“Dios ha muerto”, sentenció el filósofo alemán Friedrich Nietzsche hace más de un siglo. Se refería, entre otras cosas, a cómo la cultura occidental se había desprendido de “Dios” como motivo regente de sí. Gobierno y religión dejaban de ser una dupla y los siglos de la preponderancia de la religión sobre el gobierno habían terminado, intercambiando los papeles hasta llegar a la secularización social. Sin embargo, decir que la noción de “Dios” ha desaparecido del mundo es otra cosa, quizá quede como un fantasma o como un marginado en la organización de la sociedad moderna, pero sigue existiendo y las tres grandes religiones del Libro –judaísmo, cristianismo e islam–, con sus aún millones de creyentes, lo atestiguan.
Peter Sloterdijk, en Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), hace un análisis, tan denso como extraordinario, sobre la lucha ideológica y fáctica de los tres monoteísmos. Presenta a las tres religiones como religiones “celantes”, es decir, celosas a ultranza al considerarse cada una como la portadora legítima del mensaje sagrado del verdadero y único Dios.
Señala que la postura esencial del judaísmo es separatista y anti-imperial. Es una campaña centrada más en la defensa que en el expansionismo. Su organización responde a la efectividad de una comunidad cerrada y selectiva. Conociendo la historia de exilio del pueblo judío, se entiende que la sola existencia de su doctrina es para ellos una predicación.
Sloterdijk presenta a las tres religiones a modo de contrincantes, cada uno con su estrategia de combate.
En cambio, tanto el islam como el cristianismo mantienen desde muy temprano en su historia, una campaña monoteísta de expansionismo. Recordemos la agresividad de sus “guerras santas”. El cristianismo, nos dice el autor, traba bajo acciones de universalismo ofensivo. Basta revisar su historia para encontrarnos con ejemplos que lo sustentan. La “palabra de Dios” debe llevarse a cada rincón del mundo para salvar las almas, para llevarles la palabra del dios verdadero. Y sabemos que tal misión no ha ido solo acompañada de palabras, sino de sometimiento e incluso muerte.
Con el islam nos encontramos ante otra religión con un modelo también ofensivo, con características similares al celo militante del cristianismo. Ambas religiones consideran a su dios y a su libro sagrado como los únicos y verdaderos. De allí la rivalidad y los ríos de sangre que entre las dos han derramado a través de siglos. Ni el islam ni el cristianismo pueden hacer concesiones al contrincante –ni a ningún otro credo– pues ello sería desmentir la legitimidad exclusiva del propio.
La terrenalidad celante que les confiere Sloterdijk a las tres religiones acentúa su vigencia en un mundo que, en medio de una globalización en múltiples sentidos, se aferra a la territorialidad, al cercar, discriminar y restringir el flujo humano. La lucha de los tres monoteísmos no cesa, siglos tras siglo y no para. La secularización del mundo en el siglo XXI puede tratarse tan solo de un plano superficial que aguarda estratos llenos de una religiosidad imprecisa, que se contradice, que se calla o se hace por matizar, pero que sigue existiendo.
El autor nos dice que el único camino contra la confrontación que implica todo dogma celante debe ser el civilizatorio, fundado en el ethos de la Ciencia General de la Cultura, lejos del ímpetu monoteísta.
Pero sus palabras parecen más una plegaria esotérica lanzada al vacío que una propuesta efectiva ante la rivalidad vigente entre los “dioses únicos y verdaderos”. No obstante su cierre sea un tanto difuso, el análisis que plantea sobre la manera de operar de estas tres religiones, es intentar llevar al destierro el celo que aviva la batalla.
Foto: laicismo.org