De todo cuanto escribo (que es mucho y desde distintos foros) lo que me propongo como escritor y estudioso son dos cosas: escribiendo con sentido de excelencia, que las personas disfruten de una producción literaria que las enriquezca, colabore para problemaziar la credulidad, el pensamiento unívoco, ir al encuentro de principios y valores éticos sin pedagogías, que mis textos procuren alumbrar zonas por lo general solapadas por un manto de silencio o invisibilidad social, mediante universos alternativos a los cuales mis textos literarios les permiten tener acceso. Y cotejar o poner en diálogo con el real. Busco tanto un ideal de belleza como un ideal de humanismo en la escritura literaria que ponga el acento en reinvindicar, en el marco de la condición humana, nuestras condiciones más frágiles, falibles, vulnerables y la necesidad del amor al semejante. Hacia un ideal vincular entre semejantes en el cual predomine la equidad, la iguldad y el amor bien entendidos. Esto se pone de manifiesto en el seno de la producción literaria mediante dos operaciones claras: ni idealizar ni escandalizar. En mi producción de estudioso, en segundo término, aspiro, esta vez sí, siendo mucho más taxativo, a reinvindicar principios que considero han sido avasallados hacia muchos de mis semejantes, no solo víctims sino tambien demostrar de qué modo el propio agresor está alienado en su condición agresiva de modo que no sabe hacer otra cosa más que agraviar o atacar. Puesto en estos términos, sin victimizar, sí pinto un friso realista que se da en los hechos según lo que vivo, lo que observo en torno de mí, lo que he leído en libros o en diarios, lo que veo en lasa redes sociales, aquello que me ha sido revelado mediáticamente. Por lo general suele tratarse de situaciones asimétricas según las cuales el agresor se aprovecha de su condición de mayoría o de grupo para ofender o ejercer la violencia física contra el semejante a quie no considera un igual.
Durante toda mi etapa formativa de posgrado en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), realicé una serie de seminarios en torno del tema género pero, en particular, orientados a la especialidad de estudios sobre la mujer. En mi tesis de grado abordé una poética argentina interesante a mi juicio, la de la autora argentina Angélica Gorodischer, feminista, motivo por el cual debí familiarizarme y leer numerosas antologías por ella compiladas además de bibliografía que ella había escrito en torno de autoras argentinas y latinoamericanas. Su ficción, por otra parte, siendo narradora, no escapaba a numerosas rupturas en lo relativo a representaciones literarias de estereotipos de género y denuncia de la violencia de género. Luego, en tres becas bianuales de investigación que obtuve por concurso de mi Universidad, abordé también sucesivamente la poética de cuatro autoras en cada una de ellas profundizando no solo en el tema género pero sí fue una de esas variables la que tuve en cuenta. Luego en mi tesis doctoral también abordé mediante un análisis contrastivo las poéticas de dos autoras argentinas, defendiéndola en 2014. Y en 2017 publiqué un libro de entrevistas a 30 autoras argentinas, que en verdad fueron 32 entrevistas, descartando dos por distintos motivos. Una cartografía de las poéticas argentinas de los siglos XX y XXI había queda plasmada según mi mirada, de naturaleza selectiva, sobre el corpus de mi país, por un lado. Por el otro, estos contenidos me habían conducido a problematizar el sentido común y los estereotipos de género, el sistema patriarcal y el machismo en términos amplios, pero sobre todo en lengua española y en Argentina. Ya como observador o como protagonista, fui testigo o protagonista de escenasa en las cuales el machismo a nivel local, en la ciudad de La Plata, se encarnizada con el otro sexo o con otras identidades de género. Machismo al que asistía cotidianamente. Finalmente, participé de un Proyecto de investigación de incentivos acreditado en el Departamento de Filosofía de mi Universidad, bajo la dirección de la Dra. María Luisa Femenías, una autoridad internacional en la materia, asignándome ella a la autora Simone de Beauvoir en diferentes dimensiones como pensadora, ensayista, creadora en mi carácter de Dr. en Letras. Ello dio por resultado un libro que publicamos en Buenos Aires en Editorial Catálogos, compilado por la Dra. Femenías., por un lado. Por el otro, una serie de artículos que publiqué en revistas extranjeras sobre el tema autoras argentinas. En otros casos, sistemáticas reseñas de las novedades bibliográficas de autoras argentinas en revistas académicas sobre todo de EE.UU.
Algunas autoras de las que había investigado eran lesbianas, en las entrevistas se habían referido a esa identidad de género en directa relación con la poética, sobre cómo habían puesto en cuestión el paradigma heteronormativo desde la representación literaria o habían hecho circular en sus ficciones la representación del deseo lesbiano. En tal sentido, también esta dimensión fue incorporada a mis estudios. Y no signifcó por cierto un aporte menor en la medida en que era un corpus de la producción literaria escasamente abordado. En uno de los seminarios que realicé me fue referido el nombre de Adrienne Rich, poeta y ensayista norteamericana. Curioso como soy, encontré esos libros (más recientemente), tanto de poesía como dos de ensayo. Si bien fue su ensayística la que me resultó más impactante y atractiva desde sus planteos oiriginales, su poesía también me pareció sumamente transgresora en otros. Su creación también era de excelencia, pero no me cautivó del mismo modo que su universo de sus ideas.
Hubo y hay aun un panorama entonces del tema género en términos teóricos que se desprende, por un lado, de procesamiento bibliográfico, de la homosexualidad. Por el otro, una observación atenta a la realidad empírica argentina y en términos de una perspectiva más circunscripta, a las que observo, veo y vivo en una ciudad chica como La Plata, observador como soy de lo que se dice, se hace o se deja de hacer en un ámbito como este. Es decir: la experiencia empírica es la base, en muchos casos, de planteos teóricos, o su confirmación. Pero tengo en claro que los problemáticas que enfrentan las autoras europeas o norteamericanas no son las mismas de las autoras de Argentina o incluso la organización en lo relativo a los contenidos curriculares a las que desde lo académico se puede tener acceso desde La Plata. No solo se trata de un tema de desarrollo/subdesarrollo sino de ideologías sociales y paisajes socioculturales atravesados por la historicidad.
En Argentina hablar de ciertos temas pone nerviosa a la gente, diría Susasn Sontag del verdadero arte. Y hablar de ellos diera toda la impresión de que será motivo de desprestigio o bien de repudio para quien lo haga. De toma de distancia. De sospechas. De amenaza. De ponerse en guardia frente a alguna clase de peligro del que el portador de tales ideas o discursos sociales traiga a una reunión social, mesa de trabajo o discusión académica. También en el orden del discurso periodístico o académico. En ámbito de discusión como paneles o congresos. Hay un conflicto que desde el orden de la imaginación del lector o del interlocutor tienden a activarse que lo ponen en una puesta en guardia. Como si quien enunciara ese enunciado hubiera cometido una infracción (de hecho sí la ha cometido, al sentido común fundado en el prejuicio, a la homofobia fundada en la transgresión, mediante la palabra, del sistema heteronormativo). De modo que no pareciera conveniente hacerlo si uno aspira a mantener una irreprochable pero frágil reputación a mis ojos, infendible si está fundada en prejuicios. Sacar a la luz algunas problemáticasa del orden de la conflictividad social, en torno de temas que a mi juicio sí merecen una dicusión urgente porque precisamente son ocasión de agresión, violencia, desautorización, deslegitimación, advierten de que deben ser como mínimo conversados públicamente en torno de una agenda ineludible. Esta toma de posición de quien decide tomar la palabra acerca de un asunto (por lo visto) de naturaleza tabú, lo sumirá incluso en la idea de que se está buscando la provocación cuando no el escándalo. En tanto en verdad su enunciación devenida enunciado es en cambio un llamado a la reflexión en profundidad de un asunto relativo al género pendiente que solo ha traído desdicha, persecución, silencios, mentiras, disimulos e hipocresía. Además de una profunda infelicidad en el sujeto homosexual (varon o mujer) o bien en su entorno en buena parte de los casos, en virtud de que raramente ha podido asumir su identidad de género sin antes intolerables dosis de angustia. Hay familias que acompañan como familias que rechazan estas identidades, rasgo que promueve más aun la angustia.
Tengo 51 años. En lo que va de mi vida he publicado dos artículos en torno de la homosexualidad, con respecto de las reacciones frente a ella en mi ciudad (lo que fue fuente de revuelo). Esa publicación, por otra parte, tuvo lugar en NY, circunstancia por la cual mi editora de NY me explicó que el artículo sin embargo no había causado una mala impresión. Me refería allí de la importancia de no ofender al semejante por su oción sexual. En tanto en La Plata había sido objeto de una recepción que no fue la mása favorable, en tanto toda otra serie de temas relativos mis trabajos sobre poéticas argentinas, latinoaericanasa o europeas, temas de teoría o temas relativos a la enfermedad de COVID-19 fueron calurosamente recibidos. La segunda fue un trabajo más ambicioso desde el punto de vista de su profundidad y su alcance. Tuvo lugar en México. Y abordó la relación entre textualidad y género en torno de las minorías sexuales. También he publicado hasta el momento dos cuentos en torno de la homosexualidad masculina, uno en México entre dos homosexuales que mantienen un encuentro sin ninguna clase de sexo explícito y fue ilustrado por una notable artista plástica argentina. El otro, más reciente, fue publicado en NY en una Revista cultural, titulado “Efebo”, en el que tampoco hay escena de coito alguno. De modo que perfectamente se puede hablar de la homosexualidad sin necesidad de estar exhibiendo más que un profundo amor entre dos personas, entre otras muchas variantes. Todo lo que he publicado más que avergonzarme me da orgullo porque lo siento como un aporte a una sociedad que necesita ponerle palabras a un deseo que suele ser censurado o perseguido u ocultado de un modo subterráneo por vergonzoso. Aclararé que simplemente consiste en un tema más entre tantos otros que me ocupan y me han ocupado como estudioso de la literatura y el arte. O como creador. He escrito sobre erotismo heterosexual así como he escrito cuentos fantásticos y una suerte de cuento de fantasía épica. Sé que si hubiera aspirado a publicar artículos o cuentos de estas características en la ciudad de La Plata en otras publicaciones, me hubiera sido imposible, o hubiera debido hacerlo en medios alternativa o muy marginales, con los cuales no mantengo relación alguna por una razón meramente casual, evidentemente no de falta de afinidades. Las cosas no han cambiado demasiado en lo relativo al tema género, por más más que se predique todo lo contrario. En mi ciudad y en las redes percibo todo lo contrario.
Desde lo personal me siento con la consciencia lo suficientemente tranquila en lo relativo a mi conducta ética y a mi conducta civil con mis conciudadanos porque no he cometido jamás delitos ni faltas al pudor. Sí he hablado (y hablado en términos claros) de problemáticas consideradas tabú (no me refiero a la homosexualidad todos estos casos, que fueron numerosos, pero sí polémicos), circunstancia que no la ha resultado grato a mucha gente, mucho menos de mi ciudad. Pero en lo relativo por otra parte a mi desempeño profesional me siento perfectamente capaz de discernir que he sido alguien que ha trabajado (y que ha trabajado mucho) en su campo de investigación y en su campo de trabajo creativo. Lo he hecho siempre bajo una ética profesional que me resultó primordial sostener. Y una honestidad intelectual que del mismo modo defendí a de modo innegociable. De modo que: nada para esconder. Agregaría a ello que me he interesado por ser un estudioso de los temas sobre los que estaba escribiendo procurando documentarme, formarme, informarse e investigar bajo la supervisión de maestros de excelencia y en el seno de instituciones de una enorme capacidad de brindarle al investigador o al estudiante de idiomas o de escritura creativa los recursos suficientes como para luego desarrollar su tarea profesional. Con todo esto quiero decir: siento que todo a lo largo de mi vida he realizado un enorme esfuerzo por buscar la excelencia, tanto en lo que hago, en lo que escribo, en dónde publico lo que escribo y, eso sí, exigir como condición sine que la libertad de expresión fuera respetada. Además de la preservación de la integridad de mis manuscritos, sin que sus títulos sean cambiados (como de hecho sí me sucedió con una publicación prestigiosa de Buenos Aires, a cuya publicación renuncié por tal motivo, su decisión de modificar los títulos de mis artículos como un títulos adquirido inconsultamente) o bien a que fuera censurado por referirme a tal o cual autor o autora. O que liviamente fuera invitado a no escribir sobre ciertos temas porque la sociedad era sensible a ello. ¡Pues bienvenidos sean asuntos pendientes! Eso es lo que hace crecer a una sociedad. De otro modo ser un estudioso sobre un campo de estudios no tendría el menor sentido. Ser un escritor que libremente expresa emociones, hace circular representaciones sociales motivadas según sus inquietudes o deseos, según las ideas que llegan a su menta para crear, ser espontáneo en sus juicios pero actuando con responsabilidad en todos los casos, tampoco lo tendría. Hablar sobre lo que todo el mundo aspira a escuchar es sinónimo de endulzar los oídos hasta que llega un momento que desde mi punto de vista empalaga. Le hace el juego al poder porque no hace avanzar ni progresar a la sociedad sino, en todo caso, ratificar un orden lineal establecido que perjudica a buena parte de la sociedad, provoca angustia, hace renunciar al amor o al placer a otras, impregna de una discriminación inadmisible bajo un marco de supuesta corrección a una ciudadanía bajo la consigna de que no resulta conveniente pronunciarse acerca de ciertos temas porque o no es necesario (en tanto todos sabemos que sí lo es) o puede afectar su imagen pública connotándola axiológicamente de modo negativo. Este punto me parece que convendría fuera repensado seriamente por parte de la policía de los pensadores, los estudiosos o los conservadores de las costumbres de ambos sexos. Cuando nadie reprocha su estilo de vida ni su modo de ejercer la escritura, sus temas de investigación, la forma de encarar el trabajo de análisis literario o social. O bien sus juicio sobre la sexualidad, que las minorías sexuales deben tolerar, por el contrario, una persecución encarnizada que resulta de una violencia rayana en una infracción a la ley social por la crueldad con que se realiza dicha persecución, percibida esta vez desde una perspectiva simbólica. Se ejercen sobre el sujeto homosexual un nivel de agravio y ataque sistemáticos que me resulta francamente inadmisibles para cualquiera que reconsidere con un poco de criterio y de seriedad aquello que está diciendo, haciendo o ha hecho todo a lo largo de su vida. En tanto un sujeto homosexual no se burla del modo en que un heterosexual ejerce o el coito o el sexo oral debe tolerar las innumerables variantes de naturaleza insultante que supone ejercer esas prácticas por parte de él con palabras patéticas y ofensivas, además de sin fundamentación atendible. Todo ello afecta de modo sensible su autoimagen, que en ocasión produce una autoestigmatización o bien una paranoia completamente comprensible por otra parte.
¿A título de qué viene esto? Pues a mis distintos trabajos en los distintos campos en los que me he especializado, que no son tantos: poéticas de literatura argentina contemporánea, literatura infantil o juvenil argentina, cierto pasaje por la teoría de género como dije, la teoría y la crítica literarias y la teoría de la lectoescritura, en particular la creativa. Las minorías sexuales no son mi especialidad. Pero sí me parece un tema importante el hecho de que la sociedad tenga la voluntad, tome la decisión, preste la suficiente atención, lo haga con respeto y altura acerca de este, entre tantos otros temas de un temario a prestar atención. Lo acabo de decir. No soy un experto en el campo de estudios sobre minorías sexuales. Pero sí lo estimo una asunto urgente en virtud de que no percibo progresos sustantivos en torno de ese asunto en lo que ha supuesto llegar a una temporalidad que supuso una cronología que supera el segundo decenio del siglo XXI. Son muchos años disponibles para reflexionar, me parece. Para tomar decisiones en lo relativo a estos temas que acabo de señalar.
Me he formado en talleres en los que la sexualidad era abordada desprejuiciadamente. De ese modo debía serlo para que quien escribiera lo hiciera con la suficiente sensación de libertad como para escribir sin autocensuras ni miedos ni tabús acerca toda clase contenidos sus ficciones o poemas. Los talleres a los que asistí, coordinados por escritores de excelencia e impecable trayectoria, que son seis, fueron ámbitos en los cuales la formación no giró en torno del tema género pero sí fue abordado bajo sus distintas variantes en tanto y en cuanto irrumpía en alguons textos. Desdse el erotismo (generalmente heterosexual) hasta el amor. Y también leímos autores homosexuales como, entre otros, Truman Capote.
Tanto mi formación académica como mi formación en talleres naturalmente me condujeron de modo espontáneo y curioso para proseguir esa senda iniciada en los estudios sobre la mujer hacia otros grupos sociales que se han dado en llamar “minorías”, sin dejar de manifestar mi initerés en lo referido al género en lo referido a la mujer. No obstante, hay un punto sobre el que sí me gustaría hacer hincapié y consiste en el modo relativo a la definición de identidad sexual que queda reducida a su variable cuantitativa.
Me interesé también puntualmente en poéticas de autor pertenecientes a estos grupos, como Manuel Puig o Copi, eventualmente, como dos nombres que señalaría en literatura argentina (con un fuerte anclaje en la cultura francesa, en Copi). También hubo autores o autoras homosexuales que a nivel internacional cautivaron mi atención, como Marguerite Yourcenar o Susan Sontag. No lo hice por ese motivo. Lo hice porque sus poéticas me parecieron atractivas, renovadoras, excepcionales, brillantes, novedosas, planteaban problemnas antiguos bajo una nueva luz en su tiempo histórico (y el mío, en el que los leía). Como experiencia de lectura fueron gratificantes además de que como escritor presté atención a sus técnicas narrativas (soy cuentista y poeta) a la vanguardia, pero también por sus singulares universos poéticos. Pero mi ojo no estaba puesto precisamente en su condición de homosexuales sino de creadores. En primer lugar eran y son buena literatura. Se trata de poéticas de excelencia. Este era el punto.Tampoco he profundizado en torno de poéticas de minorías sexuales al punto de ser un experto. Apenas he leído una antología (muy buena y rica, por cierto, compilada por el autor argentino Leopoldo Brizuela), he leído al poeta argentino Néstor Perlongher y algunas poéticas argentinas de naturaleza ineludible por su carácter calificado, que no han sido muchas porque difícil resulta conseguir sus libros. Son inaccesibles o bien no están en las bibliotecas. En mi caso se trata de lecturas de naturaleza insular en virtud de la dificultad de su acceso. Hace poco en Argentinqa es posible acceder a literatra homosexual tanto femenina como masculina. Resulta probable que no hubieran realizado tirada amplias. O no hubiera habido buena distribución. No he sido un investigador de poéticas homosexuales. Ni tampoco heterosexuales ni bisexuaes. He sido simplemente un lector, un estudioso y un investigador de poéticas. Si eran o no gays o lesbianas no era el punto sino que sí me interesaba su ficción desde lo estrictamente poético. Convengo en que el deseo homosexual puede interpelar más a ciertas personas que a otras. En mi caso leo tanto a homosexuales com heterosexuales, nacionales e internacionales, infantil como para adultos, y no me rasgo las vestiduras por esta condición estigmatizante sino que más bien vivo la condición homosexual en algunos creadores que sí observo los marca axiológicamente los marca de modo negativo por parte del sistema literario en términos generales. Muy en particular con la presencia en Argentina de poéticas como la de Borges como de naturaleza hegemónica que jamás se ocupó de abordar el tema. No resulta una obligación hacerlo pero tampoco resulta posible eludirla en un hombre de semejante erudición.
En lo personal no las estigmatizo a esta clase de poéticas. Pero sí estoy lo suficientemente capacitado como para iniciar un diálogo interpelando a la sociedad desde la palabra crítica respecto de paradigmas instalados de forma naturalizada como los hegemónicos desde la perspectiva del género. Tanto en lo relativo a la mujer (lesbiana o no) como al varón homosexual. Y paradigmas invisibilizados o bien sobre los que ese ejerce persecución, se ha ejercido censura histórica, directa o indirecta, marginación o bien expulsión de instituciones educativas o bien del periodismo cultural, en tanto que portadores de una esencialización del sujeto homosexual que me resulta discutible por muchas razones.
En cada oportunidad en que procuré hacerlo (que fueron pocas, porque mi especialidad es la poética, la crítica y la teoría literaria, no la teoría de género en sentido estricto, tal como lo acabo de señalar), me he encontrado con una serie de resistencias, reticencias, objeciones, hostilidades a veces, en otras repudio que me han alarmado. Mis publicaciones que por lo general tenían lectores que dejaban comentarios o bien las calificaban según criterios de mucha riqueza y amplitud (y en muchos casos criterios enjundiosos), pero era suficiente que una publicación o un cuento o una reseña o un autor abordado fueran homosexuales para que el silencio, las ausencias o directamente las desapariciones tan sintomáticas como incomprensibles fueran puestas en acción. Tanto respecto de una toma de distancia de mí como de una toma de distancia de lo qu escribo. La intervención en la esfera pública en torno del tema homosexual resulta irritante, genera resistencia, en lugar de aceptación y abierta sensación de convivencia apacibe. Desde esta perspectiva eran significativamente pasadas por alto estas poéticas en lo relativo al registro de su recepción crítica o bien de su lectura profana. En una de esas oportunidades no hubo siquiera una sola calificación. Y entiendo que no solo causaban desinterés, rechazo o repudio, indiferencia, miedo, fobias, escalofríos junto dentro de un largo etcétera, que me resultan a esta altura tan irrelevantes como, puestos a pensar seriamente, superfluos. He dejado de estar pendiente hace rato acerca de dos cosas: qué espera de mí la academia estudie, investigue o publique y dónde lo haga. O bien qué repercusiones puede llegar a tener el publicar fundamentalmente en torno de dos temas: la homosexualidad y la salud mental. Circunstancia que ha sido largamente señalada no están tan distantes la una de la otra. Hay una patologización del sujeto homosexual y también naturalmente que la intolerable angustia producto de la imposibilidad de asumir la identidad de género es probable en muchos casos genere a la larga o la corta alguna clase de patología. Por otra parte, la discriminación, marginación y los silencions son rasgos que ampliamente comparten. La marginación, la soledad, el estallido de la subjetividad producto de los permanentes agravias son lesivos para el sujeto homosexal. Y esto sinceramente no me resulta justo.
Lo cierto es que algo sucede con este tema en la sociedad que hace que no se pueda opinar siquiera sobre ellos, al menos no abiertamente, pero sí bajo susurros o rumores. De modo subrepticio, en voz baja, atribuyendo al portador de tal condición un descrédito o bien un rasgo de personalidad que socialmente lo desluce o lo destituye de su condición digna. En lo que a mí atañe, he opinado en mis artículos tanto académicos como de periodismo cultural o bien he realizado abordajes en mis cuentos o poemas en torno de un abanico de temas tan amplio siempre dentro de una especialidad (no una dispersión inconducente) con la idea de profundizar y de innovar o indagar en formas del pensamiento o las representaciones literarias en búsqueda de la originalidad o bien de lo invisibilizado, lo tabú, denunciar lo inmoral o lo que suele estar por debajo de la mirada pública, lo escondido, que podría afirmar que he actuado de un modo alternativo a esta cultura oficial que dicta un ajuste a estilos de vida y formas del deseo que a esta altura del siglo XXI, como dije, resulta inverosímil.
Es suficiente escuchar la palabra “homosexual”, “homosexualidad”, “lesbiana” o “lesbianismo” (cuando no las vulgaridades que son sus sucedáneas en su variante peyorativa), para que una emoción tensa se apodere de los asistentes a una reunión o de un sujeto, por lo general heterosexual. Es suficiente nombrar a un artista homosexual o escribir sobre él o ella para que cunda un estremecimiento perturbador sobre el lectorado o bien la citada reunión social si uno lo menciona o acaso leen o ven anunciada o una nota sobre su poética. Estos significantes de inmediato invocarán un fantasma. Lo pondrán en guardia al heterosexual que se sentirá, como mínimo, bajo estado de amenaza. Cierta vez un reconocido escritor e intelectual, en una conversación telefónica, me dijo: “La homosexualidad es un tema polémico”. Viniendo de boca de alguien sumamente inteligente y con mucha formación, por demás talentoso, su respuesta no pudo sino dejarme perplejo. Naturalmente bajo esas premisas tal como él las había planteado en diálogo fugaz, no en la profundidad de una conversación interpersonal, no solo no me pareció prudente comenzar una intercambio de opiniones o, si así se prefiere, un intercambio de ideas sino que todo me condujo a pensar que debía eludir una confrontación o acaso una discusión. Él estaba convencido de esa verdad (a sus ojos), que había universalizado y había llegado a la conclusión de que se trataba de una experiencia social que espontáneamente debía conducir a una choque de ideas confrontativo de posicionies en el mundo hecho a la medida de los heterosexuales motivo por el cual la homosexualidad le parecía “polémica”, traía a colación (como en cambio no la traían tantas otras) una semasiología que conducía a un imaginario de choque entre posiciones o bien entre grupos. Pero viniendo, lo repito, de alguien tan preparado, no dejé de experimentar asombro. Y percibí el prejuicio en su dimensión más clara y más evidente. Lo que me resultó grave en alguien que supuestamente ejercía el pensamiento crítico en distintas esferas de la de la vida cultural. Él lo había puesto delante de sí mismo. Pero no lo estaba percibiendo. Esa suele ser la conducta más frecuente entre los heterosexuales homófobos: lo son, lo tienen delante de sus ojos, pero lo legitiman. Lo naturalizan como una emoción inevitable o, peor, como una reacción a un estímulo verbal o acaso audiovisual, visual o verbal que denote una identidad de género (que por cierto dudo mucho sea una elección, porque la homosexualidad comienza a experientarse como deseo involuntario, si bien puede o no asumirse, en todo caso).No estábamos hablando abiertamente de ese tema sino de otro, de modo que no fue necesario proseguir con una conversación. Y estaba seguro, en virtud de lo que había dicho, si para él era un tema polémico, era porque admitía un debate pero en términos de un punto que debía ser tomado como una manifestación espontánea de objeción en la esfera de la sexualidad. Se detectaba en él una anomalía. Algo que no estaba bien. Algo que desentonaba. Algo a él “le hacía ruido” en esa identidad de género. Se trataba de un argumento (el correcto) que se enfrentaba contra otro argumento (correcto o no), pero en torno de los cuales se debía polemizar. Y una polémica es un enfrentamiento de ideas entre dos personas o bandos o grupos. Pero me pregunto yo: ¿puede seriamente decirse que la homosexualidad es un tema polémico? ¿o se debe afirmar en todo caso que se ha hecho de él un tema de tales características más bien? A sus ojos se debía la sociedad, aparentemente resolver “una polémica”. No podía ser tomado con naturalidad, como una manifestación espontánea y de la diversidad no heteronormativa de la sexualidad (entre tantas otras) que se daba en ciertas personas y en otras no, pero que en nada, al menos desde mi punto de vista, las degradaba o las ponía en inferioridad de condiciones ni menos aún las hacía dignas de ser personas “polémicas” por su identidad perteneciendo a una comunidad o a distintas comunidades, adjetivo que él aplicó al tema de una discusión en torno del tema y utilizó en nuestra charla. Agazapada por detrás de esa a sus ojos “polémica”, estaba de modo claro y evidente la homofobia. Su tal polémica, era la que él libraba entre una posición de juez de una correcta identidad sexual frente a una incorrecta o desviada identidad sexual. Que no no era la que debía ser. La normativa. La que dictaba la ley social.
Este fenómeno no es nuevo, por supuesto, de modo que no me voy a remontar a circunstancias de todos conocidas. Tampoco es mi intención hacer una apología de la homosexualidad porque también la heterosexualidad me merece igual respeto cuando no es despectiva o irrespectuosa hacia otras identidades de género. Y sé que hay heterosexuales sumamente respetuosos de la homosexualidad. Quiero decir: a ninguna de ambas la considero mejor ni peor. Esto es: sería hacer lo mismo pero a la inversa discriminar a un heterosexual. Sí diría que no me parece correcto el proceder del grupo de heterosexuales que agravian o persiguen a los hmosexuales por el simple hecho de serlo. En todo caso, lo que sí llamó mi atención fue por qué esa emoción tan primaria que lo había hecho en medio de una conversación telefónica la palabra “polémica”, esto es, abiertamente juzgarla, ya no solo prejuzgarla. Estaba hablando abiertamente. Estaba poniendo las cartas sobre la mesa.
La homosexualidad, tanto en el varón como en la mujer, no me parecen ni superiores ni inferiores que la heterosexualidad. Son simplemente conductas o identidades de género distintas. En todo caso, lo que sí señalan, como es obvio, tiene que ver con qué objeto se desea. Y, en función de circunstancias anatómicas, ciertas prácticas sexuales (como el coito) que en la pareja heterosexual se dan de un cierto modo y en la homosexual de otra (si bien hay heterosexuales que también ejercen prácticas sexuales idénticas a los homosexuales en determinadas circunstancias). Solo esto me atrevería a afirmar yo. Como decía Marguerite Yourcenar: “¿Por qué separar al amor homosexual del amor?”. Es decir: no podría referirme a este tema más que en términos meramente descriptivos en tal sentido. Sí podría sumar que la vida, en términos sociales, para un homosexual será notablemente más difícil en su asimilación (salvo alguna rara excepción), en su integración, en su vinculación con los grupos con los cuales se trate, a los trabajos por los que elija por vocación u obligación llevar adelante. Me refiero concretamente a la discriminación de la que será objeto dentro y fuera de sus funciones. El escarnio que padecerá. El chiste vulgar acerca de él, desde cómo es nombrado o adjetivado hasta el modo en que será tratado en el seno de una micro o macro sociedad. Está claro que la homosexualidad está socialmente marcada. Y lo está de modo negativo, peyorativo. Así se lo manfiesta de modo habitual e histórico.
Bajo estos términos, ser homosexual es evidente que resulta una desventaja a nivel social, si bien no debería por qué serlo. De allí la ya mentada frase “la homosexualidad es una cuestión polémica” esgrimida por este escritor e intelectual tan aventajado. La desventaja está porque la sociedad o las normas por ella institucionalizadas así lo han estipulado o dictado. Dictada por mayorías heterosexuales, naturalmente. Y se comprueba en los hechos y en el día a día, hora a hora, minuto a minuto. Esa desventaja se manifestará en el sufrimiento destructivo producto, como dije, del escarnio y, en ocasiones, la violencia misma (como de hecho la violencia simbólica lo es, no solo la física). Ya he referido este hecho, pero por una red social pude apreciar el modo como una patota había realizado una golpiza a un homosexual en completa situación de indefensión, motivo por el cual esta persona estaba tirada en el suelo llena de magullones.
La persecución será otra constante contra el homosexual o la lesbiana, en su descrédito y en su falta de reconocimiento (salvo excepciones contadas) en tanto que semejante. No se trata de un semejante, se trata de alguien que participa de la condición humana pero en realidad lo hace en términos degradantes. La relación entre un homosexual o una lesbiana y un heterosexual no será a los ojos de estos últimos, salvo casos excepcionales, la de ser considerado un semejante. Sus semejantes serán el resto de los heterosexuales, varones y mujeres. Serán sus pares. Quienes son reproductores del mismo mismo modo y mantienen el coito del mismo modo. Quienes poseen parejas del sexo opuesto. Estas personas que no son semejantes entonces ¿qué son? Esto es lo que cabría preguntarse de modo automático. Y auténtico por otra parte. También, si uno es una persona ética, de modo responsable. La respuesta diera la sensación de ser aberrante porque aparentemente se trata de personas de las que hay que mantenerse convenientemente apartados (discriminación). Convenientemente incomunicadas (aislamientos). Sin ningún grado de socialización con ellas (apartamiento). No frecuentarlas. Y que suelen ser, en contextos familiares, el foco de una suerte de figura que impresiona mal, que desmerece o desluce a esa familia, que la avergüenza, que resulta inaceptable que haya nacido en el seno de ella, por más méritos que denote. Es una suerte de degeneración de esos genes heterosexuales correctos, los que deben ser, proseguir esa cadena de exitosa reproducción de heterosexuales acertados, apropiados: los correctos. Los aceptados y acadecuados. Motivo por el cual, por lo general el silencio o el tabú suelen cundir acerca de su vida, de las novedades que las rodean o bien de su suerte, particularmente cuando se mueven en términos de sociedades chicas como pueblos o ciudades (como La Plata) que no son metrópolis donde el anonimato otorga algún alivio. En las ciudades pequeñas o pueblos las familias o los sujetos suelen estar al tanto de sus orígenes y de cómo están constituidas las de sus conciudadanos. De lo que hacen el resto de las familias y de cómo están compuestas, habitualmente por chismes o trascendidos. Un hijo o hija homosexual será producto de vergüenza Debe haber, en cambio, para que ello no ocurra, comprensión y sistemas de ideas abiertos. Capacidad de pensamiento crítico para salir de esa celada, de esa trampa social que ha naturalizado a la heterosexualidad como la identidad sexual única, legítimamente exclusiva y excluyente de diversidad.
También la calle o el barrio suelen ser lugares o un espacio poco amigables o amistosos para esa persona que, nuevamente, padece la burla, las vulgaridades, la descalificación, el chiste chabacano o el abierto desprecio de ese espacio de socialización que, más velada o más abiertamente lo manifiesta. De puertas adentro que no quepan dudas de que el o la homosexual serán tema de conversación cuando no de risa. De dabate familiar que desmborá en la exclusión de la esfera de la intimidad. Serán tratadas con distancia en adelante. Y se les asignará un rol secundario en la esfera socia. Todo esto vuelve revelador el modo en que contesta a los atributos “anormales”, esto es, por fuera de la norma, de los cuales estos seres humanos transgreden, violan sin derecho alguno la ley social. Ahora bien ¿qué derecho se viola siendo homosexual? Se viola naturalmente una ley social. Se viola una norma, la heteronormativa. Se violan las prácticas sociales y se viola un juego de apariencias.
Precisamente en mi barrio hay un almacén, que tiene nombre de mujer, el de su dueña, que por cierto no solo vende muy mala mercadería sino cuyos dueños suelen frecuentar demasiado la vereda, desde el cual cierta vez pasé por delante de él y gritaban a las risotadas el nombre de una estrella del espectáculo que había contraído SIDA en una situción de entrevista en un programa ignoro si de su campo de trabajo o de uno informativo. La situación me pareció lo menos afortunado y lo más vergonzoso del mundo para traer a colación en un contexto jocoso o de escarnio visto desde una TV en el fondo de un negocio. Lo menos edificante que ponía en evidencia su naturaleza de espectadores gravísiamente tomando de punto para su escarnio a un hombre que sufría. No solo su enfermedad sino la estigmatización. De modo que este negocio, que por varios motivos hace tiempo no frecuento por tal motivo, se ha ganado todo mi repudio además de toda la mala fama que se puede esperar de un grupo de personas que denotan con estos gestos de ignorancia, de repudio y diría que hasta de maldad.
Lo que para un heterosexual suele ser por lo general un camino sencillo, desde tener novias, formar una pareja estable, casarse (pese a que se ha legalizado el casamiento igualitario en Argentina), para un homosexual significará toda una serie, por lo general, de humillaciones, en caso de realizarlas, como pruebas que deberá rendir para ser mínimamente admitido, aceptado y respetado por la comunidad multitud de pruebas y examinaciones. Deberá ser investido de alguna clase de don que lo vuelva verdaderamente valioso, respetable a los ojos del heterosexual intolerante o directamente no lo será jamás. Lo será, en todo caso, para mentalidades más abiertas o con un criterio humanista de integración y no exclusión.
Los peores insultos en una sociedad tienen que ver con adjudicar a un varón heterosexual el adjetivo o nominativo o frases norminales de homosexual en sentido peyorativo. O bien de haber nacido de una mujer que no es decente, que se ha consagrado a la prostitución, dicho en otras palabras. Si en la lengua popular, en ese imaginario colectivo, en esos estereotipos ser homosexual consiste en estar definido en términos de que se le adjudiquen los atributos de un insulto ¿qué razón existe, de índole tan irracional como arbitraria, para comprender estos comportamientos así como estas ideas y esta ideología homófoba? Naturalmente que ha llevado bibliotecas enteras a los expertos en los estudios de género procurar discernir lo arbitrario además de procurar describirlo y reconstruir las tramas de su historia. Pero el psicoanálisis tal vez sea a mi juicio la disciplina más apropiada para indagar en este fenómeno a partir de sus premisas irracionaless y plagadas de superstición (como señalaba Susan Sontag respecto del cáncer) que giran en torno de la homosexualidad. No razones atendibles que, desde lo consciente, admitan alguna clase de “polémica” (como me señaló aquel prestigioso escritor y crítico) salvo el prejuicio que sienta sus bases en factores irracionales así como, lo entiendo, inconscientes o bien conscientes pero absolutamente inmanejables para un heterosexual.
El deseo homosexual no es un deseo admitido por parte de la mayoría de los heterosexuales. Se trata de un deseo no legítimo, que debe ser suprimido o, al menos, para no caer en fundamentalismos, no ser exhibido públicamente, estar confinado a una zona de invisibilidad. No mantener ninguna clase de contacto por fuera del estrictamente necesario y preferentemente indirecto. En lo posible no frecuentar a nadie de esa condición. No hacer ingresar a nadie de su hogar de tal identidad de género.
Convengamos que existen algunos casos fuera de serie. Existen figuras excepcionales que logran trascender exitosamente su condición de despectiva, descalificativa connotación hacia el homosexual hasta alcanzar un cierto Olimpo producto de alguna clase de conquista, por lo general, profesional o premio que les otorga credibilidad y les otorga poder de predicamento o si son escritores de escucha de en tanto que enuncicadores en enunciados que son leídos u oídos con detenimiento. Este es un punto que a mí me parece clave y que la sociedad no admite en los hechos porque considera que un homosexual no tiene derecho a hablar, a pronunciarse con autoridad sobre materia alguna, a ser una eminencia en alguna materia o habrá un heterosexual mejor aún o si lo es no lo será de su misma jerarquía, sin por ello, naturalmente, estar jamás garantizado. Un heterosexual experto en una materia y un homosexual que también lo sea será deslegitimado de inmediato si aspiran a pronunciarse ya no digamos en torno de cuestiones de género sino en torno de otros temas en los que su opinión pueda ser valiosa. Está connotado axiológicamente de modo negativo el discurso homosexual en tanto que discurso socialmente puesto en un margen que no guarda el miso poder simbólico que el de un homosexual. Por lo tanto, semánticamente condicionado por el poder de decir y pensar. Resulta socialmente poco menos que inadmisible que un homosexual o una lesbiana que logren estar a la avanzada no se les otorguen poder de credibilidad, de privilegio, de legitimidad, de premiaciones, de distinciones, de logros sustantivos en un determinado campo del conocimiento o del arte, en el seno de un sistema heteronormativo observante. Y escasísimos son o han sido las autoridades políticas homosexuales.
Naturalmente que el dinero es uno de los medios (y de los más persuasivos), para investir de poder a un homosexual. Pero me estoy refiriendo a otra clase de reconocimiento que no lo otorga el dinero sino la capacidad de crear, de investigar, de ser un estudioso, de producir ideas, de indagar en conocimiento científico en cualquier campo, tanto de las humanidades como de la ciencia. No me estoy refiriendo a disponer de una billetera abultada, aunque sea producto también del trabajo honesto y del trabajo que seguramente también debe afrontar el descrédito. Seguramente también allí puede que exista el factor discriminación. Lo cierto es que el estudio o la investigación tienen escasas ventajas para dar cabida (y dar la voz) a un homosexual. Por supuesto que hay excepciones a ello. Pero me estoy refiriendo al universo del arte, la creación, la docencia, las humanidades, la investigación, la vida académica en términos generales. Todo aquello que hace del ser humano precisamente disponer de tal atributo: el de participar de la condición humana realizando aportes sustantivos desde el conocimiento o desde el arte, dos instancias capitales para el desarrollo de una sociedad no son equitativamente apreciados tratándose de un homosexual o de un heterosexual. Se ha insistido mucho (demasiado a mi juicio, desatendiendo otras) en las variables económicas de una sociedad, como si las artísticas, de investigación humanísticas o las producción de conocimiento científico vinculado a las ciencias sociales no tuvieran ninguna clase de incidencia en la cultura. La incidencia que sí tienen precisamente es la erradicación de los prejuicios, de su fundamento: la ignorancia, en la mayoría de los casos. Por supuesto que tiene mucho que ver en esto la cultura familiar. Si uno ha sido educado en el respeto, la diversidad sexual le resultará completamente igualitaria. Hay otros casos irremediables. O que, en principio, bueno sería promovieran desde el discurso en orden a cambiar los valores de una ética que considere al prójimo como semejante.
Ahora bien: ¿cómo salir de este atolladero, porque lo es, que pareciera un callejón sin salida? En primer lugar instrumentar políticas desde las instancias de gobierno de capacitación para la revisión de paradigmas hegemónicos, esto es, hacer visible para la mayoría su pertenencia a la heteronormatividad y, por lo tanto, su sujeción a un sistema que ratifica su condición pero es la base de la exclusión del resto si por ello se inclina. Tal vez poner el énfasis en la infelicidad, la frustración, la sensación de frasaso que provoca en el semejante, también sería eficaz. En las condiciones de angustia intolerable que conduce a una persona que no se siente capaz de asumir su identidad de género, tal como lo indiqué. De modo que visibilizar a las minorías sexuales como grupos tan legítimamente dotados de derechos resulta tan primordial en lo relativo al universo de la ética, de la producción no solo humanística sino también como personas que merecen se les dispense el debido respeto en el trato cotidiano. Ello supone no solo capacitaciones en el campo de los estudios de género. Sino también en el campo de los estudios ligados a la ética y los DDHH. Diría que instalar la convicción de una sociedad igualitaria me parece un paso urgente a lograr. Medidas naturalmente legales de naturaleza igualitaria (muchas de las cuales ya se han instrumentado). Lo que me parece que no es mucho pedir en el seno de una sociedad en el seno de la cual prima o debería privar en primer lugar la idea de semejante y condición humana por sobre cualquier atributo que estigmatice.. Y si bien el estigma estará probablemente siempre, latenta, dispuesto a dar el zarpazo, lentamente irá dando paso a una cierta distensión, de la intolerancia a una convivencia admisible. Una retracción del repudio. De todas formas, ello resulta relativo y en ciertos contextos sociales, no en todos no se ha revertido. En ciertas familiar, no en todas sí tiene lugar, es aceptada la homosexualidad como identidad de género. En otras provoca repudio o hasta escándalo.De modo que ha de haber una cierta cultura familiar, una educación tmabién escolar y universitaria para que ello sea posible. Debe haber amor en una familia, comprensión para que esa persona no se sienta una persona marginada por fuera de la sociedad sino más bien alguien capaz de ser contenida por su familia. Por excelencia, se percibe la desacreditación y la desjerarquización de sujeto homosexual (varón o mujer) así como una imposibilidad de una representación del deseo homosexual como posible y hasta admisible. Se lo considera aquello que es lo irrepresentable. Es por ello que me resulta tan importante que circulen obras literarias que hagan circular representaciones del deseo homoerótico. Aquello que no puede ser concebido más que como una excepción, por añadidura fuera de lugar. Hay un desacomodo. Una incomodidad cuando se está frente a un sujeto o una pareja de homosexuales (varones o mujeres), capítulo en el que tampoco se respeta su condición de pareja estable, esto es, del amor homosexual en su carácter de orden amoroso y en el que hay naturalmente enamoramiento.
Resulta penoso apreciar cómo en sociedades en las cuales se han logrado límites altísimos de desarrollo de la ciencia o incluso de las humanidades, existan enquistados estos focos homófobos que hacen retroceder la sociedad a la retaguardia hacia épocas medievales o victorianas en las cuales el estigma era la marca de la diferencia entre lo admitido y lo prohibido. Ese estigma se porta como la huella de lo prohibido encarnado. De modo que en lugar de progresar hacia sus ilimitadas posibilidades de cooperación entre semejantes pasamos hacia otros modelo: el de la intolerancia, la exclusión y el rechazo hacia esa persona que no es concebida en términos de semejante. La pregunta que se formula un heterosexual es: “¿Bajo qué derechos este homosexual se atreverá a homologarse a mi condición, si es inferior según una revisión de la cultura en términos profundos?”. La respuesta, tan simplista como ilegítima, resultará sencilla de responder.
Porque es un semejante, salvo que elige a una pareja de su mismo sexo. Circunstancia que no es ni mejor ni peor que la que él postula como la así considerada correcta o apreciada axialógicamente de modo positivo y normativo.
Hay conductas atávicas que deben ser seriamente sujetas a revisión de modo a mi juicio apremiante (si hay voluntad de hacerlo, si hay decisión de inclusión, si hay, por fin, iniciativa de aceptar esa diversidad del deseo de la que tanto hablan las nuevas consignas) para revertir situaciones sociales complejas desde el punto de vista de la conflictividad social (construidas desde esa noción, no porque espontánemente lo sean) que a decir verdad no tendrían por qué existir o tener lugar. No solo no pacifican a la sociedad sino que no hacen sino acentuar sus zonas más erizadas de conflictos.
En el marco de los estudios de género, lo sé porque me he entregado parcialmente a ese campo del conocimiento, la vertiente relativa al tema mujer tiene mucha más aceptación que la relativo a su admisibilidad en las instituciones relativas a los de las minorías sexuales, para el caso al que me estoy refiriendo, al de la homosexualidad. Se trata, una vez más, de una política de discriminación, esta vez, académica. He escuchado a colegas burlarse de docentes/investigadores de excelencia porque investigaban temas vinculados a las minorías sexuales, a escritores gay o lesbianas, esto es, concretamente. Los espacios para la discusión sobre el género no abundan precisamente, al menos en mi Universidad, ni en mi ciudad, ni tampoco ese enfoque de abordaje de los fenómenos u objetos de estudio abordados. Hay espacios relativamente insulares en los cuales plantear investigacions serias porque hay, por un lado, bibliografías a la que no es tan sencillo de acceder como al tema mujer. Y en segundo lugar espacios de inserción en los cuales ser admitidos para publicar u obtener becas de investigación.
Precisamente, las políticas de investigación tampoco son las más financiadas por oganismos consagrados a tales fines. Y si se detectan como corpus o como abordaje en ese campo de los estudios de género, no suelen gozar de la mejor de las reputaciones en el seno de la academia, si bien ahora pareciera haber un boom que habría que ver hasta qué punto es genuino o hasta qué punto reviste un carácter de moda de naturaleza impostada, para estar a tono con el Primer Mundo o con un cierto “aire de los tiempos”.
En lo personal, me interesa mucho más el trabajo desde la teoría y la investigación que desde la militancia. Pero desde ya que a partir de diferentes foros tengo la mejor de las voluntades para instalar un tema por lo general escasamente visible en el seno de las instituciones o bien de la vida cotidiana y naturalmente de la sociedad que discrimina y en ese doble movimiento invisibiliza en con la misma intervención en el orden social. He sido formado en contextos académicos, mi formación de base es académica y sé dónde buscar los conocimientos necesarios para elaborar o producir teoría. La teoría permite echar por tierra desde premisas especulativas que se verá si son las correctas (en los mejores casos bien formuladas y bien fundamentadas). Bajo este panorama, el homófobo se verá verdaderamente puesto en jaque. Aunque lo tenga sin cuidado tall premisa que uno esgrima. Postulando argumentos consistentes, de modo generalizado el homófobo deberá o bien mantenerse a raya con sus palabras insultantes, guardarlas para la intimidad, o repensar su posicion que atañe a la exclusión o bien callar. Ya no será el varón o la mujer que descalifiquen, sino serán puestos en evidencia en su naturaleza completamente inmotivada, arbitraria, con falta de argumentos, sin una base que la avale.
El heterosexual naturaliza que la condición primaria del universo de los intercambios es entre varones y mujeres. No solo la naturaliza. Universaliza dicha condición. De modo que el tal universo de su punto de vista diera la impresión de parecer blindado. Ahora bien: ¿puede algún argumento persuadir a un heterosexual machista de que un sujeto homosexual (varón o mujer) tienen la misma legitimidad de existir, desear, vivir, estudiar, investigar, ser autoridades, ser ciudadanos con sus mismos derechos? Mi experiencia viviendo en una ciudad chica, donde cunden los chismes, las habladurías, donde se deben de modo permanente armar ghettos para poder socialmente circular dinámicamente, donde la malicia se expande, donde el universo de los discursos de inmediato hace blanco en una familia de la que proviene el homosexual y en ese sujeto homosexual atributivamente le confiere su condición de indeseable, me parece que resulta difícil de revertir. Habrá que dar una dura y larga batalla contra estos personajes tan dañinos para una sociedad heteronormativa intolerante con la diversidad sexual.
Me decía la editora una publicación que en NY las relaciones maritales entre personas del mismo sexo están mucho más aceptadas y que mis artículos, que suelen hacer hincapié en lo contrario, dan cuenta de la situación inversa: de qué modo en una pequeña ciudad de Argentina la situación no es la de una metrópoli de un país desarrollado en el cual las costumbres evidentemente han cambiado. En La Plata hay una distinción social clara que traza la sociedad. Una divisoria de aguas como si dijéramos: dos ciudades. La habitada por un cierto tipo o, concebidos por ellos, estereotipo de ciudadano que gozan de una dignidad que nada ni nadie les puede denegar y la habitada por un tipo de ciudadanos cuyos atributos los vuelven claramente inferiores desde una perspectiva no inclusiva, que han perdido toda dignidad concebidos bajo un estereotipos vulgar y que responde también a la estereotipia. Este punto debería ser seriamente desmentido porque se trata de un punto cardinal. Conozco montones de heterosexuales que carecen de toda dignidad y muchos homosexuales me merecen un profundo aprecio por su sentido de la dignidad y del respeto que pocas veces he visto o apreciado. De modo que sugiero prestar menos atención a la opinión ajena, en tales circunstancias, mantenerse a buen resguardo de personas así además como de sus amistades más íntimas. Y frecuentes a grupos sociales portadores de sistemas de ideas abiertos, que no discriminan sino son portadores de la mancha que no puede ser quitada bajo ninguna clase de práctica. Ni puede ser ejercido un correctivo sobre estas conductas que violan la ley social.
Pero así, el sujeto homosexual no puede sino experimentar malestar, incomodidad, resistencia al asistir a reuniones sociales, dolor, sufrimiento, angustia en un largo etcétera de emociones tan nocivas como negativas en que lo sumen el totalitario sistema patriarcal que entroniza a la pareja heterosexual como la obligatoria y la exitosa, la única concebible. La pareja homosexual ingresa en el orden de lo inconcebible, de lo irrepresentable, como su deseo, el homosexual, en la literatura que no posee representación salvo contadas excepciones. Es por ello que si bien leo absolutamente toda clase de literatura, desde libros de crítica literaria o estudios literarios, pasando por poesía, literatura infantil y literatura argentinas y extranjera para adultos, tampoco omito de tanto en tanto la lectura de un libro en el que el deseo homosexual sí esté representado. Hace circular manifestaciones de la sexualidad de las cuales se supone no se debe ni se puede dar cuenta, por un lado. Por el otro, nadie será capaz de hacerlo. O de hacerlo con altura. Si da cuenta del deseo homosexual lo hará con vulgaridad. Este punto ha quedado ampliamente refutado por gran cantidad de buenos y buenas escritores. El deseo homosexual tiene un corpus que es de excelencia y vale la pena ser conocido y reconocido. Por mi parte, he aportado esos dos cuentos pero no tengo el menor inconveniente, si en algún momento llega a mí la idea para escribir un cuento en el que el deseo homosexual esté presente en eludirlo por autocensura y en publicarlo como no lo tengo en publicar este artículo que me resulta tan imprescindible en su intervención mediática como en su intervención en el orden de la circulación de toda una serie de ideas instaladas en el sentido común, en paradigmas de género hegemónicos descalificantes. No admito la autocensura. Y es por ello que publico tanto en el extranjero en donde los asuntos que tiendo abordar cuando son polémicos encuentran de inmediato un espacio que los ampara en tanto en La Plata o en Buenos Aires mi convocatoria no es escuchada o directamente no existen espacios en los cuales dar producciones que, desde una argumentación en profundidad pretedan dar cuenta de un asunto que pretende que se tome como natural una conducta tenida por temida o como una violación a la ley social.
Deberían producirse cambios muy a fondo en la cultura heterosexual obligatoria para que un homosexual sea asimilado a estas sociedades. Esperemos que eso alguna vez suceda y se generalice. Hasta el momento todo conduce a pensar que no se lo admitirá, no se lo aceptará en reuniones sociales, sobre todo las formales, de modo espontáneo sin ser señalado explícita o implícitamente, siendo socialmente marcado, será irrepresentable tanto él como su deseo. Y si se lo invita o se lo convoca se lo hace es a regañadientes, por compromiso y, por parte de muchos, con murmuraciones o, en los peores casos, con hostilidad, o con escarnio o con vergüenza anterior o ulterior a dicha reunión social. Se trata de una ecuación sencilla. El universo de los discursos y las prácticas sociales expulsa al homosexual de su condición de semejante para hacerlo devenir prójimo del cual se puede prescindir o al cual de denigra porque desde el orden de la ética se le deniega su condición de sujeto ético. La gran pregunta por formular y el gran desafío para el siglo XXI será de qué modo el sujeto homosexual puede alcanzar la igualdad y la integración al mismo tiempo que la realización en su vocación y la realización en su vida privada, sin censuras ni autocensuras por parte de nadie. Sin ser blanco de ataques ni tampoco de apartamientos. Ni de su familia ni de parte de sus conciudadanos.
Para ser completamente franco, yo no veo ninguna polémica donde debería haber transparencia, aceptación, espontaneidad, naturalidad, plenitud, comprensión de una manifestación de la sexualidad que en verdad no es sino otra distinta de la mayoritaria que tal vez no es la hegemónica (que es la que la inviste del poder de desalicalificar al homosexual), pero que naturalmente es tan respetable y de la que conviene ser tan repetuoso como del resto. Se trata de respetar la vida llevada hasta su máxima expresión: la misma que la de un heterosexual siente hacia otro heterosexuaol. En el universo de los discursos y las prácticas sociales ha de quedar inscripto de modo absoluto el valor de esa vida, sea homosexual o heterosexual. El discurso y la práctica social de los sujetos heterosexuales corresponde que con total y completa aceptación por convicción se regocije en la convivencia con la alteridad incluso directaamente por olvido de su condición de homosexual. Estamos frente a personas, no frente a sujetos homosexuales que ejercen determinadas prácticas. Ni pueden tener lugar ni la violencia simbólica, ni la material ni el agravio ni el escarnio. Tal cosa es completamente falta de dignidad. De otro modo incurrimoas una expulsión social poco provechosa además de ofensiva por parte del heterosexual. También en un juego terrible. Reversible según el cual el homosexual puede (con toda la autoridad que le confiere esta falta de reciprocidad), rechazar especularmente el deseo heterosexual y recluirse en microsociedades conformando ghettos. Circunstancia que a mis ojos no resulta la más feliz de cuantas podrían presentarse con vistas a la integración social.
Pero ¿cuál deseo es más legítimo? Esta es la gran pregunta que me parece la sociedad rehúye. La mayoría de la sociedad no asimila como legítimo el deseo homosexual, que debe padecer la condición de ser quien es. Su irrepresentabilidad en todo orden, no solo de su deseo o de sus prácticas sexuales. En tanto el heterosexual, que en su mayoría se erige como vara para medir y legitimar el deseo de modo unívoco, se concibe como la única forma bajo la cual puede manifestarse el deseo. El heterosexual suele exhibirse como el legítimo y el entronizado por un poder auténtico del que se considera portador. Además de proceder de modo unilateral en lo relativo a decisiones y deliberaciones a la hora la definición de un destino en su injerencia (cuando la tiene) de la vida de un homosexual.
En el seno del trabajo del texto, de este texto en particular, este que estoy escribiendo ahora, en este preciso momento, mi mayor anhelo es el de poner en evidencia, en primer lugar, la condena social a la cual está sometido el sujeto homosexual (varón o mujer), de modo inmotivado, arbitrario y también indefendible. En segundo lugar, poner en evidencia que esa condena es histórica, de naturaleza inmemorial, que no goza de fundamento alguno, y que, por otra parte, no puede ser pensada en términos de una teoría que no sea, esta vez sí, desautorizada y deslegitimada. El universo de los significados sociales es un espacio en el que toda minoría puede y merece ocupar un lugar legítimo, en el que sea admitido, respetado, representado, legitimado en su calidad de sujeto íntegro. Si ello no ocurre se falta a la ley ética. Y si el tan mentado principio al que tantas veces ha acudido el cristiano “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (a partir del cual he visto tantas situaciones de hipocresía), dice ser tan respetuoso del semejante, este principio vale para ambos grupos. El heterosexual, sin discriminar, no necesariamente amar pero sí aceptar con actitud conciliadora y no de enemistad o, de escarnio, de estigma o en un imaginario del reproche al homosexual por ser quien es. Y al homosexual no ser beligerante ni hostil hacia el heterosexual por ser el distinto y recluirse como si hubiera cometido un delito por ser quien es, sin haberlo elegido por otra parte, pero sí asumido. Sino alcanzar una posición de considerarse recíprocamente sin ofender ningún grupo al otro, evitar enemistad y fomentar la integración. Nadie tiene el poder de considerarse poseedor de la decisión acerca de la suerte, el destino y el estatuto ético que la alteridad detenta. Se trata, como cuestión de fondo, de una voluntad dinámica de cambio, de intervención concreta en la esfera pública, en el orden de lo real modificando conductas atávicas, costumbres que, naturalizadas, se han instalado como verdades absolutas en los hechos. En tanto la heterosexualidad es una mayoría, fácil resulta sacar provecho de ese poder que acude con de modo paternalista a la exclusión. La evidente conclusión de que el statu quo cultural no se realizará o demorará un largo, largo tiempo cambiar el estado de cosas en vigencia que responde a un tiempo hisótórico inmemorial. En el medio será causante de sufrimiento destructivo, incomprensión y malentendido en una de tantas “polémica innecesaria”.
En un mundo de desdichas, guerras, pandemias, enfermedades, contaminación, violencia, sugiero no sumar conflictos a los conflictos, padecimientos o dolor a personas que no lo merecen. Y no merecen, por sobre todo, sentirse distintas, esto es, no sentirse personas ni dejar de sentirse seres humanos. Desde lo más profundo de mi capacidad intelectual y de producción estética orientada a la ética mis esfuerzos estarán siempre orientados al bienestar, a la realización, el encuentro entre semejentes y la evitación de toda beligerancia entre semejantes. Porque implícitamente la exclusión de quien es construido bajo la noción nociva de distinto es una forma encubierta, solapada de beligerencia que debería ser revisada en a a fondo con toda la cortesía y los modales que merecen las personas homosexuales. Con toda la dignidad que tienen para permanecer en una reunión siendo integradas, no perseguidos o siendo objeto del vacío. Mereceen, ser tratados como personas o seres humanos. Como pertenecientes a eso que vaga pero legítimanente todos deberíamos pertenecer y no olvidar que el resto también: condición humana.