No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Eva (Eva Bianco) es una montadora (montajista, editora) y maestra universitaria, que trabaja en una película sobre ciegos auxiliada por Rami (Ramiro Sonzini). Eva está pasando, además, por un duelo ante la pérdida de Juan un amigo y director de cine con el que trabajaba y una crisis existencial. Este es el aparentemente simple argumento de Las cosas indefinidas de la argentina María Aparicio, película de la sección oficial internacional del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) que ganó el Puma de Plata a mejor dirección de la categoría.

Como se puede intuir, por la simple sinopsis que se presenta, la historia de la película no tiene mucho sentido y resulta de poco interés. Pero lo que le importa a María Aparicio es tener un pretexto que sirva de marco para exponer y experimentar con una serie de inquietudes y cuestionamientos que se ve que la persiguen desde hace tiempo.

Fotograma de la película

A lo largo de la película Aparicio introduce, en su tercer largometraje, una serie de preguntas técnicas, propias del cine y quizás hasta personales, pero no logra problematizarlas o siquiera establecer un debate más profundo que, por un lado, arroje respuestas o por lo menos logre determinar más claramente las antípodas de sus planteamientos para construir un diálogo, en lo que pudo ser una discusión cinematográfica muy enriquecedora, y por el otro, atraiga al espectador a un terreno que le pueda resultar más atractivo y enriquecedor.

La película empieza con Eva dando un discurso a sus alumnos universitarios, Eva dice: “Todo lo que fue filmado, conscientemente o no, desde el nacimiento del cine hasta hoy, tiene como destino final convertirse en archivo. El mundo se convierte en repetible. Por supuesto, la repetición del pasado en los archivos no es sino una sombra, un espectro de lo que fue”.

María Aparicio y Ramiro Sonzini en FICUNAM 14. Foto: Eduardo Aragón

El cine como guardián de la memoria, el arte en tiempos de la reproductibilidad técnica, no sólo mecánica, sino digital. El cine como documento (archivo) o como propaganda (espectro); como espectáculo ficcionado o como testigo fiel del pasado. La materialidad de la memoria, la labor archivística. La frase es poderosa y da para mucho, así abre María Aparicio su largometraje, lo cual resulta muy prometedor, empero luego se vuelve decepcionante porque no define (Las cosas indefinidas), no muestra sus intenciones, no dice qué es lo que quiere poner en el centro del debate. Uno puede intuir una serie de ideas, pero el panorama es demasiado abstracto, demasiado indefinido como para sacar algún provecho epistémico.

En otra conversación que Eva tiene con Rami, la protagonista dice: “Es como sí, básicamente, uno pudiera montar cualquier cosa y funciona porque hay un ritmo…”, esto mientras revisan uno de los proyectos de edición en el que trabajan.

Esta frase también puede reflejar muchas cosas, como la constante lucha del director con su montador (montajista, editor) por conservar o eliminar imágenes, secuencias o planos de la película en la que se trabaja, la vieja disyuntiva de: ¿Qué usar y que no? La persona encargada de la dirección querrá mantener lo más posible porque su trabajo le costó, ese costo le genera cariño, apego a la imagen; mientras que la persona encargada del montaje, con la sangre fría que le proporciona el desapego, la ausencia de cariño sobre las imágenes — divagando: quizás esa sea una razón para que el director nunca deba ser también el montador, un vicio que se vuelve común debido a la precariedad—, va a tratar de ganar la batalla de la eliminación de secuencias que demeritan el producto, la esencia del filme.

FICUNAM 14. Foto: Eduardo Aragón

Sin embargo, María no crea el debate, no se atreve, no importaba si hablábamos con conocimiento de causa o no, o si tenemos una posición definida, la idea debió ser provocar la disertación, la confrontación, provocar a partir de extremos, eso sí racionales, bien fundamentados y argumentados; pero Rami asiente sumisamente, en lugar de fundamentar una oposición racional. Ahí las cosas se indefinen y perdemos todos. Esta contemplación de Rami sucederá durante toda la película.

Por otro lado, en la última transcripción, Eva y Rami se refieren, seguramente, a una pieza cinematográfica sin tanta estructura narrativa, de otra índole como cine de vanguardia, experimental o un documental quizás, o una cuestión más visual. Porque es claro que cuando hay una historia que contar, una estructura narrativa, un eje literario referencial, por mucho ritmo que tengan las imágenes, si no tiene relación con la estructura narrativa van a chocar y muy posiblemente demeritar el resultado final. El ritmo, en este caso, lo marca la estructura narrativa del filme.

Creo que las imágenes pueden tener un ritmo visual por sí mismas, un ritmo que las características técnicas y estéticas de las imágenes y secuencias nos dará, a lo que me refiero es que cuando se trata de contar algo concreto, cuando el centro de la pieza está en la historia, el ritmo que marca la estructura narrativa debe estar por encima del ritmo de las imágenes, eso no es obstáculo para la utilización de destellos estéticos visuales que ornamenten la creación cinematográfica, —espero haberme explicado, sino, abrimos el debate—.

Pienso por ejemplo en Agnès Varda que se concentraba en contar una historia, ponía la historia por encima de las imágenes —a pesar de que amaba sus imágenes—, pero que se preocupaba también por la estética de sus obras y solía alternar la historia con imágenes, la mayoría de las veces coherentes con la historia, pero a veces no, tenía la sensibilidad de lograr esa armonía y de conciliar las arbitrariedades estéticas con la estructura narrativa.

Y eso es justamente lo que no pasa con Las cosas indefinidas, y el problema radica en que su estructura narrativa es muy floja, no logra ni contar ni armonizar ni enlazar ninguna de las varias cosas indefinidas que cuenta de una manera sólida.

Al final es difícil encontrar una relación que tenga sentido (“haga sentido” dicen los pro-gringos) y sea convincente entre las diversas cosas indefinidas que Aparicio nos muestra, por ejemplo: la correlación entre la crisis existencial de Eva con las personas con ceguera que aparecen varias veces en la filmación, que se introducen como una película (proyecto de Eva) dentro de la película (Las cosas indefinidas), pero, aun así, no se justifica del todo. Es decir, la razón de estar de las personas ciegas es que a Eva le encargaron la edición de ese material y resulta válida, pero narrativamente no tiene mucho sentido, nunca se le encuentra una conexión convincente. Quizás sí se cumple la premisa: se puede meter cualquier imagen, y puede quedar una película final medianamente coherente, pero la narrativa se pierde, no hay sentido, ni mensaje, ni conclusión; el personaje principal dice que se puede meter cualquier cosa si tiene ritmo, pero al desvariar en la narrativa pierdes el ritmo y matas la historia.

En algún lugar leí que María Aparicio decía que se trataba de una película que se preguntaba sobre las imágenes y su materialidad y del porqué de utilizar determinadas imágenes y otras no, que le parecía un contrasentido poner cualquier imagen. Termina cometiendo un contrasentido.

La utilización de imágenes depende de la estructura narrativa de la película, a menos que sea cine experimental o se quiera introducir una innovación estética vanguardista de manera excepcional. El relato determina cuáles son las imágenes que le aportan más a una historia concreta o a lo que le quieres contar al espectador. Como ya he dicho, pero quiero ser reiterativo, eso no quiere decir que de repente, con armonía, se pueda jugar con la estética del filme.

Ramiro Sonzini en FICUNAM 14. Foto: Eduardo Aragón

Resulta paradójico que la directora termina cometiendo los errores que le atormentan. Para mí, las buenas pero sinsentido participaciones de las personas ciegas —de las que no recuerdo sus nombres—, ya sea en las entrevistas que les hacen o las escenas en las que son tomadas, son, lo que la propia Aparicio llama, un contrasentido, no aporta a la estructura narrativa de la película, le rompen el ritmo, difuminan la historia e indefinen o abstraen las cosas que quiere contar.

¿Pudo haber metido las imágenes de las personas ciegas sin afectar el resultado final del filme o incluso mejorándolo? Me parece que sí, que sí era posible, pero debió profundizar y justificar narrativamente con mayor contundencia la utilización de esas secuencias. Verbigracia: quizás las personas ciegas pudieron haber sido amigas de Juan, el director difunto amigo de Eva, y construir un vínculo entre ellos, quizás no personal sino profesional o hasta social. Es sólo una idea, las posibilidades eran infinitas. El enlace narrativo entre los ciegos y Eva y Rami es demasiado débil y rompe la película. Por lo que se puede concluir que el guion queda corto y se convierte en el punto más flaco del largometraje. La película dentro de la película debió tener una razón de estar allí mucho más justificada.

Tenemos la película de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado del también argentino Hernán Roselli, de la que ya hemos escrito algo. Roselli tiene unas buenas, cualitativamente hablando, imágenes de archivo, igual que las de Aparicio —las imágenes de las personas ciegas son buenas, no tienen defecto técnico— la diferencia es que Roselli las introduce en su estructura narrativa de manera convincente, inventando toda una historia alrededor de esas imágenes, renunciando a su valor documental y apelando al arte, al espectáculo.

La actuación de Eva Bianco es muy buena, es la que carga el peso de la película y le facilita el trabajo a Ramiro Sonzini, que no es actor sino montador, pero que bajo la tutela y guía de Bianco sale bastante bien librado de su experiencia actoral. Aunque no hay suficientes elementos argumentativos o literarios, Eva logra transmitir su crisis existencial y duelo al espectador de manera destacada.

Eva Bianco. Fotograma de la película

Las cosas indefinidas me recordó el estilo cinematográfico de Martín Rejtman, que por cierto no me gusta: Una voz en off que guía la narrativa, voz en off que resulta ser una herramienta eficaz y atractiva, hasta que la historia pierde sentido y te das cuenta que realmente no hay historia.

Actuaciones tiesas, acartonadas, sin intenciones de conectar con el espectador, pero que no es una deficiencia del interprete es la impronta Rejtman. Mil temas, mil vertientes de las que no se logra desarrollar correctamente ninguna y mucho menos se concretan, las cosas indefinidas. Aunque técnicamente la fotografía es buena, los encuadres maravillosos y el uso de la cámara complementa lo que las actuaciones no dan por premisa del director. Eso es lo que veo en el cine de Rejtman, Aparicio, accidental o intencionalmente, sufre y goza de los mismos defectos y virtudes con la gran salvedad de que a pesar de los parámetros de actuación estilo Rejtman, Eva Bianco si logra trascender en su interpretación y le da todo el arte a la película, además de la sobresaliente técnica cinematográfica.

En otra entrevista que le hicieron a Aparicio oí que, para hacer la película, le preocupaba también plasmar las dualidades entre lo material y lo digital, y entre la ficción y la realidad. En cuanto a lo material y lo digital, la verdad es que no vi muy claramente como se planteó en el largometraje dicha dicotomía, así que no puedo decir mucho.

Fotograma de la película

Respecto al parangón entre la ficción y la realidad, éste si se ve reflejado en el filme, ya que las secuencias con las personas ciegas son reales, es decir, son testimonios fidedignos de la situación que reflejan y son insertadas en la ficción que se representa el mundo de Eva, por llamarlo de alguna manera. La combinación que Aparicio hace de ficción y realidad, independientemente de los problemas del guion y estructura narrativa ya señalados, es eficiente: las secuencias tanto ficticias como reales son técnicamente muy buenas y compatibles (aunque narrativamente no se haya hecho bien el ensamble, existía la posibilidad de hacerlo y técnicamente si se logra). Así mismo, el montaje es adecuado.

FICUNAM 14. Foto: Eduardo Aragón

Las cosas indefinidas de María Aparicio, tiene un valor cinematográfico y pudo haber tenido un valor filosófico y pedagógico importante, pese a todo, me parece que es una película que vale la pena ver. El trabajo de dirección de Aparicio es muy bueno, por algo le dieron el premio a mejor dirección, aunque honestamente ese reconocimiento yo se lo hubiese dado a Payal Kapadia por Todo lo que imaginamos como luz, no porque considere que la dirección de Aparicio no merezca tal galardón, sino más bien porque el trabajo de Kapadia se me hace muy sobresaliente, por las razones que expresé en otra disertación publicada aquí en la Vagabunda.

Fragmentos del poema Tabaquería (Fernando Pessoa)

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,

hoy estoy dividido entre la lealtad que debo

a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,

y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.

Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.

Lo que me enseñaron

lo eché por la ventana del traspatio.

Ayer fui al campo con grandes propósitos.

encontré sólo hierbas y árboles

y la gente que había era igual a la otra.

Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?

¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!

¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento

cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo

y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,

y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.

No, no creo en mí.

¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!

Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?

No, en mí no creo.

¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo

genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas

-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-

quizá realizables,

no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?

El mundo es para los que nacieron para conquistarlo

no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.

He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.

He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,

he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.

Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,

aunque no viva en ella.

Seré siempre el que no nació para eso.

Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,

seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,

el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,

el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.

¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.

Derrame la naturaleza su sol y su lluvia

sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine

y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.

Esclavos cardíacos de las estrellas,

conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;

nos despertamos y se vuelve opaco;

salimos a la calle y se vuelve ajeno,

es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

Nota: La poesía de principio a fin corrió a cargo del gran Fernando Pessoa (Fragmentos del poema Tabaquería)

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