que me mareó de embriaguez.

     Cené un salmón al limón a la parrilla que asé yo mismo. Lo cierto es que la zona que me rodeaba estaba iluminada todo a mi alrededor por focos, de los que emitían una claridad de rayos con forma cónica. Las copas eran copiosas. Esto es: emitido desde las luces, la forma que manifestaba la luminosidad adoptaba una forma geométrica. Me dije: “El sol no tiene forma cónica. El sol es una constante dispersión y constante movimiento”.

     Después de cenar me visitó una joven que había conocido por la cercanía de su cabaña con la mía. Habíamos intercambiado saludos, nos habíamos mirado haciendo contacto visual. Y, finalmente, entró a la cabaña. Demoró cinco segundos en quedar desnuda. Yo otro tanto porque solo llevaba mi traje de baño sin remera puesta.

     Hicimos el amor como nunca lo hubiera soñado en un lugar tan paradisíaco. El clima de mi cuarto, que no era húmedo, se derramó en un viento que agitó las cortinas como si se tratara de una catarata de imágenes placenteras pero también profundas.

    Después bebimos un Martini. Yo no pensé  más que en ella y nuestros cuerpos en trance. Nos dimos un baño. Estábamos empapados al terminar nuestro encuentro. Ella se calzó un toallón luego del fogoso encuentro. Hablamos. Yo escuché más que hablar. Ella  en cambio me narró sus viajes, sus expediciones (había ido a las Islas Galápagos).

     Después fuimos caminando a una vivienda de un famoso escritor. Era un autor muy conocido porque que solía cazar leones y tiburones. Me reí. ¿Tenía algún sentido visitar ese museo? ¿Neruda o Hemingway? Plagado el sitio de malos presagios) Tomamos un par de Daikirs en una confitería cerca de la casa del escritor. Casi me emborracho con motivo de la bebida que fueron distintas al correr de la noche. Ella durmió en casa. Me quité el traje de baño y la remera. Nos arrojamos sobre la cama con deleite. Nos dormimos abrazados.

     Al día siguiente ella había desaparecido sin dejar una lacónica nota. No la entendí. Salvo que fuera una de esas mujeres que coleccionan hombres como si fueran caracoles de lugares remotos. O estatuillas de un moai como los de la la Isla de Pascua.

     Una felicidad  cib nebois oeba me embarcó producto de haber roto el silencio de diez días de estancia en la isla. Luego, todo fue el festivo saldo de una mañana con libros. O, digamos, uno en particular. Iba por la mitad de un Susan Sontag. Y el universo de pronto se adelgazó hasta caber en mi libro de ensayos de Sontag

     Los días en el Pacífico, a solas casi todo el tiempo, me habían regalado una aventura, mucho placer en cada encuentro: curiosidades y hallazgos magníficos.. Una serie de noches en que bajé al mar para enfriar mi cuerpo transpirado. Me lavaba, me limpiaba, brillante el mar con tantos focos luminosos.

    Llegó la mañana y como no había desayunado, desperté famélico. Un nuevo licuado pero esta vez de piña con leche, fue todo un deleite. Entré al mar, nadé sin temores. Percibí algas casi sobre la superficie. Las patadas bajo el agua me hicieron recordar los baños de agua   fría nos hacía a mi hermano y a mí. .      

    Si bien la había pasado. En mis viajes, me interesaba conocer nuevos parajes. Me interesaba tentar rumbo a nuevos parajes.    

     A los pocos días, casi antes de haber estado listo para partir, terminé el libro de Sontag, Contrta la interpretación. Uno de los primeros que había publicado.

     Regresaba, estaba regresando. Trepé a mi ómibus, estaba pesado producto de mis recurrentes objetos que atesoraba (souvernis, rocas, algún, alfajores). Antes de la partida, el escrutinio fue fabuloso. Los quince caracoles y la estrella de mar estabas algo sucios pero también transmitían una suerte de paz producto de la erosión del océano. Mi estrella de mar era mi recuerdo más perfecto, ahora que estaba muerte y seca. Mi estrella de mar era esta profundidad inexorable.

     El ómnibus arrancó y yo en él. Bebí una botella de medio litro de agua mineral.

    El  ómnibus se detuvo porque un pasajero no había llegado a tiempo de que arrancara. Era la muchacha de la Universidad con la que había hecho el amor. Trepó en tres saltos perfectos las escaleras. Caminó buscando un asiento. Y de pronto escuché una exclamación que me llamaba. Me llamaba como el canto de algunas sirenas. Hasta que finalmente vino a mi encuentro. Tan feliz como yo de haber  iniciado un viaje con ella a orillas del mar, ahora la emoción concluía. Arrancarían ahora el amor pero también con ellos, los celos, la crueldad, las discusiones. ¿No eran acaso los sentimos menos nobles?  

     Ella viaje pasó volando. Nos bajamos al llegar a destino. La invité a un café pero prefirió un jugo de naranja.

-No te parece nostálgico estar bebiendo jugo de naranjas después de un veraneo con un encuentro que terminó en affaire.

-Definitivamente sí, cerré la conversación, con un beso imtenspestivo que dio una larga y profundida eternidad.    

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.

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