El último punto en el mapa de nuestra travesía por Chile fue Chiloé, también llamada la Isla Grande de Chiloé. De Puerto Varas tomamos un autobús que en aproximadamente tres horas nos llevaría a Castro, el lugar en donde nos quedaríamos dentro de la Isla Grande.
Castro es una comuna chilena ubicada en el archipiélago de Chiloé, Región de Los Lagos, a 1214 km al sur de Santiago. Esta vez disfrutamos del paisaje de una tarde luminosa que nos permitió admirar a través del cristal la luz dorada de invierno sobre tierra chilena.
Para llegar a Chiloé se debe usar un transfer. El trayecto por mar dura poco, pero es muy agradable. Dentro del transfer, bajamos del autobús para contemplar las aguas azules del Pacífico. El cuerpo percibe que se está llegando casi hasta el extremo del mundo, pues una euforia te recorre al contemplar la inmensidad de esas aguas que surcamos rápidamente.
El autobús hizo una parada previa en la ciudad de Ancund. La comuna se encuentra rodeada de mar por tres de sus lados, mientras el cuarto limita con las Comunas de Dalcahue y la Comuna de Quemchi. Tras ella, llegamos a Castro apenas para contemplar el atardecer y caminar hasta nuestro hotel sobre los famosos palafitos.
Los palafitos son viviendas donde los pilares o simples estacas o casas en el agua, son construidas sobre cuerpos de aguas tranquilas como lagos, lagunas y caños (cursos irregulares y lentos por los que desaguan los ríos y lagunas de las regiones bajas), aunque también son construidas en tierra firme y a orilla del mar, como es el caso en algunas zonas de Chile y pueden formar grandes grupos urbanos construidos por medio de pilotis, como Venecia.
Cenamos cerca del hotel. Aprovechamos para disfrutar de un plato típico de Chiloé, el curanto, compuesto de mariscos, pescados, carnes y vegetales que se prepara dentro de un hoyo cavado en la tierra que se rellena con piedras caldeadas cubiertas de hojas de pangue (nalca) o champas. Tras semejante cena, recorrimos las pequeñas y sinuosas calles y regresamos para disfrutar de la vista desde los palafitos, acompañados de un buen vino chileno.
La mañana nos despertó con el sonido de las aves. Al correr las cortinas contemplamos la bruma que cubría todo el lago. Parecía una imagen extraída de alguna obra de arte del romanticismo. Repetimos, Chile está repleto de postales, de ventanas que te dejan asomarte a la fuerza de lo natural en donde el ser humano es apenas un minúsculo punto insustancial en el descomunal horizonte.
Nuestro desayuno fue también de postal (solemos acompañar las reservaciones de hotel con desayuno incluido, pues eso facilita y ahorra tiempo en los itinerarios del día). Era una mesa pequeña, con pocos comensales, como pocos huéspedes alojaba el pequeño hotel, con ventanales al lago, y con un desayuno preparado al momento con sencillez pero con buen sabor.
Nuestra estrategia al viajar suele ser: comenzamos hospedándonos en hoteles económicos, que solo cumplan con estar cerca de los centros de las ciudades, y conforme avanzan nuestros viajes (aquellos que son de largo aliento), consultamos nuestro presupuesto y evaluamos si podemos darnos uno que otro lujo de hotel. Eso hicimos en Castro. Elegimos el Hotel Palafito 1326, un hotel boutique con vistas hermosas al lago, confortable, que te hace no querer salir de él.
Pero claro que en Castro hay que salir. Caminamos hasta el centro para conocer su plaza principal y su Iglesia de San Francisco de Castro, una de las famosas iglesias de madera que se encuentran en todo Chiloé. Estas famosas iglesias son templos de madera construidos de acuerdo a un esquema arquitectónico tradicional. Las construcciones más antiguas todavía en pie datan de mediados del siglo XVIII y, las más recientes, del primer tercio del siglo XX. Un conjunto de dieciséis es considerado Monumento Histórico Nacional de Chile y, desde el año 2000, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Conocimos el mercado, donde esta vez comimos milcao, pan de papa. Y para la tarde nos dispusimos nuevamente a caminar, esta vez por la autopista panamericana. Llegamos a otra de las iglesias de madera llamada Iglesia de Nuestra Señora de Gracia (Nercón), terminada en 1890. Se encuentra en uno de los pequeños poblados que te transportan en el tiempo. Al lado de la iglesia está el camposanto, lo que abona al toque enigmático de esas construcciones. En realidad, dicha aura misteriosa impregna toda la isla.
Esta iglesia resulta todavía más interesante en su interior que la de Castro, porque en ella se percibe todavía más lo natural de estas singulares construcciones, lo avejentado de la madera, los colores que sirven de ornamento. Un chico que apoyaba en los quehaceres litúrgicos, nos permitió recorrer la parte superior, por donde podías caminar alrededor de toda la iglesia a través de travesaños que recordaban las tramoyas de los viejos teatros.
Regresamos en un autobús local que en unos diez minutos nos dejó nuevamente en el centro de Castro.
Fue breve pero muy disfrutable nuestra estancia en Chiloé, desde donde nuevamente regresaríamos a Puerto Varas para pasar un par de noches más en lo que ya era el viaje de retorno a Santiago, donde aún nos quedaban un par de días más.
Como siempre, los invitamos a conocer la Fotogalería que preparamos para Castro-Chiloé.
Todas las fotografías por Vagabunda Mx, excepto portada.