En la película Red: Debieron decir la verdad, (Red, de Trygve Allister Diesen y Lucky Mckee, de 2008), tres muchachos matan a Red, el perro de Avery Ludlow, después de intentar robarle sin conseguirlo. Ni las autoridades quieren actuar contra los chicos ni mucho menos los padres de estos que, además, aceptan la versión de sus vástagos de que no tuvieron nada que ver con la muerte del animal. La película se centra demasiado en la muerte de Red y no plantea que las acciones legales debieron emprenderse por el intento de atraco. La verdad es que, si todas las películas narraran los hechos de forma absolutamente coherente, esa coherencia impediría desarrollar la cuestión central. Y, a los efectos que nos interesa poner de manifiesto, lo reseñable de la cinta es ver cómo a nadie le interesan los problemas de una persona y que la sociedad prefiere una buena mentira antes que la cruda verdad.
Esta cuestión está relacionada con otras varias. Una de ellas, es esa hipócrita exigencia que hace la iglesia de que seamos felices, porque ello significa que la gente no debe molestar a los demás con sus problemas y que cada cual se las debe apañar solo: la sociedad no está para ocuparse de las personas. Igualmente, la ciencia cataloga de forma despectiva a quien muestra a los demás su angustia por su situación personal. Y esa vuelve a ser una interpretación social, que pretende que la gente no ponga en evidencia las causas de sus problemas porque, con toda probabilidad, es la propia sociedad la causante. Pero, como conclusión científica, está por completo equivocada ya que toda conducta humana debe ser aceptada por la ciencia y por la misma humanidad puesto que es consecuencia de la variada naturaleza humana. En cambio, la ciencia social pretende que todos nos comportemos de forma idéntica, obligando a una uniformidad de la conducta, lo que supone uniformidad de carácter, lo que es contrario a la naturaleza humana y a todas las leyes de la existencia. Y, a todo esto, no se debe olvidar que tanto los sociópatas como sinvergüenzas y los embaucadores, son la gente más simpática del mundo y que, quizás, conviniera cuidarse más de estos que de los otros.
Con el punto de vista tan equivocado como lo está ese con el que la sociedad valora las conductas personales, la crítica considera que el protagonista de Red busca fríamente venganza. Estos críticos forman parte de la sociedad y están obligados, como lo están los representantes de la iglesia y de la ciencia, a pensar de forma que se garantice la estabilidad social cuando la pueda perturbar un individuo. El problema que plantea la película queda reflejado, con estos ejemplos, en todos los ámbitos de la existencia humana: el espiritual, el social y el racional, por lo que debemos concluir que el pensamiento del hombre está condicionado por los valores sociales. La película muestra que Ludlow buscaba justicia pero la agresión que sufre le obliga a defenderse –no va a dejar que le maten, la defensa propia es un derecho al que no se puede exigir que nadie renuncie–. El desenlace, que muchos califican como de precipitado, muestra que, en la vida, las cosas, simplemente, ocurren.
Lo increíble e inaceptable del final son dos cosas bien distintas, la primera, que, como en todas las películas, se acaba por descubrir la verdad, y eso, en la vida real, no pasa nunca, entre otras razones, porque nadie piensa que haya ninguna verdad que descubrir. La segunda es que, habiendo muerto dos personas, Ludlow se arrepienta de haber defendido su postura. Pero una persona como Ludlow, tan cabal y con tanto aplomo como serenidad ‒cosa que nos demuestra cada vez que tiene que ir a decir tranquilamente la verdad a cuantos le han causado daño o han mentido‒, y que ni legal ni moralmente es responsable del resultado de los actos que otros han emprendido, no puede cuestionar los suyos porque, entonces, todo el idealismo con el que se ha conducido quedaría convertido en orgullo o vanidad, aunque nada de eso muestra su proceder. Ese lamento por las consecuencias de la situación es incoherente con el carácter del personaje y no es otra cosa que una miserable interpretación social de los hechos, ya que la sociedad prefiere el orden establecido a la verdad, es decir, la sociedad prefiere pisar la verdad a que se altere la paz social, aunque esa paz se halle establecida sobre el poder de unos matones que campan por sus fueros. En definitiva, lo que la sociedad dice es que el individuo y sus derechos deben quedar anulados por la colectividad. Los derechos y los ideales no tienen tanto valor social como el concepto de colectividad.
Lo que muestra la película muy correctamente es la conducta y actitud de los delincuentes. Estos delincuentes pueden ser muy violentos y agresivos pero tienen buenas relaciones sociales, no son tontos y no actúan con violencia en público sino en privado. En la cinta, se produce una pelea entre Avery y uno de los chicos, pero, más que mostrar la agresividad del chaval, el hecho es el justificante para que el padre de este y de otro de los agresores, un potentado empresario de la localidad, encargue al padre del tercero quemar el negocio de Ludlow. La maldad, la astucia y la impunidad de los poderosos están perfectamente reflejadas en el film.
Y, en cuanto a la actitud de los personajes, los delincuentes y sus familias muestran perfectamente la prepotencia que tiene quien posee poder y nos habla de la inutilidad de razonar con quien ha perdido la decencia. La pretensión de Avery de conseguir que los poderosos reconozcan la verdad y respeten los derechos ajenos es una ingenuidad de quien piensa que, en la sociedad, se respeta la ética, la moral y la ley. Los poderosos solamente actúan de forma respetable cuando corren el riesgo de quedar en evidencia. Hipócritamente, dan una imagen de bondad que la gente se traga. Establecido ese prejuicio en su favor, ya pueden hacer cualquier cosa, demostrándose que, en el mundo social, los conceptos del bien y del mal están invertidos, y queda probada la existencia de ese principio que hemos denominado la maldad del hombre bueno.