Nos vemos allá arriba, del escritor francés, Pierre Lemaitre, es la primera obra de la trilogía Los hijos de desastre. En la contraportada del libro encontramos la siguiente sinopsis: “En noviembre de 1918, tan solo unos días antes del armisticio, el teniente d’Aulnay-Pradelle ordena una absurda ofensiva que culminará con los soldados Albert Maillard y Édouard Péricourt gravemente heridos, en un confuso y dramático incidente que ligará sus destinos inexorablemente.

Édouard, de familia adinerada y con un talento excepcional para el dibujo, ha sufrido una horrible mutilación y se niega a reencontrarse con su padre y su hermana. Albert, de origen humilde y carácter pusilánime, concilia el sueño abrazado a una cabeza de caballo de cartón y está dispuesto a lo indecible con tal de compensar a Édouard, a quien debe la vida. Y Pradelle, aristócrata venido a menos, cínico y mujeriego, está obsesionado con recuperar su estatus social. De regreso en París, los tres excombatientes se rebelarán contra una realidad que los condena a la miseria y al olvido”. 

Imagen obtenida de Casa del libro

Sus protagonistas dan muestra plena de a qué se refiere: los huecos que deja una guerra en los cuerpos, sobre todo en las mentes de quienes las sobreviven. A Lemaitre le gusta enaltecer lo grotesco, lo extravagante, así lo hará con uno de sus personajes, el soldado Édouard Péricourt, toda una tradición literaria francesa se respira en él. También sabe cómo retratar a la perfección la debilidad, la ansiedad excesiva con el soldado Albert Maillard. La más absoluta falta de moralidad, el pragmatismo voraz en pos de recuperar fortuna y mantener el poder, eso lo dejará para el teniente d’Aulnay-Pradelle (se inspirará para esta parte de la historia en un caso real).

Todo ello aderezado por cuestiones donde las clases sociales adquieren también su rol protagónico. Así, esculpe a Madeleine Péricourt, personaje que da cuenta de la fuerza de una mujer que sabe qué hacer con su inteligencia y su privilegio, más allá de su relativa belleza; al igual que su padre, Marcel Péricourt, quien también basará su pragmatismo en el poder y las alianzas que da estar en las más altas esperas gracias al dinero.

También existe una película basada en la novela:

La Primera, la Segunda Guerra Mundial y los reflectores

Al menos desde los lejos, tanto en tiempo como en mercadotecnia, La Gran Guerra ha sido eclipsada por la Segunda Guerra. Sí, esos magnos conflictos que son dueños del siglo XX y que empiezan a ser tocados por el halo de lo mítico, permitido solo cuando el tiempo hace lo suyo, pero también la cantidad de ríos de tinta, de producciones audiovisuales, de testimonios de viva voz, esos de los que sus dueños van quedando también bajo tierra. Por cierto, algunos historiadores explican que la Segunda Guerra fue en realidad la prolongación de la Primera. Tiene tal sentido que, visto a la distancia, raya en la obviedad.

Nunca me había llamado tanto la atención la Gran Guerra. Hija de mi tiempo, me concentraba en la Segunda. Visitar algunas de las capitales europeas solo aumentaba esa concentración de la mirada. Puedo decir que hasta que no tuve la fortuna de estar, algunas veces solo pasar, por pequeños poblados del sur de Francia, mi mirada se ha posado largamente, con atención renovada, en la Primera Guerra Mundial. Los inicios convulsos de todo un siglo explosivo.  

Me atrae sobremanera la novela histórica, con especial atención aquellas sobre conflictos armados y, todavía más, cuando tienen como germen reivindicaciones sociales. Un género visto con recelo por una buena cantidad de literatos(as) y una cantidad similar de historiadores(as). Proclive a las mezclas heterodoxas, leo novela histórica a diestra y siniestra. Así que llevaba tiempo deseando conseguir la novela, lo que se acrecentó con la recomendación hecha por dos grandes lectores y amigos franceses. El libro terminó por ser mi souvenir en Bilbao.

Los monumentos de los caídos

El caso real que alimenta al personaje de d’Aulnay-Pradelle es el hecho conocido como el “Escándalo de las exhumaciones militares” que estalló en 1922. Sin embargo, lo que llamó más mi atención fue el suceso ficticio: la estafa de los monumentos de los caídos, pues fue uno más de esas relaciones singulares que a veces nos ocurren tras nuestros viajes, como cuando en Praga pasamos frente a una iglesia con flores secas debajo de un memorial y después descubrimos de qué se trataba al ver la película El carnicero de Praga.

Como dije antes, hacía poco que había visitado varios pueblos del sur de Francia, donde en cada plaza o iglesia principal nos encontrábamos con monumentos donde estaban grabadas listas de nombres, eran los soldados que murieron durante la Primera y la Segunda Guerra. Siempre, en todos los casos, la lista de la primera era mayor, de manera significativa, respecto de la segunda. 

Tomábamos fotos con la idea de investigar más al respecto de tales memoriales. Sin que yo lo supiera, hasta ya entrada en la lectura, Lemaitre vino a sacar a colación el tema, de manera ficcionada, pero que no deja de ser representativa de lo que simbolizaba, o trató de simbolizar, el dejar que la piedra resguardara la memoria, honrara a los hombres de carne que dieron vida a lo que dejó tanta muerte a su paso.

Compartimos las fotos que tomamos en nuestro viaje:

Bordeux, estación de tren
Tresserve, Saboya.
Saint Cyprien
Cénac et Saint Julien
Saint Cyprien
Gourdon
Saint Cyprien
Sarlat la Canéda
Vizille, Isere
Sarlat la Canéda
Gourdon
Allas les Mines, Aquitania
Carcasone
Carcasone
Catedral de Lyon

Fotos: Carlos Miguel Glez. H.

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