El día, 23 de marzo de 1994. El lugar, Lomas Taurinas, una colonia popular del municipio de Tijuana en el Estado de Baja California. El hecho, alrededor de las 5 de la tarde, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) Luis Donaldo Colosio Murrieta, de 44 años de edad, es asesinado en medio de un mitin que marcaba el inicio de su campaña electoral para contender por la presidencia de la república mexicana.
Aquella tarde noche fue la primera vez que recuerdo los televisores de todas las casas en el vecindario pasando lo mismo: la cobertura del asesinato de un político. Un suceso que daba mucho de qué hablar.
Las personas mayores no lo podían creer, los adultos y jóvenes exclamaban miles de opiniones y los niños contemplando las imágenes que en aquél momento eran impactantes: una pistola que emergía de la multitud se postraba sobre la sien de Colosio, después, un estruendo acompañado de humo, y el cuerpo abatido abalanzándose sobre las personas que lo rodeaban. Segundos después, las imágenes de un hombre ensangrentado, con el rostro golpeado y linchado por la multitud, un joven al que minutos más tarde todos conocerían como Mario Aburto Martínez, de 22 años, aparentemente encargado de cometer el homicidio.
Las dos televisoras hasta ese momento existentes, repetirían incansablemente esta secuencia de imágenes durante los días y meses siguientes.
En esos momentos yo no alcanzaba a dimensionar la magnitud de ese hecho, ni que pasaría a ser uno más de los fatídicos sucesos ocurridos en los años noventa –las explosiones en Guadalajara, la crisis y devaluación del 94, los asesinatos del cardenal Posadas y de Francisco Ruíz Massieu, por mencionar algunos–. Al día siguiente, todos en la escuela platicaban de lo mismo, como en el barrio o durante la comida en casa. Curiosamente los mejores analistas políticos o detectives siempre están cerca de las mesas de reunión pero lejos de la PGR.
Recuerdo bien que en los días siguientes, cuando los noticieros y portadas de periódicos presentaban la fotografía de Mario Aburto preso en Almoloya de Juárez, muchas de las opiniones al respecto señalaban que el que estaba preso no era la misma persona de las imágenes del asesinato. La gente murmuraba diversas especulaciones: “lo mandó matar la oposición (el PAN)”, “lo asesinó el propio partido”, “fue Salinas de Gortari”. Por primera vez yo escuchaba la palabra conspiración.
Mucho de lo hasta aquí narrado lo recordé en junio del 2012, año en que se estrenó la película Colosio: El asesinato, dirigida por Carlos Bolado y que cuenta con las actuaciones de José María Yazpik, Daniel Jiménez Cacho, Odiseo Bichir, Tenoch Huerta, Dagoberto Gama y Kate del Castillo, entre otros. La cinta claramente señala sustenta la versión de que el asesinato fue una acción concertada, la cual involucraba a personas pertenecientes a las altas esferas de la política, a importantes empresarios y a diferentes células del crimen organizado.
Esta película se estrenó a 18 años de lo ocurrido, en medio del periodo electoral.
Una de las intenciones era rememorar lo sucedido y mostrar a las nuevas generaciones un caso más de corrupción e impunidad del pasado reciente, un halo que siempre ha acompañado al sistema político que ha dirigido al país.
La película claramente hace alusión a personajes de la política nacional de aquel entonces, al expresidente Carlos Salina de Gortari y su hermano Raúl, a los hermanos Ruíz Massieu, Manuel Camacho Solís, Pedro Aspe Armella y a José María Córdoba Montoya, asesor de la presidencia y representado en la cinta como un hombre maquiavélico por Daniel Giménez Cacho. Dicha interpretación de le valió el Ariel a la mejor coactuación masculina.
Aunque tal vez la representación clave fue la de Fernando Gutiérrez Barrios, interpretado por Emilio Echevarría –el Chivo de Amores perros (2000)–, quién fue gobernador de Veracruz, Secretario de gobernación y director de la Dirección Federal de Seguridad. Sin ánimos de hacer un spoiler, está la escena en la que él aparece haciendo mención de frases interesantes como: “el sistema en México te ayuda a alejarte y retirarte en las sombras…, los que manejan el poder ahora, no se quieren ir”.
En suma, la película hizo que recordara la década de los noventa, que aunque yo la vea cercana, ya casi estamos a una distancia de 30 años, donde se notan los cambios por doquier, como en la vestimenta, los automóviles o la música que se escuchaba, como la canción de “La Culebra” de la Banda Machos, que según se dijo, fue la señal para que Aburto cometiera el crimen.
Colosio pasó a la historia como el candidato de la esperanza y el que hipotéticamente solucionaría muchos de los problemas del país. Jamás lo sabremos. Lo que sí sabemos son dos cosas, una, que a los muertos, y más sí son asesinados, se les convierte fácilmente en héroes porque no hay posibilidad de desmentirlo; y segunda, que este hecho evidenció, una vez más, las fallas y la corrupción en los sistemas de procuración de justicia en México.
La muerte de Colosio nos hizo pensar y estar conscientes de que, en el país, se podía matar a un candidato a la presidencia de la república a plena luz del día, cuál eco del asesinato de un presidente norteamericano, allá por la década de 1960, asesinado de día, entre la gente y con un supuesto asesino único. Esto nos lleva a otra película, JFK (1991) de Oliver Stone, quien también ofrece una “ficción basada en hechos reales”. Ambas cintas son muestras perfectas de “conspiraciones friccionadas” que dejan una sensación de mucha mayor claridad que las investigaciones judiciales o comunicados oficiales al respecto.